Breverías
701
El dolor es la flecha que sabe su camino,
y en su afilada punta lleva tu nombre escrito;
seas rígido o frágil, de barro o de granito,
sentirás su zarpazo, satánico o divino,
abrazado al silencio, o arropado en el grito.
702
El reloj digital, inexpresivo,
relata el tiempo inadvertidamente;
reloj de sol, efímero y pasivo,
se va muriendo inexorablemente;
sólo el reloj análogo está vivo,
con su tic tac de corazón latente.
Cuéntame el tiempo en ese dulce tono,
que a su arrullo indefenso me abandono.
703
No es a estrenar tu sexo a lo que mi sexo aspira,
que el tuyo como el mío peregrinos han sido;
la primera visita no es la que más se admira,
su recuerdo en el tiempo muerto o adormecido;
hoy es verdad sincera, ayer se ha hecho mentira,
ven y da a este momento su más hondo sentido.
Si la nueva mañana pareciera vacía,
satúrate de nuevo en mi propia compañía.
704
Traigo canciones sin palabras; canto
para aquél que en mí pueda reflejarse;
la melodía, exultación o llanto,
perceptible será, en todo su encanto,
a quien dentro de mí quiera encerrarse.
705
No me ofrezcas placer indefectible,
que la seguridad es su enemiga;
flota el desinterés en lo apacible,
surge el vigor si el vendaval fustiga.
706
Ven a mi campo de batalla, hermano,
y arroja tu fusil sobre la arena;
quien muere en el conflicto, muere en vano,
y asesino es quien mata y quien lo ordena.
Avancemos unidos de la mano,
que ya no hay tierra propia o tierra ajena;
donde hubo patria o altos ideales,
hoy rigen intereses industriales.
707
Máscara gris que sobre el rostro llevo,
ajena a mi elección, te pertenece;
cuando la arranques, seré el hombre nuevo
que en su auténtica imagen se te ofrece.
Sólo me has de tener íntegramente
al verme como soy, no como piensas;
desnudo, más allá de lo aparente,
y el alma desprovista de defensas.
708
Qué lucha extenuante,
qué derrota en nosotros escondida,
proyectando el instante
que a la pasión convida,
en programa futuro de una vida.
Pues tan breve momento
debe vivirse en plenitud segura,
sin arrepentimiento,
pero sin la amargura
de que el momento expira, y no perdura.
Sonetos
426 - Retrato de bailarina
En solitaria danza sorprendida,
durmió en los músculos el movimiento,
inmóviles cuajaron luz y viento,
de la melena y poco más vestida.
Grácil sinuosidad en la salida
de espalda vertical hacia el asiento,
en retorno hacia el muslo, y nuevo intento
de retroceso al pie en postura erguida.
Mano iniciando vuelo de paloma,
mientras el rostro sobre el hombro asoma
con gesto de sensual invitación.
Desconozco al mirarte si prefiero
la quietud del retrato, o el ligero,
dinámico despliegue de la acción.
Los Angeles, 5 de marzo de 2001
427 - Monólogo de la mujer fría:
Repliégate, mi piel, que el alma exige
sentimientos, y excluye sensaciones;
no voluptuosidad, sino razones
para vivir la inteligencia elige.
¿Quién en la oscura tempestad dirige
sobre el agua los altos galeones?
¿Quién determina lo que son visiones,
y quién la falsa realidad corrige?
No la ceguera absurda del sentido,
más ciego cuanto menos reprimido,
improductivo en su fugacidad.
No la pasión, sino la idea fría
orden engendrará de la anarquía,
fortaleza de la fragilidad.
Los Angeles, 5 de marzo de 2001
428 - Monólogo de la mujer apasionada
Llevo a remolque el alma ensangrentada
de amar entre la espina y el deseo;
en tu crisol mi realidad moldeo,
mi presencia a la tuya atenazada.
Si la noche te ausenta, qué truncada,
qué indefensa y atónita me veo,
qué hambrienta del salvaje forcejeo
que te trueca en león sobre la almohada.
Dame la infinitud de tu lenguaje,
propagador del único mensaje
que el flujo de mis venas aún entiende.
Y esa cálida carne que codicio,
sin ti ansiedad, contigo casi vicio,
que al adherirse a mí, la piel enciende.
