Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Instantes

Índice

Sonetos:
Duda Grito Redención Te amé Este instante
Poemas:
Venganza Odio Olvidado de ayer Tu rostro Aflicción compartida Tal como eres
seperador

Breverías

1007
La puerta es bienvenida, la ventana es ensueño, con la misma distancia de tacto a fantasía; a la puerta golpea persistente el empeño, y a la ventana el mundo muere de lejanía.

1008
No sé si es el deseo de que me hablen tus manos, o el de gritar tu nombre con la piel de las mías; pero muerden mi vientre desvelos cotidianos, y las horas más bellas se me tornan sombrías. Qué diálogo de mudos desataremos, tenso con las ansias febriles de espera anticipada; se elevaran las almas en volutas de incienso, y exhaustos ambos cuerpos caerán a la alborada.

1009
Te convido a estas lágrimas que me has visto verter, con sabor agridulce de naranja y limón; son la expresión más pura que te puedo ofrecer de un amor que rebasa límites de expresión.

1010
Albérgame en ti misma, sin carencias, como la voz se hospeda en el oído; como el agua en el vaso; sin ausencias, en plenitud, sin huecos, sin olvido.

1011
Te copio en el recuerdo, mi diseño, mi escritura, mi antojo, mi pasado; tu perfil aparece en cada sueño, y en cada despertar, en mí tatuado.

1012
He de remar tu cuerpo, de los pies a la frente, sobre la barca de oro de mi deseo en flor; y cuando inevitable la tempestad reviente, naufragaré en tu entraña, júbilo y esplendor.

1013
No besaré tus labios en recámara oscura, que la sombra destila fragancia de traición; sólo a la luz, amada, la luz en que perdura, de mirada a mirada, la más clara expresión.

1014
Cada nombre que invocas, en el eco me alcanza multiplicado en sombras tan amenazadoras... Lo que antes fue guerrero blandiendo única lanza, es hoy avanzadilla de huestes vengadoras. Qué adusto es el recelo, qué prolífico el miedo, cómo extienden insidias, crean interrogantes, y transforman las torres del alma, con su enredo, en siniestra pirámide de ruinas humeantes.

1015
Los surcos de mi tierra absorbieron las semillas, y en lágrimas de marzo, y en caricias de abril, mis espigas soñaban abrazos de gavillas, y coronas doradas bajo un cielo de añil. Pero extrañas pisadas abatieron los trigos, y la mies esperada no alcanzó a madurar; ay, la esperanza hundida bajo pies enemigos, y el invierno de agosto, y el llanto del pinar...

