Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Islotes

Índice

Sonetos:
Nueva canción Noche vacía Dos temblores Islotes Siempre de luz
Poemas:
¿Entrarás, caminante? Soledad
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Breverías

1436
Hoy me siento culpable. No de amarte, sino de haberte amado con exceso, y de que respondieras, por tu parte, con idéntico amor, beso por beso. Has levantado en torno a ti un baluarte al que tan sólo mi alma tiene acceso; y me reprocho, en esta lejanía, tu vida, si tan llena, tan vacía.

1437
¿Se habrán enderezado las espigas que tu espalda allanara en los trigales? ¿Se habrá llevado el viento las cantigas que a tu oído entoné en los naranjales? ¿Se mantiene, después de tantos meses, sobre tu piel la huella de mi mano? Cuántos triunfos, amor, cuántos reveses, tan cerca el alma, el cuerpo tan lejano.

1438
He perdido el invierno. Sigue entrando nupcial la luz del sol por las ventanas, dibujando sonrisas, filigranas. Diciembre, enero ya no están llorando. Quizá un cambio climático produce este absurdo trastorno de estaciones. Quizá se hablan de lejos dos balcones, y a dos palabras todo se reduce.

1439
La lluvia en el jardín, en la vereda, en los rojos tejados, sobre el río; tu frente en el cristal, tu escalofrío cuando mi mano tu cabello enreda.

1440
Quiero llevarte donde duerme el viento, entre paredes de cristal tendido; donde yace la luz, en aislamiento, desde que el día sucumbió vencido; donde el silencio emigra en el momento en que se abre el prostíbulo del ruido; a esos confines que la gente ignora, y amarte a solas, ahora y a deshora.

Sonetos

1396 - Nueva canción
Una nueva canción nos ha nacido, concebida entre besos y albornoces, y alumbrada en mis labios. ¿Reconoces en mi voz el clamor de tu sentido? La adscribiré tu nombre y apellido, sin decirte que es tuya, y cuando roces mi piel de nuevo, y al partir esboces casual sonrisa, llegará a tu oído. Te detendrás por un momento, alerta, con la mano en el pomo de la puerta, y pensarás que es tu alma quien la canta. Y al fin te irás sin preguntar, quedando tú con un ritmo absurdo resonando, yo con el mismo nudo en la garganta.
Los Angeles, 15 de enero de 2006
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1397 - Noche vacía
En la noche vacía se erosiona el arrebato que engendrara el día, como naufraga el sol en la bahía, como castillo que se desmorona. Callada, oscura, desolada zona, que fuera luz, vergel, algarabía, al leve toque de la compañía sin la cual la persona no es persona. Quien no se adjunta se deshumaniza, pasará de ser fuego a ser ceniza, cobran vida los leños en la hoguera. El júbilo del día palidece si, de noche, quien ama, languidece crucificado en soledad y espera.
Los Angeles, 15 de enero de 2006
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1398 - Dos temblores
Si el ocaso me empuja de tu orilla, la mañana me acerca a tus umbrales. Ay, que los sentimientos ilegales me condenan a estar siempre en capilla. Apenas ya la luz del alba brilla transponiendo impulsiva los cristales de tu balcón, resuenan atabales en mi piel, sacudiendo mi semilla. Como ladrón me acerco, subrepticio, trémulo, pero audaz, y te acaricio con extraña erupción de dos temblores. Temblor de oir su voz o su pisada, y temblor de saber que mi llegada me capacita a deshojar tus flores.
Los Angeles, 15 de enero de 2006
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1399 - Islotes
Se llora entre las sábanas, mordidas en vano afán de amortiguar el grito, mientras un puño hermético, maldito, obstruye al alma todas las salidas. Devenimos islotes, reducidas las ilusiones a rosal marchito y cada dogma convertido en mito, en soledad lamiendo las heridas Al sucumbir por fin a la fatiga, el sueño es confusión que nos castiga añadiendo a la sombra la congoja. Cuando a nacer la aurora se apresura, nuestra ventana permanece oscura, y nuestra fe es absurda paradoja.
Los Angeles, 17 de enero de 2006
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1400 - Siempre de luz
Siempre de luz te veo recubierta, como la nieve al sol, transfigurada, como un arcángel que al blandir la espada esclareciera la tiniebla muerta. Cuando tu rostro al alba se despierta sobre los tibios pliegues de mi almohada, emerge una energía renovada que al fondo de mi entraña se reinserta. Tu gozo de sonrisa se disfraza, profunda euforia universal, que enlaza miembros y superficies y rincones. Y si a mis ojos tu mirada asomas, percibo una bandada de palomas zureando en terrados y balcones.
Los Angeles, 17 de enero de 2006

