Breverías
1050
Hoy ha salido el sol...¿No sale cada día?
Tal vez, pero no siempre nos roza y nos despierta;
su cálida luz llama persistente a la puerta,
mientras nos abrazamos a nuestra sombra fría.
Hoy percibí su paso, tan sigiloso y leve,
su reclamo entrañable, su toque imperceptible,
y al extender los brazos, en su abrazo apacible
se me abrió una sonrisa; dentro de mí no llueve.
1051
Sumergido en las curvas de tu topografía,
peregrino de rutas en tus desfiladeros,
trovador de tu oído, yo me repetiría
por tus páramos todos, por todos tus senderos.
Yo te haría mi patria, no de donde procedo,
mas adonde mis pasos últimos encamino;
patria para el descanso, sin soledad ni miedo,
terruño que me acoge, lecho en que me reclino.
1052
Pensé haber perdido la llave dorada
que sella mi insólita caja de Pandora,
de donde salieron en fuga alocada
los celos que dudan, el dolor que llora.
En su huída hirieron mi rostro, dejando
cicatrices anchas, fístulas abiertas,
sólo la esperanza quedó, mitigando
la aflicción de tantas, tantas horas muertas.
1053
Alza una nueva vela contra el viento,
que hay mares a surcar;
cada naufragio exige nuevo intento,
y hay siempre nuevas sendas en el mar.
1054
Tacto de ayer, promesa y esperanza,
fuego que ardió, y hoy llama que agoniza;
perdura el humo azul de la añoranza,
alzando su espiral de la ceniza.
Tal vez un nuevo soplo entrará en juego,
de dirección aún no determinada,
y tal vez vigorice el viejo fuego,
o quizá ya esté muerto, y no haya nada.
Sonetos
768 - Rebeldía
Llevo una fragua en mí, toda encendida,
que hacia las nubes insistente humea,
y el martillo de un Cíclope golpea
cada arista acerada de mi vida.
En fuego, en sangre, en sombra endurecida,
la palabra no calla, clamorea,
y a la fuerza brutal que me moldea
desafiante brama, no abatida.
Lloraré de dolor, rugiré en furia,
resistiré desolación e injuria,
no habrá silencio en lo que siento y pienso.
Cada golpe será un himno de gloria
que arranca a los verdugos la victoria,
niega a los falsos dioses el incienso.
Los Angeles, 11 de abril de 2003
769 - Ay, Nueva York
Nueva York, Nueva York, cómo detesto
las luces de neón, cada avenida,
tu verticalidad adormecida,
tu multitud de río descompuesto.
Nueva York, Nueva York, árido tiesto
de planta artificial, rosa vestida
de plástico o papel, vida fingida,
con otra vida falsa de repuesto.
Nueva York, Nueva York, que me has dejado
el corazón en ruinas, desangrado,
por calles, galerías, restaurantes.
Ay, Nueva York, donde se compra el gozo
por la misma cuantía que el sollozo,
acercando, alejando a los amantes.
Los Angeles, 12 de abril de 2003
770 - Acto de fe
Un enjambre de dedos invisibles
vuela de mi intención a tus paredes;
torre en campos de mies, no retrocedes,
fingiéndoles palomas apacibles.
Y apacibles serán, e irresistibles,
en su bosquejo de intrincadas redes
de círculos y elipses. Ya no puedes
evitar sus bloqueos inflexibles.
E inflexibles serán, con la firmeza
del audaz, y la blanda gentileza
del aterciopelado galanteo.
Enjambre de mis dedos en la pura,
sedosa desnudez de tu figura,
acto de fe por el que en ti yo aún creo.
Los Angeles, 12 de abril de 2003
771 - Libre y mía
Marcharé en lentitud por tus caminos,
tierra de promisión, redescubierta;
mi antigua patria, estéril y desierta,
queda a merced de extraños peregrinos.
Descansaré a la sombra de tus pinos;
sobre sus vivas cúpulas, abierta,
una mano de nubes te despierta
rozándote en pausados remolinos.
Me reclama el espíritu celoso
circunvalarte de muralla y foso,
preservarte en quietud y en exclusiva.
Pero dejaré franca tu frontera;
si has de girar concéntrica en mi esfera,
libre y mía te quiero, no cautiva.
Los Angeles, 12 de abril de 2003
772 - Dormir, dormir
La luz aflora, y la memoria rota
lentamente se va recomponiendo;
la noche es destrucción, y al ir muriendo,
cada recuerdo con la aurora brota.
Si la sombra fatídica que azota
mi evocación la va disminuyendo,
¿por qué cerrar los ojos, si voy viendo
crecerse por momentos mi derrota?
Dormir, dormir, perderse en el olvido,
morirse a plazos, aunque el ser dormido
logre resucitar en la mañana.
¿Recordar u olvidar? ¿Vigilia o sueño?
Inútil disyuntiva. ¿Quién es dueño
de tan absurda condición humana?
Los Angeles, 15 de abril de 2003
773 - Cerrado el horizonte
He pensado abandono, concebido desvío,
como si el mar alzara súbita cordillera
bloqueando la ruta de mi vieja galera,
y mi periplo fuera, sin dirección, baldío.
