Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Cápsulas

Índice

Poemas:
No me pesan los años Dos soledades Escapar del olvido Tal plenitud Te habla mi sangre Espejo Tienes ojos de sueño El amor tiene precio
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Breverías

2791
A media luz seduces, a pleno sol hechizas, y eres radiante en cada noche oscura. Haces tuyo el ambiente, y reproduces escenario de arenas movedizas, absorbiendo alma y cuerpo en tu aventura. Lo sé, por haber sido uno de aquéllos, con la suerte, o tal vez la desventura, de gozar, o sufrir, tus atropellos.

2792
Has aprendido tácticas de muerte. Ésta pasa llamando a cada puerta, y haya respuesta o no, se adentra y mata. Quien te encuentra, al llegar a conocerte, descubre un plan, bajo color de oferta, que inexorablemente lo maltrata.

2793
Entre tus labios duerme el aleteo del ruiseñor que ya durmió en los míos. No interrumpas su sueño todavía. Su latido es levísimo rasgueo de lejana guitarra en sembradíos que serán cultivados algún día. Casi está preparado ya el terreno, y húmedo y tibio, el surco, en lozanía, se halla a punto de estreno. Yo lo despertaré en tu compañía.

2794
Has perdido la voz de miel, de almohadas, que me hablaba, entre rápidas miradas al reloj galopante en la repisa. Eran tiempos de breves, mas voraces, encuentros clandestinos, incapaces de demoler el dique de la prisa. Hoy me hablas en el tono reposado, neutral, indiferente, de quien estuvo largo tiempo ausente, y no intenta mirar hacia el pasado.

2795
Los recuerdos enferman y se mueren si nacidos de frívolos abrazos. Los cuadros de museo, ¿no requieren algo más que esporádicos brochazos?

