Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Visiones

Índice

Sonetos:
Hacia atrás Irrecuperable Visión De repente, tú Voy hacia ti
Poemas:
Oración del amante Cada cual a su estilo Siempre esclavos
seperador

Breverías

1956
Cuando yo muera, llevaré en la mano, blindada en puño, mi mejor secreto; y habrá un temblor minúsculo, discreto, que sólo Dios percibirá. Escribano de los cielos, San Pedro, diligente, abrirá el grueso libro de la vida, y titubeará, pero en seguida Dios le dirá: “Déjale entrar; latente aún lleva el viejo amor que nadie supo, y quien ama en tal modo es de mi grupo.”

1957
Eres Cecilia, Mayte, Inés, Alicia, de Cádiz, Lima, Bogotá, Laredo; mi insinuación suscita tu caricia, postigo abierto que a cruzar procedo. Vienes de lejos, o de lejos vengo; la distancia es de hielo y se derrite si tú avanzas y yo no me detengo, si cuanto uno sugiere el otro admite. En realidad no hay ven ni voy, hay vamos, si en mutua desnudez nos derramamos.

1958
Bajo la blusa azul, semiabrochada, y casi transparente, vi los senos, tersos, bulbosos, súbita cascada a cuyo salto se aplicaran frenos. Cedió un botón primero, después otros, y abrióse de repente en esplendor. No sé si eran, indómitos, dos potros, o amplios ojos mirando sin pudor. Me dejé contemplar. Luego, bravío, con ambas manos amansé su brío.

1959
¿Oíste aullar al lobo en lejanía? ¿Se cerraron las puertas de repente? ¿Hubo un cierto silencio que infundía aún más temor en corazón y mente? ¿Te pareció la noche más sombría, la estancia más glacial, y él más ausente? ¿Piensas haber perdido media vida? La otra mitad, mujer, no está perdida.

1960
Ante el espejo, inmóvil y a la espera del cuerpo, familiar o forastero, que de nuestra cintura se apodera. Estación terminal o apeadero, ¿qué importa en este instante? Hay una fiera bajo la piel, que no exige sendero, ni meta, ni promesa, ni programa; sólo una insensatez sobre la cama.

Sonetos

1973 - Hacia atrás
Hoy he vuelto a cumplir treinta años, treinta, esplendor reiterándose. Sonrío. Los otros años, plomo, sombra, hastío, la mente les ignora o les ahuyenta. Si soy resurrección febril, sedienta, la ciudad es invierno, nieve, frío. Se ha detenido, todo blanco, el río; se duerme el tiempo, inmóvil herramienta. No importan los factores del entorno, en mi interior está encendido el horno, amaso el pan y escancio un viejo vino. Voy a brindar por ti, que te cruzaste en mi sendero un día, y te ausentaste. Tal vez vuelvas de nuevo a mi camino.
Los Angeles, 23 de octubre de 2008
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1974 - Irrecuperable
Hay una playa aquí, pero no hay mar, una copa también, pero vacía, una celebración, pero no es mía, una canción que no podré cantar. Y una mujer allí que llegué a amar, y que me amó tal vez, pero que un día me rogó ser su amigo, y todavía mi herida no ha dejado de sangrar. Las cosas que tuvimos y se alejan, tendrán su propia vida, que festejan ajenas a las ruinas que crearon. De nuestro fondo a veces resurgimos, pero nunca seremos lo que fuimos, ni obtendremos cuanto nos usurparon.
Los Angeles, 23 de octubre de 2008
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1975 - Visión
Arqueaste la espalda y me ofreciste, alto, desnudo, el vientre. Divergentes, eran los muslos brazos impacientes anclados a mi espalda. Me dijiste, sin hablar, tantas cosas, y aún persiste cada tono y gemido que entre dientes brotabas, túnicas irreverentes de que alegre el recuerdo se reviste. ‘No desciendas los párpados. Observen tus ojos en los míos cómo hierven de enjambres de susurros y de gritos’. Y vi al fondo sensual de tus retinas un mar en llamas, un castillo en ruinas, una lluvia de pétalos marchitos.
Los Angeles, 23 de octubre de 2008
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1976 - De repente, tú
Qué puntual has llegado. Consumida, se me doblaba el alma. Fue el momento del Titánic: la noche, el hundimiento, el abandono, la ilusión perdida. Y de repente tú, cuando la vida se vestía de luto. Del lamento surgió el canto y el enternecimiento, y germinó una rosa de la herida. Por ti se abrió radiante nueva aurora, y a mi carne desnuda se incorpora tu propia carne, a mi futuro el tuyo. Yace a mi lado, así, serenamente, que en esta paz de dos eres corriente en que audaz me sumerjo y me diluyo.
Los Angeles, 24 de octubre de 2008
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1977 - Voy hacia ti
Siempre voy hacia ti, rompiendo el viento que intenta detenerme, laborioso en la superación de muro y foso que obstaculizan mi adelantamiento. Y voy sin equipaje. ¿Qué fragmento de mi vida anterior, noble o grandioso, podrá añadir valor al suntuoso recinto de tu propio ofrecimiento? Nada precisaré de lo vivido, quédese todo en llamas o en olvido, y nazca, brote, cante, brille y fluya nueva obsesión que hacia adelante mire, dance a mi ritmo, a mi favor conspire, e identifique mi alma con la suya.
Los Angeles, 25 de octubre de 2008