Los Angeles, 5 de marzo de 2001
429 - Monólogo de la mujer escéptica
Desdeñosa del que acaricia y besa,
a la emotividad indiferente,
me ciñe identidad independiente
que ni sabe de amor, ni le interesa.
Quien ama lleva sobre el rostro impresa
la marca insulsa del adolescente;
mi madurez ni avala ni consiente
la falsedad sellada en la promesa.
Nunca dos serán uno. Los amantes
dormirán en costumbre, o caminantes
avanzarán por líneas paralelas.
Más que piezas que mutuamente encajan,
llegarán a adversarios que se ultrajan;
serán almas perdidas, no gemelas.
Los Angeles, 6 de marzo de 2001
430 - Cita
Mudo vestíbulo de hotel cualquiera,
de anónima ciudad, grisáceo día,
calles dormidas en quietud. Llovía
sobre el ciprés del patio, y la palmera.
Ambos en lento ascenso. La escalera,
con alma de cemento, ajena y fría.
Pasillo a media luz, débil, sombría,
decoración impersonal y austera.
Pero en la habitación doscientas nueve,
sólo un calor impúdico se atreve
a deshacer del tiempo los dictados.
A los cristales el invierno llama,
y en los pliegues del lecho se derrama
vivo ardor de desnudos abrazados.
Los Angeles, 9 de marzo de 2001
431 - Vacilación
Inaccesible fruta, esa manzana,
en el árbol del bien y el mal pendiente,
prohibida, y como tal, más atrayente,
tan próxima a la mano, y tan lejana.
No la protege foso o barbacana,
libre al anochecer y al sol naciente,
brindándose atractiva y sugerente,
con languidez de incitación pagana.
Quiero acercarme a ti, que no eres mío,
y me detiene un cierto escalofrío,
que de nuevo me impulsa, y me reprime.
No sé si he de invadirte o esquivarte,
si eres más mi llanura o su baluarte,
si eres amor, o carga que me oprime.
Los Angeles, 26 de marzo de 2001
432 - Frivolidades
A mis océanos afluyen ríos
de los que ignoro número y caudales;
descargan su opulencia en mis umbrales;
diluídos en mí, los llamo míos.
Ficticia infiltración, brazos vacíos,
de ofertas cíclicas superficiales,
idas dejando sólo unas señales
fugaces como estelas de navíos.
Ríos de mi ambición y devaneo,
rodando sedimento de deseo
que aflora a veces y otra vez se esconde.
Os vi ayer, hoy os tengo, habréis caído
mañana en la hendidura del olvido,
donde a mi voz ni el eco le responde.
Los Angeles, 27 de marzo de 2001
Poemas
Cuerpo y alma
La razón me distancia de ti, pero el sentido
me adhiere a tu costado como la hiedra al muro;
y sin embargo admito que la razón ha sido
quien te anexó a mi vida, por quien en ti perduro.
Eres más que una idea, pero no te percibo
sino como una sombra, grácil e inaccesible;
sombra que se me acerca con aire fugitivo,
y como aire se pierde, como sueño imposible.
Y a pesar de ser sombra, y a pesar de ser sueño,
y a pesar de ser aire, te acarician mis manos;
una caricia suave, que muere en el empeño,
porque aire, sueño y sombra se perfilan lejanos.
¿Por qué te siente el cuerpo tan cerca, si la mente
tan remota te sabe, tan fuera de mi tacto?
¿Y por qué el mismo cuerpo te reconoce ausente,
si la mente establece su intangible contacto?
Qué triste paradoja, qué absurda coyuntura,
qué condena se impone la condición humana,
dividida en la busca de su propia ventura,
y en la perenne espera de que vendrá mañana.
Los Angeles, 10 de marzo de 2001
A oscuras
Tu mirada nostálgica es mensaje
al que no sé asignar destinatario.
Tus ojos no perciben mi paisaje,
perdidos en remoto itinerario.
¿Por dónde vas, como la nube errante,
como espirales de humo, como viento,
a mí adyacente, y a la vez distante,
la piel conmigo, ausente el pensamiento?
