Puede ser la belleza un algo extraño que a la vez alboroza y mortifica, como lo es la campana, que repica por la vida y la muerte. El ermitaño, que reside en el último peldaño de su vivir, ni teme ni suplica a la muerte cercana, pues abdica de pincel mundanal, que llama engaño. A nosotros, sensuales, y no ascetas, nos acosa la opción de los estetas, disfrutar y sufrir por el primor. Y así el invierno ofrece su paisaje de encanto y frigidez, y en su mensaje unirá el sufrimiento al esplendor.

No rompo hostilidades, mas preparo ofensiva frontal por aire y tierra sobre tu superficie. No es la guerra, mas simple ocupación lo que declaro. Avanzo sobre ti, no me enmascaro; quien utiliza camuflaje encierra torcidas intenciones, y se aferra a convenciones en que no me amparo. Tu territorio atrae aspiraciones de fuerzas colindantes, ambiciones que contrarrestará mi operación. Mi campaña pretende anexionarte, es lo que indica, enhiesto, mi estandarte, requiriendo inmediata rendición.

No sé cómo o por qué llega a mi mente conocimiento de tu propia esencia, sin verte, sin hablarte; no es creencia, ni testimonio ajeno; es diferente. Cuanto el cerebro capta es procedente del sentido, de cuya transferencia germinan las ideas, simple herencia del cosmos a nosotros adyacente. Lo que de ti percibo, visionario, me viene sin real intermediario, como si fueras mi alma fugitiva, que, mística, en tu espíritu se adentra. Te explora, te comprende, y me reencuentra depositando en mí tu perspectiva.

Libro carnal y místico, lo he escrito como si fuera nuestra biografía, si prolija, incompleta todavía, y a nuevos episodios hoy te invito. Cada intención, mujer, y cada rito de cámara nupcial, de fantasía, de galanteo o camaradería, persiste en su frescor, nunca marchito. Reputo el prólogo de relevante. Tú y yo sabemos cómo cada amante deriva de él convulsa incitación. Mas siendo tan sensual su efervescencia, demuestran más intensa transcendencia los mecanismos de la introducción.

Alta muralla, foso y centinela en torno a la recóndita guarida de nuestra intimidad. Es nuestra vida; a ajena intromisión, propia cautela. Si una historia se viste de novela, publíquela su autor, no se le impida; sus actos, sus palabras, su salida. Respétese lo mío y mi parcela. A nadie incumbe cuanto yo hago y digo, sino a mí mismo; quédese conmigo. Para divulgación, lo hago en la calle. Maldito quien espía, quien pregona sin autorización, porque erosiona una reputación por un detalle.

Entre la espada y la pared, sujeto a la inmovilidad, mis dos opciones son hacer o no hacer, con impresiones de que en ambas se estrella mi respeto. ¿Es tu juego o tu táctica? Mi objeto es adentrarme en ti, ver tus visiones, sincronizar las mutuas emociones con un proyecto de vivir concreto. Mas cada paso dirigido al frente tropieza en tu repliegue y, de repente, avanzas hacia mí si me retiro. Mi porfía te irrita, o te acobarda, mi turbación te arredra. ¿Qué retarda esta fusión de dos en un suspiro?

Hacer cosas a medias es tributo a la mediocridad. En la excelencia se corona el proyecto, y se evidencia fortaleza y carácter resoluto. Voy hacia ti con hambre de absoluto, sin reservas, volcando en tu presencia con voraz ansiedad cada tendencia que me acribilla el alma y no ejecuto. No es mi ritmo el del hombre que medita, ni del que intenta y no se precipita sobre la seducción de su objetivo. Lo fui, no lo soy ya. Tal vez los años me apremian a ascender cuantos peldaños no afrontó mi otro yo menos activo.

Al fondo de la entraña se me agita maremágnum de fuerzas encontradas, reluctantes al yugo, y sus brigadas corren la tierra a mi interior adscrita. Bandas de forajidos, en maldita misión de atracos, cuyas algaradas vienen y van, asaltos, retiradas, y el variado botín que los incita. Pillaje de ira, de odio, de lujuria, que estos vikingos, en urgencia y furia, hacen pasar por condición humana. Y en el fondo, qué mágica belleza despiertan en nuestra íntima flaqueza, tan hastiada de angustia puritana.