Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Arde la vida

Índice

Sonetos:
Hombre invernal Voy a vivir Ésta es tu fiesta
Poemas:
Casi un proyecto Alforja de caricias Paso y vuelvo a pasar ¿Qué esperé? Al pan, pan, y al vino, vino
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Breverías

1976
No supe que venías, y llegaste como relámpago en la noche oscura; sin conocerte apenas, te ausentaste, agrio sabor o arpones de ruptura; regresaste de nuevo, con promesas de cielo azul y tiempo inextinguible; y cuanto más en ansiedad me besas te veo tanto más sustituible.

1977
Fueron horas de luz, días de plata, noches en carne viva, sangre y gozo bajo la piel rodando, miel y nata, manos y muslos en vivaz retozo. Y hubo una larga pausa, un intervalo de horas oscuras, oxidados días; al fin intersección de vulva y falo, triunfo y gloria de dos anatomías.

1978
Qué despacio te miro. La baranda del mirador en que te apoyas, gime tan gentil, a la inercia de tu peso. Lento, tropel de nubes se desbanda. Su florete de luz la tarde esgrime. Quietud en el terrado… Dame un beso.

1979
Tengo que hablar contigo del camino que un día recorrimos, con su puente, los olmos a la orilla del molino, abandonado ya, la vieja fuente… Esa fue nuestra Arcadia, aunque no fuimos pastores ni poetas; quiero resucitar cuanto vivimos, vida simple, y azul, sin etiquetas.

1980
Tengo sed, mucha sed. Si la mañana se despierta con sed de luz, yo tengo mucha más sed. Si a címbalo y campana les urge alzarse en explosión, yo vengo con más urgencia. Si la tierra eleva sus ojos pardos a la nube, y grita sin voz su sequedad para que llueva, mucha más lluvia mi alma necesita. Sed, mucha sed de ti, oh, tanta, tanta, que todo yo soy labios y garganta.

Sonetos

1992 - Hombre invernal
Noviembre no es un mes para rosales; tiritan, duermen, su fragancia huída, muerto el color, la seducción perdida; no hay rosas en florestas invernales. O tal vez sí las hay. En los portales del alma enamorada, cada herida es una rosa roja, cuya vida no depende de tiempos especiales. En el hombre invernal se arremolinan tormentas de pasión que no imaginan ni han vivido los hombres primavera. Sabe noviembre deparar sorpresas que nadie sospechó; no son pavesas de fuego agonizante: Son la hoguera.
Los Angeles, 23 de noviembre de 2008
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1993 - Voy a vivir
Arde la vida en mí, no me rodea; no es parte de mi entorno, del paisaje; ni es oportunidad, ni es andamiaje sobre el que mi alarife martillea. Hubo un proyecto a desplegar, tarea que al fin ejecuté, peregrinaje que seguí día a día, y un bagaje de ideas que las sienes me golpea. Eso es lo que viví, determinado con frecuencia por otros. Hoy, cansado de tal esclavitud, me alzo en protesta. Voy a vivir el resto de mis años sin respeto de propios ni de extraños, sólo con la mujer que esté dispuesta.
Los Angeles, 23 de noviembre de 2008
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1994 - Ésta es tu fiesta
“No fui nada, y ahora nada soy. Pero tú, que aún existes, bebe, goza de la vida..., y luego ven.” (Epitafio romano)
Habrá unos golpes secos en tu puerta, con la insistencia de quien se apresura; no es el viento borracho que procura invitarse a otra copa; no es la oferta del buhonero que te desconcierta a base de agudeza o de impostura; es la muerte, esquelética estatura en siniestros crespones encubierta. No respondas, no importa cuánto insista; brinda con alguien, que alguien te desvista, danza en sus brazos, tiéndete y disfruta. Ésta es tu fiesta; lleve su guadaña a otra mansión, alcázar o cabaña; que éste es tu instante, tu canción, tu ruta.
Los Angeles, 24 de noviembre de 2008

