Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
En la memoria

Índice

Sonetos:
Mi propio yo La mano
Poemas:
Sola en casa En el viento La cuerda cortada Silencios muertos Recuerdos
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Breverías

1971
Se me han ido las márgenes; mi río permanece, no fluye, desbordado; nada me estrecha, y aunque yo me amplío, mi gozo estriba en tránsito encauzado. La libertad a veces empobrece; con apariencias de ensanchar, limita; devuélveme a ese cauce que me crece, me abraza, arrastra, y no me debilita.

1972
Quiero tocar. Las manos, tan hambrientas, me lo exigen a voces; potentes, pero ociosas herramientas, solicitan trabajo. ¿Reconoces las líneas crípticas en cada palma? No hay enigmas allí, sólo clamores reventando en el sótano del alma por tu sensualidad, por tus amores.

1973
Ensánchate, mujer, abre los brazos, separa las rodillas, eres de agua y de fuego, eres de luz servida en fogonazos, absorbes, quemas, brillas, y yo soy ímpetu, y después sosiego.

1974
Desmantelo el recuerdo, voy limando su durabilidad, su orfebrería, hasta llegar al epicentro blando que palpita y trepida todavía. Entre la miel del núcleo, sepultada la daga está que rasga y profundiza; voy a fundirla al fuego; deformada quede su masa inerte en la ceniza.

1975
Tan solo estoy que oigo brotar las rosas, y los tallos del trigo; se me hacen las estrellas clamorosas, me habla la luz, llamándome su amigo. Tantas cosas que nunca percibiera entre la gente, o en tu compañía, cuando viví hacia fuera, si es que puede decirse que vivía.

Sonetos

1990 - Mi propio yo
Déjame ser el que ya fui. No he sido yo mismo en muchos años; la careta que tú ves como rostro, me interpreta en formas que jamás he convenido. No me la impuse yo, ni he enmudecido por mi propia elección; si marioneta, danzando a otro compás, cada pirueta fue exigencia de azar inmerecido. Quiero volver a ser el mismo que era antes de este silencio, esta sordera, que me enclaustra en mi islote, me recluye. Necesito romper este aislamiento, cantar, arder, rugir con propio acento, percibir que mi yo se reconstruye.
Los Angeles, 20 de noviembre de 2008
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1991 - La mano
¿Dónde mi rigidez, mi fortaleza? No soy ni litoral ni acantilado, pero hay un mar rompiendo a mi costado, y un polvorín volando mi cabeza. En cada amanecer se despereza y se renueva el mundo, ayer cansado; pero ese hostigamiento prolongado no deja en mi alma pieza sobre pieza. Te di la mano. Un doble dinamismo cobró fuerza en tu vida y en mí mismo, y ambos fuimos de llama y energía. La soltaste y perdí. Débil y oscuro, me pierdo entre vaivenes, y el futuro me obsequia con su mano, tan vacía.
Los Angeles, 20 de noviembre de 2008

