Breverías
2521
Si alguien me lee, me hallará desnudo.
Huyo de adornos, túnicas, disfraces.
¿Qué debo proteger con tal escudo,
que no se pueda ver? De los audaces
suele ser el laurel, de quien se ofrece
tal cual es, sin tapujo ni artificio.
La voz que disimula, desmerece;
de la espontaneidad hago mi oficio.
2522
Voy a romper la noche. Tengo frío.
He olvidado soñar, y estoy cubierto
por un manto de ausencia.
¿Será esto lo que llaman el vacío?
¿Tendré el corazón muerto?
¿Cómo se explica entonces mi dolencia?
2523
Tanto tiempo perdido a mis espaldas,
que apenas logro caminar del peso.
Tantas blusas abiertas, minifaldas,
gesto y promesa hasta el umbral del beso.
¿Qué estrategias son éstas? ¿Qué escarceo
que provoca, planea y no ejecuta?
Oh, hambriento Tántalo, también yo veo,
sin alcanzar, tan exquisita fruta.
2524
Aún eres bella, tienes el aplomo,
la firmeza de piel, la contextura,
y el arrebato que en tus hijas ves.
Yo soy el gato que, arqueando el lomo,
hacia tus brazos escalar procura,
y comienza rozándote los pies.
2525
¿Cuánto sabes de mí, de esta materia
que ha sabido invadirte,
de este cerebro que a entenderte aprende?
En mundo de ignorancias y miseria,
soy ímpetu que intenta redimirte,
luz y calor que a tu orfandad desciende.
Sonetos
2689 - Mi libro, tú
Mezclado a tu calor, estoy más vivo,
y cuanto más te miro más te leo,
libro que desentraño y deletreo,
ya estímulo a mi piel, ya sedativo.
Abierto siempre para mí, y activo
sobre la mente, que a tu ley moldeo,
y sobre el hondo foso del deseo,
en que embiste tu instinto primitivo.
Página a página te estudio y gozo,
contigo río, en tu dolor sollozo,
y sobre ti dejo reptar el tacto.
Oh, mujer, de leyendas y memorias,
acervo de reveses y victorias,
todo tu texto quiero, no un extracto.
Los Angeles, 4 de agosto de 2011
2690 - Sobre el puente
Sobre el puente llegaste, y sobre el puente
llegué yo a ti, la tarde en el ocaso.
Apenas pude percibir tu paso
sobre la piedra gris, entre la gente.
Leve aroma otoñal en el ambiente,
el paisaje, a lo lejos, campo raso,
y a nuestros pies, aquí, desliza escaso
su flujo el río, en lánguida corriente.
El tiempo es también lento; tú y yo juntos,
mientras van los demás a sus asuntos,
nos apoyamos sobre el barandal.
Contemplamos el agua en su camino,
sin más preocupación, y al fin inclino
mi cabeza hacia ti, confidencial.
Los Angeles, 4 de agosto de 2011
2691 - Preámbulo
Como cuerpo, no más, te conocía,
jarrón de Sèvres en augusta estancia;
y te admiré, clavado en la distancia,
y te soñé, con la melancolía
de quien sólo en trivial alfarería
ha ocupado sus años. Qué abundancia
de trances, y qué absurda irrelevancia
define nuestra opción de cada día.
Al fin mi mano se acercó, lamiendo
curvas, planos y huecos, descubriendo
misterios antes sólo vislumbrados.
Mas esto fue el preámbulo. Más tarde,
bajo la luz que en los arcanos arde,
logré abrir tus más íntimos candados.
Los Angeles, 4 de agosto de 2011
2692 - Me duele el alma
Me duele el alma por la inútil muerte
de un pajarito inerme, malherido.
Por azar sobre el césped abatido,
sin más amparo que su infausta suerte.
Las alas desplegadas, sin que acierte
a batirlas y alzarse; su quejido,
desgarrador, si débil al oído,
su mirada, que en súplica se vierte.
¿Qué podré hacer, cuitada criatura,
para solucionar tu desventura?
En su gemido y ojos, implorante.
Al sumergirlo, me tembló la mano.
Se alzó su alma-burbuja al primer plano,
y vi mi acción, si urgente, repugnante.
Los Angeles, 5 de agosto de 2011
2693 - Diario
Escribo como pienso, como siento.
Dentro de mí se yergue un campanario
proclamando a los aires mi diario,
con el apremio y brasa del momento.
