Breverías
1421
Se me estrecha el camino, se me acortan las horas…
¿Qué han de hacer estas manos hacia tu amor tendidas,
con ese afán ferviente de plantas trepadoras,
si requieren espacio y edad de varias vidas?
1422
Voy en busca de un día desprovisto de ocaso,
cuya luz no decrece, cuyo clima no enfría,
con aplomo de aurora que avanza paso a paso,
y se detiene inmóvil en pleno mediodía.
Si por azar le encuentro, o aflora a mi ventana,
quiero verte a mi lado, huérfanos de mañana.
1423
Del brazo fui de la radiante idea
que tan inabordable te esbozara;
oh, larga, melancólica odisea
que tantas veces a tu umbral llegara,
retirándose tímida, marea
que mansa llega y suave se separa.
Al fin logré invadir tu intimidad,
y hoy voy del brazo de tu realidad.
1424
Te he visto en otros siglos, y te veré más tarde,
cuando no queden bosques, ni ciudades, ni puentes;
tú, minúscula llama que en las tinieblas arde,
mínima luz perdida trémula entre las gentes.
Con deseos de incendios, vagabas al acecho
del momento oportuno, la astilla combustible,
e inesperadamente abriósete mi pecho,
y en gigantesca llama te has hecho inextinguible.
1425
No eres vocablo muerto libre de ideología,
eres palabra viva, ropaje del concepto;
al escucharte entroncas tu razón a la mía,
y como almas gemelas me comparto y te acepto.
Sonetos
1377 - Memoria
Tengo el recuerdo roto, desgarrado
por las uñas del tiempo; capa vieja
cuyos girones son rústica reja
descubriendo el vacío al otro lado.
Fue por vivencias de años engendrado,
espejo que verídico refleja
cada gozo, temor, susurro y queja,
aunque hoy de vaho pálido empañado.
Tanta imagen se ablanda, se evapora,
tanta sombra borrosa se incorpora,
tan inválido vaga el pensamiento…
La cadena vital pierde eslabones,
y de tantas figuras y emociones
queda sólo el perfil de algún fragmento.
Los Angeles, 3 de diciembre de 2005
1378 - Lluvia
La lluvia es amplia mano persistente
que en caricia plural nos arreboza,
se nos ciñe a la piel y la remoza
como ablución en milagrosa fuente.
Corva la espalda, lúgubre la mente,
vaga el misántropo, mientras esboza
su mueca pusilánime, y se emboza
bajo el paraguas prematuramente.
Para mí es ceremonia de algazara
erguir el torso y ofrecer la cara
al silencioso, pertinaz goteo.
Con los brazos en cruz, doy acogida
a esta húmeda caricia repartida
sobre mí en apacible galanteo.
Los Angeles, 5 de diciembre de 2005
1379 - Sueño
He empezado a soñarte de otro modo,
fuera de esa verdad y esa costumbre
forjadoras de angosta servidumbre,
de brazos amarrados codo a codo.
Voy a soñarte libre; sobre todo
voy a soñarte nueva, sin la herrumbre
que el uso añade, con la incertidumbre
que ofrece, al caminar, cada recodo.
Vendrás a mí, gentil desconocida,
desnuda de tu ayer, porque vestida
repetirías lo que fueras antes.
Y no quiero soñarte predecible.
Quiero un sueño espontaneo, irrepetible,
que no sufra de idénticos instantes.
Los Angeles, 6 de diciembre de 2005
1380 - Envejecer
Envejecer contigo en el sosiego
del tibio sol de otoño en una aldea
dormida en el ayer, que no desea
llegar a ser ciudad; o junto al fuego,
en las tardes de invierno en que repliego
las huestes del recuerdo, y no vocea
nostalgias el pasado, ni espolea
el momento presente inquieto juego.
En esa paz de claridad radiante
que no mira hacia atrás ni hacia delante,
porque la vida se promete entera.
Envejecer contigo de la mano,
dorada espiga tú de mi verano,
rosa perenne de mi primavera.
Los Angeles, 7 de diciembre de 2005
1381 - Pacto
Llegué a tu casa. La mañana urdía
su tejido de luz iridiscente
sobre los surtidores de la fuente
y los geranios del balcón. Ardía
mayo en color y aroma y armonía,
como si un lecho puro, adolescente,
hubiera madurado de repente
en la más desenvuelta rebeldía.
