Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Aislamiento

Índice

Sonetos:
La amé, Señor Versos al aire En tal quietud Aislamiento Lo tengo todo
Poemas:
Día a día Tal vez un día Resuelta
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Breverías

2031
Soy un cuerpo desnudo que no ha de revestirse, un surtidor de vida fingiendo fecundar, dos brazos apremiantes en intento de abrirse, y un deseo implacable, dispuesto a devorar. Si el atuendo que cubre tus formas te sofoca, si tus jugos vitales son avidez que clama, si tus muslos abrazan, si está hambrienta tu boca, ven, y encienda una pira mi llama con tu llama.

2032
Denme los dioses la prerrogativa de dormir cada noche a ojos abiertos frente a tu forma inmóvil, que reactiva mis íntimos silencios en conciertos.

2033
Viva llama se enciende en su mirada, se propaga a su cuerpo y lo caldea; pero penetra el mío, serpentea en mi entraña y me deja incinerada.

2034
El amor es violencia, y es conquista, y es contienda en que dos claman victoria, y más tarde, uno o dos, son derrotados. Dicen ser ciego y entra por la vista, niega el olvido y pierde la memoria, promete gozo y forja mutilados. Y pese a tan ilógicos extremos, lo procuramos, no lo aborrecemos.

2035
Ah, pero qué exquisito masoquismo que nos hace anhelar el sufrimiento en el fondo más vivo de uno mismo, y al destrozarnos, en cada fragmento no vemos muerte, sino el mecanismo de ensoñación que impulsa el sentimiento. Y llamamos, por propia conveniencia, amor de vértigo a lo que es demencia.

Sonetos

2046 - La amé, Señor
La amé, Señor, como lo hubieras hecho de ser más hombre y menos Dios que fuiste; la amé porque Tú mismo me la diste, con tal amor que me estallaba el pecho. La amé al pie del naranjo, sobre el lecho, la amé exultante, relajada, triste, la amé con ese amor que se resiste a morir cuando todo se ha deshecho. Fue adúltera, Señor, pero conmigo, y yo lo fui con ella. No hay castigo para quien ama arrebatadamente y se mantiene fiel al nuevo lazo. Nuestro amor no fue sólo un ramalazo, por eso mi alma, oh Dios, no se arrepiente.
Los Angeles, 18 de marzo de 2009
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2047 - Versos al aire
He dejado mis versos en el viento, poema melancólico, infinito, porque los otros que en papel te he escrito regresaron a mí en resentimiento. Llamaron a la puerta y, desatento, tu despego fue bloque de granito; prorrumpieron tu nombre a vivo grito, y tampoco se abrió; gimió el lamento de su rítmica voz, y no hubo oído. Y mi tropel de versos, malherido, volvió sobre sus pasos hacia mí. Los he lanzado al viento. Tal vez lleguen a alguna esquina donde no les nieguen la aceptación que se esperó de ti.
Los Angeles, 18 de marzo de 2009
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2048 - En tal quietud
Estaba el mar en calma. La bahía era bandeja de radiante plata. Al fondo, en el pinar, la serenata de la brisa en las ramas. Mediodía. El ambiente era azul, blanda armonía del cielo que en el agua se retrata; todo inmóvil, silencio, catarata de luz sobre las cosas. La abadía de los trapenses, desde su espadaña, anunciaba las doce. En la montaña blanca nube la cumbre coronaba. Y en tal quietud, estable, soñolienta, dentro de mí rugía la tormenta, y el alma entera se me ensangrentaba.
Los Angeles, 18 de marzo de 2009
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2049 - Aislamiento
Lo real me resulta increíble y remoto (Gabriel Celaya)
¿La realidad?. Regresaré a mi cueva. Crearé sentimientos e ideas. No me aflijo. Ya ejercí mis oficios humanos. Tuve un hijo, escribí un libro, planté un árbol. Mueva montañas, corte ríos quien se atreva. Para mí ya no existe ese amasijo de objetos materiales, ni me rijo por cósmicos esquemas. Me subleva toda interpretación o acatamiento a lo firme, lo estable. No presento a los demás ninguna alternativa. Sólo quiero estar solo, retirado de cuanto me amordaza, del tinglado que disminuye al alma creativa.
Los Angeles, 19 de marzo de 2009
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2050 - Lo tengo todo
Nunca te vi tan bella, ni tan mía, como en la tarde gris, perturbadora, que me dijiste adiós. No se aminora de un lado el gozo, de otro la agonía. Te llevo en mí, converso cada día con esa imagen, ya provocadora, ya gentil, que si bien no colabora con sus respuestas, amo todavía. Al irte me has perdido. Yo renuevo sin cesar cuanto obtuve, pues lo llevo, como desde el principio, siempre en mí. Ese es mi gozo, y es también mi espada. Lo tengo todo, no te queda nada, aunque otros labios te dirán que sí.
Los Angeles, 19 de marzo de 2009

