Poemas
¿Es acaso el Amor?
Este afán incesante de curar las heridas
con la música triste del dolor silencioso;
este corcel salvaje, indómito a las bridas;
este viento que azota nuestra carne furioso;
la angustia de estar solo entre la muchedumbre;
la inevitable fuerza de este mar de dolor;
el invierno en el alma, sin luz; la incertidumbre;
la espina, el desengaño...¿Es acaso el amor?
Madrid, 1 de agosto de 1963
Ella
Lucho contra la piedra helada y dura
sepulcro de tu espíritu, y espero
la feliz arribada de una aurora
portando el germen fecundante y nuevo
de la resurrección para las almas
que no hallaron la paz ni entre los muertos.
Fue una tarde otoñal, ¿recuerdas? Era
fría y desapacible. En el espejo
de tu mirada azul radiante, un hombre.
Las hojas, agitadas por el viento,
danzaban en confuso remolino.
Una canción dentro de tí...Del cielo
vino la lluvia, somnolienta y triste.
Surgió la niebla impenetrable. Luego
el cristal se empañó. Cesó tu canto.
Una campana golpeó a lo lejos.
Huyó difuminada la figura,
y tan sólo quedó un presentimiento
en el amargo fondo. Para siempre.
Sufrió tu corazón, pero en silencio.
Esto no ha sido ayer. Días y meses,
unos tras otros han ido muriendo.
Sin embargo la paz no te conoce,
y aún hay dolor oculto en los recuerdos.
No has logrado olvidar. ¿Lo has intentado?
¿O todavía esperas el regreso
del marinero que levó las anclas,
y zarpó, abandonándote en el puerto?
La brutal sacudida en tu alma joven
dejó unas ruinas. No ha logrado el tiempo,
que todas las heridas cicatriza,
restaurar el castillo de tus sueños.
¿Eres como pareces? Tu alegría
¿es esencial, o sólo es un remedo?
¿No tratas de embriagarte con sonrisas
cuando una garra cruel, dentro, muy dentro,
araña, rasga, oprime y envenena
el frágil nido de los sentimientos?
Quieres huir del hoy y del mañana;
vives en el ayer. ¡Despierta! El eco
del pasado ya se ha desvanecido.
Tienes la vida entera enfrente, y eso
vale más que un amor infortunado.
No estás sola en el mundo. Yo te espero.
Madrid, 1 de agosto de 1963
Paisaje sentimental
Yo sé que las nubes pasan
porque el viento se las lleva;
y he visto a las golondrinas
volar sin dejar estela;
y a los chopos despojarse
de las tristes hojas muertas.
De mi paisaje, la vida,
el dolor, la primavera
huyeron, y es el silencio
la canción que me atormenta.
Gigantes de espuma y oro
surcan un mar sin riberas
sobre los montes lejanos,
bajo las dulces estrellas.
Llevan el viento de popa,
llevan henchidas las velas,
llevan canciones a bordo,
llevan amor..., se lo llevan!
Se van las nubes brillantes,
y los nubarrones quedan.
A lo lejos, bajo el fuego
del día, en la dura estepa,
el nervio del campesino
va arañando la pobreza.
En el aire quieto flota
la inverosímil promesa
de la semilla que puede
ser fecunda al quedar muerta.
Marcaste un surco en mi alma
como el arado en la tierra:
La herida profunda, amarga,
y abundante la cosecha
de rojas flores sangrantes
con espinas de violencia.
Y en tu blanca superficie
ni un rasguño, ni una huella.
O son débiles mis pasos,
o es muy dura tu corteza.
Llora el otoño en el bosque
mientras duermen las estrellas.
El viejo árbol de los sueños
no resiste ya la fuerza
del vendaval, sordo y ciego,
que le desnuda. Se cierran
los ojos, y somos sombras
perdidas en las tinieblas.
Si está el corazón despierto
y los sentidos alerta,
veremos sobre las aguas,
y en los huecos de las piedras,
en cualquier lugar perdidas
las hojas amarillentas,
ilusiones de otros tiempos,
de otro mar, de otras riberas.
