Breverías
1956
Cuando yo muera, llevaré en la mano,
blindada en puño, mi mejor secreto;
y habrá un temblor minúsculo, discreto,
que sólo Dios percibirá. Escribano
de los cielos, San Pedro, diligente,
abrirá el grueso libro de la vida,
y titubeará, pero en seguida
Dios le dirá: “Déjale entrar; latente
aún lleva el viejo amor que nadie supo,
y quien ama en tal modo es de mi grupo.”
1957
Eres Cecilia, Mayte, Inés, Alicia,
de Cádiz, Lima, Bogotá, Laredo;
mi insinuación suscita tu caricia,
postigo abierto que a cruzar procedo.
Vienes de lejos, o de lejos vengo;
la distancia es de hielo y se derrite
si tú avanzas y yo no me detengo,
si cuanto uno sugiere el otro admite.
En realidad no hay ven ni voy, hay vamos,
si en mutua desnudez nos derramamos.
1958
Bajo la blusa azul, semiabrochada,
y casi transparente, vi los senos,
tersos, bulbosos, súbita cascada
a cuyo salto se aplicaran frenos.
Cedió un botón primero, después otros,
y abrióse de repente en esplendor.
No sé si eran, indómitos, dos potros,
o amplios ojos mirando sin pudor.
Me dejé contemplar. Luego, bravío,
con ambas manos amansé su brío.
1959
¿Oíste aullar al lobo en lejanía?
¿Se cerraron las puertas de repente?
¿Hubo un cierto silencio que infundía
aún más temor en corazón y mente?
¿Te pareció la noche más sombría,
la estancia más glacial, y él más ausente?
¿Piensas haber perdido media vida?
La otra mitad, mujer, no está perdida.
1960
Ante el espejo, inmóvil y a la espera
del cuerpo, familiar o forastero,
que de nuestra cintura se apodera.
Estación terminal o apeadero,
¿qué importa en este instante? Hay una fiera
bajo la piel, que no exige sendero,
ni meta, ni promesa, ni programa;
sólo una insensatez sobre la cama.
Sonetos
1973 - Hacia atrás
Hoy he vuelto a cumplir treinta años, treinta,
esplendor reiterándose. Sonrío.
Los otros años, plomo, sombra, hastío,
la mente les ignora o les ahuyenta.
Si soy resurrección febril, sedienta,
la ciudad es invierno, nieve, frío.
Se ha detenido, todo blanco, el río;
se duerme el tiempo, inmóvil herramienta.
No importan los factores del entorno,
en mi interior está encendido el horno,
amaso el pan y escancio un viejo vino.
Voy a brindar por ti, que te cruzaste
en mi sendero un día, y te ausentaste.
Tal vez vuelvas de nuevo a mi camino.
Los Angeles, 23 de octubre de 2008
1974 - Irrecuperable
Hay una playa aquí, pero no hay mar,
una copa también, pero vacía,
una celebración, pero no es mía,
una canción que no podré cantar.
Y una mujer allí que llegué a amar,
y que me amó tal vez, pero que un día
me rogó ser su amigo, y todavía
mi herida no ha dejado de sangrar.
Las cosas que tuvimos y se alejan,
tendrán su propia vida, que festejan
ajenas a las ruinas que crearon.
De nuestro fondo a veces resurgimos,
pero nunca seremos lo que fuimos,
ni obtendremos cuanto nos usurparon.
Los Angeles, 23 de octubre de 2008
1975 - Visión
Arqueaste la espalda y me ofreciste,
alto, desnudo, el vientre. Divergentes,
eran los muslos brazos impacientes
anclados a mi espalda. Me dijiste,
sin hablar, tantas cosas, y aún persiste
cada tono y gemido que entre dientes
brotabas, túnicas irreverentes
de que alegre el recuerdo se reviste.
‘No desciendas los párpados. Observen
tus ojos en los míos cómo hierven
de enjambres de susurros y de gritos’.
Y vi al fondo sensual de tus retinas
un mar en llamas, un castillo en ruinas,
una lluvia de pétalos marchitos.
Los Angeles, 23 de octubre de 2008
1976 - De repente, tú
Qué puntual has llegado. Consumida,
se me doblaba el alma. Fue el momento
del Titánic: la noche, el hundimiento,
el abandono, la ilusión perdida.
