Breverías
1866
Como si te durmieras en mi mano,
así, como una alondra malherida,
dejándose acunar, porque la vida
parece abandonarla tan temprano;
con un leve latido que parece
decir lo que no has dicho todavía;
y yo con la ternura que podría
darte cuando la luz se desvanece.
1867
Para ordenarme el corazón escribo,
como el que intenta estructurar las cosas
adquiridas al paso de los años.
Hago inventario en mi desván, lo exhibo,
y logro entonces separar las rosas
de los zarzales de los desengaños.
1868
Mi palabra no es fútil ornamento
de realidades muertas,
o de tibias vivencias sin aliento;
no es de medias verdades encubiertas.
Es amplio testimonio memorable
de realidades vivas;
si la nublo de formas subjetivas,
mejor es que no hable.
1869
Ay, Tántalo, también yo lo he tenido
casi al alcance de mi boca y manos,
y como tú agonizo día a día.
Me arde la sed, el hambre me ha mordido,
y en todos mis asuntos cotidianos
me tortura su casi compañía.
1870
Las cosas vuelven a pasar, y a veces
nos parecen como otro tiempo fueron,
ya bien idénticas insensateces,
o la misma emoción que produjeron.
Y el viejo amor que fue y dejó de serlo,
aparece quizá y nos desconcierta,
pero al final llegamos a entenderlo:
Ya no es la luz, sino una sombra muerta.
Sonetos
1870 - Hoy
Me incendiaron la vida, y en el fuego
el mundo pereció que conocía;
mas surgió de la escoria un nuevo día,
nueva actitud y fórmula de juego.
No detesto el pasado, ni reniego
de cuanto en él logré; cada agonía
su éxtasis tuvo y su galantería,
y cada turbulencia su sosiego.
Fue ayer cuando anhelaba diluirme
en otro yo, cuando pensé morirme,
perdido y solo en rutas de rechazo.
Hoy el fuego me alumbra, no me quema,
miro otros ojos, forjo otro poema,
e intento abandonarme en otro abrazo.
París/Oviedo, 12 de mayo de 2008
Poemas
Sólo es cierta la muerte
Sólo es cierta la muerte; hay que mirarla
a sus cuencas vacías, y sin miedo.
No acuciará su paso,
ni lo retardará. Si está al acecho,
tiene también agenda inalterable,
y no por eso ha de estrechar el cerco.
Somos paisaje mustio, sin colores,
pintado en blanco y negro,
blanco de libertad reveladora,
negro de vencimiento.
Se muere y se corrompe
sólo una vez el cuerpo;
el alma vive, y agoniza, y muere,
y resucita, en devenir eterno.
En realidad, morimos tantas veces
que somos cementerios
ambulantes, cargando sepulturas
de horas perdidas y de amores muertos.
Más que morir, nos matan:
Nos mata el desamor, nos mata el tedio,
nos matan la distancia, y la tristeza,
tantas cosas nos sirven el veneno.
Yo lo he bebido todo,
y he cotizado el precio.
Me sangraron la vida,
me quebraron los huesos;
resucité unas veces,
pero esta vez no sé si puedo o quiero.
París, 8 de mayo de 2008
Torre Eiffel
Ni águila ni ángel, pero en obsesivo,
precipitado ascenso,
escala de Jacob hacia la altura,
en sobrecogedor sueño de hierro,
por setecientos diez peldaños grises
fui aproximándome al azul del cielo,
con un ritmo metálico en los pasos,
siendo la torre dedo
enhiesto, inmóvil, entre los tejados,
palmera artificial en el desierto.
Cabalgué el ascensor hasta la cima,
plataforma de nubes. A lo lejos,
bajo mis pies, un mundo diminuto,
errático hormiguero
de seres como yo, mas reducidos
a comas en pausado movimiento.
Y allí, los cuatro puntos cardinales
me pidieron un grito de silencio,
un nombre entre los labios
que navegara por los cuatro vientos,
nadie lograra oir, pero vibrara
agitando el perfil del monumento.
Y dije el tuyo, tan calladamente,
cuatro veces, sabiendo
que en cuatro círculos abrazarían
este mundo tan amplio, tan pequeño,
donde muchos hablamos,
y pocos en verdad nos conocemos.
Has recorrido el mundo,
paloma blanca, un mundo tan ajeno,
tan deshumanizado
que no parece nuestro.
Pero ¿qué importa? El mundo es donde estamos,
el mundo es lo que hacemos,
la palabra que oímos,
la sonrisa y el beso.
Tu nombre, pronunciado levemente
en tan altos lugares, es un verso
nacido de mi entraña,
rosa que se desnuda de sus pétalos,
arrojados al aire,
golondrina lanzada en pleno vuelo.
