Breverías
2176
Eres el roble a cuya sombra acudo,
y en tu cresta de ideas me refresco;
en la crecida hierba me desnudo,
entre provocador y picaresco;
pero te escucho, pues encanto mudo
tiene algo de incompleto, de grotesco.
De abajo arriba con la piel te abrazo.
pero hacia dentro es como anudo el lazo.
2177
Cruzaron hacia el sur las golondrinas,
y emigrarán los ánsares después,
y volverán de nuevo. Las colinas
nunca se van, se afincan en sus pies.
Y tú, como los pájaros, te vas,
y yo, como los cerros, permanezco,
consciente de que no regresarás,
consciente de que no te pertenezco.
2178
Me abandono a la tarde, y a las olas,
y al bullicio de la naturaleza;
en el puerto se encienden las farolas,
y se entierra en la arena la tristeza.
Ni soy feliz ni malaventurado,
ni me importa la vida ni la muerte,
náufrago voluntario, desposado
a este vaivén…, hasta que me despierte.
2179
Este reloj, cargado de cuchillos,
cada tictac mandoble inevitable;
fauce feroz, poblada de colmillos,
desgarrador de vidas, implacable.
Se nutre de la sangre que derrama
en su perpetuo ciclo destructivo,
y su brazo desciende, y se encarama,
hasta el golpe fatal, definitivo.
2180
Muchas se van, pero hay quien permanece
en calidad de infinitud, eterna,
radiante luz de estrella que parece
romper las noches, y nos desgobierna.
Luz que a veces quizá no prevalece
frente a pálidas luces de linterna,
pero que siendo en sí la más genuina,
sabe perseverar, y predomina.
Sonetos
2246 - Voy a colgar el alma
Voy a colgar el alma en la serena,
gris y sedosa percha del olvido;
ha perdido su nombre y apellido,
y no se reconoce. Me da pena.
Tan altiva en su tiempo, tan ajena
a desfallecimientos y gemido,
de suspiro amasada y de rugido,
de sándalo, jazmín y hierbabuena.
Parece haber envejecido tanto
que ya no acierta a sonreir, y el llanto,
sin motivo, es su forma de expresión.
Me dormiré a su lado, como el perro
que no abandona al dueño en el entierro,
yaciendo en el umbral del panteón.
Los Angeles, 8 de noviembre de 2009
2247 - Rueda del tiempo
Ah, qué locuacidad la nuestra; urgía
detener los relojes; cada hora
tornábase en letal devoradora
de sus propios minutos, y encogía.
Golpe mental sobre la lejanía
cada palabra escrita, transmisora
de cuanto el alma en orfandad añora,
en tantas otras se reproducía.
Y hablábamos, hablábamos; la ausencia
se evaporaba en la magnificencia
del prolongado diálogo ferviente.
Tu euforia al fin se transformó en hastío,
y ambos quedamos en silencio frío,
sin saber qué decirnos mutuamente.
Los Angeles, 9 de noviembre de 2009
2248 - Reinventándote
Debo reconstruirte, o reinventarte,
infundiéndote el alma que fingiste,
cederte ideas que jamás tejiste,
y refinar tu apreciación del arte.
Al sumergirme en ti, logré explorarte,
mas no en profundidad, que no tuviste,
mujer de superficies; sólo diste
sueños que me forjé, tal fue mi parte.
Tal vez al fabricarte a mi manera
repetiré el error que cometiera
concibiéndote afín a mis anhelos.
Mas prefiero de nuevo equivocarme,
tropezar, y quizás ensangrentarme,
a rodar indolente por los suelos.
Los Angeles, 10 de noviembre de 2009
Poemas
El tiempo
Hemos sido amasados
de dudas, límites y contingencias,
mente de poderosas ambiciones,
y voluntad tambaleante y hueca.
Aún juzgándonos dioses en proyecto,
la eternidad no es nuestra;
no la hemos conquistado todavía,
adquisición, si no imposible, incierta.
Pero el tiempo sí es nuestro,
nos pertenece a título de herencia;
no por haberle dado un engranaje
de palpitantes ruedas,
ni por haber creado su estructura
(tal vez él nos creó...o nos recrea);
sino porque podemos amoldarle
a nuestros propios usos y maneras.
Aunque él, al mismo tiempo,
inexorablemente nos moldea.
Somos dueños del tiempo,
no del que fue, tampoco del que espera,
mas sólo del momento que vivimos,
que es el único tiempo, a fin de cuentas.
Es el que hay que estrujar en nuestra mano,
el que hay que dominar. No hay estrategia
ni técnica infalible,
sólo vivir su instante en cada escena.
