Camino de Santiago
Camino de Santiago
I
Volveremos un día, peregrinos
por sendas medievales, a Santiago,
la calabaza vinatera al hombro,
el bordón en la mano,
y ornada la esclavina de veneras.
La música bucólica de antaño
brotará de rabeles y dulzainas,
y cada pie aligerará su paso.
Cada día tendrá un nuevo horizonte,
cada horizonte un nuevo campanario,
y un viejo hospicio, y un ventero amable,
y un refrigerio simple, y el descanso.
Sobre dos caballetes, cuatro tablas,
sobre las tablas rústico camastro,
y entre mantas austeras
dormiremos desnudos y abrazados.
Los antiguos fantasmas
ya se han desvanecido. Los milagros
suceden cada día en nuestra mente
con cada pensamiento y cada tacto.
Emergerá la luz de la mañana,
mudo clarín en toque de relámpago;
tú y yo, y el grupo, perezosamente,
nos pondremos en marcha. Por el campo
se extenderán los corzos al galope,
temblarán las alondras en los álamos,
y en multitud de idiomas
se poblará el amancer de cantos.
Dame la mano, amada,
caminemos del alba hasta el ocaso,
bajo las nubes blancas, casi inmóviles
en el cielo azulado,
por el túnel que pinos y abedules,
hayas y robles forman sobre el barro,
al sol que nos sofoca,
que derrite el asfalto,
con la lluvia calándonos el cuerpo,
y siempre la sonrisa a flor de labios.
II
Roncesvalles, fracaso y sepultura
de Roldán, más producto legendario
de Cantares de gesta y trovadores
que realidad genuina; descalabro
no debido al ejército agareno,
sino a un puñado de pastores vascos.
Te leía fragmentos
quiméricos, extractos
del poema francés, sobre la marcha,
y me ayudabas a evitar los charcos.
Me leías romances
de Bernardo del Carpio,
tan míticos y bellos,
ayudándote yo a evitar los charcos.
Oh Angélica, mi Angélica,
no soy Roldán, tu absurdo enamorado,
soy para ti Medoro,
ambos en integral, prohibido abrazo.
III
La Rioja es un campo de viñedos,
y ‘un vaso de bon vino’ ensangrentado.
Brinda conmigo, peregrina amante,
hasta el umbral del vértigo; bebamos
por lo que hemos tenido, lo que fluye,
y lo que ha de venir; por ese grano
que germinara un día, inadvertido,
que se ha hecho mies dorada; eleva el brazo
y oprime el cuerpo dúctil de la bota,
que su hilo rojo se entrelace en trago.
IV
Eremita de Dios, Santo Domingo
de la Calzada, monje y aldeano,
servicio de obras públicas que sólo
se tuvo a sí por jefe y empleado,
constructor de caminos y de puentes,
albañil de la fe por los poblados,
allanando el camino a los romeros
que persiguen la estrella de Santiago.
V
Tierra dura de Burgos que en invierno
casi se vuelve roca, y en verano
abrasa el pie desnudo. Por el aire
aún resuenan los ecos de los cascos
al cabalgar El Cid con sus mesnadas
camino del destierro. Tú y yo vamos
juntos por el camino,
pero Doña Jimena en mudo llanto
ve alejarse la nube polvorienta
ocultando jinetes y caballos.
Mi destierro eres tú, que vas conmigo,
yo de besos de ayer desarraigado.
VI
Castrojeriz a Frómista, riberas
del Pisuerga gentil, Tierra de Campos,
rasgada por mil surcos paralelos
que el labrador trazara con su arado,
en largo caminar, tras la yugada
de lentos bueyes mansos.
¿Has visto los trigales
mecerse al viento, océano ondulado
de doradas espigas?
¿La placidez de encinas y castaños?
¿Percibes el silencio del paisaje
en este instante tan fugaz y vasto?
Ven y sumérgete conmigo ahora
en esta mies, y envuélvame tu abrazo,
sin más testigos que las amapolas,
enrojecidas sólo de mirarnos.
VII
En Carrión de los Condes
duerme la espada, el libro está velando.
Hay rumor de vaqueras y serranas,
y de coplas de amor por los atajos.
Íñigo López de Mendoza, noble
que desdeña las damas de palacio,
y en chozas, y vaguadas, y senderos
planta el amor en cuerpos aldeanos;
Amor sin artificios,
sin cláusula ni apremios, espontaneo,
como éste que nos une,
que no pregunta ni por qué ni cuándo.
VIII
En Sahagún, ya en tierras leonesas,
espesos arbolados
nacieron de las lanzas
de guerreros cristianos
a punto de morir. Entre la fronda
en reverente tránsito avanzamos.
Casi se escucha el trémulo lamento
del invisible medieval cruzado
que aún mantiene la guardia
al pie de cada árbol.
Tal vez gimen al verte, tan hermosa,
en recuerdo del beso y del abrazo
de la dama a la espera tanto tiempo,
a la que, ausentes, nunca regresaron
IX
La ‘pulchra leonina’, con los dedos
de sus torres dispares al espacio,
aparece a lo lejos.
