Breverías
409
¿De dónde nace ese temor que te hace
temblar en dudas cuando te desnudas,
si te complace que mi lengua abrace
con voces mudas lo que tanto escudas?
410
En bandeja de sábanas te quiero
tras brindis de burbujas de jabón,
en abrazo desnudo, en el que espero
subyugarte con determinación.
411
Soy la mano que a sí misma se dibuja,
la canción que nadie canta,
la semilla que en el surco no se planta,
soy el hilo desprendido de la aguja.
Trazaría tu perfil, contigo al lado;
vibrarían mis cantares en tu oído;
de mi germen brotaría un tallo erguido,
y estaría en permanencia en tí enhebrado.
412
Detén, caminante, el paso,
que es un desierto la vida;
mis labios son la bebida
más refrescante, y si acaso
acercándote a este vaso
no calmaras tus ardores,
te libaré de mis flores
una bebida de miel
que estremecerá tu piel
junto a mis propios temblores.
413
Recogeré en otoño tus sonrisas
bajo los olmos desnudando el llanto
de las hojas, que flotan indecisas,
y al fin descansan en crujiente manto.
Sobre esta alfombra te hallaré tendida,
bajo diáfana cúpula de ramas,
sólo de tus deseos revestida,
y ofreciendo lo mismo que reclamas.
414
Una caña tiembla al viento,
tiembla en el cañaveral;
las rosas en el rosal,
la estrella en el firmamento.
Pero el temblor que yo siento
ni se ve ni se calibra;
porque es el alma que vibra
de tus palabras al eco,
llenando el último hueco,
llegando a la última fibra.
415
La mente en blanco, el corazón vacío,
muda la lengua, la mirada incierta,
sólo esto queda de lo que era mío;
¿qué más puedo ofrecerte sino el frío
que me has dejado en esta vida muerta?
416
Abrácenme tus piernas la cintura,
que he de llevarte en torno a mí colgada,
en verticalidad inseparada,
e íntima natural desenvoltura.
417
Llevo la magia en mí de tu sonrisa,
de tu mirada intensa, y los rumores
de las voces perdidas en la brisa,
del chasquido del beso, y sus sabores.
Y en mí llevo el dolor que me recuerda
el brillo de tus lágrimas, tu adiós;
presente está, no quiero que se pierda:
fue lo más bello que hubo entre los dos.
418
Tiembla la roja llama de la vela,
y hay un verde temblor en cada rama;
tiemblan las blancas crestas de la estela,
y el rocío que al lirio se encarama;
tiembla el ala del ave que no vuela,
tiembla la voz que suavemente llama;
y tiemblas tú en mis brazos, con temblores
que tiñen tus mejillas de colores.
419
Enviaré mis versos a tu encuentro,
y te hallarán desnuda de razones,
sin saber si tus propias emociones
permitirán que yo me instale dentro,
haciendo tuyas mis aspiraciones.
Y al abrirse en tus ojos la lectura,
tu íntimo espacio, que ahora está desierto,
ha de quedar íntegramente abierto
al aire de la armónica aventura
que a ritmo inevitable en tí despierto.
420
Deja flotar en libertad tu velo
en los dedos del viento;
que en tal descubrimiento,
hacia tus senos alzarán el vuelo
mis manos, y mis labios, y mi aliento.
421
Impulsiva te quiero,
en avance frontal, obliterando
las barreras del cómo, el dónde, el cuándo;
pero también te espero
en sosegada calma en mi sendero,
aceptando el perfume de las flores,
la caricia del sol, la luz, el viento,
la magia del momento,
el gozo del paisaje y sus colores.
Sonetos
208 - Quédate
Esta noche no admite despedida,
ni es la noche que al alba se evapora;
es la noche que llega acogedora
y te acepta, semidesconocida.
Qué poco sé de tí; qué precavida
es tu arribada, aunque esperanzadora…
Mas ¿qué importa lo mucho que se ignora,
si lo poco aprendido no se olvida?
No te apresures a partir; extiende
el arco de tus brazos, y pretende
una historia común de sueños y años.