Era tu mes primaveral. Mi empresa
la del viejo romero que regresa,
no ya en peregrinaje, sino en pacto.
Todo ya previamente convenido,
se abrió la puerta, resbaló el vestido,
y percibí el gemido del contacto.
Los Angeles, 7 de diciembre de 2005
1382 - El rostro de la luna
Anoche era la luna. Mascarilla
de plata, melancólica, menguante;
lúcida en el circuito itinerante
de leve sombra en cuyo seno brilla.
La vi como reflejo de la orilla
donde radicas tú, perfil distante,
y capté la visión de tu semblante
en el arco de luz de su mejilla.
Siempre te veo en mí, viñeta impresa
sobre la piel del alma, que no cesa
de vibrar o temblar, placer o anhelo.
Y te veo también, centelleante,
en la luna, fanal que a cada amante
sabe hechizar desde el balcón del cielo.
Los Angeles, 10 de diciembre de 2005
Poemas
Desde un tiempo futuro
Hoy quisiera escribirte con lágrimas de sangre
desde un tiempo futuro que con miedo anticipo,
muy cerca de la muerte, desde la ruina muda
de piedras humeantes que fuera mi castillo.
Sabe la vida el arte de negarse a sí misma,
erige absurdos puentes para cruzar abismos,
instituye promesas, escritas en el aire,
y a golpes de esperanza improvisa caminos.
Y nuestros pies adquieren la impresión de un avance
hacia metas utópicas, o en sí mismo ficticio;
tal vez no nos movemos, o alcanzamos paisajes
de telón de teatro, parodias o espejismos.
Sin embargo hubo un día que entonces fue presente,
que juzgamos eterno, desnudos de cinismo,
por el que levantamos las copas de los sueños
en brindis de belleza, de cantos, de suspiros.
Un día todo nuestro, de amplitud luminosa,
al que no dimos sombras ni crepúsculo dimos;
de énfasis perdurable, de vigor e intenciones,
pero que prontamente se nos quedó dormido.
Y fuimos madurando, más bien envejeciendo,
y fue el cielo azul claro tornándose plomizo,
y los amores de oro volviéndose de estaño,
congelándose en sombras el fondo de uno mismo.
Desde el rincón del tiempo donde anochezco ahora,
turbio rincón futuro desde donde te escribo,
ignoro si recuerdas nuestras horas lejanas
o cuentas las actuales que arrastras en exilio.
No sé cuánto acumulas de añoranza en el alma,
o si hiela tu mente blanco invierno de olvido,
yo, que te quise tanto, sólo deploro el yerro
de no haberme obstinado a envejecer contigo.
Te hablo desde un momento que aún no se ha descargado
en el reloj de arena, desde el fin de un capítulo
que está por escribirse, del litoral lejano
adonde tal vez nunca llegará mi navío.
Archivaré esta pluma que tanto desvaría,
enjugaré estas lágrimas que no tienen sentido,
y amaré en el presente. Si llamara el futuro,
que responda el silencio, indiferente y frío.
Los Angeles, 8 de diciembre de 2005
Necrópolis
En mi vieja necrópolis, las ratas del olvido
hurgan, roen la carne de los amores muertos;
de vez en cuando el eco de un rumor, un crujido,
me hace pensar que algunos pueden estar despiertos.
Pero recapacito, nutriendo la certeza
de que tales amores no saben renacer;
tuvieron su momento, lucieron su belleza,
y no les queda nada que puedan ofrecer.
Algunos quizá guarden un aura de fragancia,
como la rosa herida que se ha pisoteado;
tal vez persista en otros una vaga elegancia,
una tenue sonrisa o un ademán truncado.
Pero sólo son gestos de un lugar, de una fecha,
que a destiempo llegaron y la sombra aprisiona,
circunstancia tardía que ya a nadie aprovecha,
o castillo de naipes que un soplo desmorona.
Las ratas del olvido prosiguen su tarea
devorando cadáveres de viejas sepulturas;
e inevitable el tiempo desgasta y martillea
perfiles y epitafios en losas y esculturas.
Pronto el fúnebre acervo de fracaso y huída
se habrá desvanecido por fin de la memoria,
y sólo tú, en presente, pletórica de vida,
llenarás cada página del libro de mi historia.
Los Angeles, 9 de diciembre de 2005