Poemas

No me pesan los años
No me pesan los años; me pesa y me consume cada beso no dado, no pedido, las visionarias luces que permití extinguirse, la aspereza que tal vez transmití en mis actitudes, la llama que, encendida en mis adentros, no supe propagar, y tantas cumbres, de fácil escalada, que debí hacer, mas no me lo propuse. No me pesan los años ya vividos; vienen, se van: Transcurren. Me pesa cada instante malgastado, cada oportunidad que tal vez tuve de amar, pero no amé, de dar ayuda a quien cayó de bruces, de prestar el oído, tolerante, al que intentó expresar sus inquietudes. Más que los desaciertos cometidos, me desordena el alma, y me sacude, cuanto debí haber hecho, sin hacerlo, cuanto pude lograr, mas nunca obtuve. Cada eventualidad dilapidada, ahora, al mirar atrás, sobre mí irrumpe como oscura marea, y me agita fatídica, y me cubre. De poco me aprovechan los lamentos, y sin embargo crujen al fondo de la mente como mensaje lúgubre. No me sirve mirar hacia el presente, que sin cesar renace y se destruye, ni tampoco a un futuro cuya esencia es borrosa incertidumbre; porque el ayer golpea con sus viejas maderas de ataúdes, cuanto murió en la sombra. Se resiste a mostrarnos los estuches de nuestras joyas de oro, que murieron también, pero entre luces. Cuanto pudo haber sido, pero no llegó a ser, es mi derrumbe.
Los Angeles, 11 de septiembre de 2012
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Dos soledades
Amo la soledad que de ti viene, aunque me deje de calor desnudo; despojado de ti, y arrinconado, esa es la pesadumbre, el infortunio; mas también descolgado de otras gentes, de quienes me incomoda hasta el saludo. Un islote soy ya, sin conexiones, perdido en el azul, con sólo el flujo del oleaje hablándome en espuma, en avances, repliegues y murmullos. No me apetece más. Lo tuve todo, y ahora a dos soledades me habitúo; la que tú me has impuesto, al evadirte, y la que yo escogí, lejos del mundo. Nadie podría repetir tus huellas, atar parejo nudo, reproducir tus noches, abrirme idéntico ángulo de muslos. Eras hotel de cinco estrellas; ¿cómo adaptarme a pensión de vagabundo? Mi soledad de ti ya ha ido limando bordes de angustia y de dolor; la juzgo, no por lo que perdí, mas por la gloria de los triunfos logrados, también tuyos. Y así, purificada de cada adverso, frívolo atributo, la llevo en prístina magnificencia, como fue el mejor tiempo, sin rasguños. La nueva soledad por mí adoptada tiene carácter neutro. Ya no escucho voces cantándome al pasar, ni acepto miradas ávidas, de acento lúbrico, ni devuelvo sonrisas, ni admiro andares curvos, pues no saben llegar donde llegaste, ni pueden darme cuanto en ti capturo. Camino soy que no transita nadie, y en ambas soledades me bifurco.
Los Angeles, 12 de septiembre de 2012
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Escapar del olvido
Por las paredes de tu olvido asciendo, persiguiendo un escape inasequible. La oscuridad se ciñe a mis costados, apagados los últimos candiles. Rumor de voces íntimas percibo, y lejano rasgueo de violines. Quiero indagar si estás en ese grupo, baile barroco, espejos y tapices. Mi escalada es tan lenta, que el desaliento insiste en que claudique. Escapar de tu olvido es empresa fallida; sus tabiques se alzan y ensanchan más día tras día. Aún tengo el alma virgen, y queman los recuerdos; tal vez sólo una vez se ama y se vive, porque amor que se aborta, quizá nunca lo fuera en sus raíces. Las mías penetraron profundas en tu suelo, y siguen firmes, transmitiendo la savia a tronco y ramas. Lo que más me aflige es que el árbol que tú misma plantaste, derribaras a hachazos. Si los cisnes cantaran al morir, no los oirías; tus horas son, más que las mías, grises. En la torre de olvido en que, encerrado, lamento tantas cosas, sigue firme un amor que yo nunca destruyera, y que tal vez tú nunca mereciste. No sé ya si escapar vale la pena; tengo dentro de mí tantos jardines…
Los Angeles, 13 de septiembre de 2012
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Tal plenitud
Tan cálida tu piel sobre la mía, tan ávido el fervor con que te ofreces; me siento en tu sonrisa arrebujado, si en mutua desnudez, más absorbente. Aún no era amor, pero era tantas cosas que los enamorados no comprenden… No eras fruto del mar, titubeando entre avance y repliegue; eras expedición a toda marcha, que cuanto más progresa, más se enciende. Era la noche súplica y ofrenda, intercambio de fórmulas ecuestres. Qué orfebrería en expansión tus manos, desde el norte del cuello al sur del vientre. La experiencia es minúscula ventaja; más quisiera ignorarla, y abstenerme de todos mis contactos anteriores, por un día como éste. Más tarde, en la serena sobremesa del amor, cuando el ímpetu se tiende, y en plácido descanso al diálogo de nuevo retrocede, supe horadar tu espíritu, mientras lograbas desnudar mi mente, orgasmo de las almas, más hondo, menos breve. Tantos años bohemios entre entonces y ahora, tantas mieses crecidas y segadas, tantas noches, palabras y placeres, perfilando en el lienzo de la vida nuestro propio despliegue de amantes sin amor, insatisfechos; y a lo lejos, atrás, iridiscente, la cita irrepetible, ante la cual las otras palidecen. Muchos años después, al reencontrarte, tu sonrisa, otra vez tan elocuente, confirmó nuestra mutua sincronía sobre tal plenitud, que aún me conmueve.
