Breverías
2796
Se me han acumulado muchos años,
que no son otra cosa que peldaños
en el ascenso hacia la propia meta.
Conozco mucha gente
octogenaria ya desde los veinte,
y en materia de juicio, analfabeta.
La edad, pura ficción, no es calendario,
ni la revelan músculo ni espejo;
la mente alerta en cada afán diario,
no tengo tiempo de sentirme viejo.
2797
La primavera, con su luz radiante,
sinfonía de tonos y rumores,
es jardín que quisiéramos eterno.
Pero su paso mágico, triunfante,
es, en parte, versión de trovadores,
por llegar precedida del invierno.
2798
No es sólido el amor que sólo vive
de la risa, el retozo y el abrazo,
sin certificación de adversidad.
Cuando el gozo exterior se desactive,
y la tragedia aseste su zarpazo,
sabremos si se ha amado de verdad.
2799
La primavera es la sonrisa abierta,
el verano es la orgía de vivir,
la nostalgia en otoño se despierta,
y el invierno, cerrándose la puerta,
nos invita al letargo, o a morir.
2800
Soy lo que creo ser; o, más preciso,
soy mi fe, mi propósito, mi credo,
y en esto no hay lugar a compromiso,
ni por soborno, represión o miedo.
A quienes me censuren de insumiso,
por inadaptación, porque no cedo,
diré que me convenzan con razones,
dándome otra verdad, u otras opciones.
Poemas
Ilusiones
Cada ilusión que tuve ha despertado,
encontrando su aurora.
Dormimos y soñamos, viendo imágenes
sin verdadera realidad, que adornan
ciertos rincones de la fantasía;
les otorgamos vida, y se incorporan
al quehacer cotidiano.
Suelen ser ambiciosas,
presumiendo de altura y consistencia,
y nuestra fe sobre ellas se acomoda.
Ahí está nuestro error, porque carecen
de corporalidad; no más que sombras,
si de un azul intenso,
si de una silueta seductora,
carecen de la vida que les damos,
son un sueño, no mas, disfraz de gloria.
Y al despertarse un día,
nos dejan en la niebla, en la zozobra,
como cuando alguien en quien confiamos,
sin consideración nos decepciona.
Las ilusiones nacen,
y trotan, y galopan
por las calladas noches del sentido,
porque las necesita nuestra alforja,
vacía de proyectos,
o por la soledad de nuestra alcoba.
Unas, cristalizadas, se nos quiebran
por su fragilidad, como una copa.
Otras, elaboradas
con pétalos de rosas,
concluyen marchitándose;
y siendo hechas de luz, se apagan otras.
Aún a sabiendas de su edad efímera,
yo a todas acepté, con sus coronas
de diamantes fingidos, sus atuendos
de falsa púrpura, con sus dudosas
palabras y promesas,
como lejanas, lúcidas antorchas
brillando en la distancia,
consciente de dejarme un día en sombras.
Por las calladas noches del sentido
su ficticia existencia desarrollan,
hasta que, al fin, amaneciendo, mueren,
dejándonos la espina y el aroma.
Los Angeles, 21 de septiembre de 2012
Todo fluye
“Todo fluye, todo cambia…
No te bañarás dos veces en el mismo río”
(Heráclito de Mileto (550-480 a.d.J.C)
Me preocupan las cosas que podrían
de alguna forma ser modificadas.
Las que ya son perfectas, o inmortales,
queden en su distancia;
ni su primor me afecta
ni su perennidad crispa mi entraña.
Persigo lo inexacto, lo incompleto,
lo que admite mejora, cuanto me habla
de alteración, o desarrollo, o giro,
y ofrecerán mañana
rasgos distintos de los de hoy, y tactos,
y acentos, y matices. Las estatuas
serán hoy como ayer; no me seducen;
quiero vida en las cosas; vida y alma.
¿Años de interminable primavera?
¿Orquídeas estancadas
en su primera fase, sin abrirse
en fascinante flora, simples plantas?
¿Inmóvil mar, sin furia
rompiéndose en la escarpa,
o perdido el vaivén de la marea,
sin avanzar sus juegos en la playa?
Detesto un mundo inerte,
incapaz de cambiar. Quiero ser agua,
que, aunque sin forma propia.
a cualquier cuenco o búcaro se adapta.