Dentro de mí. Donde ni lluvia o viento
maquilla o tergiversa el escenario,
ni dependo de nadie, y mi calvario,
o mi resurrección, son mi fermento.
Llevo una doble vida. La mundana,
que todos ven, que se hunde o engalana
según las circunstancias, a mí ajenas.
Y la interior, donde improviso el mundo
de acuerdo a mi querencia, y lo difundo
según lo que me fluye por las venas.
Los Angeles, 7 de agosto de 2011
Poemas
Que rueden
Me resbalan los años,
y los dejo pasar, indiferente.
No tienen marcha atrás, ni son semilla
que pudiera sembrarse y recogerse
como espigas de trigo en el verano,
aunque maduros se los llame, o verdes.
¿Aceleran su ritmo
cuando sus cifras crecen,
o nos vamos tal vez haciendo lentos,
y ellos siguen su marcha, contundentes?
En uno u otro caso,
nos llevan a la muerte.
¿Y qué, si nos dominan,
y si al final son ellos los que vencen?
Morir sólo es derrota
para quienes se aferran, insistentes,
a lo poco que tienen, o a lo mucho,
y en perpetua vigilia apenas duermen.
Morir no es más que el salto en el vacío,
se abra el paracaídas o se quede
cabalmente doblado a nuestra espalda;
y es el día también que no amanece.
Pero no lo veremos;
sucederá, como la luz sucede,
estén o no cerrados nuestros ojos,
y nadie al lado habrá que nos lo cuente.
¿A qué fin preocuparse
de si los años vienen
rodando cuesta abajo?
Dejémoslos que rueden.
No está en nuestro poder frenar su ritmo,
y cuando llegue el último, que llegue.
Nunca sabremos que nos ha tocado,
porque en la vida, sin saber, se muere.
Los Angeles, 5 de agosto de 2011
Lluvia
Me seduce la lluvia, amante triste
que se ciñe a la piel con la insistencia
del abrazo global, insoslayable,
sin compromiso, mas con gentileza;
diestra en sus artes y acomodaticia,
con sabor y fragancia de otras tierras.
Me lame el rostro en el primer encuentro,
con familiaridad; revolotea
en torno a mí, sin impedirme el paso,
mas con reiteración. La llevo a cuestas
sin haberlo yo mismo decidido,
sin haber presentado ella la oferta.
Es amante de un día, o de unas horas,
como atrevida, fiel, a su manera.
Me acompaña en la calle con sus mimos,
y si entro al bar de siempre, o a la tienda,
aunque la deje sola por un tiempo,
me esperará a la puerta.
Llego a casa impregnado de su abrazo,
me siento en el sofá, y es su presencia
tamborileo de festivos dedos
sobre el cristal de la ventana; observa
mi ir y venir, del baño a la cocina,
sabe que voy subiendo la escalera
de la sala a la alcoba,
y allí también está; no sé si acecha
en actitud de celos o de súplica,
mientras la noche, al exterior, se espesa.
Cuando apago la luz, de cara al sueño,
danza sobre las tejas
pertinaz, diminuto taconeo,
sílfide enamorada, y me desvela.
Y al clarear el día,
su llanto turbador cubre la huerta,
temblando en cada pétalo de rosa,
en cada hoja del sauce y de la higuera,
como diciendo adiós con un pañuelo,
como diciendo: “Amor, hasta la vuelta”.
Los Angeles, 7 de agosto de 2011
¿Será que me recuerdas?
¿Será que me recuerdas?
¿Que una añoranza repta cada noche
entre tus sábanas, lamiendo muslos,
y que tu piel e intimidad la acogen?
Nunca nos queda sólo la memoria,
que no es aislado, independiente bloque,
sino materia viva, con raíces,
como el olmo y el hombre.
A la resurrección de lo pasado
se anexan, a remolque,
temblores que juzgáramos dormidos,
afectos evadidos al galope,
fragmentos de una vida, o de dos vidas,
perdidos en desorden.
Debo pensar que sí, que me recuerdas,
que aún oyes, si lejanos, los redobles
de tambores antiguos,
batiendo entre los dos a medianoche.
Tal vez los calendarios ya no vuelvan
a recobrar las hojas que a mandobles
les fueran mutiladas,
y hoy no podrá volver a ser entonces.
Pero puede surgir una sonrisa
evocando el ayer, que no deforme
las luces y las rosas,
la palabra gentil y los fervores
que fueron nuestros, y que son tan míos.
¿Será que me recuerdas sin reproches?
Los Angeles, 7 de agosto de 2011