Atraparlo en su propio nacimiento de tiempo y de lugar, y en clandestino golpe audaz, detenerlo en su camino, prolongando su mínimo momento. Tal será la misión en que cimiento mi propio bienestar. Cuando el destino se ofrece y se retira, yo me obstino en aceptar, pero extender, su evento. Cada punto en la línea de la vida muere al nacer, y así queda perdida la alegría, que apenas se ha explorado. ¿Y si ese punto fuera doloroso? Mataría el instante, y en un foso de amnesia quedaría sepultado.

Te sueño en mis insomnios, blando arqueo de sinuosa piel que se me ofrece; el alma de la alcoba se estremece siguiendo nuestro propio balanceo. Solo estoy, mas estás. Un aleteo misterioso en tu ausencia permanece. Estás, aunque no estés, cuando anochece, y en la sombra te esculpo, te moldeo. Dormir, siendo quehacer irrelevante, no seduce la mente del amante, por perder su dominio sobre el sueño. En el insomnio yo entretejo el mío, lo pueblo de ti misma, lo atavío de tu alba desnudez, y te me adueño.

Asume los controles de la mente, limitando su intrínseco ejercicio, maligno duende, cuyo sólo oficio radica en sombrear lo transparente. Me infunde dudas, cuando no me miente, y en su zigzag de acoso subrepticio sabe adentrarse por cualquier resquicio que pueda darle acceso al subconsciente. En tal punto y lugar me desafía, torna la incertidumbre toda mía, y maniata propósito y razón. Su negatividad desarticula mi aptitud de pensar, y manipula toda mi facultad de decisión.

A punto ya de tu llegada, espero con los cinco sentidos en alerta; quizá en la tuya encajará su oferta, bajo el ala de idéntico bolero. Súbito festival sobre sendero apenas delineado, que despierta, más que recuerdos, tactos, a la puerta de un ahora sin antes. ¿Duradero? Como el ayer, tampoco es el mañana punto de reflexión, pues todo emana de este imprevisto, mágico presente. Y a él, nada más, los dos nos dedicamos; ni a pasado o futuro, nos volcamos al hechizo surgido de repente.

He buceado en fondos submarinos, aguas turbias o límpidas, pobladas por silenciosas, plácidas manadas de mil formas de vida, sin caminos. Pero es en los abismos clandestinos donde sueñas o lloras las doradas caricias de la vida, o las truncadas promesas del amor, sus desatinos, donde quiero anegarme, rastreando el cómo, los porqués, el dónde y cuándo del júbilo que estalla, o de la herida. Tal inmersión precisa de tu ayuda, pues si al mío tu espíritu se anuda, se amplía el gozo y el dolor se olvida.

¿Por qué no tomas tú la iniciativa, mujer en ansiedad, siempre a la espera? Titubea tu opción en la frontera del deseo y el acto, alma cautiva. Quien en sí mismo está a la defensiva, ¿qué victoria obtendrá? No se apodera del botín quien reside en la trinchera, ni ve puerto quien surca a la deriva. Sal de ti misma, asume el riesgo, intenta lo que anhelas y no se te presenta, anclada como estás en tu temor. Hay riesgo en emprender cada aventura, pues la gloria jamás está segura; mas la inercia moldea al perdedor.

No siempre es deserción, aun siendo engaño, y hay quien lo toma a broma, y quien en serio; se equipara a menudo al adulterio, y si no se conoce, no hay regaño. No hay ser humano que haya sido extraño a una cierta traición; el vituperio, por tanto, está de sobra. ¿Qué criterio podrá determinar culpa y tamaño? Todos, en el amor, en los quehaceres, o el trabajo, violamos los deberes a ejecutar, no importa a qué nivel. Pérfidos somos todos, y ninguno; decirse hijos de Dios es oportuno, pero también lo somos de Luzbel.

Eres isla de rosas, de canciones, de playas en que lánguidas sirenas, ondulantes al viento las melenas, seducen, y naufragan, galeones. De ti entretengo eróticas visiones, fatídicas también, pues me enajenas, y simultáneamente me envenenas, pero soy de explorar contradicciones. Quizás también naufrague yo en mi intento. Más trágico sería mi lamento deplorando por siempre mi quietud. Voy hacia ti con ansia indagadora; si tu naturaleza me devora, tendré, aunque breve, cierta plenitud.