Poemas

¿Entrarás, caminante?
Cuántos rincones tengo que no han sido explorados, los que la luz apenas recuerda, los oscuros, aguardando tanteos o pasos atenuados, y los que, timoratos, se rodean de muros. Nunca he puesto a mi puerta ni aldaba ni cerrojo, la chimenea indica que hay un leño en el fuego, en la mesa dos vasos de añejo vino rojo, y en la alcoba un estrado para el amor o el juego. Caminante que llegas de horizontes lejanos, que tantas, tantas tierras te dieron hospedaje; no importan las fragancias que aún permean tus manos, ni que me consideres un alto en tu viaje. La vida no es un tiempo dilatado, es un día, hoy sólo, no mañana, como tampoco ayer; la facultad de hacerla júbilo o agonía radica en uno mismo, pues querer es poder. Este día que entera mi vida representa, este día que es solo, todo lo que poseo, a rugidos me empuja, y en silencio me alienta a cortar las sangrantes rosas de mi deseo. Eres tú, caminante, cuyos pies acumulan polvo y sudor de tantos caminos y ciudades, eres tú, cuyos labios trémulos articulan las audacias más firmes, las más hondas verdades; eres tú quien espero que al cruzar por mi puerta interrumpa su marcha, y a mi espacio se integre, y que el día, o la vida, se agite y me convierta cada rincón aislado, en mercadillo alegre. No te propongo nudo, vínculo ni contrato con hedores de cárcel. ¿Entrarás, caminante? La vida, el día tienen carácter inmediato, y sólo en el presente se puede ser amante.
Los Angeles, 13 de enero de 2005
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Soledad
En las manos vacías sólo se acuesta el aire, intangible y esquiva bandada de estorninos que llegan y se ausentan tras una sola noche, sin voluntad ni intento de construir su nido; estas manos que un día moldearon la arcilla en la forma del ánfora de tus cinco sentidos, vertiendo en ella un alma que adaptara su forma con el acoplamiento de un viejo, rojo vino. estas manos tuvieron el tacto de las tuyas cuando a la voz, inútil, relevaba el latido, cuando el tiempo era arena dormida en la clepsidra y a los razonamientos desbancaba el instinto. Si dos cuerpos, dos almas convergen en un punto, más que el fin de un trayecto, se abre un nuevo principio, no es el término donde confluyen dos canales, es el vértice donde divergen dos caminos. Siempre el hombre está solo, ya en el páramo mudo, o en el desordenado tumulto del gentío, aislado en el abrazo de la noche ferviente, sea abnegada ofrenda, sea retozo efímero. Intercambian los cuerpos compañías ficticias, mientras vagan las almas como absurdos navíos, quizá el mismo horizonte, mismas constelaciones, pero estelas diversas, derrotero distinto. ¿Cómo compenetrarse seres tan desiguales, si cada uno es un mundo, cada uno es un exilio, palabra en lengua extraña sin mensaje accesible, isla fortificada con muros de granito? Cada cual mira el mundo detrás de su ventana, por helados barrotes de hierro protegido; no somos la gaviota de vuelo solidario, somos el eremita clavado en su retiro. En la ley de la piedra, más que el círculo abierto de brazos alargados, rotonda o peristilo, somos sobre la tierra, como dedos alzados iracundos al cielo, rígidos obeliscos. No nos unen ojivas ni bóvedas nos unen, ni somos pieza base de torre o laberinto, estamos solos, solos, como los cementerios, somos grano, aunque a veces nos creamos racimo. Soledad constreñida, dogal en torno al cuello, que nos impone nudo de asfixiante castigo, necesitamos voces, contactos, vecindades, sean superficiales, tediosos o ilegítimos. Soledad requerida, reclusión aceptada, la sociedad agota, el mundo es enemigo, abrazados al bloque de nuestra propia esencia, comulgamos tan sólo con seres de otros siglos. Disertamos en calma sobre filosofía en el tonel abyecto de Diógenes el Cínico sin que el ambiente logre tergiversar el curso de nuestras opiniones o nos parezca indigno. Elevamos plegarias bajo el sol del desierto sobre la alta columna donde buscó retiro Simeón Estilita, fugitivo de turbas, que el aislamiento acerca lo humano a lo divino. Quizá redescubrimos paz y naturaleza de la mano llagada del afable Francisco, que teniéndolo todo, se abrazó en alegría a la hermana pobreza, tornándose mendigo. O aprendemos humildes de la monja andariega y de su compañero, de excelsos cantos místicos, que se puede estar solo, feliz, en el tumulto de la ciudad festera como en el campo idílico. Fray Luis no sólo canta la descansada vida a la sombra del árbol, a la orilla del río, también sabe encontrarla, sin vanas añoranzas, escribiendo entre rejas de los nombres de Cristo. La soledad que invita, la soledad que llama golpeando a la puerta con plácidos nudillos, la soledad que ansiamos, cansados de la brega, tiene piel seductora, suave como un suspiro. La que invade la casa como escuadrón guerrero que no hemos convocado, no tiene alma de vidrio, frágil y transparente, es un búcaro rústico, como el cemento, tosco, como el acero, frío. Me he refugiado a veces en esas soledades donde he sido recluso sin sentirme cautivo, y he salido más fuerte, con la mente más clara y el corazón más puro, más hombre, más yo mismo. Y he sufrido el ataque de esa horda belicosa que destruyó mi casa; mi silencio es un grito que nadie escuchar puede, y tras la piel oculto la anaconda que lenta me estrecha en sus anillos.
Los Angeles, 4 de enero de 2006
Diseño: Carmen Álvarez
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