Breverías
2031
Soy un cuerpo desnudo que no ha de revestirse,
un surtidor de vida fingiendo fecundar,
dos brazos apremiantes en intento de abrirse,
y un deseo implacable, dispuesto a devorar.
Si el atuendo que cubre tus formas te sofoca,
si tus jugos vitales son avidez que clama,
si tus muslos abrazan, si está hambrienta tu boca,
ven, y encienda una pira mi llama con tu llama.
2032
Denme los dioses la prerrogativa
de dormir cada noche a ojos abiertos
frente a tu forma inmóvil, que reactiva
mis íntimos silencios en conciertos.
2033
Viva llama se enciende en su mirada,
se propaga a su cuerpo y lo caldea;
pero penetra el mío, serpentea
en mi entraña y me deja incinerada.
2034
El amor es violencia, y es conquista,
y es contienda en que dos claman victoria,
y más tarde, uno o dos, son derrotados.
Dicen ser ciego y entra por la vista,
niega el olvido y pierde la memoria,
promete gozo y forja mutilados.
Y pese a tan ilógicos extremos,
lo procuramos, no lo aborrecemos.
2035
Ah, pero qué exquisito masoquismo
que nos hace anhelar el sufrimiento
en el fondo más vivo de uno mismo,
y al destrozarnos, en cada fragmento
no vemos muerte, sino el mecanismo
de ensoñación que impulsa el sentimiento.
Y llamamos, por propia conveniencia,
amor de vértigo a lo que es demencia.
Sonetos
2046 - La amé, Señor
La amé, Señor, como lo hubieras hecho
de ser más hombre y menos Dios que fuiste;
la amé porque Tú mismo me la diste,
con tal amor que me estallaba el pecho.
La amé al pie del naranjo, sobre el lecho,
la amé exultante, relajada, triste,
la amé con ese amor que se resiste
a morir cuando todo se ha deshecho.
Fue adúltera, Señor, pero conmigo,
y yo lo fui con ella. No hay castigo
para quien ama arrebatadamente
y se mantiene fiel al nuevo lazo.
Nuestro amor no fue sólo un ramalazo,
por eso mi alma, oh Dios, no se arrepiente.
Los Angeles, 18 de marzo de 2009
2047 - Versos al aire
He dejado mis versos en el viento,
poema melancólico, infinito,
porque los otros que en papel te he escrito
regresaron a mí en resentimiento.
Llamaron a la puerta y, desatento,
tu despego fue bloque de granito;
prorrumpieron tu nombre a vivo grito,
y tampoco se abrió; gimió el lamento
de su rítmica voz, y no hubo oído.
Y mi tropel de versos, malherido,
volvió sobre sus pasos hacia mí.
Los he lanzado al viento. Tal vez lleguen
a alguna esquina donde no les nieguen
la aceptación que se esperó de ti.
Los Angeles, 18 de marzo de 2009
2048 - En tal quietud
Estaba el mar en calma. La bahía
era bandeja de radiante plata.
Al fondo, en el pinar, la serenata
de la brisa en las ramas. Mediodía.
El ambiente era azul, blanda armonía
del cielo que en el agua se retrata;
todo inmóvil, silencio, catarata
de luz sobre las cosas. La abadía
de los trapenses, desde su espadaña,
anunciaba las doce. En la montaña
blanca nube la cumbre coronaba.
Y en tal quietud, estable, soñolienta,
dentro de mí rugía la tormenta,
y el alma entera se me ensangrentaba.
Los Angeles, 18 de marzo de 2009
2049 - Aislamiento
Lo real me resulta increíble y remoto
(Gabriel Celaya)
¿La realidad?. Regresaré a mi cueva.
Crearé sentimientos e ideas. No me aflijo.
Ya ejercí mis oficios humanos. Tuve un hijo,
escribí un libro, planté un árbol. Mueva
montañas, corte ríos quien se atreva.
Para mí ya no existe ese amasijo
de objetos materiales, ni me rijo
por cósmicos esquemas. Me subleva
toda interpretación o acatamiento
a lo firme, lo estable. No presento
a los demás ninguna alternativa.
Sólo quiero estar solo, retirado
de cuanto me amordaza, del tinglado
que disminuye al alma creativa.
Los Angeles, 19 de marzo de 2009
2050 - Lo tengo todo
Nunca te vi tan bella, ni tan mía,
como en la tarde gris, perturbadora,
que me dijiste adiós. No se aminora
de un lado el gozo, de otro la agonía.
Te llevo en mí, converso cada día
con esa imagen, ya provocadora,
ya gentil, que si bien no colabora
con sus respuestas, amo todavía.
Al irte me has perdido. Yo renuevo
sin cesar cuanto obtuve, pues lo llevo,
como desde el principio, siempre en mí.
Ese es mi gozo, y es también mi espada.
Lo tengo todo, no te queda nada,
aunque otros labios te dirán que sí.
Los Angeles, 19 de marzo de 2009
Poemas
Día a día
Crecerás, hijo mío. Serás roble:
serenidad, arraigo, fortaleza;
río serás, en devenir constante,
que aunque siempre se vaya, siempre queda;
serás nube, cruzando firmamentos,
inventándote formas, y sin huellas;
y sobre el verdiazul de tu aventura,
serás quizá la cuarta carabela.
Un día, por fatiga o circunstancia,
amainará tu impulso; y una estrella
descenderá a la palma de tu mano,
se te hará realidad cada quimera,
despuntando dos alas en tu espalda,
y volarás con águilas. La niebla
no alcanzará tus rutas, ni enemigo
ballestero lo hará con la saeta.