Sonetos

707 - Duda
Quiero creer, desesperadamente, tantas palabras que hacia mí vacilan ebrias de incertidumbre, y se perfilan como torvos fantasmas en la mente. Si abro la puerta acogedoramente, en desorden sonámbulas desfilan, y astutas en mis tímpanos destilan la toxina de plática elocuente. Veo graves fisuras en sus bloques, que no enmascaran parches ni revoques, y el muro entero se programa en ruina. Ay, si pudiera yo, arrimando el hombro, impedir la miseria del escombro que en cada nueva grieta se avecina.
Los Angeles, 17 de enero de 2003
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708 - Grito
Alzo en la noche silencioso grito, perdido fuera de mis soledades, sólo resuena en las concavidades del alma que me habita, y en que habito. Mi voz clama tu nombre, a él me limito; con él no hay confusión ni ambigüedades, pues las más entrañables realidades que forman tu entidad en él visito. Al llamarte, mi sangre te reclama, y el alma, compulsiva, se derrama como un río incapaz de detenerse. Y como el río arrastro tu paisaje, y ese es el íntimo, integral mensaje que de mi grito puede desprenderse.
Los Angeles, 18 de enero de 2003
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709 - Redención
He descendido al Hades, rescatado del reino de la sombra a Proserpina; y un rayo abrasador de luz divina sobre la frente de ambos ha estallado. Hice de su cuidado mi cuidado, ella mira a través de mi retina, y si la sinrazón se arremolina, la sensatez disipará el nublado. No dejaré que a lobreguez regrese, donde, como antes, sólo explore y bese la imagen del dolor enlagrimada. Yo la rodearé de primaveras, y mis brazos serán enredaderas en su contorno de alma liberada.
Los Angeles, 21 de enero de 2003
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710 - Te amé
Te amé bajo la lluvia persistente, sobre la verde hierba en la colina, en el atardecer que se reclina, y al alba despertándose indolente. Te amé en la noche densa y absorbente, cuando en silencio el alma se ilumina, y de día, a la sombra de la encina, y en el mar, en el aire, en el torrente. Donde mi evocación te convocaba, allí emergías tú, y allí te amaba, ensoñación tornada en realidad. Tanto te amé, mi dulce amor lejano, que percibía el toque de tu mano, y olvidaba mi hueca soledad.
Los Angeles, 25 de enero de 2003
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711 - Este instante
Para el amanecer quedan cien horas, o tal vez diez minutos solamente; detén la idea, impide que la mente precipite en el alma las auroras. Este momento prófugo en que lloras, este soplo de tiempo insuficiente, tórnese inmóvil como lo es ardiente, o alárguese en penumbras soñadoras. Será en ti la alborada falsa vida, resurrección inversa en que la huída no es del morir, sino a la misma muerte. Aférrate a este instante, no hay mañana; si la luz te llamara a la ventana, diré que duermes, y se irá sin verte.
Los Angeles, 27 de enero de 2003

