Poemas
Tren de la vida
Tren de la vida, interminable y duro,
¿no sufre alteraciones tu viaje?
Mientras a unos los llevas en litera,
nosotros vamos en tercera clase.
Tal privilegio, tan injusta suerte,
¿reside acaso en diferente sangre?
¿Por qué nos llevas por un mundo absurdo
carentes de equipaje,
junto al lujo, y la luz, y la sonrisa,
como sombras de ayer, hijos de nadie?
Eres cruel. Tu paso fugitivo
nos lleva lejos, no sé dónde. El aire
es el único amigo, acariciando
las frentes sudorosas. El paisaje
cruza veloz ante la vista ansiosa,
pero escapa al instante.
Nuestros placeres son de lejanía,
y raudos como el vuelo de las aves.
No dan otro derecho los billetes
que al partir adquirimos...Jadeante
la máquina se arrastra...como todos,
todos lo hacemos, el menor y el grande.
Todos sin excepción somos esclavos;
tan sólo cambian las divinidades.
El tren sigue veloz su rumbo incierto,
y los afortunados pura sangre,
en cómoda cabina, y las persianas
formando muro entre ellos y la tarde,
comentan la leyenda inverosímil
de un hombre hambriento...¿Pero existe el hambre?
Tren de la vida, interminable y duro,
¿no sufre alteraciones tu viaje?
Madrid, 1 de agosto de 1963
Ramera
Soy una vieja huella sobre tu carne tibia,
bella mujer sedienta, callejera incesante,
lujuria en flor ardiente de noche en cada esquina.
Soy un turbio deseo, entre tantos que nacen
a tu paso, midiendo la perfecta estructura
de los senos redondos, la cadera oscilante.
Mis ojos han surcado mil veces la marisma
de los tuyos nublados. Has encendido el hambre
vital, adormecida, de placeres ocultos,
que flotan en la noche, viciándonos el aire.
Alguien me dijo que eres una mujer cansada;
que la tristeza roe sin cesar e implacable,
bajo la amplia sonrisa mecánica en tus labios,
tu corazón incierto, de todos y de nadie.
Eres la fresca sombra del chopo junto al río;
y los hombres te buscan sólo por un instante,
cuando te necesitan; y se van de tu lado,
olvidándote al punto, al caer de la tarde.
¿Dónde va tu recuerdo, silencioso y confuso,
al par de las caricias que hábilmente repartes?
El sabor de los besos, ¿es dulce o es amargo?
Las manos que te aprietan, ¿son violentas o suaves?
¿No hay un amor lejano que ilumine tu vida?
¿Un niño, ojos azules, para llamarte madre?
¡Qué sola estás, qué triste, mujer de las esquinas,
vendiendo los jirones de tu vida en la calle!
Madrid, 1 de agosto de 1963
Los Libros
"Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos".
(Quevedo)
"¡Entre los muertos vivo!"
(Menéndez y Pelayo)
Los caballeros del saber me esperan,
austeros y serenos, alineados
tran los cristales en los anaqueles.
Oasis solitario,
en la aridez de nuestros días grises,
son el frescor umbroso de los álamos
y la joven canción pura del agua,
dulce al correr y suave en el remanso.
Bajo la ruda y desigual coraza,
unos albergan el pensar del sabio,
-noches de insomnio, entrega concentrada
al lento, espiritual, difícil parto-.
En otros arde soterrado el fuego,
prometedor o amargo,
que caldeó los miembros ateridos,
o supo fiel iluminar el paso.
Saben de mí; soy buen amigo suyo;
me llaman con sus gritos apagados.
Piden conversación sincera y muda,
como apretón de manos.
En la sorda pelea de las horas,
duro quehacer diario,
jamás puedo sentir lejos el mundo,
porque el mundo está, en ellos, a mi lado.
Aguardais mi saludo, camaradas;
y el tiempo consumido en el trabajo
es común enemigo, al impedirme
volver a saludaros.
Pero vosotros, como viejos robles,
firmes, inalterables, solitarios,
aguardais a la vera del sendero,
no teneis prisa, no fijais horario.
¡Gracias, amigos, yo también os dejo
en las puertas del alma el paso franco!
Madrid, 1 de agosto de 1963
La lluvia
La lluvia me pone triste,
pero me gusta la lluvia...
Con la frente en los cristales
la miro, múltiple y una,
cantando sobre la tierra,
resbalando mansa y muda.