Y quiero hacer lo mismo
con cuanto cerca de mis manos pasa,
cosa o persona, para que podamos
seguir al mismo ritmo nuestra marcha.
Si hoy me dices ‘Te quiero
y siempre te querré’, que tus palabras
no echen raíces en el mismo punto
en que las dices hoy. Sean dinámicas,
vayan contigo donde vas, y cambien
como el camino que recorres cambia.
Porque yo evoluciono cada día
y si tú eres la misma, una mañana
te miraré a los ojos, preguntándome:
‘¿Quién es esta mujer que me acompaña?’.
Los Angeles, 23 de septiembre de 2012
Cuando el sexo se aquieta
No hay lugar como el lecho para hablarnos,
cuando el sexo se aquieta.
Sólo cuatro paredes, todo un mundo.
¿Quién necesita más? Tanta belleza
en los desnudos blandos, adosados,
apagado el fervor de la refriega.
Pocas palabras antes.
Muchas menos durante. Es la postguerra,
con su dorada calma de armisticio,
que desata las lenguas.
A tal galantería te reclamo,
sin exclusión de tacto. Son las yemas,
trazando carismáticos senderos
sobre la piel en calma, que se expresan.
Dormido el arrebato,
la mente se despierta.
Tiempo del otro amor, del que se filtra
fluyendo en confidencias.
Tengo horas para ti, vidas tenemos
sobresaltándose en sus madrigueras,
pugnando por salir, con la blancura
de la autenticidad, de la inocencia.
El deseo es el lobo
que repentinamente nos asedia,
amordaza la mente,
y exige su tributo. Las ideas
permanecen estáticas, perdidas,
por un tiempo, en la niebla.
Ahora, que al lobo lo domina el sueño,
conversemos, amor. Revolotean
en torno a nuestro lecho
preguntas y respuestas
que nunca antes tuvieron la osadía
de abandonar sus cuevas.
En este lecho del amor ferviente,
se proclama la tregua,
y estandartes de paz van tremolando
candor y transparencia.
Háblame, hablemos. La quietud del lecho
nos desnuda por dentro y nos enreda
más que la furia del amor nos hizo
vincularnos por fuera.
Los Angeles, 23 de septiembre de 2012
Para morir nacimos
El tiempo, que marcaba cada paso,
años atrás, a golpes de alegría,
hoy ha adquirido un caminar sedoso,
pasando de puntillas,
con aire inadvertido, desatento.
A esta mi edad, no sólo lleva prisa,
lleva también sigilo,
como ladrón, de noche y a hurtadillas.
No me acongoja su apresuramiento;
sé que el río anticipa
la desembocadura,
y acelera la marcha. La fatiga
de su largo trayecto le presenta
el mar como la tierra prometida,
el descanso, la paz ambicionada
tras tantos yugos, pérdidas, intrigas.
Contemplo el calendario. Van cayendo
las hojas, día a día,
como si desprendidas de una rosa,
exánimes, marchitas.
Tuvieron su esplendor, tal vez soñaron
su propia primavera indefinida,
que fue un sueño, no más; como los nuestros,
adormecidos ya tras las cortinas.
Si reiteradamente
nos engaña la vida,
también nos alboroza, y nos obsequia
con las mejores uvas de su viña.
Y llega la hora en que se nos despide,
a la que revestimos de noticia,
de tragedia, más bien, horror, naufragio,
siendo el último paso hacia la orilla
en que la luz se desvanece, y luego…
¿quién puede ver allende la neblina?
Para morir nacimos,
un paréntesis somos, que palpita.
Los Angeles, 24 de septiembre de 2012
Los sueños son disfraces
Escribo con pasión, sueño sin ella.
El sueño es el disfraz que nos pusimos
en momento de apremio,
cuando, tal vez al borde del abismo,
necesitamos alas
para evadir carencias o peligros
que a la prosaica tierra nos uncían.
Quizá para la altura no nacimos.
El disfraz no nos cambia, nos embauca,
nos hace pretender. Es el castillo
proverbial en las nubes,
que al fin se nos derrumba. Un espejismo.
Y por eso mis sueños son neutrales,
lógicos, inequívocos.
He tenido mis rachas de locura,
de quimeras, visiones y delirios,
cayendo todo sobre mí en pedazos,
al recobrar mis dosis de realismo.