Mi voz suena una vez, sin insistencia;
y al aceptarla tú sin resistencia,
ya no seremos mutuamente extraños.
Los Angeles, 24 de mayo de 1999
209 - Perdida la mirada
Ni la luz es negada, ni el paisaje,
a quien sentado a la ventana mira;
uno quizá nostálgico suspira,
otro sueña fantástico viaje.
Flotando está tu mente en oleaje
que viene y va y en torno suyo gira,
se abalanza y al punto se retira,
dejando en blanca espuma su mensaje.
Miras sin ver, y nada te responde,
cuanto te circunvala se te esconde,
tan sola que a tí misma no te ves.
Y no sabes ni puedes escaparte
de esa prisión de la que formas parte,
porque la voluntad duerme a tus pies.
Los Angeles, 24 de mayo de 1999
210 - Manos de amante
¿Hasta dónde se extienden las fronteras
que acotan tus estados soberanos?
Que he de comunicárselo a mis manos,
en tu tierra perennes viajeras.
Libres irán, mas no como extranjeras,
madres de diez audaces ciudadanos
que al recorrer tus cerros y tus llanos
germinarán radiantes primaveras.
Serán lluvia filtrada gota a gota
en las íntimas zonas, donde brota
tu remolino de placer vibrante.
Serán sombras de nubes en tus playas
trepando a promontorios y atalayas;
sin freno irán: Serán manos de amante.
Los Angeles, 26 de mayo de 1999
211 - Disensión
Dispérsame la niebla, borradora
de los rasgos que trazan tu paisaje,
del sendero pisado en mi viaje,
patente ayer, imperceptible ahora.
Rompan las claridades de la aurora,
y su puñal de luz de un golpe raje
esta cortina gris, bárbaro ultraje
a una entrega tan esperanzadora.
El silencio es funesta sepultura
del amor renunciado en amargura;
dame antes el diálogo o el grito.
Vente con voz de brisa o de martillo,
con palabra de seda o de cuchillo,
porque callar es el peor delito.
Los Angeles, 29 de mayo de 1999
212 - Desde tan lejos
“Junto a los ríos de Babilonia, alli nos sentábamos
y llorábamos, acordándonos de Sión. De los sauces de sus orillas
colgábamos nuestras cítaras...Si yo me olvidare de tí,
Jerusalén, olvídese de mí mi diestra...” (Salmo 137, 1-2 y 6)
En esta Babilonia, mi destierro,
perdido entre una multitud extraña,
sólo el recuerdo tuyo me acompaña,
me envuelve acogedor, y en él me encierro.
Mi piel se ha endurecido, soy de hierro,
y quien en mí tropieza no me daña;
cuando la muerte agita la guadaña,
sólo por tí a sobrevivir me aferro.
He colgado mi cítara en las ramas,
tengo muda la voz y el alma en llamas,
y tu nombre, no más, suena en mi oído.
Oh perfil seductor, que cincelado
llevo en el corazón enamorado:
olvídeme de mí si yo te olvido.
Los Angeles, 30 de mayo de 1999
213 - Vuelta del exilio
Resonarán un día las trompetas
sobre las mieses y los olivares,
y una explosión de danzas y cantares
emergerá de gentes y poetas.
Arrojará el tullido las muletas,
olvidará el cautivo sus pesares,
se elevará el incienso en los altares,
y exultará la voz de los profetas.
Será el momento ansiado del regreso
del expatriado, el prófugo o el preso,
en retorno al lugar donde nació.
Y yo volveré a tí, porque tú has sido
la única patria que he reconocido,
tú sola en mí, y en tí tan sólo yo.
Los Angeles, 31 de mayo de 1999
214 - Inseguridad
Tantas veces el ánfora quebrada
de nuevo fue por mí reconstruída;
tantas veces la sangre de su herida
quedó en mis propias manos coagulada.
Y tantas veces se sintió clavada
de invisibles puñales, y mordida
por el espectro cruel de mi partida,
jamás cumplida ni aún considerada.
Parece que aunque gano las batallas,
quedan inexpugnables las murallas,
sigue la guerra un curso interminable.