Los Angeles, 13 de septiembre de 2012
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Te habla mi sangre
Si dije amor, la sangre lo sabía por su pulso de sílabas. Los labios, si convincentes, son controvertibles, sus palabras escritas en el barro. Pero la sangre es siempre fidedigna, nace en el corazón, fluye a las manos, no sabe de falacias, ni dobleces, es dueña siempre del sentido exacto. En lenguaje de sangre hablo y escribo, se me escucha en el gozo y en el llanto, más que en sonido estéril, porque tengo muda la lengua y elocuente el tacto. Decir y hacer debieran ser la yunta uncida al mismo carro, pero van con frecuencia separadas, cada una su camino, en solitario. Y la adquirida fe tórnase en duda, por las medias verdades, o los pasos que no van con los propios al unísono; falaz vocabulario el que depende de sonidos huecos, mucho de viento, poco de disparo. No sé qué te diré el año que viene; si hoy digo amor, te hablo en léxico de sangre, sin palabras, en músculos y abrazos. No existen garantías de futuro, es hoy lo que tenemos; somos astros perdiendo el esplendor de madrugada, aún volviendo a brillar tras otro ocaso. Cuando te digo amor, te habla mi sangre, te hablan también mis actos.
Los Angeles, 14 de septiembre de 2012
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Espejo
‘Te me has quedado solo’. En el espejo mi otro yo sondeaba mi engranaje de tedio, de orfandad, de lejanía, en las últimas horas de la tarde, cuando la intimidad toca en el hombro y el aislamiento se hace más palpable. No supe responderle, y opté por alejarme de esa ventana al fondo de mí mismo; soy averso a tal tipo de paisajes. Pero tiene razón. Soy la vereda que ya nadie transita; el tripulante del barco sumergido, contemplando desde su isla desierta el implacable paso del tiempo, sin surgir la vela que a su rescate acuda; o el amante que casi no recuerda el blando roce, como aleteo de ángel. Las horas, y los días, y los años continúan su marcha, deslizándose por su gris tobogán, irreversible, dejándonos perdidos en el parque. Soledad no elegida, por tal, devastadora, sofocante. Evito detenerme ante el espejo por no ver o escuchar tal aquelarre de sombras, de silencios, de memorias, de tan obvias verdades.
Los Angeles, 14 de septiembre de 2012
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Tienes ojos de sueño
Tienes ojos de sueño. Tal vez bajo la blusa se te arraciman huellas dactilares que en nada se parecen a las tuyas. Pasar la noche sin dormir, qué gozo si alguien en tu regazo se refugia. Yacer ajeno a todo, eso que llaman reposo en la fatiga, o en la lucha, qué pérdida de tiempo, sometidos a muerte temporal, si breve, absurda. Tener ojos de sueño, qué delicia; cerrar las catacumbas que apresan nuestra piel, nuestro cerebro, vivir un poco más, dejar la oscura mortaja del pijama, que de noche nos arranca la vida, nos sepulta. Anoche no has dormido; ojeras y sonrisa te denuncian. ¿Y por qué camuflarlo, si la felicidad nadie la oculta? Sobre tu rostro ella ha dejado impresos su texto, firma y rúbrica. Sólo tengo un lamento: No haber sido yo mismo el dueño de tus zonas húmedas, en el mágico insomnio que te robó el dormir y la cordura.
Los Angeles, 15 de septiembre de 2012
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El amor tiene precio
Un árbol me plantaste en la parcela más profunda de ti, donde los dedos no alcanzan a tocar, ni los extraños consiguen ver, como si fueran ciegos, pero que yo observaba cada día, en pleno desarrollo, sangre y fuego. Proliferaba en verde, dilatándose, vertical y a través, por alma y cuerpo, cada hoja leve, júbilo y caricia, cada dos ramas, un abrazo estrecho. Se nutría del flujo de mis venas, y ondulaba a la brisa de mi aliento. Era como otro yo, desarrollándose dentro de ti, poblando tus adentros. Fue la mejor etapa de mi vida, porque estaba en tus sueños más íntimo y vibrante que en la fiera anarquía de tu lecho. No fui yo ajeno a riesgo y contingencia, conocedor del péndulo del tiempo, de los tropiezos del amor, que tanto se nos presenta irreversible, eterno. Olvidamos que el hacha está a la vuelta de la esquina, y seguimos sonriendo. Los años ya han limado las aristas de desengaño, ausencia, sufrimiento, y se entiende la vida en su contraste de avance y retroceso. Subí al Monte Tabor, tuve el Calvario, y fui resucitando. Pagué el precio que todo amor exige, y lo repetiría, sin dudar, de nuevo.
Los Angeles, 16 de septiembre de 2012
Diseño: Carmen Álvarez
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