Poemas

Día a día
Crecerás, hijo mío. Serás roble: serenidad, arraigo, fortaleza; río serás, en devenir constante, que aunque siempre se vaya, siempre queda; serás nube, cruzando firmamentos, inventándote formas, y sin huellas; y sobre el verdiazul de tu aventura, serás quizá la cuarta carabela. Un día, por fatiga o circunstancia, amainará tu impulso; y una estrella descenderá a la palma de tu mano, se te hará realidad cada quimera, despuntando dos alas en tu espalda, y volarás con águilas. La niebla no alcanzará tus rutas, ni enemigo ballestero lo hará con la saeta. Te habrás forjado mundo un poco a tu manera. Te nacerán temblores, como tiemblan las hojas, en las piernas; y en la piel y en el alma cantará un himno la naturaleza. Tu lo habrás escuchado siendo nube, siendo río, en el mar, en la pradera; pero será distinto, todo nuevo, o lo parecerá, llevando a cuestas tantos colores nuevos, tantos ritmos, murmullos, turbulencias. Y un día oirás la voz afectuosa, tan narcotizadora, tan sincera, que te dirá: “Tú, lo mejor que nunca me sucedió en la vida”. No lo creas. La palabra es barata, sólo vale en el preciso instante en que se expresa, y no siempre. Se pierde, se malgasta. Ama, hijo mío, todo lo que puedas, con el alma y el sexo, pero que la razón no se te duerma. Hoy es hoy, y mañana es diferente, día a día, hijo mío, por tu senda.
Los Angeles, 13 de marzo de 2009
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Tal vez un día
Tal vez un día hojearás mis libros, en que tanto te dije y no escuchaste; tal vez responderás a algunas cosas de que te hablé, mas demasiado tarde; habré anotado ya el último verso, la última página tendrá un mensaje todo blanco, enigmático, que no conseguirá descifrar nadie, aunque muchos lo entiendan a su modo, y quizá tú también, mi única amante. Leerás algún poema; de repente levantarás la vista hacia la tarde, que llama suavemente a la ventana, tan nostálgica, tan irrevocable, hundiéndose en la noche, entre las ramas de álamos y sauces. Sola estarás. En paz. Una paz triste, densa, casi palpable. Tus dedos caminando sobre el libro, como un ciego, leyendo los mensajes que tu alma desentierra en el pasado, y que están frente a ti, bajo el plumaje de rimas, verbos, nombres y adjetivos hablándote en susurros, como un ángel En tu mente revuela ágil bandada de alondras que tú misma bautizaste con singulares nombres de ‘si hubiera sabido’, ‘aquel instante’, ‘quién pudiera’, ‘debiera haberlo hecho’, ‘cuánto me equivoqué’, y en espirales, suben, bajan y vuelven, y no consigues esquivar su alcance. Ya no es paz, es tristeza, es soledad, agobio sofocante. Ha entrado ya la noche, tragándose el paisaje. Dejas el libro abierto en la consola. Subes hacia la alcoba. Qué contraste con aquel día en que subimos juntos, el último, ¿recuerdas?, tan radiante. Casi al postrer peldaño te detienes, piensas unos segundos, y te invade la urgencia del descenso hacia la sala. Tomas el libro, lo abres, lo miras sin leer, y suspirando, lo abrazas contra el pecho, como se hace con el osito de peluche, cuando nos urgen los abrazos, y no hay nadie. A la orilla del lecho, en la mesita, quedará vigilándote mientras duermes, o intentas, las horas largas de la noche. Tañen campanas a lo lejos. Son las doce. Apagados los ruidos de la calle, surge mi espíritu de entre las páginas de ese tu libro, que escribí años antes. Y se acuesta a tu lado. No lo adviertes, pues carezco de piel, huesos y sangre. Pero cuando los tuve te amé tanto, que sin ellos no sé dejar de amarte. Duerme, mujer, mis manos invisibles siguen acariciándote.
Los Angeles, 14 de marzo de 2009
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Resuelta
Vino como a la playa el maremoto, inesperada, silenciosamente, sin circunvalaciones, impulsiva, como quien sabe y busca lo que quiere. Sin embargo, tenía su estrategia; no se dio de repente, sino por partes. Avanzaba piezas en ordenado, sensorial despliegue, como en el juego de ajedrez, rompiendo cada defensa inexorablemente. Sus piezas eran fotos personales, frases directas, breves. Se mostraba por zonas, un hombro descubierto, un pie indolente en su zapato de tacón de aguja, un seno firme, rígido, que emerge de la blusa entreabierta con el pezón erecto, que se ofrece, unos labios sensuales, simulando absorción en vaivenes, unas ancas lustrosas, invitando a galope febril, que no requiere campos abiertos ni horizontes amplios, porque cuanto desea hacer lo puede en dos metros cuadrados, entre cuatro paredes. Y su lenguaje, lúbrico, conciso, sin floritura inútil, sin hipérbole, llamando a cada cosa por su nombre, sin ocultarse en los ambiguos pliegues de fingido pudor, como quien mira sin doblez a los ojos, y sostiene la mirada, evadiendo el parpadeo, como quien habla lo que piensa y siente. Sus palabras surgían tan desnudas como sus muslos y como su vientre. Las respondí una a una, con la misma intensidad brotada de su fuente. Me temblaba la mano al escribirlas, pero no era temor, era la fiebre de la anticipación, y la certeza de una complicidad nada excluyente. Vino un día y se dio tal como hablaba, desnuda era aún más bella, era el juguete que, al acostarse cada noche, piden los hombres más sensuales a los Reyes. Toda ella era lujuria fascinante, elástica en su abrazo de serpiente.
Los Angeles, 17 de marzo de 2009
Diseño: Carmen Álvarez
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