Llueven estrellas de húmeda tristeza
detrás de tus pupilas y las mías;
siento tambalearse en mi cabeza
tus promesas de ayer, mis alegrías.
Como si ambos hubiéramos llegado
a cierta encrucijada del sendero,
y de repente hubieras regresado,
trocando nuestro mayo en mi febrero.
Estás aquí como si no estuvieras,
sombra en la sombra de mi atardecer;
tu alma ha cruzado ya nuestras fronteras,
se ha extinguido tu luz. Adios, mujer.
Los Angeles, 12 de marzo de 2001
Sueños
Al ciclo de los años, estaciones
húmedas, verdes, sofocantes, frías
se han ido sucediendo,
cabalgata de anhelos y apatía.
A su sombra he dormido, y he poblado
mis sueños de una absurda comitiva
de cíclopes de acero en bamboleo
sobre sus pies de arcilla.
Ah, la premura en la magnificencia
impresa lleva el sello de la ruina,
y así se derrumbaron mis quimeras,
escombros de la mente en carne viva.
Y al sueño regresé, esta vez vacío,
como al perder su estatua la hornacina,
oasis desierto de la caravana,
buque fantasma errando a la deriva.
Soledad de hermetismo y de penumbra,
desapacible clima
de silencio forzado, no elegido,
que en vez de serenar, deshumaniza.
Y conmigo durmió la luz, y el aire,
y el flujo de la arena en la clepsidra.
Yacente en el dintel de mi ostracismo,
me rebasó la vida, sin sentirla.
Un opaco rumor de agua rodante,
de indescifrables términos y risas,
me llegaba de lejos,
en confusa, tenaz cacofonía.
Mundo lejano, extraño, inabordable,
de índole oscura, intriga clandestina.
Y dormido y sin sueños
cruzó sobre mi cuerpo la ventisca,
cuajó la nieve en mi aterida carne,
las hojas amarillas
cubriéronme calladas,
desamparadas de la luz del día.
Y una clara mañana,
suave como el temblor de una caricia,
se detuvo, al llegar, la primavera,
su antigua claridad restablecida.
Me llamó con nudillos de rumores,
algazara de voces y de risas,
con aroma de rosas y claveles,
con despertar de valles y colinas.
Me tomó de la mano,
bailó conmigo sobre las cenizas
del pasado marchito,
y me besó risueña en la mejilla.
Los Angeles, 14 de marzo de 2001
Compañeros
El camino que dos andan
es en sí mismo destino;
llegar no es tan importante
como hacer el recorrido.
Sentir la mano en el hombro
al temblar el equilibrio,
percibir la voz afable
en el instante preciso,
y sorprender la mirada
que sonríe si sonrío,
es, caminando con otro,
caminar conmigo mismo.
Por eso he abandonado
las prisas y los designios,
para avanzar paso a paso,
anómalo peregrino,
retrasando la llegada,
sólo por estar contigo.
Más quisiera ser laguna,
que ser corriente de río,
porque aquélla permanece,
y éste al mar entra perdido.
O ser rueda de carreta,
en lento, constante giro,
sincronizado a otra rueda,
ambas el mismo gemido.
O caminante que torna
su sendero en laberinto,
retrasando la arribada
prolongando el recorrido.
Mas si he de llegar un día,
prefiero hacerlo contigo,
compañero de viaje,
nunca mejor elegido.
Los Angeles, 16 de marzo de 2001
Doña Juana la Loca
I
De las escarchas de Burgos
endureciendo las eras,
a la vega de Granada,
dormida al pie de la sierra,
avanza la caravana
braceando las tinieblas.
Tiemblan mudas las antorchas,
reflejos de almas en pena
merodeantes en la noche;
y en la imperceptible senda,
danzan volutas de incienso
como girones de niebla.
Solemne coro de voces,
lejano rumor de abejas,
en requiems, y misereres,
y lamentos se destrenza.
Lento, rutinario el paso,
rítmico sobre la arena,
y el cierzo, como un cuchillo
inevitable, atraviesa
los cuerpos sobrevestidos
de caballeros y dueñas.
Ay Doña Juana, que amaste
con la furia y la impaciencia
de quien espera o exige
exclusividad perpetua.
Ah las noches solitarias,
tan desnudas de promesas,
cuando la carne se enfría,
mientras el alma se quema.
