Me gritan desde el fondo de mí mismo, donde mi carnaval se arremolina en ávida algarada que domina ya la tenacidad o el erotismo. Pasiones y pasión; su mecanismo difiere en cuanto al fin; ésta combina designio y voluntad, y es clandestina la acción de aquéllas hacia el desnudismo. Ambas, cada una en su beligerante, particular misión, de ávida amante, o tenaz luchadora, va conmigo. Las dejo intervenir, mas las manejo con cierta diplomacia, claro espejo de cuanto soy y a conseguir me obligo.

Animal impaciente, el ser humano en idéntico obstáculo tropieza una vez y otra vez, y en su simpleza, su intento de avanzar podrá ser vano. El ímpetu, la euforia, el cotidiano, táctico afán de progresar, empieza por la humilde y estoica sutileza de quien mira al futuro, aunque lejano. Mañana es lentitud, si hoy es premura; si el necio solivianta tu cordura, refrena la intención de abatimiento. Cuando él se autodestruya con su prisa, dedícale, no más, una sonrisa, y prosigue a tu paso, firme y lento.

Tengo derecho a cometer errores, y transmutar la senda ya emprendida; en su pluralidad, me da la vida múltiples rumbos, metas ulteriores. La perfección, si exhibe sus colores en distante horizonte, nos convida, más que a su logro, a la preconcebida noción de acercamiento a sus alcores. No espero llegar nunca, mas lo intento; inalcanzable, el sólo acercamiento es la realización de esa utopía. Por eso, si tropiezo, me levanto, y sigo mi camino, y me agiganto, sabiéndola más cerca cada día.

Al testimonio radical ajeno, opongo siempre circunspecta duda; la verdad no se exhibe tan desnuda como se dice, ni cabalga en trueno. A cierto escepticismo me condeno, y a aclararlo el análisis me ayuda; caiga la fe sobre los dogmas muda, mas no suceda así en otro terreno. En temas de opinión, eventos, ciencia, se cae asiduamente en la tendencia de creer bajo mera autoridad. Mas yo he desarrollado la costumbre de, en principio, dudar; la incertidumbre me conduce mejor a la verdad.

La realidad es bárbaro artesano creando nuestro entorno a su manera, y lo finge, lo emboza, lo adultera, confiriéndolo un temple casi humano. Número, bloque, perspectiva, plano, nos asedian y burlan. Se apodera de nuestros propios ojos tal ceguera que nos impide ver lo más cercano, cuanto en nosotros mismos se amotina, burbujea, conmueve y raciocina, única realidad que nos compete. La de fuera es quimérica, distante, bajo el sentido, en distorsión constante, no más que problemático juguete.

Negábase la rosa a florecer, por evitarse muerte prematura; y era el rosal sombría desventura, y la mañana se negó a nacer. “Ni voluntad encuentro, ni placer, para mi canto”, el ruiseñor murmura; y el rumor de la brisa en la espesura se apresuraba a desaparecer. “La vida en sí es un riesgo, breve o largo”, dijo la rosa, y su temblor amargo tornóse en carismática fragancia. Dejó abrirse los pétalos, consciente de que una vida corta es suficiente a quien logra imprimirle relevancia.

Ah, la debilidad de la locura, tan dulcemente a veces abrazada, y por su condición de iluminada, tanto más preferible a la cordura. Tal enajenación no es desventura sabiendo regresar de la escapada. Soñar es derramar sobre la almohada la absurda insensatez que no perdura. La razón, la prudencia, son del día; la noche es emoción y rebeldía sobre cada principio o reglamento. Quiero ser medio cuerdo y medio loco, para que cuanto sueño y cuanto toco tengan en mí puntual acoplamiento.

El íntimo baúl de tu memoria que el espíritu a cuestas acarrea, de clandestinidad se tambalea, secretos indagando escapatoria. En ti se ocultan, y en su doble historia de ajeno y propio, aquéllos en la idea de ávida fuga, y éstos en tarea de permanencia, sin pasión ni gloria. La fortificación de tus secretos contrasta con tus cantos indiscretos divulgando foráneas abyecciones. Secreto, aunque trivial, que se libera, vuelve a nosotros por igual manera, como si lo gritaran los balcones.