Poemas

Venganza
Ay qué marea roja te sube por el pecho, desangrándote el alma, nublándote la mente, qué jauría de perros rabiosos al acecho te cercan, sin que nadie te asista o les ahuyente. De la rosa amarilla, lánguida sobre el vaso, arrancaste los pétalos, dejaste las espinas; queda el amor desnudo, al borde del fracaso, y tal vez caminemos al alba entre sus ruinas. Tienes en ti una dosis de fuego y energía que sostiene tu espíritu, mantiene nuestro lazo; si abrazas la tiniebla de tu rabia sombría, restringes la firmeza de nuestro propio abrazo. No puedes ir a un tiempo por ambas direcciones, pues si por una avanzas, por otra retrocedes; púdranse los cadáveres en grises panteones, y en mí, pródiga hiedra, te dilates y enredes. ¿Por qué tanta porfía de acuchillar a un muerto, aunque su espectro a veces entre las sombras vague? Abre el puño, y cultiva con suavidad tu huerto, y proteje tu lámpara, que el viento no la apague. Mira más hacia dentro, donde contigo estoy, ambos podremos juntos cicatrizar tu herida; si vas por el camino del odio y yo no voy, una parte en nuestra alma puede quedar perdida. Hay tanto que nos une, nada que nos separa, concentra en esto sólo las fuerzas de la mente; que no hay mejor venganza que una sonrisa clara, ni puñal más tajante que un porte indiferente.
Los Angeles, 14 de enero de 2003
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Odio
Extinta ya la última luz del alma, avanza la tiniebla, fría y densa, disfrazada de ardor; muere la calma en su indecisa línea de defensa. Tímido y débil, plácido sosiego, rinde su plaza en actitud pasiva; yérguese el odio, arrollador y ciego, amordazando a la razón cautiva. A corazón más insignificante mayor rencor, encono más profundo; o tal vez cuanto más intolerante, más se restringe su pequeño mundo. Cólera camuflada de firmeza, debilidad en su raíz denota; más odia el débil de alma y de cabeza, que odia el fuerte que acepta la derrota. Y tú no has sido en esto derrotada, que tu enemigo yace en tierra muerto; muerto por el olvido, no la espada, obstruído el ayer, el hoy abierto. Garra que axfisia en acritud, y oprime ternura y emoción, y al fin las mata, porque el amor por uno se comprime, cuando el odio por otro se dilata. Qué soledad absurda y tenebrosa, la que el rencor inútil nos moldea; porque se odia en los otros cada cosa que dentro de nosotros nos asquea. Desprecia, pero evita la venganza, ignora en sequedad de indiferencia, y salvaguardarás nuestra alianza; sin ella, ¿qué tendrás? Frío y violencia.
Los Angeles, 15 de enero de 2003
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Olvidado de ayer
Antes del frío beso de la muerte, tú, mujer, mi penúltimo descanso, abres la oferta de esperanzas verdes cerrando en torno a mi perfil los brazos. Este viejo velero, malherido de las fieras borrascas de los años, en tu dársena hoy lanza las amarras, punto final de largo itinerario. Quiero cerrar los ojos en tu orilla, abandonar mi piel sólo a tus manos, y cerrar el baúl de la memoria; a quedarme he venido, no de paso. En la tersa, radiante superficie de tus aguas yacer, balanceando mástiles y velamen a la brisa, hundida en ti la mole de mi casco. Cantarán las sirenas a la aurora, zarparán en su búsqueda otros barcos, y rodará la voz, sobre las olas, de horizontes azules y lejanos. Unos quizá en exuberancia vuelvan, otros serán madera de naufragio; olvidado de ayer, yo estaré asido al remanso de paz de tu costado.
Los Angeles, 18 de enero de 2003
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Tu rostro
Tu rostro no refleja la realidad del mundo, refleja solamente tu propia realidad; el mundo no es tan bello, tan denso, tan profundo como el milagro ardiente de tu sensualidad. De amor desnudo, el mundo se reviste de frío, es un globo sin brazos, en rotación constante; esfera llena de aire, tan banal, tan vacío, que es la antítesis hueca de tu propio semblante. Veo en tu aspecto el soplo de divina destreza que no supo o no pudo o no quiso plasmar tanto encanto en las formas de la naturaleza, ni en la noche del cielo, ni en el día del mar. Y no siento la acucia de mirar el paisaje para absorber belleza, percibir armonía; basta la diligencia de emprender un viaje por tu mirada inmóvil incrustada en la mía.
Los Angeles, 18 de enero de 2003
seperador
Aflicción compartida
Para ti llevo un alma de espuma, ilimitada, sin montañas que obstruyan la vista, como el mar; una llanura blanda, tersa, verdiazulada, donde tus largos ríos puedan desembocar. Amargos ríos turbios, de corriente sangrienta, vertederos de tanto dolor y desengaños; cuyo rumor no canta, sino más bien lamenta los miedos de mañana, los fracasos de antaño. Deja que huyan del antro de la oscura memoria, desde las frías sombras hacia la claridad; y tu historia en mí fluya, deviniendo mi historia, y te diluyas toda sobre mi inmensidad. No hay entrega más firme, más absoluta y pura, que el abrazo que extiende su más vivo dolor; la aflicción compartida no es tanta desventura: Si me das tu sollozo, me estás dando tu amor.
Los Angeles, 22 de enero de 2003
seperador
Tal como eres
Manténme en la ignorancia, pero dímelo todo, que agonizo al saberlo, y la omisión me aflige; ya ves, es mi destino sufrir de cualquier modo, pues si la mente cede, el corazón exige. Dame sedoso pétalo, no espina lacerante, que estoy enrojecido de sangre derramada; pero no, no me exhibas sonrisa en el semblante si el alma herida llevas del filo de una espada. Que al oir tus palabras y al percibir tu canto vibre en mí, y en ti vibre, campana de cristal; pero que también doble por el dolor y llanto de haber perdido tantas rosas de tu rosal. Tal como eres te quiero, sombras y resplandores, alborozo y tristeza, delirio y desaliento, susurros apacibles, redobles de tambores, cuanto me aporte calma, éxtasis o tormento. Y si al amarte entera, si al aceptar lo que eres, a veces de lamentos o sangre me revisto, me iré muriendo un poco, como tú misma mueres, pero entretanto, vivo; sin amor sólo existo.
Los Angeles, 23 de enero de 2003
Diseño: Carmen Álvarez
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