Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Aleteos

Índice

Poemas:
Hablar, conversar Sueños Diferente y lo mismo Esta noche Era sonrisa el mar Añoranza Eres canción de alcoba Tus enseres
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Breverías

2781
He recorrido sendas y caminos por el placer de andar, y me he cansado, vulgar el fin, monótono el paisaje. Mas tendido a la sombra de los pinos, de ti, de nadie más, acompañado, ha sido siempre mi mejor viaje.

2782
Percibo tu caricia en la mañana, medio dormido, tú casi despierta, tal vez casual, sin peculiar intento. Mas pronto echas al vuelo la campana que empezó a repicar, y ahora tu oferta es súplica y demanda, a las que asiento.

2783
Hablas como quien deja sus cabellos ondear en el viento, cada frase gentil revoloteo de inocencia. Pero me hablas también en atropellos que celebran eufórico trasvase de tu sensualidad a mi apetencia.

2784
Me persiguen palabras omitidas cuando tuve a tus ojos escuchando con un ‘sí’ que no supe interpretar. Y ahora que las diría, desvestidas de inútiles adornos, voy llorando, incapaz de encontrarte, de olvidar.

2785
Hacia dentro, mi amor, húndete, ahonda, horádeme el vigor de tu taladro, que tus brazos, anillos de anaconda, completen el perímetro del cuadro. Búscame el alma al fondo de la entraña, porque aún al recibir, opto a la entrega; cómo tu alma a la mía se enmaraña, y cómo la domino y me doblega.

