Breverías
1091
Caben en ti infinitas primaveras,
tan bella y tan vacía;
hay quien esperará tu compañía,
aún sabiendo que tú ya no le esperas.
1092
¿Para qué se renuevan los rosales,
si apenas vivos, reaparecen muertos?
¿Para qué cincelamos pedestales,
si nuestros dioses ya no están despiertos?
¿Para qué tantas cámaras nupciales,
si ya no hay brazos de verdad abiertos?
¿De qué sirve la flor de la sonrisa
en lodazal de displicencia o prisa?
1093
Sus pies marcaron huellas en la arena,
tan firmes, tan exactas;
y hasta hoy el mar asciende y se refrena
de borrarlas, dejándolas intactas.
El horizonte la absorbió, y no queda
ni su perfil contra el azul marcado;
sólo el viento, en relámpago de seda,
toca las huellas, viento enamorado.
1094
Callaré, mientras ávido amordazo
mis labios en los tuyos; y me inserto
en tu paréntesis, recién abierto,
de muslos firmes en estrecho abrazo.
1095
Esta noche sin ti, ciega, baldía,
desangra el mundo; ya no queda nada,
ni cosas, ni personas, ni alegría,
sólo un alma sonámbula y helada.
Todo ha caído en un profundo pozo
donde las aguas turbias se ennegrecen
con los cadáveres de canto y gozo,
y en el brocal las horas se adormecen.
1096
Soñador Pigmalión, en mí escondido,
te concibió a martillo y a buril;
áspero mármol fuiste, y hoy vestido
queda el bloque de forma juvenil.
Tal vez dentro persiste la dureza,
tal vez el cambio fue superficial;
tal vez sólo yo he visto una belleza
que nació de la mente, y no es real.
1097
Miré tus ojos. Nada extraño en ello:
También miré tus manos en las mías;
y las curvas sensuales de tu cuello,
y tus labios cantándome alegrías...
Sólo al besarte percibí el destello
con que mirabas, pero no veías;
ramalazo de luz que exterioriza
cuanto al fondo del alma se desliza.
Sonetos
846 - Nuestro es el delito
Espléndido el amor, y desastroso,
blanco y negro, quietud y movimiento,
efervescencia y anonadamiento,
indócil, a la vez que tembloroso.
Aceptamos los frutos de su acoso
en presunción, desde el primer momento,
de que su agraz será un girón de viento,
y progresa en azote ventiscoso.
Quizá el amor es ciego al agredirnos,
pero nosotros vemos, y al hundirnos
en sus marismas, nuestro es el delito.
Y un día, ante el fracaso de esta empresa,
pensaremos que es súbita sorpresa
lo que en cada pared estaba escrito.
Los Angeles, 7 de agosto de 2003
847 - Tu nombre
Ya sé tu nombre, eres en parte mía.
Cada vez que te llamo, te poseo,
y flota bullicioso un aleteo
de ángeles o de alondras en el día.
Mágica voz, susurro o melodía,
apenas perceptible borboteo
de manantial, apenas parpadeo
de mirada, de ocaso en la bahía.
Pero no está en la voz que lo profiere,
la magia está en el nombre; no requiere
ser formulado para ser ensueño.
Ah, pero al pronunciarlo, qué retozos
de sílabas, colores y alborozos,
que, aún sin tenerte, me hacen ser tu dueño.
Los Angeles, 7 de agosto de 2003
848 - Evasión
Te persigo en la cima de los pinos,
en bajas nubes verdes acunada,
prófuga de la tierra, arrebatada
en nostálgicos, mansos torbellinos.
Huyes de las praderas, los caminos,
rutas de travesía tan trillada
que anuncian base, tránsito y llegada,
tú, ilógica aprendiz de desatinos.
De divina locura poseída,
vuelas sin alas, flotas suspendida
entre verde y azul de pino y cielo.
Implícame en tu fuga, compañera,
que quiero hacer contigo, antes que muera,
la misma insensatez, el mismo vuelo.
Los Angeles, 7 de agosto de 2003
849 - Acariciador lenguage
Pálidas las palabras languidecen
sin la intrépida fibra de mi ayer;
he limado sus garras al nacer,
y sólo tenue rozadura ofrecen.