Poemas

Casi un proyecto
No nos pudimos ver en Salamanca. Un propósito fue, casi un proyecto. Ella estuvo una vez, pero de paso; fue mi ciudad de libros y de besos. Me cautivó su foto en la Plaza Mayor, suelto el cabello, gafas de sol, tan seria, con la vista perdiéndose a lo lejos. Estaba acompañada, pero sola, como tantas esposas en el lecho. ¿Qué contemplaba tan ensimismada? ¿Un gentilhombre pálido? ¿Un bohemio? ¿La fachada, quizá, de Churriguera? ¿La blanca nube en el azul del cielo? Estaba tan ausente en esa foto, pero también muy bella. Sin saberlo ni ella ni yo, la estaba contemplando desde mi corazón, desde muy lejos. Eran días de niebla en sus dominios, de distancia y silencio, cuando la desgastada compañía transitaba caminos paralelos. Mas demasiado pronto todavía para el vértigo y miel del adulterio…, que al fin llegó, por ruta inesperada. Oh, sabor y color y ofrecimiento. En las horas calladas del reposo, aplacados los ímpetus del sexo, le hablaba yo del Patio de las Dueñas y sus cien capiteles de misterio, de San Esteban, oro en el ocaso, de la Universidad, rana y camello, perdidos en la fronda repujada de la fachada, de Fray Luis, el bueno, el del ‘Decíamos ayer’, en clase, tras cinco años de oscuro cautiverio. Y ella se embelesaba, y quería volver conmigo a verlo, a trotar las angostas callejuelas, seguir el curso lento del Tormes, reflejando torres y cúpulas del viejo imperio. Pero no pudo ser. No me preguntes. Se rompen copas, se derrite el hielo, se van las golondrinas, las hojas secas se las lleva el viento. Regresaré algún día a Salamanca de la mano gentil de mis recuerdos, pero sin ella, la que deshojara los pétalos sedosos de mi sueño.
Los Angeles, 21 de noviembre de 2008
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Alforja de caricias
Vas por las noches que otros, no tú, para sí mismos fabricaran; y son tus pies dos bloques de cemento que subrayan carriles, no pisadas. Por las calles oscuras no caminas, te arrastras. Dicen que en ti, contigo, se hacen sucias las íntimas palabras, la arquitectura gris de las ciudades, los paisajes, las camas. Pero lo dicen quienes no te entienden, quienes te desconocen. Otras almas pueden entrar en ti, tocar la tuya, comprender su engranaje, ver sus alas; porque también quieres volar, y sabes, no te faltan las ansias, aunque ahora te deslices tan lenta, tan cansada, sobre este suelo inhóspito, difícil, que te agota y maltrata. Con vocación naciste de gaviota, pero sin mar, sin playa. Llevas al hombro alforja de caricias, hábiles, sí, pero tan rutinarias… Veinte gramos de amor, veinte monedas, las sonrisas son gratis, como el agua. Ay, mujer, qué de prisa va la vida, cómo envejeces día a día. Abrasa la curva de tu edad el sol de julio, mientras diciembre rompe tus ventanas. Tantos te han caminado, y ni tu nombre saben; son distancias, tras haber sido vínculos y empalmes, una estocada entre dos muslos, nada. Ay, mujer, entre tantas compañías, qué sola estás, en marcha, siempre en marcha.
Los Angeles, 22 de noviembre de 2008
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Paso y vuelvo a pasar
Me parece pasar ante su casa cuando en las horas tristes me retiro a mis propios pensamientos. Optan por adherirse, uñas y dientes, a esta entraña mía, desistiendo de vuelos más felices. Me revelan la luz, tras los visillos de la alcoba que me hizo inasequible. Casi nada parece haber cambiado: Los geranios, al borde del aljibe, el cenador, herido por el viento, los gritos infantiles al otro lado de la carretera, la ropa en el tendal, al aire libre… Paso y vuelvo a pasar, como esperando que abra la puerta, que tal vez me mire con la ternura de los viejos tiempos, con el deseo que se agita y gime, con la nostalgia de lo que perdimos, con el dolor de lo que nos divide, con la esperanza de teñir de verde, de azul, de rojo, las mañanas grises La casa, antes cadencia, es hoy silencio, fue gozo un día, pero no sonríe; se le ha secado el árbol de la vida, productor de temblores juveniles, como si una tijera gigantesca le hubiera cercenado las raíces. Le ruego al pensamiento que se ausente, que me deje dormir en los jardines de los viejos recuerdos, cuando el aire rebosaba de alondras y violines; cuando la puerta se me abría, y dentro todo era permisible.