Cada avance es seguido de un repliegue...
pero aún así, no hay nada que le niegue;
si lo hiciera, sería imperdonable.
Los Angeles, 31 de mayo de 1999
215 - No tú
Una garra invisible, insensitiva,
rasga mi piel con tajo fulminante,
y abre múltiple surco palpitante
en la tierra del cuerpo en carne viva.
Sólo el dolor le guarda y le cultiva,
sólo el gemido brota sofocante,
y su fruto transforma en un instante
la mente libre en infeliz cautiva.
¿Quién habrá de vendarme las heridas?
¿Quién vendrá a mí con manos extendidas,
lejana, amiga, próxima o extraña?
No tú, cuyo ornamento es el rechazo;
no tú, cuya caricia es el zarpazo;
tu ley la decepción y la artimaña.
Los Angeles, 8 de junio de 1999
216 - Tus dos tús
Un hombre vive en tí, y otro dormita;
éste un misterio, aquel indiferente;
no me basta su beso reverente
sobre mi rosa de pasión marchita;
algo más de arrebato necesita
este mi río en calma y sin corriente,
quizá una inundación que me reviente,
o una íntima explosión de dinamita.
Le volveré la espalda al hombre inerme,
y me abalanzaré sobre el que duerme,
sacudiendo su espíritu con brío.
Le obligaré a adoptar una postura
de menos pretensión y más locura,
que se desborde en mí como otro río.
Los Angeles, 11 de junio de 1999
217 - Sueños vacíos
Sueños de tí en mi noche, fugitivos
a la primera luz de la alborada,
dejando la memoria despojada
de tus avances más provocativos.
Sueños estimulantes y lascivos,
extendiéndose en rauda llamarada,
suspendidos al borde de la entrada,
desertores de mí, sueños esquivos.
Sueños en que a mí vienes y te pierdo
sin apenas quedarte en el recuerdo;
sueños que de repente palidecen,
de los que sólo sé que te he soñado,
de los que nunca hubiera despertado...
¿por qué, sin recordarlos, me estremecen?
Los Angeles, 13 de junio de 1999
218 - A punto de partir
¿Es sólo una estación, sólo un billete,
o es una dolorosa despedida?
¿Será una búsqueda? ¿Quizá una huída?
¿O un horizonte abierto que promete?
Esta joven mujer tal vez complete
una etapa notable de su vida,
dejando atrás desolación o herida,
en esta nueva empresa que acomete.
Hay un temor en su mirada oscura,
y hay una incertidumbre que apresura
el pulso galopando por sus venas.
Pero hay también un singular denuedo
que sabe reprimir dudas y miedo,
joven mujer que rompe sus cadenas.
Los Angeles, 13 de junio de 1999
219 - Identidad
“L’homme devient un Je au contact du Tu”. (M. Buber)
“Encarnación final, y jubiloso
nacer, por fin, en dos, en la unidad
radiante de la vida, dos. Derrota
del solitario aquel nacer primero”. (Pedro Salinas)
He querido ser tú, sin compañía,
enterrando a la sombra del olvido
mi propia identidad, y ando perdido
sin ser yo, sin ser tú, sin plan ni guía.
Ciego en la noche y con el alma fría,
no podrá percibirte mi sentido;
ni tacto, ni mirada, ni sonido
penetrarán esta melancolía.
Pero tal vez…, tal vez si tú quisieras
desbordarme, caerían las barreras,
y quedarías transformada en mí.
Desaparecería el pesimismo,
te llegaría a amar más que a mí mismo,
y serías quien soy, y yo quien fuí.
Los Angeles, 15 de junio de 1999
220 - Sueños
Cuando los sueños mueren, ¿qué nos queda?
Quizá un eco lejano, voz escrita,
sin timbre, sin matiz, rosa marchita,
muro gris bloqueando la vereda.
Quien te sueña te invade, en tí se enreda,
no sólo se te acerca de visita,
su reino te abre y en tu reino habita,
deviene el eje de tu propia rueda.
