Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Nostalgias

Índice

Sonetos:
A un niño serio Nostalgia Es el tiempo brochazo… Desmaquillada Desencanto Retorno Orfandad del olvido
Poemas:
Los años sesenta
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Breverías

2375
Te amo en ráfagas de ideas, en cataratas de abrazos, en sedosos ramalazos de besos, en odiseas de manos, cuyas tareas se rueguen o planifiquen, en actos que intensifiquen cuanto ya se está viviendo, y en todo lo que no entiendo ni deseo que me expliquen.

2376
Oigo crecer la hierba cuando pasas, tan etéreo tu pie que no hace huella, tan espontanea el alma que transvasas a mi avidez tu encanto de doncella. El aire se te aparta, los sonidos amortiguan rigor y vibraciones, pero la luz te abraza, y mis sentidos captan contradictorias sensaciones.

2377
Siempre ante mí desnuda sea cual fuere el tren de tu atavío; es el atuendo conjetura y duda, y yo voy más allá; sólo me guío, como al tocarte con la vista el alma, por la envoltura que al nacer trajiste. Voy a lo natural; quede la calma para quien sólo en lo aparente insiste. Yo al impulso, al incendio me dirijo, y en la complicidad me regocijo.

2378
Me apoyo sobre ti, raíz, cimiento, capaz de sostenerme la estructura que sin tu solidez se tambalea. Tienes la fortaleza y el aliento que exige cualquier riesgo o aventura, por eso eres mi ley, mi plan, mi idea.

2379
Estás en pie, detrás de tus retinas, como quien nada tiene, mas espera; y tiemblas, tiemblas, hoja de amaranto. Entregarías tu alma casi en ruinas, pero ¿a cambio de qué? ¿De una quimera sólo capaz de acrecentar tu llanto? Tal vez, tal vez tu piel alquilarías, mas sin colmar tus ánforas vacías.

2380
Tengo amor para dar, a manos llenas, versos de leche y miel, lúbricos tactos alucinantes y liberadores. Los he ofrecido en ferias y verbenas, mas nadie los acepta, están intactos, cantos de ruiseñores en floresta desierta. ¿Por qué, mujer, no llamas a mi puerta?

Sonetos

2494 - A un niño serio
¿Qué zozobras absurdas, qué ansiedades te arrancaron del rostro la sonrisa? ¿Qué vaga sombra flota, e improvisa, en el mar de tus ojos, seriedades? ¿No sonríen en todas las ciudades ángeles como tú? ¿A qué esa prisa de hacerte hombre de pronto en la pesquisa de asuntos importantes? Hay edades para todo en la vida, y tus deberes son la risa y el canto y los placeres menudos del oasis de la infancia. Ríe, pequeño, salta y alborota, que tu alegría, al explotar, rebota en quien te quiere aquí y en la distancia.
Los Angeles, 4 de noviembre de 2010
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2495 - Nostalgia
Resbalan por mi piel viejos boleros como sutiles manos de añoranza del extático arcángel de la danza aleteando en salones domingueros. Fueron tiempos eufóricos, si austeros, de timidez y anhelo en alianza, o en contraposición; y en la esperanza de un nuevo alborear por los oteros. Soñábamos despiertos mil quimeras; de oro y cristal fletábamos galeras a un mar azul, sereno, venturoso, sin brújula ni miedo hacia el futuro, y nos llegó un mañana en claroscuro; pero el ritmo de ayer, qué luminoso.
Los Angeles, 4 de noviembre de 2010
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2496 - Es el tiempo brochazo…
Se va distorsionando tu figura en mi íntimo, confuso firmamento, como esas nubes que disgrega el viento las tardes otoñales. Se apresura mi alma a reconstruirla en la frescura y nitidez de forma del momento previo a tu deserción, pero mi intento se malogra en trivial caricatura Es el tiempo brochazo que oblitera la obra maestra que el artista hiciera, mas no en presteza, sino en lentitud. Así tu rostro se ha ido disipando, con ese tono prolongado, blando del último rasgueo del laud.
Los Angeles, 6 de noviembre de 2010
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2497 - Desmaquillada
Me fatiga la vista el maquillaje que oculta tu verdad. Es la portada de un libro sin abrir, que apenas nada me descubre de su íntimo mensaje. Es cartel que profana en el paisaje su prístina belleza, marginada en pro de lo trivial; es la fachada, la máscara, el tapujo, el embalaje. Soy de profundidad, de gentileza; me electriza y seduce la belleza sin colores bastardos ni disfraz. Es en tal desnudez que te prefiero, externamente tú de cuerpo entero, internamente tú, libre y audaz.
Los Angeles, 7 de noviembre de 2010
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2498 - Desencanto
Me repetía: “Es el amor que llega”, con enajenación de adolescente, pero siempre fallaba un componente en el vivo engranaje de la entrega. Me persuadía: “Es el amor que juega a flechas de oro y plomo indiferente; no te detengas, síguelo ferviente, que suele doblegarse a quien le ruega”. Durante cierto tiempo lo seguía, con fe, con esperanza, mas volvía solo a casa, frustrado en la intentona. Me dije al fin: “Es el amor que viene, se va, regresa, apenas se detiene, rompe el alma y burlón nos abandona”.
Los Angeles, 7 de noviembre de 2010
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2499 - Retorno
Un día regresó; como emigrante que, persiguiendo insólita quimera, y en quiebra su proyecto, revirtiera vencido al pueblo que dejó radiante. Trazaba la amargura en su semblante ligeros surcos; su alma, en la frontera de un sueño en extinción y otro a la espera de resurgir en calidad de amante. En este otoño mortecino, triste, para otro hombre, en su alcoba, se desviste la mujer que besó en tiempos lejanos. Y una tarde, también en esa alcoba, para él se desnudó, lúbrica loba, desgarrándole el alma con las manos.
Los Angeles, 8 de noviembre de 2010
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2500 - Orfandad del olvido
¿A qué sabor humano, a qué fragancia, se despiertan tus sábanas de raso, y entre qué manos se estremece el vaso de nuestro último brindis en la estancia? Qué escasa, qué confusa relevancia tienen las cosas ya, con qué retraso calendario y reloj marcan su paso, como empequeñeciendo la distancia. De mi último sudor, ¿qué permanece? Si el eco de mis versos reaparece, ¿logras averiguar su procedencia? ¿O tal vez lo susurras a su oído? Ah, la orfandad de ser desconocido al borde de una previa coexistencia.
Los Angeles, 8 de noviembre de 2010

