Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Muriendose la rosa

Índice

Sonetos:
Tibieza Casa rural I II III
Poemas:
Mujer en la playa Tu milagro Ascensión Ofrécete a los lobos Desánimo Leve sonrisa Armas de guerra
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Breverías

1001
No quiero más remota lejanía que la que veo al fondo de tus ojos: un horizonte azul que desafía soledades, obstáculos y enojos, mi perenne reflejo, mi osadía a tu puerta carente de cerrojos, y nuestra firme fe en que la distancia, aunque cruel, es sólo circunstancia.

1002
En las vastas llanuras desoladas de la nostalgia, vagabundo y ciego, mis esperanzas han sido diezmadas y agonizante yace mi sosiego; cuanto más hacia ti van mis pisadas, más lejana pareces, menos llego. Al arco iris de tu abrazo acudo, y más que abrazo me parece escudo.

1003
En alquiler se te ha dado la Tierra, y habrás de rendir cuentas al partir; el mar es tuyo, y cuanto el mar encierra corresponde a tu ingenio descubrir; pero ay de aquél que se declara en guerra contra el entorno que no sabe huir. Sobre él han de caer las maldiciones y el látigo de cien generaciones.

1004
Tú a mí, yo a ti, son pétalos de rosa, como labios abiertos, perfumados, de sonrisa sensual, labios callados, donde el beso crisálida reposa. Madurarán tus labios esa vida que cálida se anuncia y palpitante; y besarán los míos tu semblante, inversamente sobre ti tendida.

1005
Lentamente, mi dulce exploradora, en fluctuante suavidad de tacto, con el roce impulsivo, el mimo exacto, desafiando la ansiedad que implora. Sinuosa, implacable, progresiva, con la elasticidad de la serpiente, rastreando la piel, que te consiente, extática de ti, de ti cautiva.

1006
Siento estallar tu nombre en mis entrañas, en voz de grito, en tono de murmullo; evoco tu presencia, en ti me arrullo, y aunque no estoy contigo, me acompañas.

Sonetos

702 - Tibieza
Están mis ojos de tu imagen llenos, mis palabras desbordan tus oídos; y aunque hoy te llegan todos mis latidos, me amabas más cuando te amaba menos. Alejaré mis labios de tus senos, silenciaré el rumor de mis gemidos, dejaré voz y tacto adormecidos, y a mis impulsos dotaré de frenos. No caerá el andamiaje en que me elevo para erigir tu fábrica; te llevo tan vinculada que no sé negarte. Pero al enmudecer, al retraerme, tal vez te grite el alma y logres verme en plenitud de mí, sin entibiarte.
Los Angeles, 3 de enero de 2003
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703 - Casa rural
Desatendimos páramo y montaña, y olvidamos el mar en nuestra cita; no hubo Alhambra, Giralda ni Mezquita, y hasta la primavera se hizo extraña. Casa rural con talle de cabaña donde el tiempo hierático dormita, donde vive el silencio, y sólo grita la efervescencia de la propia entraña. Llamaba el sol a la ventana, el viento galanteaba al humo soñoliento, cimbreante y sensual sobre el tejado. El fuego en el hogar, yo en ti absorbido, el mundo externo inerte y en olvido, y tú, mi entero mundo, a mi costado.
Los Angeles, 4 de enero de 2003
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704 - I
Soy la mujer que impúdica ha besado la zona de tu vientre, tus pezones, quien rueda un manantial de sensaciones que antes de ti no había imaginado. Eres el mar, soy el acantilado, reviente en mí tu furia de emociones irrumpiendo en mis húmedos rincones la dulce intensidad que he presagiado. Deja tu voz acariciar mi oído con ese lánguido, sensual tañido, de campana en crepúsculos herida. El último vestigio del recato borrado ya, dobla por mí a rebato, y escúchame gemir estremecida.
Los Angeles, 10 de enero de 2003
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705 - II
Sin estar junto a mí estabas conmigo, sombra de piel sobre mi piel desnuda; te vio la oscuridad, íntima y muda, de mis ojos cerrados al abrigo. ¿Mis manos o las tuyas? Te persigo a través de mi cuerpo; se me anuda tu tacto en la cintura, se hace aguda filigrana la lengua en el ombligo. Tripula mi bajel en estos mares, que aún no son, por abiertos, familiares, aunque conozca brújula y afán. Iza mis velas, colma mi bodega, navégame entre muslos, que ya llega rodando irracional el huracán.
Los Angeles, 10 de enero de 2003
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706 - III
La tempestad ha roto arrolladora en descarga de lluvias y crujidos; jadeante el deseo en los sentidos es pantera que lúbrica devora. La noche carnal muere, y en la aurora del sosiego se duermen los sonidos, y la mente retraza recorridos que habrá de repetir en otra hora. Vencidas las palabras, suavemente yacen sobre el teléfono. Se siente una entrañable paz a ambas orillas. Dos mujeres se amaron a distancia; y tal vez queda más en cada estancia que un ligero temblor en las rodillas.
Los Angeles, 10 de enero de 2003