Es caricia sobre el alma,
es sentimiento, ternura,
nostalgia de viejas cosas
que ya no volverán nunca.
La lluvia me pone triste,
pero me gusta la lluvia.
Montreal, 1 de agosto de 1967
Palabras
¡Las palabras! ¿Qué son las palabras?
Humo en espirales, nubes que pasan.
Pasan como sombras sin rastro ni huella;
se van como un soplo de viento: Son nada.
Lo que importa es la idea,
la idea es el alma.
Y el alma, la idea, sale por los ojos,
bulle entre las manos, baila en la sonrisa;
la palabra es, en cambio, su mortaja.
¿Y el amor? El amor debe ser silencioso.
Se evapora el amor si se habla.
Montreal, 1 de octubre de 1967
Ausencia en la presencia
Tan cerca te llegaste,
tan dentro de mí estás, tan arraigada,
que no puedo alejarte.
Tu presencia es veneno
latente en mis entrañas como brasa.
¡Qué dolor sin remedio!
Tu ausencia es como un río
eternamente largo, sobre el alma
que se muere de frío.
Estás conmigo ausente;
quizá cuando estés lejos de mi lado
te sentiré presente.
Montreal, 1 de noviembre de 1967
Se fue
Y ella se fue, y me dejó la noche,
noche en el alma, fría noche oscura.
Se marchó sin dolor, sin amargura,
y al partir murmuró cierto reproche.
Se fue con prisas: Alguien la esperaba.
Será feliz durante algunos días.
Luego perecerán sus alegrías,
y estará otra vez sola, como estaba.
Montreal, 1 de noviembre de 1967
Resurrección
La primera sonrisa de la nieve
vino a mi encuentro, acarició mi cara.
No parecía una sonrisa triste;
era un amplio saludo, sin palabras.
Su presencia ahuyentó las pesadillas
de una noche infinitamente larga...
Los erables del parque, desvestidos,
temblorosos, decían su nostalgia
de un esplendor que fue; pero esperando
la primavera sonriente y cálida.
¿Y por qué no? La vida continúa.
Hay un recuerdo más a nuestra espalda.
Pero, enfrente, el futuro nos da voces.
Vayamos, pues. Aún queda la esperanza.
Montreal, 1 de noviembre de 1967
Recuerdo
Parque de Mont Royal, mi viejo amigo,
testigo silencioso
de amores hondos y promesas largas.
Heme de nuevo aquí, contigo a solas.
Ella no viene, ¿sabes?. Se ha marchado
en busca del cobijo de otra sombra.
La mía era pequeña...
Tú, gigantesco, a todos acogías
en las calmosas noches de verano.
Nos viste caminar lentos y unidos,
oíste nuestras risas, supiste nuestro amor sobresaltado.
¿Recuerdas, viejo Parque? ¿La recuerdas?
Todo su cuerpo era
como un cantar violento, apasionado.
Tú conoces sus más tenues palabras,
sus gestos más ligeros.
Era bello, ¿verdad?, pero tan frágil...
También de tí se van, con el otoño,
los últimos amigos.
Se van quizá con la mirada hiriente,
el gesto amargo, y la pisada dura.
Te dejan solo, pero tú sonríes.
Sonríes porque sabes
que, si el invierno ha de matar la vida,
la nueva vida matará al invierno.
Montreal, 1 de noviembre de 1967
Sin retorno
Mis brazos quieren salir
en busca de tu cintura;
pero estará en otras manos,
y en otra cara las tuyas.
Se fue aquel tiempo, y con él
el amor, la fe, las dudas...
Lo que se vive una vez
ya no se repite nunca.
Montreal, 1 de noviembre de 1967
Nostalgia
Mi cuerpo me ha preguntado:
“¿Dónde está? ¿Volverá un día?”
Yo le he dicho: “Se ha ido lejos;
quizá no nos necesita.
Junto a su carne otra carne
dirá suavemente: “Olvida”.
“¿Y olvidará?” “Calla, amigo,
y deja correr la vida”.
Mi cuerpo y yo, entrelazados
por una tristeza misma
hemos salido a la calle.
Era de noche. Llovía...
Montreal, 1 de noviembre de 1967
Nuevo Año
El año ha muerto, fue enterrado anoche,
y el olvido devora ya sus restos.
Nos dió rayos de sol, nos trajo nubes,
nos hizo escuchar risas y lamentos.