Poemas

Oración del amante
Me la diste, Señor, me la quitaste; tal vez me la apropié como quien marca un gol fuera de juego que sube al marcador, mas la ventaja es breve, al fin perdiéndose el partido, y la perdí, aun llevándola en el alma. No sé si Tú nos das lo que soñamos en soledad, en hambre, en añoranza, o te lo arrebatamos, caprichosos, aunque tu ley lo contraindique. Hay cartas que no deben jugarse, y las jugamos, sendas que sin deber andarse, se andan, actos con etiqueta de prohibidos que cada día a nuestra puerta llaman. Y tan solos estamos que la abrimos, nuestro letargo transformado en danza. Yo dancé de la aurora hasta el ocaso, y del crepúsculo a la madrugada, cuando pensé que nadie llamaría pidiéndome posada. Llegábanme mendigos en busca de limosnas, y pasaban, perdiéndose en la noche, vago recuerdo, transitoria llama. Estos, Señor, ya sé que no eran tuyos, hijos de mi flaqueza, viento en marcha. Pero un día llegó, súbita y grácil, la que esperé toda mi vida, y nada me iba a impedir hacerla toda mía, porque en cierto sentido me la dabas. Y la amé como el joven primavera que dormía en mi invierno, con el ansia que juzgué haber perdido, a sangre y fuego, a hondura y esperanza. Tú sabes de ese amor, Señor, lo sabes porque Tú nos lo diste. Nos dispara, nos anega, nos ciega, nos confunde, y es beso, y cicatriz, y dentellada. Sí, ya lo sé, Señor, también hay normas que en ocasiones uno olvida o salta; pero Agustín de Hipona, ¿lo recuerdas?, que supo amar, y amarte, aconsejaba ‘ama y haz lo que quieras’, y Tú mismo, a la mujer adúltera indultabas: ‘¿Nadie te acusa ya? Ni Yo tampoco’. La amé tanto, Señor, que llevo el alma llena de su recuerdo y su sonrisa, aunque el recuerdo a veces me apuñala. Nuestra vida es efímera, y también es fugaz, como una ráfaga, el amor que nos llega, que aunque prometa eternidad, se apaga. Mas puede ser tan bello mientras dura que justifica el trauma de su partida, el riesgo de violencia si el rival nos alcanza. A ese amor se le cuelgan sambenitos de traición, ligereza, trashumancia, o de infidelidad. ¿Cómo ser fieles cuando todo se acaba, el silencio, el vacío, nos rodean, y el ensueño de ayer nos da la espalda? No arruina el adulterio, reconstruye lo que se tuvo y se perdió, no arranca el ruinoso rosal, planta uno nuevo, renovando colores y fragancia. Cierto, Señor, un tiempo yo salía por cerros y barrancas, tensando el arco, con la flecha a punto, por la simple delicia de la caza. Pero al llegar la que encendió mi vida de luces y de llamas, enterré flechas y arco, y la amé en exclusiva, como amara tu siervo Adán a la mujer que hiciste, como si fuera la única, sin pausa. Y ahora, perdida, la amo todavía, aunque en dolor, pero sin esperanza. Gracias, Señor, por dármela, tan bella, tan incitante, tan enamorada. Al recibirla, supe que la vida no nos da nada eterno, que se acaba el amor más intenso, como fluyen los ríos hacia el mar, donde descansan. Ella desembocó, yo continúo mi curso entre los sauces, pero el agua no canta ya, solloza, porque también, Señor, me diste lágrimas. Me la diste, y al fin me la quitaste; por habérmela dado, Señor, gracias.
