623 - Quédate
Oigo sordo fragor de cristalera
en el fondo nocturno de tu ausencia,
como si el alma, ciega en su inocencia,
diera un traspiés mortal en la escalera.
Hoy tus brazos no son la enredadera
trenzadora de firme dependencia;
son otoño grisáceo que silencia
lo que bullicio fue de primavera.
Nubes rotas, estrellas apagadas,
y un dolor, asesino a dentelladas,
interponiendo angustia entre los dos.
Tú, que fuiste requiebro en mis auroras,
tú, que tal vez si lloro, también lloras,
quédate en mí, no digas aún adios.
Los Angeles, 26 de abril de 2002