Poemas

Mujer en la playa
Mujer en la penumbra de la noche, arrastrando tus huellas en la playa, absorbiendo el monólogo insistente del mar brumoso que hacia ti resbala; sin más luz que la luna vergonzosa camuflando su rostro de fantasma, y las farolas tímidas del muelle columpiando sus luces en el agua. Sin prisa vas, pero la mente inquieta alas de viento tiene y se desata. Misteriosos amores de horizontes, los que te piensan con mirada clara, o sumergen sus vidas en tu vida, o te rasgan el alma y la desgastan; los que te añoran sin que en ellos pienses, los que maduras sin que en ellos nazcas. En esta noche oscura vienen todos, con cada golpe de ola, cada ráfaga de viento sacudiendo tus cabellos, cada rumor que la quietud quebranta. No sé si es paz lo que en tu pecho anida, o congoja de un nudo en la garganta, o agonía, arrancándote a pedazos, el último vestigio de esperanza. Pero en la noche trazas tu sendero sobre la húmeda arena de la playa como quien huye de un pasado negro, sin esperar la nueva madrugada. Aunque este mar, galán de medianoche, tienda su abrazo a ti en lúbrica danza, y te llame su voz, fragor y estruendo, y eche a tus pies una guirnalda de algas, que la sonrisa de su leve espuma no te seduzca en esta noche amarga. Mujer en ciega reflexión sombría, no te niegues la luz de la mañana.
Los Angeles, 3 de enero de 2003
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Tu milagro
Me rodean milagros, y sin embargo habito lo mediocre. He dejado muriéndose la rosa, y el murmullo del río, y en los robles y encinas del camino pasar raudos los vientos al galope, para enterrarme en la ciudad sombría de luces de neón, cúbicos bloques; dado la espalda al mar para encallarme en plazuelas de anárquicos rumores; abandonado el sol que en el ocaso tiñe de intenso rojo el horizonte, por la tibia penumbra de callejas bordadas de faroles. He abrazado el cemento, el hierro, el ruido, rechazando el aroma de las flores; vivo en papel, en plástico, y aún escuchando voces, no me producen el calor humano de quien podría pronunciar mi nombre. Si tú, si tu milagro se acercara, con su mágico roce, y mezclara su aliento con el mío, y se abrazara a mí al llegar la noche, esta ciudad sombría con su tumulto disfrazado de orden, sus mujeres anónimas, y desabridos hombres, parecería estar iluminada por la luz deslumbrante de mil soles. Pero sin tu milagro sigo en la oscuridad, sigo tan pobre...
Los Angeles, 4 de enero de 2003
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Ascensión
He alcanzado la bóveda a que el alma rara vez se remonta, y floto arrebatado en el espacio de su cámara cóncava. Repté a veces columnas estriadas, envuelto en las volutas caprichosas del incienso elevándose en plegaria; me acariciaron las solemnes notas del órgano, al tocar los capiteles; y en ocasiones deslicé mi sombra hacia el vértice grácil de la ojiva, lanzada al cielo en pétrea salmodia. Arido esfuerzo, pródigo en sudores, al que las lágrimas jamás afloran, producto del subsuelo del afecto, más que del corazón, de la memoria. Nadie me dio las alas que me diste; volé, volé por ti, blanca paloma, volé contigo a anónimas alturas, que ahora, por ti, mi medianoche nombra. Se me perdían antes los recuerdos, y ahora mi mente sin cesar te evoca; de flores de papel orlé mi casa, sin colores vitales, sin aroma, y hoy sobre el vaso de cristal se curvan las más fragantes y sangrientas rosas. Tú me has resucitado en esta azul, definitiva aurora, y en ascensión me elevo a unas alturas donde nadie, tan sólo tú te asomas.
Los Angeles, 5 de enero de 2003
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Ofrécete a los lobos