Yo le he visto marcharse, y no he llorado;
y me he encontrado con el Año Nuevo,
este año joven,
luminoso, optimista, bullanguero,
que en su primer abrazo me ha dejado
la amargura y el frío de un mal sueño.
Ahuyentando a la gente,
camina por las calles el invierno;
yo estoy en casa, hay música a mi lado,
pero resbala sobre mí el silencio.
Montreal, 1 de enero de 1968
Viento invernal
Algo se agita dentro, en el bosque del alma.
Un viento del pasado se ha despertado ahora.
Un viento que me trajo simiente de esperanza,
frescor de juventudes, exóticos aromas.
El que deshizo luego, con mano invisible y dura,
mi jardín de ilusiones, mi puñado de rosas;
el que ahogó mi palabra sincera, apasionada.
Aquel viento de entonces nuevamente me azota...
¿Me esconderé en mí mismo para que no me hiera,
o le abriré mi pecho, le ofreceré mi boca?
Me has dicho tu dolor, tu soledad, tu llanto.
Fue todo inevitable, huyó como una sombra.
Sólo queda un pasado, bello y triste a la vez,
una herida en el alma y un hueco en la memoria.
Busquemos otras flores por distintos senderos,
ya que un viento de invierno deshojó nuestra rosa.
Montreal, 1 de enero de 1968
Vacío
Hiciste descender sobre mi cuerpo
tu exhuberante lluvia de caricias,
igual que sobre el bosque silencioso
cae la primera lluvia lenta y fina.
Como los viejos troncos de los árboles,
yo me sentí cubierto por tí misma.
Un único deseo brotó entonces,
cantó en los dos idéntica alegría.
Luego todo se fue, sin dejar rastro,
como se va la nieve, sin sentirla.
Mi paisaje interior quedó desnudo,
desnudo y solo en la mañana fría.
Montreal, 1 de febrero de 1968
Granadina
A través de otras tierras y otros hombres
has llegado hasta mí; yo te esperaba.
Desde mi Santander verde y lluvioso,
desde el alegre sol de tu Granada,
partieron los caminos, y arribaron
a esta ciudad universal y extraña.
Danza la nieve aquí en brazos del viento,
y las gentes prefieren la distancia.
Pero al venir tú a mí, yo ví en tus ojos
la luz y los colores de la Alhambra.
Y hay en tu risa el juvenil murmullo
que en el Generalife lleva el agua.
Cuando bailas, es todo el Sacromonte
quien se mueve en tus pies, mora y gitana.
Veinte generaciones han luchado
con el amor, los celos y las armas,
para crear tu cuerpo bronceado,
para sembrar pasiones en tu alma.
Desnuda eres más bella. Te recuerdo
como una rosa abierta. ¡Qué algazara
de besos y caricias; qué temblores
de dos carnes en una entrelazadas!
Mi soledad no vino aquella tarde.
Estabas tú, mujer, sólo tú estabas.
Y me decías: “¡Qué el amor no llegue,
no le dejes nacer!”... Y tus palabras
caían sobre mí como algo triste,
como una noche inevitable y larga.
No te querré, mujer; pondré vigías
y clavaré las puertas de mi alcázar
para impedir la entrada del amor;
pero a la vez, para evitar que salga
y se me pierda este recuerdo tuyo
-color, luz y calor- que me acompaña.
Montreal, 1 de febrero de 1968
Temores
¿A dónde vas, qué esperas, qué persigues,
pobre sentimental desorientado?
Cazador de ilusiones, en la noche
cualquier sendero llevará al fracaso.
Y es de noche en el mundo, y huele a muerto...
No des tu corazón, ni abras los brazos,
porque hallarás desprecio en las miradas
y tus mejores sueños destrozados.
Otra mujer ha entrado en tus desvelos.
Ella también se irá, dejando un rastro,
como un surco sangriento, sobre el alma,
y un temblor en los ojos, y en las manos.
Pretendes moldearlas, pero no eres
ni un alfarero tú, ni ellas de barro.
Olvida al escultor que llevas dentro,
y tómalas cual son, que ni los años
borrarán la frontera que os separa.
Nunca os conoceréis: Seréis extraños.
Montreal, 1 de febrero de 1968
Sus ojos
En la penumbra del salón estaban,
y eran oscuros...-misteriosa noche-;
pero los ví surgir, quedos, brillantes,
y acercarse a los míos. Cien colores
estallaron al punto, jubilosos,
poblando el aire de otras mil canciones.