Mitad del lecho vacío,
mitad de la vida muerta,
y tu mitad cabalgando
corceles de puerta en puerta.
Cómo tu razón sangraba
de preguntas sin respuesta,
perdiendo el brillo, quedando
pausadamente desierta;
abrazada al triste miedo
de soledad indefensa.
Las lágrimas del silencio
cómo te hicieron violencia,
dulce Juana, y en tu mente
se durmieron las ideas,
las imágenes huyeron,
se ahogó el rumor de las fiestas,
y permaneciste ausente
en medio de tu presencia.
Y murió. Murió el esposo,
llevando la primavera,
dejándote un duro invierno
de ineludible tristeza.
Hoy su ataúd le defiende,
y sólo tú eres su dueña.
II
La noche oscura y adusta
desatendió a las estrellas,
y solicitó a la lluvia,
que en el viento llegó envuelta.
Detuvo el cortejo el paso
al resguardo de una iglesia,
y en la nave resonaron
el cansancio y las espuelas.
Desperezó una campana
el sueño de las vidrieras,
llamando al rezo a los miembros
del convento. Tras la reja
del coro se adivinaban
gráciles, blancas siluetas.
Y el canto de los maitines
se abrió en voz de gentileza.
Un alarido de angustia
abortó el canto. En la iglesia
revuelo de caballeros,
y de damas soñolientas.
Y un murmullo de uno a otro:
-“La Reina se ha dado cuenta
que es monasterio de monjas,
y quiere el féretro afuera”.
III
Oh dulce Juana, celosa
de voces, sombras, quimeras,
de la clara luz del alba,
de miradas indiscretas,
del aire que ya no puede
respirar… Oh pobre Reina.
Avanza la caravana
braceando las tinieblas.
Tiemblan mudas las antorchas,
reflejos de almas en pena
merodeantes en la noche;
y en la imperceptible senda,
danzan volutas de incienso
como girones de niebla.
Vigila el féretro Juana.
Ninguna mujer se acerca.
Los Angeles, 18 de marzo de 2001
Mío Cid y el judío
-¿Este es el Çid de Vibar que dizen que nunca moro ni christiano le osó travar de la barva? -¿Este es el Çid de Vibar que dizen que nunca moro ni christiano le osó travar de la barva? E agora veré yo si te trabaré d'ella.
E quisiéndole trabar d'ella espiró Dios en el Cid
e puso la mano derecha en la espada e sacóla
quanto un palmo; e tan grande ovo el judío el
espanto que, dando vozes, cayó amorteçido.
E llegando las gentes allí, falláronlo atordido
e vieron al Cid la espada así sacada, e maravilláronse.
Vino la muerte a caballo,
sin espuelas, y sin prisa,
sabiendo que el caballero
a pie firme esperaría.
Y al arroparle en su manto,
hubo una mutua sonrisa,
y una caricia ligera,
fría, pero al fin, caricia.
Ausentado se ha Rodrigo
hacia quien le dio la vida.
Ya no cabalga en Babieca,
pero es El Cid todavía.
Yace su cuerpo en la nave,
que vagamente ilumina
la luz del sol que al ocaso
por las vidrieras se filtra.
Cota de malla en el pecho,
las manos entretejidas
sobre el puño de Tizona
que hasta los pies se desliza,
aún húmeda de la sangre
y del sudor de la lidia.
En la soledad del templo
quedos los ruidos dormían,
sólo silencio y penumbra
vigilaban en la cripta.
Silueta de hombre embozado
en la puerta se perfila,
doce tribus a la espalda,
Cábala, Talmud, y Mishna,
y ecos de preces hebreas
en diáspora a la deriva.
Agrio sabor en los labios
del fracaso prestamista
de sus correligionarios
en Burgos, Raquel y Vidas,
y en la mente un plan de ultraje.
Aproximóse a hurtadillas;
temblores entre los dedos,
torvo brillo en las pupilas.
En el cadáver de El Cid,
serenidad de fatiga
que ha conseguido el reposo;
la rubia barba reclina
sus bucles sobre la malla;
las cuatro velas titilan.
“En vida no pude hacerlo,
pero hoy esa barba es mía”.