Poemas

Hablar, conversar
Deja de hablarme. Te oigo, no te escucho, pues no me dices nada; monologas ante una concurrencia extravagante de sombras de ti mismo, simples copias, que reciben tu voz, servil y hueca como son los conceptos que pregonan. Se miran en tu espejo, son tú mismo, por eso los predicas, y te adoran. Yo necesito conversar con alguien de ideas diferentes, que responda sin ser eco infantil de cuanto digo. Yo ya sé quién soy yo, en palabra y obra. Alguien que me hable, no de lo que sabe, que es campo reducido, exigua alforja, sino de lo que piensa, ilimitado mar de cristal en que las almas flotan. Que me escuche, al hablar, como lo escucho, que trascienda perímetros y formas. Quédese la hojarasca en el otoño, rumor sin emoción, vida en derrota. Armas de doble filo, las palabras se engendran por igual en cada boca; las del prudente lucen corte de oro, las del necio, vacías, se evaporan. Éstas son de quien habla y nada dice, y en aquéllas se encienden las antorchas. Antes de acomodarlas en la frase, mi cerebro las mima, las fricciona, tallándolas, bruñéndolas con la delicadeza de una novia. Y al ser dichas, expresan lo que siento, en todo su esplendor, toda su gloria. Tal es el diálogo a que mi alma aspira; lo demás es tumulto, vientos, hojas.
Los Angeles, 19 de agosto de 2012
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Sueños
Si la vida es sueño, ¿quién sueña la mía? Quien la va soñando, ¿se hastía o disfruta? Yo he soñado tanto, mas siempre despierto; sueños de barrancos, y sueños de altura. No pudo ser mía la vida soñada, pues sus aguas claras tornábanse turbias. Los sueños son puros, radiantes, bruñidos, si en blanda nostalgia, son sueños de lluvia; si en júbilo y brío, fragancia de rosas, y si apasionados, de noches de luna. Pero hay que engendrarlos sin miedos del alba, que rompe la noche y apaga su espuma. La vida es el sueño que no se interrumpe por calma o por ruido, por luz o penumbra. Paladines somos de sueños anónimos en la inquieta mente de mujer o musa cuya fantasía nos enciende y crea, y se nos ofrece lúbrica, desnuda. Mas nunca logramos llegar a su encuentro, ni ella sabe dónde nuestro afán se oculta. Dos partes que encajan, que se compenetran, y que no se encuentran por más que se buscan. ¿Será que uno sueña en desvelo, y el otro se pierde dormido en paisaje de brumas? Y si ambos durmieran, ¿qué punto de cita fijarse podría, sin lugar a duda? Mas, ay, que el encuentro de un sueño con otro coincide y encaja rara vez o nunca. Seguiré escalando, seguiré cayendo, engendrando absurdos sueños de locura, sin saber tu nombre, sin tocar tu rostro, ignorando dónde tu piel se refugia; mientras tú, que sueñas conmigo a lo lejos, ruedas por tus nubes en eterna búsqueda.
Los Angeles, 19 de agosto de 2012
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Diferente y lo mismo
Llegaste. Y eras lluvia mansa, fugaz sobre el sendero limpio, que apenas deja huella tras su paso dormido. Parecías flotante sobre tus pies con alas de suspiro. No llamaste a la puerta, te adentraste, sin más, como los niños, que hacen su propio hogar de cada casa, sin requerir permiso. Sólo hablabas sonrisas, y eras toda de luz, y de latidos. Llamaba el sol de mayo a la ventana, pidiendo entrar también, mas los visillos mantenían la guardia, insobornables. Todo tan en silencio, tan furtivo. Sin intercambio de sedosos términos, superfluos en tal hora, comprendimos, sin más, cada mensaje inexpresado pulsando al fondo de cada uno mismo. De libro abierto para mí, accesible, te habías definido; y pasé cada página, leyéndote, de la emotividad hasta el instinto. Diez ojos en las puntas de mis dedos rastrearon tu piel, susurro y grito, y aprendí tanto nuevo de tu vida que juzgué nunca haberte conocido. Mas tal es la sorpresa inevitable de releer una vez más el libro; se descubren facetas, o matices, subyacentes a anécdotas y estilo. Nadie es inalterable, o permanente, en su propio carácter; subsistimos porque evolucionamos; no somos hoy los que hemos ayer sido. Ayer, tú, tan hermosa; hoy, tan hermosa tú, mas no lo mismo. Te redescubro nueva cada día, y nueva eres, en parte, en lo más íntimo. Oh, maravilla de saberte inédita cada vez que te miro. Ven, mujer, preexistente y novedosa, virgen y experta, acuéstate conmigo, que también, como tú, soy diferente de ayer, de siempre, pero no distinto.
Los Angeles, 20 de agosto de 2012
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Esta noche
Me gustas por tu cuerpo en abandono, por tu mente de lógicos rumores, por la fe de tus sueños, por tu interioridad que me habla a voces. Van vestidos tus ojos de alegría, pero saben del llanto a medianoche, cuando la soledad, sobre tu lecho, los manipula insomnes. No es hoy el caso. Tu desnudo es llama que dispersa las sombras, y me acoge con la hospitalidad y el alborozo que las normas eróticas disponen. Esta noche el invierno duerme fuera, a la luz de los pálidos faroles de la calle desierta, y al cobijo de olmos, pinos y encinas en el monte. A la alcoba entrará la primavera, impregnando de aromas y colores el lecho en que yacemos, e ignoraremos dónde se hallan las rosas, nardos y jazmines que perfuman de abril nuestros amores. Mas olvida fragancia y colorido, y este absurdo viraje de estaciones. Ese es un mundo accidental, opaco, y entre nosotros hay mejor enfoque. Tú y yo en navegación de oscuros mares, sin importarnos ni saber su norte; tú y yo cruzando insólitas praderas, en mágicos galopes; tú y yo en descendimiento o escalada, absorción o inserción, fibra o temblores. Recreamos un mundo, todo nuestro, libre de calendarios y relojes, y dormirás, más tarde, a mi costado, susurrando mi nombre.