Improbables proyectos de futuro,
los sueños son de vidrio,
y se quiebran al fin entre las manos.
Los tuve. No los quiero. Son dañinos.
Ah, pero toda mi pasión renace
en la mente, en la mano, cuando escribo.
Voy creando mi mundo, a mi manera;
cuanto alguien me otorgara, lo revivo,
lo afiligrano, labro y festoneo;
y lo que no alcancé, lo idealizo
con la capacidad que dan los años,
fuerza de ayer y fuego de ahora mismo.
De una manera o de otra,
estoy en lo que digo.
Con los pies en la tierra,
y la galantería a mi servicio.
Los Angeles, 24 de septiembre de 2012
Primero, desde lejos
Te conocí. Primero, desde lejos,
desarbolando yo sexo y amores
dispuestos al asalto;
ya había entre tus sábanas un hombre.
Ambos a mí cercanos, se imponía
un cierto desapego en mis acciones.
Mantuve encadenada a mi pantera,
y acallé sus rugidos. Cada noche
te nombraba en voz baja, recabando
por respuesta no más que los mandobles
hirientes del silencio,
manteniéndome insomne.
Tú, a tu vez, murmurabas
mentalmente mi nombre,
hallándote tu esposo distraída,
navegante de utópicas regiones.
La conexión habíase fraguado,
aunque se demoró en salir a flote.
Íbamos encendiendo luminarias
que el otro no veía. Dos islotes
sin conexión, aislados, y en sus muelles,
anclados, sin partir, dos galeones.
Avistaba tus velas a lo lejos,
vislumbrabas las mías, y el redoble
de lejanos latidos
eran potros salvajes al galope,
sin encajar en puntos intermedios,
mutuo reclamo que ambos desconocen.
Y un día, al fin, cayeron las barreras,
y entretejimos muslos y sudores.
Ah, cuánto tiempo, amor, evaporado.
¿Habrá alguien que tal vez nos lo perdone?
Los Angeles, 25 de septiembre de 2012
Te encontrarás, mujer
Te encontrarás, mujer, entre mis versos,
y pensarás tal vez que te conozco,
Yo soy quien te he inventado,
y absorbido la risa y el sollozo
la soledad, la rabia y el deseo
que presentías como tuyos propios.
Tu vida late en mí, siempre ha latido,
aun antes de escribir sobre tu otoño
de doradas euforias,
sobre tu primavera de alborozo,
o tu invierno de extáticas nostalgias,
y afectos melancólicos.
Al visitar mis noches, te desnudo,
y eres, sobre mi lecho, pudoroso
candor que me fascina, y al instante
lubricidad ciñéndose a mi tronco.
He ahondado en tus anhelos,
filtrándome en tu carne por los poros,
en posesión de venas, que me llevan
flotando a tus más íntimos fiordos,
los que nadie jamás ha navegado.
Eres de miel y de cristal; me asomo
a la sima vital de tus secretos,
que yo mismo excavé, y en su recóndito,
más umbroso nivel, descubro el hambre
que yo encendí en tu entraña, y el trasfondo
de culpa, de vergüenza, que lo has dado,
y aún a veces revienta por tus ojos.
Te creé a mi manera;
cuanto te di era alegre, luminoso,
aunque haya quien lo tiña
de aprehensión, de sonrojo.
Que te ladren los perros del camino;
pasa de largo, sin mimar sus lomos.
Encuéntrate en mis versos,
encuéntrate a ti misma, que eres todo
lo que yo mismo soy, y mis sentidos
no me amordazan, y hablo con aplomo.
Los Angeles, 26 de septiembre de 2012
Violencia de género
I
Y esta mujer…Esta mujer herida,
se desangra por dentro
mucho más que por fuera. Los zarpazos
sobre la piel del alma, y el cerebro,
sin rasgos aparentes,
se traducen en íntimos lamentos.
La agobiante tristeza de los ojos
es su único reflejo,
que intenta reprimir bajo los párpados,
o en miradas lejanas, o hacia el suelo.
Teme ser descubierta, su ignominia
la condena al encierro.
¿Y cada contusión, cada hematoma,
pregonando el abuso de su cuerpo?
Lo intenta camuflar bajo sus prendas
de mangas largas, pantalón vaquero,
gafas oscuras, tenue maquillaje,
y ocasional mentira. Los espejos
le gritan la verdad cada mañana,
mas no sabe acallarlos, sí temerlos.