Si los sueños se van, se va la vida,
queda inmóvil la mente, adormecida,
cuerpo sin sangre, fuego sin calor.
Quiero vivir en tí sin despertarme,
soñar en tí, contigo, y vincularme
a tu espíritu inquieto y soñador.
Los Angeles, 16 de junio de 1999
Poemas
Gaudeamus
Celebremos las luces de la aurora,
no la sombra en los valles escondida
ni la lóbrega noche; celebremos
el amor y la vida.
Celebremos el gusto refinado,
no la vulgaridad insoportable
ni la pedantería; celebremos
el amor y lo amable.
Celebremos las voces apagadas,
no las banalidades de los gritos
ni la cháchara absurda; celebremos
el amor y sus ritos.
Celebremos el gesto sonriente,
no las muecas adustas del semblante
ni la mirada torva; celebremos
el amor y a la amante.
Celebremos el íntimo alborozo,
no la sombría arruga del enfado
ni la desesperanza; celebremos
el amor y al amado.
Celebremos cuanto hay de positivo,
el cielo azul, el aire que inhalamos,
el deseo, los sueños, la nostalgia...
amemos y vivamos.
Los Angeles, 30 de mayo de 1999
Su silencio
De luz y agua me amasaba las palabras,
fluidez y claridad al aire libre,
sin opacas nubes negras
ni embalses que lo limiten.
Qué diafanidad de ideas
acopladas a tan íntimos matices,
lluvia fresca, suave brisa, blanca luna,
penetrante, acariciante, inextinguible.
Conversaba en longitudes, en honduras,
brevedad y superficie,
en remolino de frases,
en simplicidad y urdimbre.
Y un día llegó el silencio,
denso, plomizo, tan triste,
revestido de sonrisas enfermizas
a la espera de morirse.
Y el torrente de palabras
se acostó en la mansedumbre del aljibe.
Durmió el viento en apatía,
se agostaron los racimos en las vides;
y en campana amordazada
enterraron los sonidos sus raíces.
Ya no te escucha mi oído,
ni mis ojos te perciben,
sombra de palabra muerta
que incesantemente logra perseguirme.
Vacía el alma, vacía,
la tuya, que nada dice,
y la mía, abandonada,
que por la tuya se aflije.
Los Angeles, 3 de junio de 1999
Diez segundos
En la oscura penumbra del recuerdo,
detrás del proyector miro la escena:
Tu paso raudo,
casi a la carrera,
prendido el cigarrillo de los dedos,
y la sonrisa abierta;
y un alto de repente en el camino,
al sorprender mi imagen a la espera
tras el cristal de la ventana; un alto
que fue descubrimiento, sin sorpresa;
y reanudando el paso,
tu entrada acogedora por la puerta.
Quiero cristalizar esas imágenes,
proyectarlas sin tregua,
verte avanzar en juvenil impulso,
en los ojos la oferta,
en los labios la búsqueda del beso,
en los brazos la entrega.
Debo aislar el momento,
hacer retroceder la manivela
y volver a empezar. Siempre tu paso,
alegre, decidido, sin cautela,
una vez más tu repentina pausa,
de nuevo tu mirada, toda llena
del gozo desbordante
que tanto tiempo sujetó la ausencia.
Y otra vez, y otra vez, el mismo tramo,
los diez segundos que dejaron huella
tan indeleble, que en la muchedumbre
todas se borran, y la suya queda.
Qué fragmento tan breve de tu vida,
qué enorme espacio de la mía llena.
Los Angeles, 9 de junio de 1999
Estacional
Sécame la humedad de los inviernos
con la caricia suave de tus manos,
hasta lograr los dos adormecernos.
Dispérsame el ardor de los veranos
en tu profunda sombra sumergido,
tus miembros y los míos tan cercanos.
Deshazte de la fronda del vestido
en los otoños de añoranza triste,
y nostálgico en tí caeré dormido.
Y en esas primaveras en que diste
tanto impulso a mi sangre, no la enfríes;
que en tí germine lo que en mí encendiste,
y yo sonría cuando tú sonríes.
Los Angeles, 11 de junio de 1999