Poemas

Los años sesenta
Madrid era la noche. Rechinaban las ruedas de los días sobre el tedio de opacas oficinas, en banales chácharas de deporte y comadreo. Qué lentas las mañanas de aquel primer invierno de alborear tardío, calles y plazas trémulo hormiguero de mil vidas apáticas cruzándose con prisa y en silencio, sudor y bocanadas de aire cálido en los andenes húmedos del metro, de autobuses, más bien contenedores de carne humana en almacén espeso. Y las cafeterías rebosantes, en triple línea ante la barra. El tiempo parecía rodar sobre las voces en tráfago a la vez rápido y lento, en el café humeante, y el rítmico y confuso tintineo sobre tazas, o vasos, o platillos de menudos, metálicos cubiertos. Madrid de siete a diez de la mañana. A las once o las doce el chiquiteo, las tapas y el vermut, y más coloquio insustancial. Y luego, hacia las tres, vencida la jornada, la ceremonia andante del tasqueo. Pero en verdad Madrid se despereza sólo al anochecer, cuando los cuerpos adquieren carga eléctrica, y las mentes traman ardides; horas de descenso a las más hondas simas de la vida para explorar sus íntimos secretos. Las luces del Madrid nocturno embozan mucho de gozo y algo de misterio, bastante de intercambio, y un tanto de subasta y de comercio, no necesariamente de tipo financiero. Si la mujer es más mujer de noche, el hombre es más corsario, y en sus sueños galeones de plata surcan mares hacia Eldorado, ya de amor o sexo. Madrid era armonía persistente, el baile a media luz, el galanteo, y el contacto sensual, hábil recurso, o agitación sin ulterior intento. Eran las dos y tres de la mañana, las terrazas abiertas, hervidero de gentes sosegadas, suspendidas en el inmóvil péndulo del tiempo. Era profuso río de parejas en informal paseo, joviales grupos jóvenes, estudiantes bohemios, haciendo de la noche pleno día, a la zozobra y al peligro ajenos. No se miraba atrás en sobresalto, mas con curiosidad; no había miedo. Eran años de paz, sin vigilancia, la existencia juguete en movimiento. La vida, si no fácil, era alegre, y el mundo, si dificil, era bello. En mis actuales noches de verano, a miles de kilómetros, recuerdo algunos nombres que llamé dormido, algunos labios que besé despierto, lugares de algazara, rinconcitos discretos, el amor que se tuvo y no se dijo, el amor que se dijo, mas sin eco; rostros ya, ciertamente, envejecidos, en mi memoria juveniles, frescos. Destinos ignorados, nebulosos, mas previsibles en sus mil senderos. Interfiere mi gata en el teclado, me distraigo un momento, y observo mi nostalgia reflejada en los profundos ojos de mi perro.
Los Angeles, 5 de noviembre de 2010
Diseño: Carmen Álvarez
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