Breverías
2416
La voz cordial del alma no es ajena
a la voz sugerente del sentido;
si una imparte la miel de la colmena,
la otra enciende el fervor de la libido;
doble eslabón de singular cadena
que acopla a lo radiante lo prohibido.
Combíname al hablar ambos lenguajes,
que no se desvirtúen tus mensajes.
2417
Eres el libro que hojear pretendo,
leer y descifrar, las tres funciones
por las que a interpretar tu enigma aprendo,
y a detectar tus sueños y emociones.
Página a página te irás abriendo
como a la primavera los balcones,
cuyo diáfano abrazo, cautivante,
la luz acepta en desnudez de amante.
2418
El amor es efímera armonía,
llama que, pese a su esplendor, se apaga;
flor que se agosta, amena travesía
en dorado bajel que al fin naufraga.
No hay derecho a la queja, ni podría
frenar el llanto el flujo de la llaga.
Si no hay derecho a amor que nunca muere,
lo hay a saber que ya no se nos quiere.
2419
¿Cómo podrá satisfacer la fruta
que agrada a quien la da, no a quien la ansía?
¿Qué se me da el amor que me tributa
quien me ama a su manera, no a la mía?
2420
El silencio es la voz del que ha perdido
su batalla de amor. En el amante
revienta la canción en estallido
de victoria y placer…, aunque no cante.
Poemas
Copa vacía
Aún retiene el aroma
del vino tentador, rojo diablillo,
hurgador de conciencias indecisas,
instigador procaz de los sentidos.
Sobre el borde, una huella nebulosa
de carmín encendido.
Copa colmada es brindis y promesa,
callada invitación al regocijo,
pero no de inmediato;
algo así como el prólogo de un libro,
que hacia el tema central nos predispone
sin descubrir a fondo el contenido.
Sorbo a sorbo el nivel va decreciendo,
y se barrunta ya el primer capítulo;
la sonrisa en los ojos,
la palabra en la mano, y el latido
más tenso, descolgándose hacia el pubis,
y un temblor en las cuevas del instinto.
La copa es el barómetro
de una tormenta en ciernes, sin conflicto,
sucediendo entre sábanas de seda,
truenos, relámpagos, pudor perdido.
Nadie a la mesa ya; sólo esta copa,
tan vacía, tan llena de prodigios.
Los Angeles, 23 de enero de 2011
Rueda
Separada del eje, acompañante
perenne en tus jornadas cotidianas
por campos sin carriles,
por sendas embarradas,
en cumplimiento de órdenes ajenas,
indiscutibles, mudas, pero claras,
tal vez con el quejido rutinario
de quien soporta el peso de la carga.
En lluvia, en sol, en viento,
en lento avance, en persistente marcha.
Cumpliste tu misión de sierva, y yaces,
radios quebrados, vieja, abandonada
sobre la húmeda hierba, a la que en gesto
de acogedor propósito te abrazas.
Y a viento, a sol, a lluvia,
se pudren hoy tus miembros, se desgastan,
sin planes de futuro,
sólo con un presente gris, sin alma.
Como tú, vieja rueda, averiados,
he visto a tantos, a la luz templada
de los parques floridos,
mirando a la distancia,
su tiempo muerto, como quien no tiene
nada que hacer, espíritus en blancas
nubes ausentes, sombras de los hombres
que un día fueron, y que son hoy nada.
Rodaron como tú, bajo la férrea
disciplina servil de quien trabaja,
encorvados al peso del cansancio,
día a día, semana tras semana.
Y al cabo, como a ti, se les rompieron
los radios, o la llanta,
y fueron, declarados inservibles,
jubilados sin júbilo, fantasmas.
Ni fuiste viajera en cien caminos,
ni fueron ellos carne de romanza.
Cumplisteis un deber, se acabó el ciclo,
y os queda sólo una nostalgia amarga.
Los Angeles, 24 de enero de 2011
No te dejes morir
No te dejes morir. Sobre la mesa
da el puñetazo que reitera tu hambre
vital, ya en sombra, al sol, o sobre el barro,
en el cañaveral o al pie del sauce.
Nadie lo hará por ti, sólo tú puedes
quebrar tu esclavitud, hender los aires
que en torno a ti se adensan, y si acaso
has caído, a ti atañe levantarte.
Tal vez alguien te ayude, mas no cuentes
en solución ajena, es de cobardes.
Somos a veces ríos,
dejándonos llevar hacia los mares,
y debemos ser géiseres, alzándonos
en surtidor hirviente, inagotable.
Sentarse en un rincón, pedir prodigios
al santo milagrero, lamentarse
de la adversa fortuna,
tácticas son absurdas. Cada instante
nos pertenece, es nuestro, y es efímero;
o lo exprimimos, o lo lleva el aire.
Ni el grito, ni la súplica, o la queja,
nos lo devolverá, porque ya es tarde.
Ah, pero ¿el nuevo instante? ¿Y el siguiente?
Esos son sólo nuestros, no de nadie.
Aférrate a la vida; uno por uno
son pasos que hay que andar, son cavidades
que rellenar debemos, barricadas
que hay que saltar, detalles
a que atender con diligencia suma,
que nada es desdeñable.
Saca el jugo a la vida día a día;
sentado en tu rincón mueres en balde.
Los Angeles, 24 de enero de 2011
Cortina
Fui yo el agonizante y tú la muerta.
Y entre ambos la cortina del olvido,
cerrada en lentitud, largo crepúsculo
desembocando en noche sin latidos.
Pocas cosas suceden de repente,
aunque súbitamente las sufrimos.
Siempre que hay dos, la muerte anda al acecho,
llegando paso a paso, con sigilo.
Si uno la ve acercarse,
para el otro su avance es imprevisto.
Aquél se va apagando poco a poco,
en su espíritu ausente recluído,
midiendo las palabras,
leyendo otro capítulo,
esperando se quiebren los cristales
y entre una bocanada de aire limpio.
Y éste aumenta los giros de su danza,
eleva el tono de su canto idílico,
filtrando cada imagen en sus ojos,
cada palabra turbia en sus oídos.
Y al fin estalla abrupta la ruptura,
como una confesión, sin hacer ruido.
Y uno desaparece, aligerado,
y otro se queda, estatua de granito.
En este punto arranca la agonía,
larga, profunda, de cariz sombrío.
Sangre y dolor, zozobra y aislamiento,
cada senda tornada en laberinto.
La luz fracasa, y una noche eterna
parece haber surgido.
Pero nada es eterno. Todo muere,
la agonía también. Nunca el cuchillo
que hirió una vez persistirá en la herida,
la sangre cesará, cesará el grito,
la imagen venerada irá perdiendo
rasgos, color, vitalidad, sentido,
y la cortina gris se irá cerrando,
muriendo la otra vida que tuvimos.
Los Angeles, 25 de enero de 2011