Los Angeles, 22 de octubre de 2008
seperador
Cada cual a su estilo
Con sus ojos redondos, enigmáticos, y destellos de siglos, o de instantes, me observa Mishka. Lentamente ondea su larguísima cola. No hay mensaje ni en su inmovilidad de negra estatua, ni en su mirada fija, impenetrable. No entiende lo que pienso, o sí lo entiende, pero no se estremece, exasperante su carácter felino, en que las cosas no se han de revelar, sólo se saben. Y yo tampoco acierto a ahondar en su silencio. Qué contraste con mi otro amigo, Bek, golden retriever, acostado a mis pies, o importunándome con festiva exigencia de caricias. Sin hablarle, me escucha, y al mirarme conoce lo que pienso, y me lo dice con esos ojos de bondad, tan grandes. No hay en ellos misterio, todo tan límpido como agua y aire. Hablamos en silencio, y entendemos los dos ese lenguaje mejor que si esgrimiéramos palabras; cuanto siento y medito está a su alcance. Su mirada refleja en ocasiones mi propio desaliento, a veces arde en su fondo la llama que me incendia, a veces es tan triste como el ángel de la muerte en el mármol de las tumbas, a veces simplemente es entrañable, como cuando escuché el primer te quiero de la única mujer que supo amarme. Sus ojos son mi espejo, en ellos veo cuanto bajo mi piel se agita o yace. Tienen la voz sedosa, aunque callada, que acaricia y sosiega al contemplarme. Mishka me observa solitaria, inmóvil; Bek se vincula a mis intimidades.
Los Angeles, 22 de octubre de 2008
seperador
Siempre esclavos
Sacudimos un día las cadenas que esposaron muñecas y tobillos, y nos dijimos libres. El aire de las cumbres era un grito resonando en el pecho al compás del tambor de los latidos, como por vez primera siente la vida al respirar el niño. Pero nuevas cadenas aherrojaron cerebro y voluntad, cuando el sentido se arrodilló a otra piel, y en dependencia se sometió el espíritu. No será la más bella, mas lo parecerá; si se ha encendido leve, pálida luz parpadeante, será faro orientando a los navíos; si nota manuscrita, la otorgaremos condición de libro; y a la humilde cabaña podrá dársele rango de castillo. Así la mente sueña y se alucina, así nacen los mitos, tal como Don Quijote contemplara la Dulcinea de sus desvaríos, sin ver la Aldonza real, burda y hortera, que todos vieran aventando el trigo. Nosotros mismos nos encadenamos; gritando libertad, somos cautivos del mundo que alteramos a la imagen de nuestro propio idilio, de nuestra dependencia a quien amamos, de nuestro aislante, voluntario exilio. Contemplamos las cosas a través de otros ojos, presentimos lo que debiera razonarse, obramos por deferencia más que por principios. Y al soltarse la mano que nos ata, no se quiebra una argolla, ni el instinto de antigua libertad se recupera; la soledad irrumpe en el camino, robusteciendo el hierro. Y esperando el martillo del olvido seguimos arrastrándonos, esclavos siempre en endeblez de vidrio.
Los Angeles, 25 de octubre de 2008
Diseño: Carmen Álvarez
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