No sabe si odia o si ama todavía,
su única realidad, dolor y miedo.
II
Se abre la puerta y el terror se instala
al fondo de sus ojos. Es un fuego
reduciéndose a brasa en sus ausencias,
despertando en angustia a sus regresos.
Su soledad es mal menor, supone
cierta paz en su mínimo universo,
la paz que nos circunda
tras la explosión del trueno.
Pero al llegar la bestia, es la tormenta
que amenaza de nuevo,
sin saber cómo o cuándo caerá el rayo,
pues siempre habrá un pretexto.
La bestia no razona, es fuerza bruta,
tratando de ocultar ciertos complejos
que le hacen inferior, y sólo el puño
resuelve sus problemas. En los medios
de trabajo, taberna, diversiones,
utiliza el disfraz del hombre recto,
sonriente y amable, o ingenioso,
no la piltrafa que es bajo su techo.
Y esta mujer…Esta mujer herida,
no se sabe si más en alma o cuerpo,
se estremece a la vuelta de la llave,
e inmersa en sus quehaceres hogareños,
contará los minutos
hasta la próxima explosión. Ni el beso,
ni la palabra tímida, o la media
sonrisa en desaliento,
lograrán detener la ira maldita
que ha de estallar, porque no tiene freno.
III
Él grita y ella calla.
Los golpes le enseñaron que el silencio
es, aunque tenue, su única defensa.
Ambos niños contienen el aliento
tras la puerta entreabierta del pasillo,
tantas veces testigos de un infierno
que no entienden. ¿Y quién lo entendería?
Ese será tal vez su gran secreto,
como lo es de su madre.
Y en sus noches, quizá, los mismos sueños,
de la bestia feroz que los persigue,
los encadena, los mantiene presos.
IV
La bestia es animal polivalente.
Hace el amor, o tal vez sólo el sexo.
¿Amante o semental? Su rol de macho
no admite dudas, pero sí el grotesco
resultado obtenido
de nueva posesión, ahora en el lecho.
Víctima, una vez más, sobrecogida,
la mujer es violada…por el miedo.
V
A ti, doctor, de aspecto respetable,
diestro en la aplicación del escalpelo,
pregunto: ¿Quién conoce la faceta
de tus puños sangrientos,
al reventar la piel de tu consorte
en accesos de rabia? Te desprecio.
Y tú, gerente de oficina, absorto
en estados de cuentas, en los precios
de ofertas y demandas,
en contratos y acuerdos;
tu imagen impecable en el trabajo
no es la que entra en tu casa, a tu regreso,
sino la del inculto delincuente
que emplea la violencia como medio.
Tú, catedrático, escritor, esteta,
egregio caballero
del arte, la belleza, la elegancia,
proclamando en tu clase o documentos
gracia, donaire, amor, delicadeza,
la inefable cadencia del requiebro,
la magia del eterno femenino,
¿cómo en casa eres furia y atropello?
¿Sólo con el endeble te haces fuerte?
Si lo que haces es justo, ¿a qué el secreto?
Y tú, albañil, burócrata, tratante,
mecánico, taxista, carpintero,
presumiendo de macho en la cantina,
mas sin saber qué hacer con el cerebro.
Si piensas con los puños, como en casa,
quisiera ir a tu encuentro,
y obsequiarte un monólogo de golpes,
con el mensaje idéntico
que inculcas a tu esposa con frecuencia,
repugnante, maldito carnicero.
VI
Tales aberraciones
abarcan el espectro
de niveles de vida altos y bajos,
de nobles y plebeyos,
de proletarios y capitalistas,
de intelectuales y de analfabetos.
Porque la bestia extiende su maraña
sobre todas las clases y abolengos.
VII
La mujer maltratada, recelosa,
se oculta entre visillos por el miedo,
y la debilidad, y la vergüenza.
Desde la torre de la iglesia, al viento,
doblarán las campanas,
preguntarán las gentes quién ha muerto,
y un nombre ha de sonar, uno de tantos,
y nadie lo creerá, sino el grotesco
señor de luto con fingida pena,
y la hipócrita lágrima en el gesto.
¿No ha de haber la justicia de una daga
que le atraviese el pecho?
Los Angeles, 28 de septiembre de 2012