Los encrespados gritos enmudecen,
se repliegan polémica y poder,
como las luces del atardecer
ante la oscuridad desaparecen.
Se cierne sobre mí la sombra suave
de una nueva visión, y ella es la clave
de mi lenguaje actual, más circunspecto.
Mis palabras no rasgan, acarician,
perdieron su vigor, pero ahora inician
más delicado, seductor trayecto.
Los Angeles, 8 de agosto de 2003
863 - El sí y el no
No te he llamado en hálito de viento,
ni en susurro de calma soñolienta;
te he llamado en la voz de la tormenta,
con el bramido del instinto hambriento.
Convoqué insensatez y atrevimiento,
sin cobardía por desdén o afrenta,
y de un zarpazo interrumpí la cuenta,
dando a tu margarita un fin violento.
No admito ya el manido titubeo
del sí y el no; no dudo, sólo creo;
mi dogma es firme, así ha de ser el tuyo.
Lejos tal vez, pero hay una presencia
que requiere absoluta pertenencia,
y aunque ausente, en tus brazos me recluyo.
Los Angeles, 12 de agosto de 2003
864 - Hacia tu piel
Un paso atrás la timidez lo explica,
un sólo paso atrás no es retroceso
si no se ampara en resistencia al beso,
y hoy un beso en mis labios se fabrica.
Enlazado en mi voz, clama y suplica
por tu voz y tus labios; lleva impreso
tu nombre en su humedad; va sin regreso
hacia tu piel, y en tu soñar se implica.
El beso, aún germinándose en ausencia,
madura en la llegada, y se evidencia
en súbita eclosión primaveral;
cuando los sueños se abren como rosas,
y las noches se tornan luminosas
al ceder el temor a lo sensual.
Los Angeles, 14 de agosto de 2003
Poemas
Nadie nos la dará
La daga del ensueño abrió dos grietas
sobre mi espalda, y me brotaron alas;
fui hermano de las nubes, de los vientos,
de las alondras, de las otras almas,
las que pueden volar, porque aligeran,
como aligero yo, la propia carga.
Fui libre, sin zozobra de cadenas,
sin recelo de ideas o palabras
que afloran de mí mismo como rosas,
o me descargan otros como espadas.
Llegué a ser yo, hastiado de haber sido
quien los demás quisieron, un fantasma
atrincherado en falsas pretensiones,
peregrino que duerme o se rezaga.
Esa felicidad que perseguimos,
suspendiéndosela a alguien de la espalda,
debe ser obra nuestra, como el paso
que hemos de dar para acortar distancias.
Nadie nos la dará, sólo uno mismo
deberá perseguirla y conquistarla.
Los Angeles, 1 de agosto de 2003
Imperceptible
Te reclinas en mí como en la hierba,
a la sombra del álamo, lo hacías,
en la tarde agobiada de calores;
tienes peso de huella, de caricia,
ligera como el tránsito de un ángel,
como si fueras sólo dos pupilas.
Has venido sin ruido, en aleteos;
no entras en mí por amplias avenidas,
lo haces por callejuelas sinuosas,
donde yace la luz semidormida.
No eres frontal desbordamiento de aguas,
eres casi intangible lluvia fina,
permeando los surcos, que te esperan
para gestar la vida en las semillas.
Llegaste en el silencio y en la sombra,
sin anunciarte, y al mirar un día
al fondo de mi pozo, eras presencia,
toda desnuda tú, toda sonrisa.
Los Angeles, 1 de agosto de 2003
No te conozco
No te conozco, pero ven conmigo;
ya se apagan las voces,
guarda la tuya en pliegues de silencio,
la mía duerme, sólo te habla el roce.
Tiemble la piel en blando ronroneo,
hasta que en mudos gritos desemboque.
Hay días tan vacíos
que se desangra el alma a borbotones;
hay tardes melancólicas
que llaman al amor, y no responde;
hay crepúsculos ciegos, despoblados,
y hay noches ávidas, como esta noche.
Escucha la corriente de la sangre
rodando en venas las celebraciones
de estas horas despiertas; el enjambre
de rítmicos latidos; los redobles
del sexo, derramando acompasadas
viejas costumbres en recientes moldes.
No digas nada, sólo ven conmigo;
más adelante aprenderé tu nombre.
Los Angeles, 5 de agosto de 2003