Y de repente tú, cuando la vida
se vestía de luto. Del lamento
surgió el canto y el enternecimiento,
y germinó una rosa de la herida.
Por ti se abrió radiante nueva aurora,
y a mi carne desnuda se incorpora
tu propia carne, a mi futuro el tuyo.
Yace a mi lado, así, serenamente,
que en esta paz de dos eres corriente
en que audaz me sumerjo y me diluyo.
Los Angeles, 24 de octubre de 2008
1977 - Voy hacia ti
Siempre voy hacia ti, rompiendo el viento
que intenta detenerme, laborioso
en la superación de muro y foso
que obstaculizan mi adelantamiento.
Y voy sin equipaje. ¿Qué fragmento
de mi vida anterior, noble o grandioso,
podrá añadir valor al suntuoso
recinto de tu propio ofrecimiento?
Nada precisaré de lo vivido,
quédese todo en llamas o en olvido,
y nazca, brote, cante, brille y fluya
nueva obsesión que hacia adelante mire,
dance a mi ritmo, a mi favor conspire,
e identifique mi alma con la suya.
Los Angeles, 25 de octubre de 2008
Poemas
Oración del amante
Me la diste, Señor, me la quitaste;
tal vez me la apropié como quien marca
un gol fuera de juego
que sube al marcador, mas la ventaja
es breve, al fin perdiéndose el partido,
y la perdí, aun llevándola en el alma.
No sé si Tú nos das lo que soñamos
en soledad, en hambre, en añoranza,
o te lo arrebatamos, caprichosos,
aunque tu ley lo contraindique. Hay cartas
que no deben jugarse, y las jugamos,
sendas que sin deber andarse, se andan,
actos con etiqueta de prohibidos
que cada día a nuestra puerta llaman.
Y tan solos estamos que la abrimos,
nuestro letargo transformado en danza.
Yo dancé de la aurora hasta el ocaso,
y del crepúsculo a la madrugada,
cuando pensé que nadie llamaría
pidiéndome posada.
Llegábanme mendigos
en busca de limosnas, y pasaban,
perdiéndose en la noche,
vago recuerdo, transitoria llama.
Estos, Señor, ya sé que no eran tuyos,
hijos de mi flaqueza, viento en marcha.
Pero un día llegó, súbita y grácil,
la que esperé toda mi vida, y nada
me iba a impedir hacerla toda mía,
porque en cierto sentido me la dabas.
Y la amé como el joven primavera
que dormía en mi invierno, con el ansia
que juzgué haber perdido,
a sangre y fuego, a hondura y esperanza.
Tú sabes de ese amor, Señor, lo sabes
porque Tú nos lo diste. Nos dispara,
nos anega, nos ciega, nos confunde,
y es beso, y cicatriz, y dentellada.
Sí, ya lo sé, Señor, también hay normas
que en ocasiones uno olvida o salta;
pero Agustín de Hipona, ¿lo recuerdas?,
que supo amar, y amarte, aconsejaba
‘ama y haz lo que quieras’, y Tú mismo,
a la mujer adúltera indultabas:
‘¿Nadie te acusa ya? Ni Yo tampoco’.
La amé tanto, Señor, que llevo el alma
llena de su recuerdo y su sonrisa,
aunque el recuerdo a veces me apuñala.
Nuestra vida es efímera,
y también es fugaz, como una ráfaga,
el amor que nos llega,
que aunque prometa eternidad, se apaga.
Mas puede ser tan bello mientras dura
que justifica el trauma
de su partida, el riesgo de violencia
si el rival nos alcanza.
A ese amor se le cuelgan sambenitos
de traición, ligereza, trashumancia,
o de infidelidad. ¿Cómo ser fieles
cuando todo se acaba,
el silencio, el vacío, nos rodean,
y el ensueño de ayer nos da la espalda?
No arruina el adulterio, reconstruye
lo que se tuvo y se perdió, no arranca
el ruinoso rosal, planta uno nuevo,
renovando colores y fragancia.
Cierto, Señor, un tiempo yo salía
por cerros y barrancas,
tensando el arco, con la flecha a punto,
por la simple delicia de la caza.