Hay que vencer al tiempo cada día,
aunque al final nos venza.
Los Angeles, 17 de noviembre de 2002
Un rebaño de versos
Un rebaño de versos se detiene
sin pastor, y en harapos, a mi puerta.
No sé lo que pretenden.
Parecen proceder de extrañas tierras,
donde tal vez han sido esclavizados,
donde no hay primaveras,
sólo arenales vastos, sin oasis,
sin largas caravanas opulentas
acarreando géneros exóticos,
incienso, alfombras, bálsamos, o sedas.
Buscan tal vez un líder
que les haga nación, que les dé fuerza,
como tuvieron tiempo atrás, volviendo
al ritmo, al canto, y a la transparencia.
Pero no soy Moisés, y no hay milagros
en mis pobres alforjas, ni respuestas
a sus gritos callados, ni la euforia
del avezado sabio que aconseja.
No soy más que artesano
que trabaja el cemento, la madera,
probando a darles formas agraciadas
a golpes de intención y gentileza.
Ellos, un día, orfebres delicados,
en plata y oro, a fuego y experiencia,
labraron elegancia, elaborando
uno con otro armónicos poemas.
Mas hoy se desestima el virtuosismo,
la producción en masa se acelera,
y por treinta denarios
el traidor vende al Justo, o las ideas.
Parecen una tropa de mendigos,
como quien todo lo ha perdido, y rueda
sin destino concreto,
en permanente, errática odisea.
Tal vez un día alcanzarán la patria
deslumbrante, quimérica,
que les fue arrebatada
por burdos artesanos de la gleba.
Les invité a pasar, brindamos juntos
en ritmo, rima y danza, y a la mesa,
fuimos por un momento los de entonces,
si desterrados, con el alma a cuestas.
Luego, como tropel fantasmagórico
de largas túnicas de brisa y niebla,
se hundieron en el último recodo
del camino, a la luz de las estrellas.
Los Angeles, 5 de noviembre de 2009
Palabras al viento
¿Y por qué, para qué, o a quién escribo,
si no serán leídas mis palabras?
Como hablar a mi perro, que me observa
con ese aturdimiento en la mirada
de quien quiere entender, pero no entiende;
o describir color y luminarias
al ciego, cuyo alcance de las cosas
es sólo aquello que sus dedos captan.
He intentado abrir puertas,
romper barreras, acortar distancias,
volcarme al exterior, arrancar sombras,
pero soy el profeta que proclama
la verdad a los vientos del desierto,
el labrador sembrando entre las zarzas.
Amante fui, que hablé de mil maneras,
mas ninguna escuchada.
Tal vez mi voz hizo vibrar las cuerdas
de distantes guitarras;
o fue el arco de anónimos violines,
o aliento a ajenos clarinete y flauta.
Pero al cantar mis versos
bajo cierto balcón, no hubo ventana
que respondiera abriéndose;
me escuchaba el zorzal, desde la acacia,
el nardo en el jardín, y el cabritillo,
interrumpiendo el pasto, tras la valla;
me escuchaba la brisa,
devolviéndome el eco, y las cigarras.
Qué silencio tan triste
el de quien no responde cuando le hablan.
Los Angeles, 5 de noviembre de 2009
Casi
Estaba siempre junto a mí. Muy lejos,
pero tan cerca, que al tender las manos
casi la acariciaba. Casi. Nunca.
A quince mil kilómetros. A un paso.
Se torna irrelevante
la elipse del espacio
si no desciende a un punto de la tierra
con apremiante impacto.
A veces en la vida padecemos
el suplicio de Tántalo,
para la sed el agua cristalina,
para el hambre los más sofisticados
manjares, tan a punto,
tan al alcance casi, sólo a un paso,
mas verdaderamente inaccesibles;
y morimos mil veces intentándolo.
O somos Sísifo, bajo la carga
de un amor hipotético abrumados,
en ascenso a la cumbre
a que una y otra vez casi llegamos,
viendo, en desolación cómo la roca
se nos desprende, y rueda cuesta abajo.
Y lo volvemos a intentar, eternos
optimistas o necios, abocando
a ese punto del logro que no llega,
otro casi también para el fracaso.
Tal vez necesitemos nuevos mitos.
Tal vez si sumergiéramos los años
en la turbia corriente del Leteo,
todo el acervo de añoranzas, llanto,
y esperanzas lograra diluirse,
surgiendo el alma original, en blanco,
sin experiencias, sueños o propósitos.
Si fuéramos arcángeles de mármol…
Los Angeles, 6 de noviembre de 2009