Breverías
1260
Nunca supe por qué ignorada grieta
se han adentrado en mí, ni a qué pilastra
se aferran los afectos; ni el poeta
sabe encauzar la fuerza que le arrastra,
ni adónde va adivinará el profeta.
1261
El tiempo no es el vacilante anciano
que blande en una mano la guadaña,
y estrecha la clepsidra en la otra mano;
sino la amante infiel, que nos engaña.
A todos nos recibe indiferente
entre sus muslos, doble río que huye;
y en apretado abrazo de serpiente,
nos deja entrar en ella, y nos destruye.
1262
El rumor de las olas contra la roca oscura
de los acantilados, es la última cadencia
de galáctica orquesta tocando la obertura
del cosmos reclamando su incipiente existencia.
Dios bosquejó la curva final de su batuta,
reposándola inmóvil sobre su atril astral,
y es lo que hoy escuchamos vibración diminuta
del estruendo de mundos, cósmico recital.
1263
¿Qué teme el subterráneo de tu entraña,
y tus labios, temblor sensual, qué temen?
Voy a hacia ti como un río de semen,
y todo mi paisaje me acompaña.
1264
Siempre queda tu forma perfumada
sobre mi tibia sábana estampada,
bajorrelieve que a borrar me niego.
Así duermo contigo, aunque tu ausencia
me devuelve al portal de la inocencia
con su tedioso, monacal sosiego.
Sonetos
1169 - Raíces
Llevo en los ojos todas las raíces
de su imagen. Fue el olmo cimbreante
que clava el horizonte azul distante,
y que al clavarse en ti, tal vez maldices.
Porque es, más que éxito, revés, te dices:
“Eventual, esta vez, sólo un instante;
se irá sin rastro, ráfaga humeante,
que ni hiere ni deja cicatrices.”
Y penetra el subsuelo de tu afecto,
y te ves sin salida; tu proyecto
de un momento se torna indefinido.
Y aunque tales el árbol, siempre quedan
esos tentáculos que se te enredan
en los miembros del alma, sin olvido.
Los Angeles, 8 de noviembre de 2004
1170 - Seno
Acoplaré la mano sobre el seno
que propulsa su curva desenvuelta
garbeando hacia mí, tibia y resuelta,
en augurio de miel en labio ajeno.
Lleno está el día de intenciones, lleno
de lúbricas ofertas; cada vuelta
del minutero es avidez que suelta
un éxodo de estímulos sin freno.
Viene en disposición de descubrirse,
secreto, puerta, rosa, que al abrirse
debe aceptarse en su absoluta entrega.
Ola creciente en lento movimiento,
airosa proa, vela henchida al viento,
barco velero que hacia mí navega.
Los Angeles, 9 de noviembre de 2004
1171 - Tacto
Dilapidé mi tacto, y no acudiste
con el cáliz procaz de tu deseo
a rescatar el último goteo
del racimo en sazón que no exprimiste.
El tacto es siempre oferta y no desiste;
puede ser la marea, en titubeo
de vaivén en la playa, o zarandeo
de olas contra la roca que resiste.
Pero es mano tendida, boca hambrienta,
y a la vez es granero que revienta
sobre tanto indigente en estrechez.
Dilapidado está, fuego en ceniza
que el más leve temblor revitaliza…
¿Vendrá tu aliento sobre mí esta vez?
Los Angeles, 13 de noviembre de 2004
1172 - Mirar y ver
Nunca había mirado como hoy lo hago,
desde esta perspectiva adolescente
de ojos desnudos, en que el subconsciente
no es más que el sueño utópico de un mago.
La mirada es serena, como un lago
dormido en el crepúsculo, sin puente
a ese otro mundo extraño, decadente,
mezcla de decepción, barniz y halago.
Arrancado el disfraz que el tiempo impuso
sobre las cosas, o quizá el abuso
de mirarlas en forma artificial,
las miro y veo en luz entretejidas,
como si fueran hoy recién nacidas
ninfas bajo campana de cristal.
Los Angeles, 14 de noviembre de 2004
1173 - Esperando
Te he esperado en la esquina de mis años,
umbroso enclave cuando el sol desciende;
y aunque es casi de noche, en mí se enciende
luz que arrincona viejos desengaños.
Grises perfiles lúgubres, extraños,
cuyo arribo ni asusta ya ni ofende,
y a los que ajena la razón no atiende,
cruzan errantes por mis aledaños.
Sombras de ayer, perdieron voz y abrazo;
lo que espero es el brusco fogonazo
de tu llegada en vivo, arrolladora.
Cansado el caracol del tiempo avanza
su lentísima marcha, y la esperanza
de tu llegada mengua cada hora.
Los Angeles, 17 de noviembre de 2004
1174 - Electrizante
Tus arterias, eléctricas, distantes,
red conductora hacia lo luminoso;
las aves del deseo silencioso
se han posado en tus cables, observantes.
Fluyen entre sus garras, palpitantes,
arroyos de energía; su reposo
es aparente, un aire tormentoso
ahueca ya sus alas vacilantes.
¿Dejarás que se alejen en revuelo?
¿Qué otro tacto gentil, de terciopelo,
descenderá sobre tu piel bravía?
Prodúzcase en tus miembros la descarga,
y que esta noche, que se asoma larga,
deslumbre en claridad de mediodía.
Los Angeles, 19 de noviembre de 2004
1175 - Remota
Eres la zona a la que no se llega
ni en avance frontal ni por atajo;
muralla de ansiedad, que resquebrajo
y cuya rendición no se me entrega;
la campana sin voz que no congrega
al gentío, perdido su badajo;
el árido terreno que trabajo
sin madurar la mies para la siega;
la promesa latente, no expresada,
el desierto sin agua, el agua helada,
jinete desmontado del corcel…
¿Y yo? Yo soy quien va intentando en vano
guiar el tren de mi calor humano
a la remota estepa de tu piel.
Los Angeles, 19 de noviembre de 2004
Poemas
Carga
Qué lastre el de ese extraño que a mi espalda se aferra;
apenas le conozco, y a veces me parece
que son suyas las huellas de mis pies en la tierra,
que su gemido es mío, que dentro de mí crece.
Tan pesada es su carga que me arqueo hacia el suelo,
y sólo veo el barro que al andar me salpica;
llevo el alma aterida, como en bloques de hielo,
que ni sabe, ni puede, ni exige, ni suplica.
Me siento atrincherado, sin armas; mi enemigo
sabe empuñar la fuerza, controlar los espacios,
e imponerme cobarde corazón de mendigo;
soy hombre de cabañas, es hombre de palacios.
Sacudiré los hombros, y erguiré la figura,
librándome del peso que agobia y esclaviza;
y volveré a ser dueño completo de mi altura,
y haré mías las huellas en la arcilla rojiza.
Que la carga en la espalda no nos ha sido impuesta
por siniestros poderes o extrañas jerarquías;
sino que el propio miedo neutraliza o infesta
la aptitud de oponerse, de gritar rebeldías.
Los Angeles, 13 de noviembre de 2004