Te habrás forjado mundo
un poco a tu manera.
Te nacerán temblores,
como tiemblan las hojas, en las piernas;
y en la piel y en el alma
cantará un himno la naturaleza.
Tu lo habrás escuchado siendo nube,
siendo río, en el mar, en la pradera;
pero será distinto, todo nuevo,
o lo parecerá, llevando a cuestas
tantos colores nuevos,
tantos ritmos, murmullos, turbulencias.
Y un día oirás la voz afectuosa,
tan narcotizadora, tan sincera,
que te dirá: “Tú, lo mejor que nunca
me sucedió en la vida”. No lo creas.
La palabra es barata, sólo vale
en el preciso instante en que se expresa,
y no siempre. Se pierde, se malgasta.
Ama, hijo mío, todo lo que puedas,
con el alma y el sexo,
pero que la razón no se te duerma.
Hoy es hoy, y mañana es diferente,
día a día, hijo mío, por tu senda.
Los Angeles, 13 de marzo de 2009
Tal vez un día
Tal vez un día hojearás mis libros,
en que tanto te dije y no escuchaste;
tal vez responderás a algunas cosas
de que te hablé, mas demasiado tarde;
habré anotado ya el último verso,
la última página tendrá un mensaje
todo blanco, enigmático,
que no conseguirá descifrar nadie,
aunque muchos lo entiendan a su modo,
y quizá tú también, mi única amante.
Leerás algún poema; de repente
levantarás la vista hacia la tarde,
que llama suavemente a la ventana,
tan nostálgica, tan irrevocable,
hundiéndose en la noche,
entre las ramas de álamos y sauces.
Sola estarás. En paz. Una paz triste,
densa, casi palpable.
Tus dedos caminando sobre el libro,
como un ciego, leyendo los mensajes
que tu alma desentierra en el pasado,
y que están frente a ti, bajo el plumaje
de rimas, verbos, nombres y adjetivos
hablándote en susurros, como un ángel
En tu mente revuela ágil bandada
de alondras que tú misma bautizaste
con singulares nombres
de ‘si hubiera sabido’, ‘aquel instante’,
‘quién pudiera’, ‘debiera haberlo hecho’,
‘cuánto me equivoqué’, y en espirales,
suben, bajan y vuelven,
y no consigues esquivar su alcance.
Ya no es paz, es tristeza,
es soledad, agobio sofocante.
Ha entrado ya la noche,
tragándose el paisaje.
Dejas el libro abierto en la consola.
Subes hacia la alcoba. Qué contraste
con aquel día en que subimos juntos,
el último, ¿recuerdas?, tan radiante.
Casi al postrer peldaño te detienes,
piensas unos segundos, y te invade
la urgencia del descenso hacia la sala.
Tomas el libro, lo abres,
lo miras sin leer, y suspirando,
lo abrazas contra el pecho, como se hace
con el osito de peluche, cuando
nos urgen los abrazos, y no hay nadie.
A la orilla del lecho, en la mesita,
quedará vigilándote
mientras duermes, o intentas,
las horas largas de la noche. Tañen
campanas a lo lejos. Son las doce.
Apagados los ruidos de la calle,
surge mi espíritu de entre las páginas
de ese tu libro, que escribí años antes.
Y se acuesta a tu lado. No lo adviertes,
pues carezco de piel, huesos y sangre.
Pero cuando los tuve te amé tanto,
que sin ellos no sé dejar de amarte.
Duerme, mujer, mis manos invisibles
siguen acariciándote.
Los Angeles, 14 de marzo de 2009
Resuelta
Vino como a la playa el maremoto,
inesperada, silenciosamente,
sin circunvalaciones, impulsiva,
como quien sabe y busca lo que quiere.
Sin embargo, tenía su estrategia;
no se dio de repente,
sino por partes. Avanzaba piezas
en ordenado, sensorial despliegue,
como en el juego de ajedrez, rompiendo
cada defensa inexorablemente.
Sus piezas eran fotos personales,
frases directas, breves.
Se mostraba por zonas,
un hombro descubierto, un pie indolente
en su zapato de tacón de aguja,
un seno firme, rígido, que emerge
de la blusa entreabierta
con el pezón erecto, que se ofrece,
unos labios sensuales, simulando
absorción en vaivenes,
unas ancas lustrosas, invitando
a galope febril, que no requiere
campos abiertos ni horizontes amplios,
porque cuanto desea hacer lo puede
en dos metros cuadrados,
entre cuatro paredes.
Y su lenguaje, lúbrico, conciso,
sin floritura inútil, sin hipérbole,
llamando a cada cosa por su nombre,
sin ocultarse en los ambiguos pliegues
de fingido pudor, como quien mira
sin doblez a los ojos, y sostiene
la mirada, evadiendo el parpadeo,
como quien habla lo que piensa y siente.
Sus palabras surgían tan desnudas
como sus muslos y como su vientre.
Las respondí una a una, con la misma
intensidad brotada de su fuente.
Me temblaba la mano al escribirlas,
pero no era temor, era la fiebre
de la anticipación, y la certeza
de una complicidad nada excluyente.
Vino un día y se dio tal como hablaba,
desnuda era aún más bella, era el juguete
que, al acostarse cada noche, piden
los hombres más sensuales a los Reyes.
Toda ella era lujuria fascinante,
elástica en su abrazo de serpiente.
Los Angeles, 17 de marzo de 2009