¿Quién te ha erigido en juez de mis acciones? ¿Acaso la verdad en ti se hospeda, y es en ti que se enreda y desenreda el nudo de sus múltiples visiones? La verdad es plural, la que propones es sólo una vertiente, una vereda, y con frecuencia quien por ellas rueda alcanza, más que fin, bifurcaciones. Teorizas, no sabes. Cuanto vieres es un matiz, no un todo, y tus deberes son más de análisis que inculpación. Abstente de juzgar lo que no alcanzas. Se llega a la verdad rompiendo lanzas, no en conjetura ni murmuración.

Unir dos partes es gradual tarea que exige avance, afinidad, acceso, y asentando equilibrio o contrapeso, al engarzarlas la unidad se crea. Tal unidad, fundida, se rodea de elementos afines al proceso del nuevo ser, no a lo que estaba impreso en cada componente que acarrea. Sin trabazón, con sólo cercanía, no son uno, son dos, y la armonía, si vislumbrada, es brisa en el ramaje. Juntar, juntarse, exige acoplamiento, no vecindad, y sobre tal cimiento alzar un torreón, no un andamiaje.

Confinados están en el profundo, casi blindado, encierro de mi entraña; escucho sus ladridos, y me araña cada uno de ellos, aunque no iracundo. Mis deseos de ti. Son todo un mundo de impulsos, de tendencias, en extraña confusión, pero unido en su campaña de fuga, en pos de ti, de mi inframundo. Aspiran tu fragancia en cada flujo de brisa que les llega, y es su embrujo que estimula sus ansias de rastreo. Si los dejara libres, si a tu puerta se agolparan salvajes, si entreabierta la encontraran, si tú, sin titubeo…

Bajo tu impulso al vértice he llegado del jadeo, y en él permaneciera indefectiblemente, compañera, si me hubiera el vigor acompañado. Tan escaso control se nos ha dado que enfilamos la cumbre en la ladera, ascendemos, clavamos la bandera, y el descenso es trajín precipitado. Nuestra elección, la sola alternativa es la nueva escalada, o tentativa, aun resultando en similar secuela. La gloria y calidad del montañero no es descender, sino escalar primero, que en su táctica y fuerza se revela.

Si en mi estrategia y ánimo confío para reconquistar tu ciudadela, también espero que a tu centinela le permitas dormir a su albedrío. La noche es mi aliada; no es el brío que conquista la plaza, es la cautela; ni se hace de una vez, cada parcela, calle, o alcor es meta y desafío. Irrumpo en ti con todo el mecanismo del flechazo, el vigor, el erotismo, en asalto, invasión y permanencia. Anticipo explosión, mas no batalla, porque tu lúbrica ansiedad estalla, no en belicosidad, en complacencia.

Al amasar el cuerpo, fue la arcilla materia prima, su único elemento, y fue el soplo de Dios, cálido aliento, el origen del alma, su semilla. ¿Cómo puede estructura tan sencilla, amalgama, no más, de barro y viento, fraguar irrevocable ofrecimiento, si toda su reserva es calderilla? Casi nada tenemos, y esperamos, a la vez que libérrimos brindamos, milagros con cariz de eternidad. Sobre todo en amor, definitivo, permanente, de hondura y obsesivo, ciegos a su precoz fugacidad.

¿Será que es suya propia la belleza, o ha sido elaborada por mi mente, y que soy mucho más inteligente de lo que a otros les cabe en la cabeza? Si no captas mi propia sutileza, tal vez soy más agudo y elocuente; no estás a mi nivel, y es evidente, pues al hablarme mi razón bosteza. Sócrates: “Sólo sé que no sé nada”. En mi cerebro yace acumulada erudición que a muchos desafía. ¿Será que soy un pensador sublime, o que cualquier simplón que se me arrime constatará mi asnal pedantería?

¿Eres invitación o sugerencia? Tu mirada es ambigua, entre la cita y la cordialidad; si ésta medita, tiene aquélla dinámica de urgencia. Hay en ambas, a veces, convergencia, mas pronto se separan. Qué exquisita la llamada con tono de visita; qué tímida la mera complacencia. Me adentraré en tus ojos, descendiendo a las fibras del alma, rehuyendo las que tiemblan en turbia indecisión. Y abrazaré a las otras, las audaces, que no entienden de tímidos disfraces, y entenderás, sin más, mi aceptación.