Breverías
1016
En tu sonrisa danzan auroras luminosas,
tu mirada rebosa de pétalos y estrellas,
no necesito noches, alboradas o rosas,
que son meros reflejos de ti, frágiles huellas.
1017
Para hoy hemos forjado el pensamiento,
para ayer se nos dio la remembranza;
para mañana un doble enfrentamiento
de desesperación y de esperanza.
1018
Te recuerda mi sexo devorado,
dormido ahora sin ti;
ramo soy del almendro desgajado,
languideciendo desde que me fui.
1019
Con el amor sonámbulo o dormido,
vas al encuentro de caricias mudas,
subyugado el sentir por el sentido,
y en torno al árbol del placer te anudas;
profundiza en la cuenca de tu oído
su voz sedosa al par que te desnudas,
y se desatan claros manantiales,
floreciendo en tu piel rosas carnales.
1020
Antes de tus palabras no hubo nada,
sólo viento al pasar, sólo rumores;
antes de tus palabras, la alborada
despertaba vacante de colores;
antes de tus palabras, mutilada
se vio la primavera de sus flores.
Sólo al hablarme tú se hizo armonía
la noche oscura y la mañana fría.
1021
No sé si es un espasmo o un aleteo,
si un águila real o un colibrí;
no sé si un aluvión o un borboteo;
no sé si mi deseo cabe en ti.
Sonetos
712 - Columbia
Siete magníficos exploradores,
siete pasos en la última frontera,
siete sonrisas antes, a la espera,
y hoy, en el cielo azul, siete dolores.
Samurais del espacio, siete flores
en féretros vacíos, primavera
recién tronchada por la ventolera
de fuego y aire en cósmicos horrores.
Desconsoladas gimen las estrellas
que les vieron volar, éstas y aquéllas,
en la bandera y en el firmamento.
Todos hemos perdido siete hermanos,
nuevo temblor sacude nuestras manos,
y aprende nuestra voz nuevo lamento.
Los Angeles, 1 de febrero de 2003
713 - Cuando mi piel te llama
¿En qué sueño trivial tu alma se esconde
cuando mi piel en soledad te llama
desde la estepa helada de mi cama,
y sólo el eco de su voz responde?
¿Por qué rutas de olvido vas? ¿En dónde,
o sobre quién profusa se derrama
la lluvia de tu esmero? ¿Quién reclama
ese amor que a mí sólo corresponde?
Hay dos tús a ambos lados de un abismo,
el que susurra dentro de mí mismo,
y el que a lo lejos su canción silencia.
O tal vez uno sólo, y tu gemido
grita, pero se axfisia enmudecido
en la oquedad vacía de la ausencia.
Los Angeles, 3 de febrero de 2003
714 - Cuánto
Cuánto te amé, sin miedos, sin razones,
de noche oscura a claridad de día;
dentro de mí una luz se encendería
por cada una de nuestras sensaciones.
Cuánto me amaste; tantas emociones,
tan nuevas, tu alma sobre mí vertía,
que como tú ninguna fue tan mía,
ni de otra fui con tales ilusiones.
Cuánto los dos un tiempo dependimos
del recíproco amor que descubrimos,
mitad propósito, mitad sorpresa.
Y cuánto hoy este amor se fortalece
con cada hora que exulta o entristece,
lágrima muda en la sonrisa presa.
Los Angeles, 6 de febrero de 2003
Poemas
Tristeza
A Marisol González, con amor,
con dolor, con esperanza
Tan triste estás, tan triste,
que hasta tu espíritu proyecta sombra;
no la sombra del olmo,
bajo la danza de las verdes hojas,
que al peregrino ofrece
breve descanso sobre fresca alfombra;
la sombra de tu espíritu
se alarga con carácter de mazmorra,
con lóbregos barrotes
que amedrentan crepúsculos y auroras.
Huyen de ti colores y sonidos
como asustada banda de palomas;
y llueve sin cesar, llanto y nostalgia,
sobre la cabalgata de las horas.
Nacen abrazos de mis hombros, canta
mi voz dulce salmodia,
y no aciertan a anclarse en tu cintura,
ni llegan a tu tímpano mis notas.
De soledad y decepción cercada,
con la esperanza sólo gota a gota,
te atribuyes la suerte del vencido,
condenado a cavar su propia fosa.
Al fin he conseguido
establecer un puente a tu congoja,
que ya no es exclusivamente tuya,
ni has de tener que confrontarla a solas.