Los placeres prohibidos han saltado los muros de sus cárceles siniestras, y en manada los lobos del deseo te buscan y me siguen en la niebla. Se impusieron confines a la carne, se circundó la mente de cadenas, pero hoy se agitan los desheredados, y exigen su derecho y su parcela. El tiempo del profeta se ha extinguido, inefectivos ya sus anatemas, y amanece el momento inevitable de la embriaguez dorada del poeta. Lanza el corsé estrangulador del alma a las llamas, arranca la careta, que las reglas de antaño ya no sirven, y hemos de fabricarnos otras reglas. Un nuevo orden está siendo erigido, los valores del viejo están en quiebra, y una mordaza se ha puesto en la boca de los remordimientos de conciencia. Esa caricia que en tu rostro nace no es del ala del viento de la sierra, es de la libertad recién nacida que ve la luz, que antes estaba ciega. Ofrécete a los lobos, a mis lobos, que son también los tuyos. Despereza el nervio adormilado, reconstruye la voluntad sumida en aquiescencia. Los placeres prohibidos, que sin leyes, corren el campo libres de cadenas, taladrando la noche sus aullidos, sobre la hierba impúdicos te esperan.
Los Angeles, 7 de enero de 2003
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Desánimo
Tal vez te di las tijeras para recortarme el tiempo. Los racimos de las horas parecen yacer deshechos, y sólo escuálidos granos permanecen en el suelo. No sé si vas de la mano conmigo por mi sendero, o si eres sólo una sombra por los campos de mis sueños. Se entrelazaban ayer mis manos en tus cabellos, mis brazos en tu cintura, y tus dedos en mis dedos. Hoy entretejen mi trama aflicción y pensamientos, el dolor, rojo de sangre, y los pensamientos negros. Te quise con esperanza, con desánimo te quiero, y sigo viendo tu rostro al fondo de cada espejo. Y si un día se quebraran, aún te seguiría viendo, gritándome tu semblante cada uno de sus fragmentos.
Los Angeles, 12 de enero de 2003
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Leve sonrisa
Ay, tu sonrisa, gala vagabunda, arropada en sutil melancolía, que abandona el hogar, y extraviada, en harapos de lágrimas camina. O tal vez por veredas familiares, tantas veces en niebla recorridas, por donde el alma va sin encontrarse, por donde viene sin saber que arriba, por donde no verá sus propias huellas, sonrisa errante, que no es ya sonrisa. Viene y se va, bajo un imperativo de rodar y rodar a la deriva, perdida la frescura y la fragancia, lamento ya, negándose a sí misma. Cómo quisiera detener su fuga, frenar su pie, llevarla de la brida, y apropiarme su gesto y su sendero, leve, insegura, efímera sonrisa.
Los Angeles, 12 de enero de 2003
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Armas de guerra
El amor es un campo de batalla donde dos, si no tres, libran combate; y habrá quien hiera, como habrá quien mate, y habrá quien caiga al pie de la muralla. Los celos son relámpagos y truenos, en el desdén hay sangre derramada, y aún en los pliegues suaves de la almohada puede haber cuchilladas y venenos. Puede el amor ser íntima dulzura, como puede ser tórrida agonía; puede vibrar bajo la luz del día, o refugiarse en noche de amargura. El amor es inquieto, estremecido, con temor de perder, con la ansiedad de la ausencia, de su fugacidad, de amenaza de muerte en el olvido. Lleva el amor al puño arco de guerra, y hay multitud de flechas en su aljaba; con heridas empieza, y cuando acaba, en sangre y sombra y muerte se le entierra. Y además de sonrisas, hay lamentos, y además de ternura, virulencia, y además de armonía, intransigencia...; tal es el mundo de los sentimientos.
Los Angeles, 12 de enero de 2003
Diseño: Carmen Álvarez
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