Breverías
626
Amante soy, en isla transformado,
península seré, sólo a ti unido;
y el mar ha de aplacar, enmudecido,
su agitado vaivén verdeazulado
mientras descanso junto a ti dormido.
627
Desconozco tu esencia y actitudes,
ignoro la madeja de tu historia,
soy ajeno a tus vicios y virtudes,
sólo quiero que vengas y te anudes
a mí en espléndida y desnuda euforia.
628
Que otro indague, y después tal vez encuentre,
yo prefiero encontrar, y explorar luego;
tú eres mi territorio, a ti me llego,
y he de explorarte hasta que en ti me adentre.
629
A veces soy audaz, tímido a veces,
sin distinguir la línea que limita;
si avanzo, me detienes; y pareces
invitarme a cruzarla cuando ofreces
la seducción del ademán que incita.
630
Si en soledad evoco lo vivido,
no me dan los recuerdos compañía,
porque el ayer me deja sumergido
en una soledad aún más vacía
que sólo se supera con olvido.
631
Muerto de sed, al lado de la fuente,
con la vida al alcance de la mano;
tan cerca tú de mí, tan sugerente,
y yo tratando de obtenerte en vano.
632
Es contemplar a la mujer ajena
con mirada de manos atrevidas,
como abrir cartas a otros dirigidas,
leerlas, y enterrarlas en la arena.
Oh, cuántas cartas llevo ya leídas…
633
Déjame en el peligro de perderte,
que en la seguridad no sabré amarte;
y para hacerte mía, y retenerte,
deberé sin cesar reconquistarte.
634
Eres la sombra que a mis pies se aferra,
siguiéndome entre el alba y el ocaso;
pero en la noche, ¿a dónde va tu paso,
y en qué secreta actividad se encierra?
635
No quiero que conozcas y perdones
mis defectos ni mi infidelidad;
que es amor de más honda intensidad
aquel que ignora las imperfecciones.
636
En cada corazón hay un cobarde,
y también un espíritu valiente;
y un pesimista, y uno que presiente
que para enamorarse nunca es tarde.
637
Te miraré en silencio, que el lenguaje
adultera la idea y el afecto;
no hay término apropiado, ni perfecto,
que imprima exactitud a mi mensaje,
por eso mi alma te hablará en directo.
638
A tu nido de dudas habré de encaramarme,
víboras que amenazan emponzoñar tu vida;
y extendiendo la mano, de mi verdad vestida,
cortaré sus cabezas sin que logren dañarme.
639
Tan improbable, inverosímil veo
triunfo en amor que tanto desalienta,
como esquimal que propulsar intenta
con traílla de gatos el trineo.
640
Si propongo razones, me condenas,
si me abstengo de hablar, me menosprecias;
¿será que tus ideas son tan necias
como azotar el agua con cadenas?
641
Llegan en la primavera
nuevas aves, nuevas flores;
llega arropado en sudores
el trigo a la sementera;
a través de la vidriera
llega el sol hasta el altar;
llegan las olas del mar
hiriendo el acantilado;
llega el viento al arbolado…
Y tú, ¿cuándo has de llegar?
Sonetos
381 - Esponja
Llama el agua a la esponja y se le entrega,
penetrando sus poros absorbentes;
claman mis miembros por estar presentes
sobre tu piel que espera y no se niega.
A qué engranaje magistral se llega
de entrantes acoplados a salientes,
agua y esponja vivas, en dos frentes
de estrategia que avanza y se repliega.
Absorbe cuanto soy y cuanto tengo,
reténlo en ti, que yo en ti me mantengo,
y exprime, emerge, y vuelve a sumergirte.
Ah, qué saturación, qué escalofrío,
en mí aprisiono el flujo de tu río,
y no puedo ni quiero interrumpirte.
Los Angeles, 29 de agosto de 2000
382 - Ultima cita
Si me has de asesinar, usa la espada,
que permaneceré firme y derecho;
y antes que puedas horadarme el pecho
tendrás que atravesarme la mirada.
No esgrimas el puñal. La puñalada
es desleal, cobarde y al acecho;
ataca por la espalda, o sobre el lecho,
o en noche oscura, y con el alma helada.
Si has de decir adiós, que tu mensaje
sea en claro, inequívoco lenguaje,
y no en silencio o con palabra escrita.
Quien tanto habló de amores frente a frente,
aunque haya devenido indiferente,
no deberá eludir la última cita.
Los Angeles, 1 de septiembre de 2000
383 - Alta edad
Savia joven en roble centenario,
rosa que el frío invierno no marchita,
estática campana que dormita
en la oscura quietud del campanario.