Los Angeles, 21 de agosto de 2012
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Era sonrisa el mar
Era sonrisa el mar, y era promesa, mas no lo vieron tal los navegantes al momento crucial de su periplo. Flotaban en sus aguas funerales: Roncas voces de viejos marineros que no recuperaron sus hogares; mascarones de proa; vestigios de trirremes imperiales; velas de galeones, carabelas, y las sombras de tantos personajes con vocación de eternidad, cayendo a la espada, la pólvora, el alfanje; y alas blancas, ya negras, desgarradas de las espaldas de legiones de ángeles que al alzar su soberbia en rebeldía, cayeron con Luzbel, y se reparten las regiones sin luz del inframundo… Voraz el mar, de fauces insaciables. Pero seguirmos yendo, nos fascina su espumosa sonrisa innumerable lamiéndonos los pies, o los bravos embates de galán seductor contra el rompiente, o su falsa humildad al retirarse. Cada ola es una tumba, y no lo vemos; simplemente, escuchamos sus cantares, sirena persuasiva, que nos tienta con la felicidad a nuestro alcance. Cementerio de víctimas incautas, a la vez que de látigos culpables. ¿Seremos la excepción? ¿Lo abrazaremos una vez más, y otra después, amante cubriendo diestramente su pasado? Ay, que siento agolparse tantos siglos de historia con la queja de que su afán ha sido irrelevante. Nos resulta tan bello… ¿quién resiste su encanto? Que hable, que hable, aunque nos mienta, y aunque nos traicione; aunque al final nos mate.
Los Angeles, 22 de agosto de 2012
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Añoranza
¿Añoras, quizá, el tiempo preexistente al divorcio, en que oscilabas de la furia y la paz entre nosotros a la tensión y la amargura en casa? Era época de extremos, negra la noche, fulgurante el alba, rompiendo en luces frente a nuestra cita de la media mañana. Quizá el amor prohibido multiplica las ansias, y despliega salvajes maniobras que la fidelidad legal no alcanza. El amor conyugal es el contrato, la oferta y la demanda, ya a plena luz del día, entre quehaceres, o de noche, entre sábanas. El amante genuino ni asedia ni reclama; simplemente se ofrece, recibiendo a ciclón y llamaradas. Sólo ama de verdad quien nada espera, tal como yo te amaba, tal como tú lo hacías, dulce adúltera, hasta que, en libertad, te hiciste ráfaga, e ignoraste confines, y comenzaste a ver otras pisadas en el sendero que era tuyo y mío, del que te has bifurcado, y te me escapas. Yo permanezco en él, aun yendo solo, sin meta, sin programa, manteniendo esa luz inextinguible a base de dolor y de nostalgia.
Los Angeles, 22 de agosto de 2012
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Eres canción de alcoba
Eres canción de alcoba, si intrigante, diáfana también, que se descubre, pero antes se sugiere. Cada nota se inicia pianísimo, y afluye a un crescendo sensual que al fin culmina en trémolo encendido, hasta el derrumbe. No eres siempre la misma. Ni en acústica ni en interpretación. Ávida irrumpes sobre mi piel en voz de clarinete, rasgueo de violines, de laúdes. Sabes pulsar mis teclas más recónditas, que de tu propio recital se nutren. Yo tengo mi canción, mas la acomodo al ritmo y vibración que de ti surgen. El adagio progresa hacia el allegro, y adquiere intensidad de excelsitudes, tú y yo a dúo, en acción, sintonizados, en dos voces que casi se confunden. Somos canción de alcoba, y a nuestro repertorio contribuyen tonadas de otras gentes, melodías reflejando ansiedades o costumbres, anhelos o experiencias, que a través de la música traslucen cuanto vivieron ellos, cuanto emular quisieran, cuanto intuyen. Y ese acervo de técnicas deviene herencia nuestra, nos induce a improvisar atmósferas sinfónicas que alma y piel nos capturen. Ensayemos, mujer, tanta armonía, como en nuestros sentidos se produce.
Los Angeles, 23 de agosto de 2012
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Tus enseres
¿Recordarán tus muebles mi contacto, o ellos también se arropan en olvido? Sin hacerte preguntas, repasaba fotos de boda, vacaciones, niños, en sus marcos de plata, decorando pared y sobremesa, en el recinto del salón de los besos iniciales, de la alcoba de encuentros clandestinos. Sin culpabilidad, celos, o envidia, lo mismo, exactamente, que tu anillo. Te amaba en amplitud, mas sin apremios, capítulo a capítulo, forjando vida instante sobre instante, como escribiendo un libro; quizá una historia dentro de otra historia, una crónica intensa, no un capricho. Estabas tú, y estaba yo, no había necesidad de más. Y no era efímero, ni era superficial; Tenía al fondo solidez de castillo. Y hoy, volviendo la vista a tus enseres, que guardaron sigilo, conscientes de cada acto, cada susurro o refrenado grito, sobre todo el espejo con su enorme ojo alerta de vidrio; me pregunto qué guarda en su memoria, de cuanto fue testigo. Si yo volviera un día, simple amistad, o amante renacido, sus almas de cristal o de madera sentirían quiza el escalofrío, de quien desenmaraña un viejo tacto, o un rostro conocido. Cuánta más es mi fe en tu mobiliario que en tu propio recuerdo fugitivo.
Los Angeles, 24 de agosto de 2012
Diseño: Carmen Álvarez
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