Qué melódico suena en esta altura,
aunque nadie lo escucha; sólo quiero
que lo percibas tú, porque es tan mío
como tuyo tal vez, como mi aliento.
Desde esta plataforma, en esta torre,
he anunciado tu nombre al mundo entero.
París, 10 de mayo de 2008
He dejado
He dejado a tu lado mi cadáver;
entiérralo a la espalda de tu casa,
o déjalo pudrirse al aire libre,
oculto entre las zarzas;
nadie vea tu fuga y mi derrota,
mujer de mi distancia.
Esa parte de mí que tiembla y gime,
esa parte del alma
que huyó a la destrucción, se ha incorporado,
y con gradual resolución se arrastra
más allá de la ruina,
todavía en sus párpados tatuada
tu propia imagen, de cuando dormía,
y tú en silencio, absorta, los mirabas.
Es un girón tan sólo, pero vive
los días negros y las noches blancas.
No sé a qué punto ascenderá, si medra,
quizá será un rosal, quizá una acacia,
tal vez el olmo firme junto al río,
tal vez el robledal en la montaña.
No importa a dónde llegue,
ya no miro al mañana;
sigo mirando a lo que fue, perdido,
única realidad que me acompaña.
Mis tres partes de muerte ya son tuyas,
la cuarta, apenas viva, se te escapa;
es la que sigue viéndote y amándote,
aunque sin esperanza.
París, 11 de mayo de 2008
La niña azul
La niña azul, que me cantaba a golpes
de silencio y sonrisas, se me ha muerto,
aunque sigue cantando de otra forma
que no es para mi oído ni mi adentro.
Oh, cómo cantará por otras calles,
flotando al aire tibio su cabello.
Y los hombres dirán: “Qué bella dama,
cómo vibran las cuerdas de su cuerpo”.
Y las mujeres: “Su canción fue bella;
pero, ¿quién hoy le escribirá los versos?”
La niña azul ensaya nuevos tonos;
la niña azul rasguea con los dedos
otras guitarras, y las notas baten
alas de olvido por paisajes negros.
La niña azul ya sólo tararea,
no hay palabras en ella, sólo hay ecos
de antiguas frases blancas
mancilladas por ráfagas de tedio.
Tal vez en ella un día
resucite el acento
de las palabras muertas,
y se articulen íntimos conceptos
que ayer clamorearon
y luego enmudecieron.
Pero hoy la niña azul, desentendida
de la tiniebla de mi desaliento,
canta por otras calles,
flotando al aire tibio su cabello.
París, 12 de mayo de 2008
Sólo un vestigio
Te ofrezco un vaso de añoranza y sombras,
a ti que exploras luz y regocijo,
como si nunca hubieras
caminado por senda de cuchillos,
ni hubieras visto ocasos, sólo auroras,
ni supieras de exilios.
Y un ramo de franqueza y claridades,
a ti, la del pretexto y el equívoco,
experto yunque de la línea curva,
trazada de lo ilógico a lo ambiguo.
Qué lejos vas de donde estoy, qué extraño
y confuso se me hace el laberinto
a que me has confinado,
extraviado entre término y principio.
Mis piezas no se acoplan a las tuyas,
eres rapsodia cuando soy quejido,
si yo penumbra, tú eres luminaria,
y para mi cristal eres martillo.
No sé por qué mi voz llama tu nombre,
no sé por qué te sigo,
no sé cómo ni dónde alcanzaría
tu palabra mi oído;
nada nos une, todo nos separa,
el tiempo, el mar, el ritmo
de la sangre, cantando en tus arterias,
gimiendo en mis latidos.
Voy a apagar mi lámpara,
me quedaré dormido,
y soñaré que un día te he soñado,
que eres sólo el vestigio
de una idea, un deseo, una esperanza,
porque tú de verdad no has existido.
Oviedo, 14 de mayo de 2008
Mi camino
Llevo canciones tristes en la mente,
un deseo marchito entre los muslos,
un latir de martillos en el pecho,
y la rabia apretándose en los puños.
Tengo la lengua seca, sin palabras,
y en el oído un muro
donde rebotan frases incendiarias,
apagándose en áspero tumulto.
De ti, del mundo, marginalizado,
miro sin ver, testigo en claroscuro,
ardo sin alumbrar, llama baldía,
ando y no avanzo, peregrino absurdo.
¿A dónde me has llevado? ¿Qué bagaje
cargo a la espalda, sin vigor ni rumbo,
de viejos tactos, de palabras muertas,
promesas pálidas, y besos mustios?
Ah, si al final lograra
desbaratar el nudo
que ata mi espíritu, dogal de hierro,
y le circunda de aires de sepulcro…
Seguiré, tropezando, mi camino,
que un día fue, pero ya no es el tuyo.
Cantabria, 16 de mayo de 2008