Caballito del amor,
¿por qué frenas tu carrera?
Siempre galopaste alegre
sin látigo, sin espuelas.
Tus crines eran al viento
como ondear de banderas.
Y era tu paso arrogante
y sonoro en la pradera.
Hoy, sudoroso, agotado,
como quien pierde la guerra,
sin ánimos ni esperanza,
¡qué pena me das, qué pena!
Madrid, 1 de octubre de 1963
Arte de amar
Arte de amar: Bajar a lo profundo
de la entraña vital de una mujer.
Presentir sus temores, conocer
la contextura de su breve mundo.
Hacer ofrenda del calor del alma
sin exigir a cambio otro calor;
dar el calor del cuerpo, dar valor,
dar, siempre dar, y nunca estar en calma.
Si vives en perpetuo sobresalto;
si escuchas la canción que nadie canta;
si la angustia te oprime la garganta...
es que el amor te mira desde lo alto.
No importa que, al buscar correspondencia,
mezcles la espera a la desesperanza;
siempre será mejor si no se alcanza,
que alcanzar a la vez la indiferencia.
Montreal, 1 de agosto de 1967
Circunstancias
Angelillos traviesos que a mi lado
danzáis en torbellino hora tras hora,
aturdiéndome el alma, y ahuyantando
las luces que el ayer puso en mis sombras.
No sé vuestro color. ¿Azules, negros?
No sé vuestra intención. ¿Fiel, maliciosa?
Sólo sé que el rumor de vuestras alas
todo lo agita, todo lo transforma.
Angelillos traviesos, ladronzuelos
que unís el bien y el mal en vuestra bolsa.
No juguéis a matar y dar la vida,
y a quitarla otra vez, y a inventar otra.
Frenad ese correr, caminad suaves,
no turbéis mi soñar en esta aurora.
Ha amanecido para mí, y el día,
pleno de sol, de paz, color y aroma,
es música en la sangre alborotada,
canción primaveral, vino de rosas.
Angelillos traviesos, picarones,
llevad vuestro cortejo de zozobras
lejos de mi ventana, y olvidadme.
Que puedo despertar y verme a solas.
Montreal, 1 de agosto de 1967
Belline
Bebí en el vaso de su boca ardiente;
En sus ojos me ví, ¡qué claro día!
Los párpados cayeron suavemente,
Luego todo fue paz, luz, armonía.
Intimo y dulce, como noche en calma,
Nació para los dos un nuevo sueño
En el fondo sin fondo de nuestra alma.
Montreal, 1 de agosto de 1967
Soñando
Y el sueño era un humo azul
que surgía de la tierra,
se alborotaba en el aire,
y moría en las estrellas.
Y era una canción extraña,
alegre, y triste, y sincera,
que volaba de unos labios
a un corazón en tinieblas.
Y era un arroyo, perdido
su caudal entre las peñas,
tímido, zigzagueante,
preso entre las dos riberas.
Yo soñaba con el humo,
envolvente, sin materia.
Y con la canción lejana,
alma, intención, voz y lengua.
Y con el arroyo suave
y su caminar a ciegas.
Y en mi soñar, (¿era un sueño?)
tan sólo ella estaba: Ella.
Humo azul, dame tus brazos
antes que te desvanezcas.
Canción de amor, dame el fondo
de tu gozo y de tu pena.
Arroyo escondido y claro,
olvida en llano y la sierra,
en un remanso te aguardo,
detén tu correr, espera.
No quiero abrir ya los ojos
por el temor de perderla.
Dejadme soñar, dejadme,
que sólo vive quien sueña.
Montreal, 1 de agosto de 1967
Mi canción
Peregrino en cien senderos,
rapsoda de mil castillos,
ni tengo una casa propia,
ni conozco mi camino.
Las cuerdas de mi guitarra
sólo vibran si yo vibro,
y al cantar, suena en mi voz
toda el alma hecha gemido.
Mi canción es como el agua:
Todos beben de mi río;
pero sólo por tí brota
el manantial fresco y limpio.