Beso que languidece en solitario,
ímpetu amordazado que se agita,
voz reprimida que en silencio grita
con cada hoja que cae del calendario.
La edad modificó nuestra corteza
sin alterar la juvenil belleza
encapsulada en corazón y mente.
¿Cómo vendrá la mano que acaricie,
si el ojo sólo ve la superficie?
Oh, si este cuerpo fuera transparente.
Los Angeles, 6 de septiembre de 2000
Poemas
Una vez más
Cada mirada atrás era un cerrojo
reforzando la puerta del pasado,
con una mezcla de aflicción y enojo
resistente a dejarlo abandonado.
Los recuerdos, aún vivos, permanecen
bajo la piel oscura del fracaso,
como aves en las ramas, que enmudecen
al nublarse la tarde en el ocaso.
La noche vino y me envolvió su embozo,
y en torno mío levanté un baluarte
aislante de la angustia y el sollozo
que son de amor inevitable parte.
Pero llegó abrazado a esta defensa
brutal silencio en soledad de hierro,
confiriendo a mi vida en recompensa
dentro de mí desolador destierro.
Y en busca de la luz afloré un día,
desconcertándome con su estallido,
como si el alma alzara en rebeldía
cuanto olvidó o mantuvo reprimido.
Y en la mirada aglomeré colores,
y de mis labios descolgué cantares,
y en el oído atesoré rumores,
y el pie avanzó por rutas estelares.
Mas su cálida voz, de acento firme
que el muro cuarteó de mi aislamiento,
perdió espontaneidad, y empecé a hundirme
de nuevo en dudas, miedo, desaliento.
Ya no sé si mirar hacia delante
rasgándome la vida esta agonía,
o refugiarme en el bastión distante
de donde la ilusión me arrancó un día.
Los Angeles, 22 de agosto de 2000
Ciegos
Prófuga de mis ojos me abandonó la vista,
y me abraza la sombra de noche interminable;
no tengo lazarillo que al caminar me asista,
ni oídos que me escuchen, ni lengua que me hable.
Llevo en la piel a fuego cien poemas impresos,
pletóricos de vida, de lirismo vibrante,
cien gritos de energía prolífica, cien besos,
para forjar del barro inorgánico una amante.
Tú, mujer, cuyos labios en sequedad se agrietan,
cuyas manos se extienden y regresan vacías,
mujer de senos mustios que otras manos no aprietan,
y de muslos desiertos, y de caderas frías.
Mujer que has olvidado la magia del contacto,
cuya mueca en la noche tus manos perpetúan,
eres el barro inmóvil, de perfil inexacto
sobre el que mis ideas y mi diseño actúan.
Silencia las palabras, los párpados desciende,
bloquea esa maraña de imágenes que puebla
tu mente irresoluta, que apenas las comprende,
y al fin emancipada, únete a mi tiniebla.
Ciega absolutamente, como yo, reptarán
las yemas de tus dedos sobre mi piel desnuda
descifrando mis versos, que manifestarán
su sentido inequívoco en charla sordomuda.
Estudia cada frase de mi topografía
con el tesón prolijo de exégetas y sabios,
y esa lectura lenta será como una orgía
de datos que no saben facilitar los labios.
Hazte ciega conmigo, reconóceme a fondo,
háblame con tus manos, descríbate tu piel,
que es el lenguaje vivo al que mejor respondo,
y es muerto el que se expresa, o está escrito en papel.
Los Angeles, 24 de agosto de 2000
Vejez
Siguen los años curso irreversible,
fuente, arroyo, torrente, y al fin río,
manso, grácil, brioso y apacible,
con desembocadura en el vacío.
La vida está endeudada con la muerte,
yéndose paso a paso amortizando,
el vigor en fatiga se convierte,
y aún con la mente firme, el cuerpo es blando.
Oh si la primavera conociera
en proporción de su virilidad;
y el invierno, que sabe, así pudiera
transformar tal impulso en realidad.
Que aunque la nieve duerma en el tejado,
crepita en el hogar fuego constante,
tan voraz como fuera en el pasado,
tal vez más lento, pero más galante.
Pero si queda en soledad la llama
por razones de ausencias o rechazos,
la última edad declinará en programa
de inevitable y triste muerte a plazos.
Los Angeles, 31 de agosto de 2000
Optima edad
Para mirarte tengo ojos de niño,
de admiración y de descubrimiento;
perdido en tu regazo, soñoliento,
abandonado quedo a tu cariño.