Esta aflicción que aflora de mis labios,
esta parte de ti que de mí brota,
diluye tu amargura,
y el firme anillo de tu pena afloja.
Duérmete entre mis versos doloridos,
entramado de vástagos de rosas;
duerme y relega el eje de tu angustia
a un oscuro rincón de la memoria.
Los Angeles, 6 de febrero de 2003
Juegos de arena
He vuelto a mi niñez, descubridora,
sobre la húmeda arena de la playa,
de tantas formas rústicas
bajo mi torpe mano edificadas.
Volví a mi juventud, y fue un castillo
rodeado de torres y murallas,
donde el dragón de mi alta fantasía
guardaba a una princesa encadenada.
Luego, en mi madurez, fue la escultura
yacente de tu cuerpo junto al agua,
tallada por mis manos
en lentitud, en suavidad, en llamas.
Por un momento el mar detuvo el paso,
en respeto a la imagen moldeada,
aupándose las olas para verte,
avanzando hacia ti su espuma blanca.
Lengua del mar, lasciva y pudorosa,
llamando y retirando la llamada,
rondando pies, y muslos, y caderas,
en leve intento de lamida mansa.
Al esculpir mi nombre sobre el vientre,
celoso el viento lo desmoronaba.
¿Qué puedo hacer contra los elementos,
que te destruyen o te me arrebatan?
Toda tú, flor de orillas,
cuya corola mar y viento arrancan,
toda tú fuiste mía,
y la erosión hoy lenta te desgasta.
Tantos juegos de arena destruídos...,
no volveré a la playa.
Los Angeles, 8 de febrero de 2003
Tarde viniste
Se me derrama el tiempo,
como el agua en la fuente sobre el cántaro;
estoy lleno de ti, y estoy perdiendo,
de tanto que me has dado, tanto, tanto...
Te me vas cada día, poco a poco,
o ¿soy yo quien se va? Arde el ocaso
en llamas que no supo el mediodía,
y tocan las campanas a rebato,
no sé si por la vida que hoy palpita,
o la muerte que blande su zarpazo.
Tarde te conocí, tarde viniste,
tarde, muy tarde, descubrí tu espacio.
Oh, cómo rompe calmas y equilibrios
este miedo a partir, recién llegado.
Hubiera sin ti entrado en la tiniebla
con mente gris, indiferente paso,
tal vez con una mueca de sonrisa
colgando de mis labios.
Pero dejarte aquí, tras adquirirte,
sin haberte llevado de la mano
por caminos de luna y arco iris,
sin poner a tus pies mi itinerario...
Cómo me rasga el alma
este puñal del tiempo envenenado.
Los Angeles, 11 de febrero de 2003
Octavo día
“Díjose Yavé Dios: ‘He ahí a Adán hecho como
uno de nosotros, conocedor del bien y del mal;
que no vaya ahora a tender su mano al árbol de
la vida, y comiendo de él, viva para siempre’.
Y le arrojó Yavé Dios del jardín del Edén, a labrar
la tierra de la que había sido tomado.” (Gén. 3, 22-23)
Amaneció en Edén. La luz bisoña
descolgó su pisada irresoluta
sobre nuevos caminos aún sin huellas,
tímida replegando la penumbra.
Y en la fronda, entre perlas de rocío,
hombre y mujer su desventura ocultan.
Los coléricos ojos del relámpago,
la voz del trueno, autócrata, iracunda,
el revuelo del viento en la enramada,
son del rostro de Dios fiera envoltura.
Hombre y mujer caminan al exilio,
hombre y mujer, la flor de la lujuria,
enredadera de hálito y deseo,
enmarañada en muslos y cintura.
Cincelado en el barro de la carne
el afán de querer, roca y espuma,
firmeza y suavidad, grito y susurro,
vergüenza es hoy sobre la piel desnuda.
Roja brasa de rumbos e inquietudes
prendió la mente, afirmación o duda,
hambre de abrirse a lo desconocido,
ejercicio de lógica y argucia.
Y la orden vino de quedarse al margen,
y hubo una rebelión, y hay una tumba.
El sepulcro nos llama, pero amamos,
la verdad nos requiere, o nos impulsa,
el bien y el mal se mezclan y confunden
y en el fondo de alma se refugian.
Y en exilio de Dios, del Paraíso,
vivimos esta inagotable lucha
de recrear lo que un día perdimos,
el mismo fin por diferentes rutas.
Los Angeles, 11 de febrero de 2003