Pero al llegar la que encendió mi vida
de luces y de llamas,
enterré flechas y arco,
y la amé en exclusiva, como amara
tu siervo Adán a la mujer que hiciste,
como si fuera la única, sin pausa.
Y ahora, perdida, la amo todavía,
aunque en dolor, pero sin esperanza.
Gracias, Señor, por dármela, tan bella,
tan incitante, tan enamorada.
Al recibirla, supe que la vida
no nos da nada eterno, que se acaba
el amor más intenso, como fluyen
los ríos hacia el mar, donde descansan.
Ella desembocó, yo continúo
mi curso entre los sauces, pero el agua
no canta ya, solloza,
porque también, Señor, me diste lágrimas.
Me la diste, y al fin me la quitaste;
por habérmela dado, Señor, gracias.
Los Angeles, 22 de octubre de 2008
Cada cual a su estilo
Con sus ojos redondos, enigmáticos,
y destellos de siglos, o de instantes,
me observa Mishka. Lentamente ondea
su larguísima cola. No hay mensaje
ni en su inmovilidad de negra estatua,
ni en su mirada fija, impenetrable.
No entiende lo que pienso, o sí lo entiende,
pero no se estremece, exasperante
su carácter felino, en que las cosas
no se han de revelar, sólo se saben.
Y yo tampoco acierto
a ahondar en su silencio. Qué contraste
con mi otro amigo, Bek, golden retriever,
acostado a mis pies, o importunándome
con festiva exigencia de caricias.
Sin hablarle, me escucha, y al mirarme
conoce lo que pienso, y me lo dice
con esos ojos de bondad, tan grandes.
No hay en ellos misterio,
todo tan límpido como agua y aire.
Hablamos en silencio,
y entendemos los dos ese lenguaje
mejor que si esgrimiéramos palabras;
cuanto siento y medito está a su alcance.
Su mirada refleja en ocasiones
mi propio desaliento, a veces arde
en su fondo la llama que me incendia,
a veces es tan triste como el ángel
de la muerte en el mármol de las tumbas,
a veces simplemente es entrañable,
como cuando escuché el primer te quiero
de la única mujer que supo amarme.
Sus ojos son mi espejo, en ellos veo
cuanto bajo mi piel se agita o yace.
Tienen la voz sedosa, aunque callada,
que acaricia y sosiega al contemplarme.
Mishka me observa solitaria, inmóvil;
Bek se vincula a mis intimidades.
Los Angeles, 22 de octubre de 2008
Siempre esclavos
Sacudimos un día las cadenas
que esposaron muñecas y tobillos,
y nos dijimos libres.
El aire de las cumbres era un grito
resonando en el pecho
al compás del tambor de los latidos,
como por vez primera
siente la vida al respirar el niño.
Pero nuevas cadenas aherrojaron
cerebro y voluntad, cuando el sentido
se arrodilló a otra piel, y en dependencia
se sometió el espíritu.
No será la más bella,
mas lo parecerá; si se ha encendido
leve, pálida luz parpadeante,
será faro orientando a los navíos;
si nota manuscrita,
la otorgaremos condición de libro;
y a la humilde cabaña
podrá dársele rango de castillo.
Así la mente sueña y se alucina,
así nacen los mitos,
tal como Don Quijote contemplara
la Dulcinea de sus desvaríos,
sin ver la Aldonza real, burda y hortera,
que todos vieran aventando el trigo.
Nosotros mismos nos encadenamos;
gritando libertad, somos cautivos
del mundo que alteramos a la imagen
de nuestro propio idilio,
de nuestra dependencia a quien amamos,
de nuestro aislante, voluntario exilio.
Contemplamos las cosas
a través de otros ojos, presentimos
lo que debiera razonarse, obramos
por deferencia más que por principios.
Y al soltarse la mano que nos ata,
no se quiebra una argolla, ni el instinto
de antigua libertad se recupera;
la soledad irrumpe en el camino,
robusteciendo el hierro.
Y esperando el martillo del olvido
seguimos arrastrándonos,
esclavos siempre en endeblez de vidrio.
Los Angeles, 25 de octubre de 2008