Tiende la mano el judío…
y al momento la retira,
viendo que El Cid desenvaina
media espada. Las rodillas
le flaquean, y en el suelo
aterrorizado grita,
disipándose en el aire
su último soplo de vida.
Ausentado se ha Rodrigo
hacia quien le dio la vida.
Ya no cabalga en Babieca,
pero es El Cid todavía.
Los Angeles, 21 de marzo de 2001
Hispanidad
“Abominad la boca que predice desgracias eternas,
abominad los ojos que ven sólo zodíacos funestos,
abominad las manos que apedrean las ruinas ilustres,
o que la tea empuñan, o la daga suicida”.
(Rubén Darío, Salutación del optimista)
Hombres de Hispanidad, en dos riberas,
tended sobre el azul del mar las manos;
venid, auténticos americanos
de las llanuras y las cordilleras.
No os amedrente sombra de gigante
que en su altivez os ha robado el nombre,
ni anglosajón del norte, ni emigrante,
por hablar en inglés será más hombre.
Nos une mucho más que nos separa,
romped los moldes que fraguó el pasado,
el troquel de la Historia está gastado,
y un nuevo amanecer nos da en la cara.
Ayer hubo rencillas familiares,
y hoy hemos de sentarnos a la mesa;
tornemos los insultos en cantares,
las divisiones en común empresa.
Sólo el enano necesita ruinas
para alcanzar significante altura;
en nuestros propios pies hay estatura
para estar al nivel de las colinas.
Que el Maya y el Azteca consideren
sangre y color, mezcla de casco y pluma;
y que la herencia que desde hoy prefieren
sea en común Cortés y Moctezuma.
El Inca en Machu Pichu se asegure
la robustez de sus ciclópeos sueños,
y al mismo tiempo logre que perdure
el recuerdo de un grupo de extremeños.
En el extremo austral, junto a la orilla
del Mar del Sur, reviva el araucano
su ayer heroico, y se confiese hermano
ya de Caupolicán como de Ercilla.
Y el gaucho de las pampas, que al becerro,
a caballo persigue en la llanura,
reconozca que en parte es su cultura
Juan de Garay y en parte Martín Fierro.
Amazonas, hermano de los Andes,
río de sambas y de carnavales,
portugués o español, somos iguales,
multitud somos ya, seamos grandes.
Gentes del Orinoco y la sabana,
Bolívar y Miranda no han arado
sobre el agua del mar; hay un legado,
vivo y común que a todos nos hermana.
Poeta o guerrillero colombiano,
cubano del exilio o del bloqueo,
emigrante a la caza de un empleo,
no te llames latino, eres hispano.
Y al otro lado del azul profundo
romana Mérida, Granada mora,
Toledo visigótico, Zamora,
Burgos, León…somos el mismo mundo.
Repudiemos el odio y el rechazo,
olvidemos la sombra y los errores,
mezclemos esperanzas y sudores,
y abramos la sonrisa y el abrazo.
Que una familia somos, todos uno,
y al mismo tiempo todos diferentes,
cien civilizaciones, tantas gentes,
a una mesa en que no sobra ninguno.
Los Angeles, 23 de marzo de 2001
Silencio
Barro soy, con un soplo de inspiración latente,
y a tu barro me amoldo, de tu aliento respiro;
mis ideas han sido tuyas primeramente,
y a ser tuyas regresan, en verso o en suspiro.
Hemos ya traspasado la frontera del miedo
y no hay rincón oscuro, dominio inexplorado,
puedo decir que es tuyo mi pensamiento, y puedo
decir que tengo el tuyo dentro de mí tatuado.
Es el silencio ahora más significativo
que la tosca palabra, que nunca representa
la exactitud, la hondura, del sentimiento vivo;
la palabra, hojarasca seca que el aire aventa.
Ya no diré que te amo, ni que eres tan hermosa;
se ha dicho tantas veces que ya no dice nada;
escucharás el grito de mi alma luminosa
en callado estallido flotando en la mirada.
Y yo escucharé el tuyo resonando en el fondo
de un abismo que ignora las curvas del oído;
qué elocuente el silencio con el que correspondo
a tu íntimo silencio, jamás enmudecido.
Los Angeles, 24 de marzo de 2001