Sólo a tí van mis palabras.
Dime, mujer, ¿has oído
florecer mis sentimientos
bajo la piel de su ritmo?
¿Escuchas la melodía
que nace de los más vivo
de mí? ¿Captas sus matices?
¡Ese cantar soy yo mismo!
No sé quién rige tus sueños,
ni a dónde vuela tu espíritu;
pero, aún sentado a tu lado,
sé que tú no estás conmigo.
Despierta, mujer, y escucha.
No conviertas mis latidos
sólo en música de fondo
ahogada en ajenos ruidos.
Oye mi cantar, que es triste,
pero es sincero y es mío,
y en las puertas de tu alma
golpea con sus nudillos.
Abrelas sin miedo, y déjame
perderme en tu laberinto,
y darte, olorosa y fuerte,
con pr con pr con pr como
mi pasión, embriagadora
rosa regada con vino.
Montreal, 1 de septiembre de 1967
Temor
La conocí y la quise; me dí entero.
Fue alejándose luego, diferente.
Ví que se me perdía entre la gente;
la llamé y no me oyó... En mi sendero
volvió a surgir, y me cedió la mano,
pero ya su calor no era lo mismo.
Y entre los dos fue abriéndose un abismo
que yo intentaba franquear en vano.
Anoche la encontré de nuevo. Era
como en la vez primera:
Toda alegría y luz, sin voz ni ruidos;
era un amanecer a la esperanza,
equilibrio en el fiel de la balanza,
tú y yo, yo y tú, los dos igual, y unidos.
Y ahora vamos cantando y sonriendo;
ahora llevamos paz en la mirada.
Y vivimos queriendo,
y ansiamos prolongar esta alborada.
Esta es la que yo quise, la que vino
a poner su dulzura en mi camino.
La otra murió. ¿Murió? No, está dormida,
y temo que algún día se despierte,
y haga llover dolor sobre mi vida,
y deje en mi alma el frío de la muerte.
Montreal, 1 de septiembre de 1967
Incertidumbre
Dijo una vez: “Te quiero”. Y la abrí el alma,
y la sentí inundando mi vacío.
Al sonreir, pintó de azul mi vida,
y comencé a marchar por su camino.
Luego una arruga oscureció su frente,
solto mi mano, y percibí su olvido.
Montreal, 1 de septiembre de 1967
Mar adentro
Mi barca junto a la suya
dormía sobre la arena.
Lamía la popa en agua,
agua azul, aventurera.
Me dijo al oído: “¿Vamos
en busca de otra ribera?”
Yo respondí: “Tengo miedo;
mi barca no tiene vela.
¿Cómo podré atravesar
a remo la vida entera?”
Volví a escuchar su voz suave
más cerca de mí: “No temas.
Yo tejeré con mis manos
una vela de oro y seda.
Y nos haremos al mar,
la esperanza por bandera”
Ahora su barca y la mía
no ven la costa, y navegan...
Montreal, 1 de octubre de 1967
De la mano
Hoy te he sentido sacudiendo mi carne
como un escalofrío,
vaciando mi mente de temores,
penetrando en mí espíritu.
Eras toda tú que inundaba mi todo
como un líquido en otro confundido.
Nos mojaba la lluvia,
esta primera lluvia del otoño
que clava sobre el suelo las viejas hojas mustias.
Y nosotros marchábamos despacio,
con el agua en la cara,
con tu mano en mi mano.
Y la gente,
docenas de personas sin nombre y sin historia,
cruzaba a nuestro lado,
de prisa, silenciosa,
y con los ojos bajos.
Tu sonrisa, nacida en los ojos,
se ensanchaba en los labios,
y crecía en mi interior, crecía
como la luz de un amanecer claro.
La lluvia nos mojaba.
¡Qué caricia tan suave,
qué amorosa acogida en su regazo!
En este breve otoño,
de cara al rudo invierno terriblemente blanco,
bajo la lluvia, sobre las hojas,
tú y yo somos, y vamos.
Montreal, 1 de octubre de 1967