Poemas

Sola en casa
Sola en casa, los hijos capeando vidas de hiel, como la suya misma. Qué vacío está el mundo, qué silencio. ¿Nada pasa en la calle? ¿Nadie grita? Las paredes ¿protegen o aprisionan? La cama está tan fría como en las viejas ventas al pie de los caminos, en Castilla, donde sólo un brasero primitivo generaba calor, o pretendía. Y las tardes son largas, y las noches eternas. Se perfilan extrañas sombras en el techo, trazan pasos de baile, como quien invita al fervor de un festejo que no existe, a algazara que sólo es pantomima. Sola en casa. No besan los recuerdos, muerden con rabia, llegan a escondidas, sin ser llamados, turba de chacales merodeando entre las inmundicias. Se esfuerza en ahuyentarlos, pero vuelven, fauces sangrientas, ojos de ceniza. Todas las estaciones son invierno, encierro y soledad, sombra y llovizna. Las mañanas son noches a destiempo, no saben renacer, no la iluminan. Los caminos se arrastran, mas no llegan, y lo que se abre no se finaliza. Esta mujer tan sola, tan doliente, en su casa, en las calles, en la vida.
Los Angeles, 19 de noviembre de 2008
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En el viento
La percibo en el viento. Tiene un cuerpo casi visible, casi como un alma, pero sin castidad, con la impudicia de la ramera más desvergonzada, y con la suavidad y la inocencia de la primera luz de la mañana. Se inclina sobre mí, y en torno mío sus larguísimos dedos se enmarañan, me rastrean, me invaden, se apoderan del sexo, me lo exaltan. Tiendo las manos a ella, inútilmente; carece de volumen, es la ráfaga que llega súbita, sin anunciarse, juega con mi cabello, se derrama como una lluvia de aire, y me desnuda, se encarama a mi espalda, se me infiltra en los muslos, y su jadeo es casi una palabra que me lo dice todo, mas sin tener que articularme nada. La entiendo. Tan audaz, tan expresiva, sin melindres, prejuicios, suspicacias, como la amante que lo diera todo, que ya lo dio una vez, cien veces, tantas… Se me antoja desnuda. Una mujer así, toda de nácar, no oculta su belleza, la expone al sol, la ofrece, la derrama. Una mujer, llena de manos, sabe programar sus andanzas, rozar, yuxtaponer, circunscribirse, y dejarse atrapar. En mis entrañas el viento se hizo fuego, y nunca me abrasé en mejores llamas.
Los Angeles, 19 de noviembre de 2008
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La cuerda cortada
(Variación sobre el poema del mismo título de Bertolt Brecht)
Tanto me amó, tanto la amé… Surgían dos golondrinas juntas del alero, dos amapolas en el trigo verde, dos campanas al vuelo, dos sombras en la barca, cada cual con su remo. Siempre de dos en dos, como nosotros, dos, uno, dos, ¿quién sabe? Si dos cuerpos, un alma solamente; si dos almas, una sola pasión, un solo afecto. Y un día se alejó. Rompióse el lazo. Iba desintegrándose el invierno, las nieves remontándose a las cumbres, empezando el deshielo; pero no me llegó la primavera, no obstante un marzo de colores nuevos. Quedó el cordón cortado, yo con mi propia parte entre los dedos. Tal vez un día logren anudarse, recobrando su fuerza, los extremos; mas será ligazón artificiosa, nunca la fibra de los viejos tiempos. Quizá también, siguiéndome las huellas, se incorpore de nuevo a mi sendero, y me alargue la mano, y se la tome, pero no será igual, ya no gemelos, ya no cántico a dúo, ya no dos alas para el mismo vuelo. Ay, que las cosas que se rompen quedan, aunque se recompongan, en fragmentos.
Los Angeles, 19 de noviembre de 2008
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Silencios muertos
¿Has escuchado alguna vez el duro y hostil silencio en el salón poblado por la mujer y el hombre que se eluden? Pesa sobre los hombros como un fardo de ruiseñores muertos, con gotitas minúsculas de sangre salpicando la tierra a nuestra espalda. No parece haber trueno ni relámpago capaz de sacudir la anchura inmóvil de tal separación. Desvinculados de su anterior intimidad, erigen su muralla invisible. A cada lado persiste un desamor, también un miedo, y un orgullo glacial, y un desengaño. Tiempo atrás el silencio era de oro, y la elocuencia no era de los labios; hablaba la cabeza reclinada sobre un hombro, la mano en otra mano. Pero vinieron las palabras; pronto se trocaron en látigos, y huyó el amor por las alcantarillas, confuso, avergonzado. ¿No percibes un estremecimiento de inviernos revolcándose en el barro, al cruzar por la puerta de esa casa; una plancha de hielo en el tejado, los barrotes de hierro en las ventanas de cristales opacos? Hay algo de mazmorra, y algo de cenotafio. Esa casa es un buque a la deriva abocado al naufragio. Hay silencios que insultan, silencios muertos, deshumanizados.
Los Angeles, 20 de noviembre de 2008
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Recuerdos
(Variación sobre el poema ‘Recuerdo de Marie’, de Bertolt Brecht)
Creo que la besé. Era una tarde de septiembre, callada, soñolienta, sin más rumor que el son intermitente de cencerros y esquilas tras la cerca. Nadie pasaba por allí. Dormían perezosas las aguas de la alberca. Me dijo cosas y le dije cosas que a nadie dije y nadie me dijera. No me preguntes, ya no las recuerdo, hace tanto que fue…, pero eran bellas. Creo que la besé. También supongo que me besó. Los dos sobre la hierba. Qué quietud se extendía por el campo. Ni un solo caminante en la vereda, ni más señal de vida que, a lo lejos, el humo azul de cada chimenea. Apenas la recuerdo. ¿Eran su ojos azules, verdes, o marrones? ¿Era su cabello lineal o ensortijado? ¿Era rubia o morena? Pienso que abrió la blusa, y acomodó su mano entre mis piernas, mas no puedo jurarlo, no me es fiel la memoria de la escena. Y sin embargo llevo aquel paisaje dentro de mí como una rosa fresca. Al parecer nos desnudamos ambos, quisiera recordarlo, sí, quisiera saber si lo inició mi propio impulso o si fue su impaciencia. Hay unos senos firmes en mi mente, y hay muslos entreabiertos. ¿Serán de ella? Quisiera recordar cada detalle, como el juego atrevido de su lengua sobre mi sexo, el último gemido, ya suyo o mío, en la magnificencia del mutuo orgasmo, porque estoy seguro de que así sucedió la tarde aquella. No me preguntes más detalles, tengo la memoria invadida por la niebla. En las tardes de otoño, y en invierno, verano, primavera, me adentro en mi cerebro, rebuscando en cada esquina oscura, en cada grieta, reliquias de aquel día. ¿Qué habrá sido de aquella joven sin apenas huellas? ¿Tendrá su hogar alborotado de hijos? Y de noche, entre sábanas, en vela, junto a un esposo que le da la espalda, añora aquella tarde? ¿La recuerda?
Los Angeles, 20 de noviembre de 2008
Diseño: Carmen Álvarez
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