Y las manos, de inquieto adolescente,
diestras en mí, mas sobre ti inexpertas,
al rastrear tus zonas más desiertas
de ti obtendrán destreza suficiente.
Te besaré con labios de hombre adulto
que precintaron numerosas bocas,
con la misma lascivia con que tocas
lo más sensual de mí, lo más oculto.
Y con el cuerpo en lenta decadencia
de quien ha malgastado muchos años,
sufrido soledades, desengaños,
tedio de asociación, dolor de ausencia.
Esta es mi piel, tal como ayer, sensible,
bajo ella un corazón tan explosivo,
un cerebro tal vez más reflexivo,
y una sed de contacto inextinguible.
Se aminora el vigor, y se acrecientan
exquisitez y voluptuosidad
hasta un punto que sólo en esta edad
las pasiones de tal forma revientan.
Yace conmigo en placidez o en furia,
dame tu tempestad, dame tu calma,
que se derrame sobre mi alma tu alma,
y de ambos cuerpos fluya la lujuria.
Los Angeles, 31 de agosto de 2000
Abuso
Oh qué tremenda soledad de noches,
insomne, inmóvil, casi sin aliento,
a la escucha de pasos sigilosos
que estallan en su oído como truenos.
Y chirrían los goznes de la puerta,
y la siniestra sombra invade el lecho
difundiendo en la estancia
un nauseabundo hedor de estercolero.
De la primera vez, en su memoria
no queda más que el eco
de confusos rumores,
de inútil forcejeo
bajo fuerza brutal, irresistible,
y de amargura, humillación, y miedo.
Hoy ya no se defiende;
su aterrador, abyecto cautiverio,
es costumbre enigmática, e ignora
qué motivos generan tal intento.
¿Cómo podrán sus hombros vulnerables
sobrellevar la carga del secreto,
si la inmensa tristeza de sus ojos
lo divulga en silencio?
Camina por las calles, va a la escuela,
mira a los otros niños con recelo...
¿Murmuran a su paso?
Tanta mirada extraña, ¿sabrán ellos?
¿Por qué mentes tan jóvenes
acarrean tan trágico tormento?
¿Por qué van tantos niños
día a día muriéndose por dentro?
Ah, de los asesinos de sus almas,
de los profanadores de sus cuerpos,
que tal vez visten capas honorables
enmascarando espíritus perversos.
Sacadlos a la luz, y haced justicia,
y estableced ejemplo:
que la sanción al crimen se equipare,
privándoles del arma con que hirieron.
Los Angeles, 12 de septiembre de 2000
Ladrón de vidas jóvenes
En la nevada tundra, en la pradera,
lobo y hiena rastrean los rebaños,
eludiendo pacientemente al grupo,
y aislando a débiles y rezagados.
El lobo tiene dignidad; la hiena
es la vileza, la ruindad, el asco.
Y así eres tú, cerebro retorcido,
alma de piedra en hábito de harapos,
a la caza del talle adolescente
que has de apropiarte por brutal asalto.
La impotencia sexual es la barrera
limitadora de tu propio espacio,
que engendra dudas, y aborrecimiento,
e irritada conciencia de fracaso.
No puedes, y no sabes, aunque quieres,
y en anormal mentalidad de macho
dejas vagar tu instinto por las calles,
a caza de inocentes solitarios.
Oh, qué valor, qué hombría, qué victorias
sobre inexperta edad de cortos años,
inepto amante, fanfarrón vacío,
hijo de la violencia y del engaño.
Niñas esbeltas de infantil mirada,
lejos de ser mujeres, y muchachos
imberbes, soñadores de astronaves,
quirófanos, escuelas o teatros.
Tanta ilusión de amores y carreras
cortadas a cuchillo o a disparos,
tanta belleza inalcanzable ahora,
desangrada en la hierba o el asfalto.
Y tú, ¿no sientes una sola fibra
estremecida ante el terror o el llanto?
¿Cómo inmovilizar el engranaje
de esa máquina absurda que arrollando
inexorable vidas indefensas,
repite sin cesar los mismos actos?
Ni la razón ni la amenaza obligan,
y Dios es lento en arrojar el rayo;
álcese mano súbita y violenta,
que el hierro contra el hierro es necesario;
sólo tu muerte, sembrador de tumbas,
pondrá punto final a tal agravio.
El recuerdo sangriento de los hijos
y de las madres el lamento amargo
han de fluir indefinidamente;
ladrón de vidas, ese es tu legado.
Los Angeles, 14 de septiembre de 2000