Cuando de noche al navegar me guío
por la estrella polar, densa barrera
de nubes me lo impide; si quisiera
ver la altitud del sol, se hará sombrío.
Tal vez es tiempo ya de mi retiro,
de abdicar de mi ruta y dar un giro
en redondo a la rueda del timón.
Cerrado el horizonte, y sin un puerto
que pueda llamar mío, me habré muerto,
surcando el mar en ciega dirección.
Los Angeles, 15 de abril de 2003
774 - Se adelgaza el recuerdo
Hacia adelante miraré, la cara
enfrentándose a luz, aire y futuro;
el pie tal vez avanzará inseguro,
pero en la mente habrá una idea clara.
Se adelgaza el recuerdo, y se prepara
a un desvanecimiento frío y duro,
el vínculo se torna más oscuro,
e inevitablemente se separa.
La memoria tendrá un muñón sangriento,
que irá cicatrizando, y un lamento
será canción de cuna a la añoranza.
Germinarán quizá nuevas albricias,
pero en la piel persistirán caricias
que el tiempo nunca a adormecer alcanza.
Los Angeles, 22 de abril de 2003
775 - Mi turno
Hoy es mi turno de mirar a un lado,
a otra fuente, otra playa, otra palmera,
mojar mi sed, tenderme en la ribera,
y dormir a otra sombra, sosegado.
No sé si hallaré paz, o hallaré enfado,
si he de gestar invierno o primavera;
quiero, que cuando todo en mí se muera,
brote una rosa blanca en mi costado.
Una rosa que extienda su fragancia
sobre el recuerdo, y quede en ignorancia
de la razón e instante de su brote.
Una rosa leal, barco de vela
por mis mares, en ruta paralela,
y manteniendo mi esperanza a flote.
Los Angeles, 25 de abril de 2003
Poemas
Perdida tu sonrisa
Dueño de la oblación de tu sonrisa,
dormí en la paz de indisoluble amante,
ajeno a escepticismos, e ignorante
del revés que en la sombra se improvisa.
Y desperté a tu seriedad pasiva,
como si alguien me hubiera arrebatado
la luz, el gesto, el aire alborozado
que sobre el rostro te aclamaban viva.
Una sonrisa no se desvanece,
emigra hacia otros ojos, embriagada,
y habrá una almohada en luto, y otra almohada
en cuyos pliegues un clavel florece.
Alguien verá lo que yo ya no veo,
el destello en la cima del recuerdo,
alguien habrá ganado lo que pierdo,
alguien tendrá mi llanto por trofeo.
Los Angeles, 11 de abril de 2003
Ese beso furtivo
Me dormí con el hombro reclinado en la vida,
la paz amordazando las fauces del estruendo,
pero la media noche se agitó enfurecida,
y al crujir de las ruinas me desperté muriendo.
Un beso en la distancia que yo juzgué tan mío
soslayó el hospedaje de mis labios, y ahora
en otra boca anida, mientras en lecho frío
mi soledad es síntesis de noches sin aurora.
¿Puede un beso ser daga que apuñala o desgarra?
¿Puede un beso ser bruma que el pasado diluye?
¿Puede ser mano airada que arranca a la guitarra
sus cuerdas, y en silencio de dolor la recluye?
De la mano del beso camina la mirada,
por la mirada el alma se desborda y entrega,
el beso que nos roban se torna en dentellada,
tanto se ofrece al otro como al uno se niega.
Ese beso furtivo que a lo lejos deserta,
no es pérdida ni ofrenda leve o superficial;
pues nos impide el paso, abriendo a otro la puerta,
violento martillazo en copa de cristal.
No intentarán mis manos recomponer la copa,
ni herirán mis nudillos de nuevo la madera;
cuando el amor se aleja, no camina, galopa,
y hay que esperar tan sólo que nos mate o se muera.
Los Angeles, 12 de abril de 2003
Aunque
Aunque la noche duerma como el agua en el pozo,
en silencio, y en sombra, y en placidez serena,
no restrinjas el brío que te invita al retozo,
besa con el arranque de la mujer ajena.
Aunque al sentir mi tacto parezca que mi ofrenda
carece de pasado, falla en continuidad,
no le frenes el ritmo, permite que se extienda
por las trémulas zonas de tu sensualidad.
Aunque sólo aparezcas como mano tendida,
eludiendo etiquetas de propiedad o dueño,
que al sólido rebato de mi lascivia erguida
despierten tus pezones de su fingido sueño.
Aunque el temor te indique que al nacer la mañana
claudicará la mente, te sentirás vacía,
deja que entre mis dedos repique tu campana,
sean tuyos mis ecos, tu resonancia, mía.
Y aunque mañana llegue teñido de tristeza,
aunque el silencio vuelva, la soledad regrese,
aunque te sangre el alma, y estalle la cabeza,
ven para que de nuevo, como hoy, te ame y te bese.
Los Angeles, 13 de abril de 2003
Airado lamento
(por el saqueo del Museo Nacional de Irak)
Hoy todos somos huérfanos, perdida
la tradición de la familia humana.