Nadie a mi lado vió ni escuchó nada.
¿Y tú, Nora? No sé, pero fue entonces
que, al despertar mi oculta primavera,
nació una flor que llevará tu nombre.
Montreal, 1 de diciembre de 1968
Nora
Acudí. Tú no estabas.
Esperé, y no llegaste.
Tus ojos empezaron
en mi alma a esfumarse.
Han de pasar los días,
y al filo de la tarde
melancólica y triste
te encontraré en la calle.
Me veré en tu mirada
de oscuridad brillante.
Quizá haya una sonrisa,
pero breve y afable.
Los clavos de tus ojos
ya no herirán mi carne.
No habrá un instante, Nora,
como el primer instante.
Montreal, 1 de diciembre de 1968
Mujeres
Cuando pasais, un juvenil bullicio
colma los aires. Risas y canciones
van de la mano, y de sus tibias huellas
nacen los besos, como rojas flores.
Yo, en el recodo del sendero, extiendo
la mano vacilante. ¡Soy tan pobre!
Y os alejais. Y un círculo de olvido
me arrebata la luz, y ahoga mis voces.
Montreal, 1 de diciembre de 1968
Vuelve
Mi casa no bella, ni es grande, ni es casa.
Es un rinconcito
desde donde veo pasar el invierno,
largo como un río.
Mapas y recuerdos de lejanas tierras
me tienen unido
a un mundo añorado de sorpresas múltiples
y de mil caminos.
Pero aquella noche que tú no viniste
mis cuatro paredes se hicieron extrañas,
y dentro el vacío.
En mi propia casa, ni grande ni casa,
me sentí perdido.
Y aprendí que tu sola presencia
de amante exaltada, o de cuerpo dormido,
colmaba el ambiente de un aroma suave,
de un hálito tibio.
Ven otra vez, no tardes;
vuelve a poner tu cuerpo junto al mío,
mujer, porque en tu ausencia,
ha entrado en mí el invierno, y tengo frío.
Montreal, 1 de marzo de 1969
Lejanías
Una canción de amor, triste y amarga,
te volvió hacia el pasado.
Renacieron en tu alma los recuerdos,
las risas se apagaron.
Me dijiste: “No es nada. Soy la misma”,
y dándome tus labios
me dibujaste una sonrisa en ellos,
una sonrisa breve, encubriendo tu llanto.
Luego la orquesta desgranó las notas
de una música dulce, derramando
nostalgia y soledad; y abriste el alma,
y sufriste en silencio, entre mis brazos.
Yo sentí que la noche penetraba
dentro de tí, profunda, como un dardo.
Y entró también en mí, cruel y ardiente,
al percibir el eco de tu paso
perdiéndose a lo lejos,
aunque tu cuerpo estaba aún a mi lado.
Luego el regreso a casa.
Y el silencio otra vez, duro y pesado.
Y la distancia, abriéndose infinita,
y mi mano vacía sin tu mano.
“Hasta mañana”. “Buenas noches”. Luego
ví en tus ojos las lágrimas flotando.
Y con tu imagen dolorida a cuestas
bajé a la calle, y me sentí un extraño
que pretendiera entrar en tu alma rota,
y fuera rechazado.
Montreal, 1 de abril de 1969
Sueño
Y el viento sacudía su capa en las esquinas,
y la lluvia arañaba a las gentes en la calle.
Era joven la noche,
pero madre de trasgos trashumantes.
Bajo mi pesadilla,
su mirada siniestra, insobornable.
Quise hacerme pequeño,
entrar en mis tinieblas, y ocultarme.
Todo en mí era temor...
Pero tu rostro apareció al instante,
y una sonrisa suave, y un susurro:
“Sweetie”, escuché; y tu imagen
se hizo vaga, y se fue, pero dejando
limpio el ambiente y perfumado el aire.
Montreal, 1 de abril de 1969
Partida
Tu partida me hurtó la primavera.
Ya no hay flores en mí; se me está helando
la sangre que encendiste, y en la noche,
larga noche sin tí, un viento amargo
silba por las ventanas.
Todo es igual que antaño.
Yo, en silencio, pregunto a mis recuerdos
si de verdad viniste, o te he soñado.
Montreal, 1 de mayo de 1969