Los Angeles, 22 de noviembre de 2008
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¿Qué esperé?
¿Qué esperé del amor? Lo esperé todo: Fascinación, sensualidad, olvido. Entrar por una puerta, cerrarla al punto y escanciar el vino de promesas y nudos absolutos, calendarios sin fechas, y sentidos siempre en pie, efervescentes, y palabras derechas, sin equívocos. Al otro lado de esa puerta, oscuros, fuera de mi perímetro, las huellas anteriores en ásperos caminos, las rosas deshojadas, los últimos vestigios de esperanzas absurdas y proyectos abandonados ya, final de un ciclo. Para aquéllos, un círculo de brazos, para éstos, el olvido. No, no fui ingenuo. Penetrado estuve de temores y dudas; un cuchillo colgaba sobre mí. Supe que un día podría cercenar todos los hilos que me unían al sueño. Las quimeras nunca tienen cimientos de granito. No miré hacia el futuro a largo plazo, porque todo es efímero; sólo quise en mi tiempo exprimir los racimos que la vid del presente me ofrecía, de llevar al molino el acopio de mi alma espigadora, de hacer a cada instante todo mío. Y rebosó mi copa del más espléndido y añejo vino, y en mi tahona se horneó el pan blanco, y se quedó el reloj medio dormido. Fueron días de abril y mayo, el año renunciaba a las lluvias y los fríos… No me dejé engañar, yo no ignoraba que llegaría octubre, como un río desbordando la presa, y diciembre y febrero; que el prodigio que se operaba en mí, se extinguiría, mas lo viví a susurro y estallido; si una palabra sobre el horizonte, entre las manos, apretado, un libro. ¿Qué esperé del amor? Lo esperé todo, y todo lo adquirí. Fue el obelisco erguido en la llanura, como dedo apuntando al infinito, a lo transcendental. Y cuando el cielo azul vaya tornándose plomizo, el foso de la ausencia se agigante, rija la soledad nuestro recinto, sabremos que ha acabado casi todo, sólo casi, porque lo que tuvimos nada podrá arrancarlo, será nuestro, no utópico, legítimo. ¿Qué espero del amor? Aunque estoy solo, lo tuve un día y todavía es mío.
Los Angeles, 23 de noviembre de 2008
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Al pan, pan, y al vino, vino
No siempre dije la palabra exacta, ni avancé el gesto más significante; tal vez mi propia idea me evadía, o restringió mi afán a desnudarme. Y yo fui perdedor, y tal vez otros lo serían también, por no aclararme. Burbujean conceptos en mi mente que, aunque de miel, tienen cariz de alfanjes, no porque los afile al emitirlos, ni porque los disfrace, sino por los oídos receptores, melindrosos al punto de indignantes. Las cosas son tal como son, escuetas, simples, impermutables; tienen sus nombres propios, y apodarlas, eludirlas, vestirlas de plumajes, es hacerlas traición. La rosa es rosa, el sexo es sexo, y el amante, amante; la vagina y el pene no requieren de circunloquios ni de ambigüedades, ya en sí mismos o el uno con el otro; todos sabemos lo que hacemos y hacen. Hablemos claro, como el diccionario. La prostituta lo es aunque la llamen ‘una de esas señoras’, o mujer de la calle. ¿De dónde son, entonces, las mujeres que salen de su casa a pasearse? Si a Pedro le llamamos Pedro, a Antonio no le nombramos Luis, ni a Pablo Jaime, ¿a qué ese afán de transmutar los nombres o camuflar las frases? Hay palabras muy serias que no requieren pálidos ropajes. Al pan llamadle pan, y al vino, vino, no altereis el mensaje. Se tiene a veces miedo de proclamar amor, de abrir la carne que pide a gritos ser colonizada; y no por ser cobardes, sino por el terror de las palabras que lo describen, pero no han de usarse. Habla como te dicte el pensamiento, en alarido o en susurro. Calle aquél cuyo cerebro esté vacío, o nada tiene que decir a nadie.
Los Angeles, 24 de noviembre de 2008
Diseño: Carmen Álvarez
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