Nos han arrebatado media vida;
ya casi no hay ayer, sólo mañana.
¡Cómo me sangra el alma de esta herida!
Han llegado los bárbaros, la progenie de Atila,
Vándalos de la estepa, nietos de Gengis Khan,
y el autoproclamado gendarme no vigila
sino el botín de guerra, su primordial afán.
Vagan sin rumbo fijo por el museo en ruinas
las sombras de Hamurabi, Senaquerib, Sargón,
los sueños milenarios rotos por las esquinas,
tan culpable el gendarme como el propio ladrón.
Reinas de Babilonia lamentan en pedazos
destructivo pillaje de joyas de oro y plata,
las caricias de antaño se han vuelto martillazos,
y el suspiro en amargo sollozo se desata.
No ha perdido Semíramis los jardines colgantes,
talados por la furia del tiempo destructor;
llora un fin de milenios en sólo unos instantes,
y arde en cólera viva Nabucodonosor.
Nos han arrebatado parte de nuestra herencia,
ladrones y gendarme culpables por igual;
ellos por ignorancia, y éste por negligencia;
siempre pierde el espíritu con cada arco triunfal.
Allí empezó la historia, brotó la agricultura,
se crearon las leyes, la contabilidad,
nacieron las ciudades, se inventó la escritura,
y el moderno salvaje, ¿qué deja en realidad?
El moderno salvaje, que sólo se arrodilla
en templos de codicia que su idiotez alzó,
rompe las mismas piedras, las tabletas de arcilla,
las ánforas de loza, que el tiempo respetó.
No sólo es ignorante quien destruye la hacienda
y huye con los fragmentos de su rapacidad;
es ignorante inútil quien percibe y no enmienda,
embozado en el manto de su pasividad.
Ah, Babilonia, Nínive, Uruk, Ur de Caldea,
que fuisteis, y aún vivíais en reliquias de historia;
las ruinas de las ruinas es lo que hoy nos rodea,
pero seguís intactas dentro de la memoria.
A los nuevos mongoles, vergüenza y menosprecio,
implacable linaje de puños sin cabeza;
nunca se van del todo, nunca se muere el necio,
y una vez más la historia continúa y empieza.
Los Angeles, 18 de abril de 2003
17 de abril
Diecisiete de abril. Qué silenciosa
la primavera está. ¿Será la calma
que anuncia la tormenta? ¿Será el alma,
siendo empujada al borde de la fosa?
Ni siquiera percibo el restallido
del látigo feroz que me fustiga;
sólo un entorno mudo, y la fatiga,
y el desvío, y la angustia, y el olvido.
Leo en los círculos de las gaviotas
extendidos, dinámicos abrazos,
los rosales germinan arañazos,
se abren en mi crepúsculo derrotas.
Qué abril tan invernal; se me ha borrado
la frontera entre espera y esperanza;
sólo quedan lamento y añoranza,
y este silencio azul, desesperado.
Los Angeles, 18 de abril de 2003
El más hondo gemido
No entiendo si he partido, o si estoy de regreso,
tú que te fuiste un día, pareces hoy volver;
sólo un recuerdo vago me queda de aquel beso,
e ignoro si mañana repetirá el ayer.
Duendes y ángeles vagan desnudos por la mente,
añoranzas de tiempos que no han de retornar;
hoy han perdido el tacto, y el aire irreverente,
y la angustia; son viento que gime en el pinar.
Y como el viento, llevan una canción ligera,
que acaricia el oído, y el cabello alborota,
repitiendo la estrofa de que hoy es compañera
quien fue amante primero, disuelta gota a gota.
Que el dolor sobrevive tropiezos desmedidos,
pero alcanza su límite de tolerancia y llanto,
y al fin dará el más hondo de todos sus gemidos:
No puedo ya quererte, porque te quiero tanto.
Los Angeles, 19 de abril de 2003
Si arrancara los clavos
Más que las manos tibias te recuerda la mente,
viviendo en esa zona de neblina imprecisa
opaca en ocasiones, a veces transparente,
que llamamos sollozo, que llamamos sonrisa.
Festonean los bordes del alma sepulturas
cavadas por los años, de amores malogrados;
tú entre mis nubes blancas de recuerdos perduras,
como la luz, desnuda, rumor de acantilados.
Y aunque a veces convoco los elfos del olvido
para que me desprendan del dolor de pensarte,
no sé si quedaría más libre o más vencido,
si mañana, al ocaso, lograra sepultarte.
Llevaré algunas rosas al cementerio mudo
donde las viejas sombras tal vez duermen, ajenas
a campanas de gloria, a la voz, al saludo,
y hasta a la misma sangre que aún fluye por sus venas.
Yo les clavé mi puerta cuando te abrí la entrada,
y descubrí en mis brazos una columna de humo,
una nube de plomo que humedece mi almohada,
llama que se consume y en la que me consumo.
Si arrancara los clavos, si empujara la puerta,
contemplara las nubes, caminara al azar,
quizá siguiera el alma senda menos incierta,
y quedara en su fondo vigor para cantar.
Los Angeles, 21 de abril de 2003