El hospital albergue de San Marcos,
refugio acogedor de peregrinos,
nos espera. Su claustro,
pura solemnidad en resonancia
de cantos gregorianos.
Las noches de León pueden ser frías;
dormirás a mi lado,
tan adosada a mí, que no consigan
viento ni escarcha interpolarse entre ambos.
Y mañana, domingo,
estallará la catedral en salmos,
adentrándose el sol por las vidrieras,
biblia multicolor. Reyes y santos
hincaron sus rodillas en las losas;
obispos, bajo palio,
con sus capas pluviales de oro y seda,
avanzaban despacio,
entre las aromáticas volutas
de los intermitentes incensarios.
Luego reanudaremos el camino;
aún hay mucho que andar hasta Santiago.
X
Vamos llegando a Astorga,
tierra de maragatos.
Te invitaré a dulzuras de la tierra,
riquísimos hojaldres, mantecados,
y un vino dulce que pondrá en tus ojos
vivos destellos, tiernos sobresaltos.
XI
Tierras del Bierzo, vieja Ponferrada,
más en ruinas de propios que de extraños.
“Si el Señor no protege la ciudad,
quien la defiende la defiende en vano”
El Señor no parece haber leído
el lema del castillo de Templarios.
Tristes están sus bloques de granito
en viviendas, en cuadras, en mercados.
Sigamos el camino, amada mía,
que en estas ruinas se me agota el llanto.
XII
Galicia ya, los hórreos, la niebla,
las aldeas perdidas en el barro,
y la Santa Compaña, peregrinos
de otro mundo, de muertes y naufragios.
Tan cerca ya, pero aún tanto camino…
Si este periplo fuera en solitario,
si esta savia de fe, de fortaleza,
que hacia mí fluye al toque de tu mano,
no reforzara mi alma y mis sentidos,
hace tiempo que habría abandonado.
Pero me apoyo en ti, que eres mi roca,
freno gentil, empuje necesario.
XIII
Ay, el hórreo de Arzúa,
su escala de inseguros travesaños,
el viento de la noche, húmedo y frío,
el olor a maíz, y entre relámpagos,
los ojos fijos, amplios y brillantes,
curiosidad y timidez, del gato.
¿Nos detuvo, tal vez, algo algún día?
Hórreo de Arzúa, donde seca el grano:
Sólo al amanecer, tan importuno,
lo hizo el canto del gallo.
XIV
Santiago al fin. La catedral, de lejos,
alza al cielo los brazos
de sus torres gemelas, en saludo
al peregrino que se va acercando.
Después de tantos días de camino,
no hay fatiga en el cuerpo, cada paso
se dilata en medida y ligereza
con la ansiedad de la llegada, tanto
que parecen los pies flotar en alas
de misteriosos, invisibles pájaros.
Pórtico de la Gloria, qué acogida
del Maestro Mateo en sus tres arcos.
Toda la corte celestial espera
nuestra entrada en el viejo santuario.
Vasto enjambre de gentes se aglomera
en las naves, sentadas en los bancos;
rostros curtidos por el sol y el viento
de la meseta castellana, hidalgos
de amplias capas e incierto señorío,
borgoñones, flamencos y navarros,
toda la cristiandad, Europa toda,
de atezados semblantes, rasgos pálidos…
Y tú, mi blanca dama,
que me has acompañado
cada día en la marcha, y cada noche
en el calor estrecho del abrazo.
Ocho ‘tiraboleiros’ corpulentos
aunarán dieciséis rítmicas manos
que en juego de maromas y poleas
columpiarán titánico incensario,
‘botafumeiro’ que al pasar suaviza
y desdibuja tanto hedor extraño.
Y una cola de incienso
arqueará el crucero. Candelabros
de plata, por sus llamas temblorosas,
ahuyentarán las sombras. Tú y yo vamos
en la fila que lenta serpentea
hacia las escaleras del retablo,
a abrazar al Apóstol. En mi mente
surge el hijo del trueno, apasionado,
no el dulce Juan, ni el Pedro
impulsivo y cobarde, ni el villano
Judas apóstata, o Tomás escéptico;
sino el hombre a caballo,
espada en alto degollando infieles,
el ‘Matamoros’ de sabor cristiano.
Cada país se forja sus leyendas
según sus éxitos o descalabros.
Santiago fue una idea;
cumplió su comentido, y ahora es algo
de acuerdo con los tiempos,
tal vez la voz de un ímpetu romántico,
tal vez un eco de mercantilismo,
un comodín político, aunque arcaico,
un pretexto de juergas y folclore,
un simple Yago que ha perdido el Santo.
Vamos, amada mía a hacer turismo,
llenémonos el vaso
con vino de Ribeiro, y sobre todo
bésame una vez más, porque tu abrazo
no derrama la sangre, ni la vende,
tu abrazo es puro amor, y a tu costado,
sin espadas, ni lanzas, ni ballestas,
obtendremos victoria, mano a mano.
Y al despertar mañana los dos juntos
sabremos que el camino no fue en vano.
Los Angeles, 20 de agosto de 2005