Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Escenas

Índice

Sonetos:
El nuevo caos Cabo Sounion Posesión Condicionados
Poemas:
Las mismas cosas Saludo Andar, andar
seperador

Breverías

1571
Murió el filósofo. Al llegar al cielo dijo haber sido escéptico, y dudado de cuanto había visto y escuchado, del lirio en tierra, de la alondra en vuelo, de la luz, las palabras, los olivos… Y dijo Dios: Entrad, entrad, hermano, yo he dudado también del ser humano, y confieso que tengo mis motivos.

1572
La sombra del naranjo es mi cobijo, y allí mi pensamiento por ti clama; tantas estrellas de oro en cada rama antes de anochecer, tal regocijo de tenerte a mi lado sin tenerte, tanto dolor de hablarte y no escucharte, tal desesperación al esperarte, tan suave tacto sobre ti sin verte.

1573
Oh, la nostalgia de las estaciones donde los trenes paran un minuto, y se apea quizá un señor de luto que nadie espera, y pide direcciones. Con su paraguas y ancestral maleta se aleja en el paisaje a paso lento. No hay prisas. Todo en calma, soñoliento. La vida duerme inmensamente quieta.

1574
Recuerdo a veces la canción lejana de hombres atareados en la siega; el dalle en arcos cíclicos doblega la alta hierba. Sonríe la mañana. El par de bueyes bajo el yugo espera que se abarrote el carro con la carga. Tardo va el tiempo, la faena es larga, y bajo el peso cruje la madera.

1575
Desnuda tú frente a la mesa. El vino luce color de guiño descarado. Yo soy el invitado que al otro lado sobre ti me inclino. Mis manos en las tuyas, entreveo la sonrisa en tus ojos. Desvestido, rodillas a rodillas. Se ha dormido sobre la mesa el vino. Te poseo.

Sonetos

1574 - El nuevo caos
Antes de que la luz amaneciere, fue el caos, lo sombrío, lo confuso; y se hizo el orden, pero ya en desuso, nueva anarquía nos confunde y hiere. El mundo está podrido, se nos muere. No tiene mal de edad, sino de abuso; la firme ley que el Arquitecto impuso, quebrada ya, reconstrucción requiere. Agoniza en sus heces el planeta; sólo la voz de algún que otro profeta suena la alarma en angustiado grito. Pero esta sociedad de incompetentes perdió el oído, sólo tiene dientes que desgarran, y un alma de granito.
Los Angeles, 24 de octubre de 2006
seperador
1575 - Cabo Sounion
Tan serenos la luz, el agua, el viento. Recogía sus alas, cautelosa, el ave del silencio. Misteriosa descendía la tarde a paso lento. El promontorio es lecho soñoliento sobre el que el templo, en ruinas hoy, reposa; cada columna, capitel, baldosa, más que canto al ayer se ha hecho lamento. Un Poseidón destridentado avanza los ojos sobre el mar, con la esperanza de ver la flota griega en lejanía. Huérfano de nereidas y tritones, huídos sacrificios y oblaciones, vaga la sombra del ex dios sombría.
Los Angeles, 25 de octubre de 2006
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1576 - Posesión
Aunque te has dado a mí, no te poseo; amantes somos tridimensionales cuyas interacciones corporales son de límite a límite. Te leo como si fueras libro abierto; veo el cobijo ofrecido en tus umbrales, oigo batir de trombas y atabales al fiero despertar de tu deseo. Y mi tacto resbala sobre el tuyo, un vínculo tal vez; no me diluyo en tu propia entidad, ni tú en la mía. La posesión no es sólo acoplamiento; sólo dos exhalando el mismo aliento en un cuerpo y un alma lo sería.
Los Angeles, 26 de octubre de 2006
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1578 - Condicionados
Van llegando las lluvias lentamente, empujando a las hojas, en relevo del verano al otoño. Nada es nuevo en el ciclo del año. Ni en la mente. Cuanto sucede no es por accidente; si prospero, fracaso o me sublevo, no es por mi libertad, es porque llevo programado el panel del subconsciente. Vástagos somos de las circunstancias, y armonía, emoción, extravagancias obra nuestra no son, aunque parecen. Creemos, sí, que a voluntad obramos, y sin embargo, hasta lo que pensamos, nuestras ideas, no nos pertenecen.
Los Angeles, 26 de octubre de 2006

Poemas

Las mismas cosas
He venido a contarte algunas cosas que te he dicho otras veces. Contar no siempre significa nuevo, lo que ayer sucedió se reverdece como el rosal, el campo, la arboleda, ciclos que desafían a la muerte; no resucitan, sólo se despiertan del sueño de su invierno. Los cipreses, de inmóviles colores, son las noticias únicas, perennes, que apenas dicen nada, pues lo han dicho de una vez para siempre. Hoy voy a hablarte en voz de primavera, a la vez repetida y renaciente. Te gustará escucharme, como escuchas al viento entre las mieses, mientras se balancea en las espigas, doblegando sus tallos indolentes a la canción serena que viene, se va, y vuelve; las mismas notas, casi imperceptibles, como el beso de dos adolescentes. Hay tantas cosas que a decirte vengo, y de tantas maneras, que parecen brotar entre mis labios surtidores, como si hablara con rumor de fuentes, destellara en mis ojos madrugadas, temblara entre mis dedos el relieve que tiempo atrás logré tocar. Entonces fueron cuatro paredes los confines del mundo, todo mío, donde te hablé de amor, de insensateces, de corduras, un poco de futuro, y tanto, tanto, tanto de presente. Tal vez acervo de palabras viejas que de sobra conoces me precede; mas las escucharás como si fueran recién creadas para ti. Si pierden algo de su color, de su armonía, al correr de los años, se me encienden con calores de hoguera en este mi regreso. Se mantiene su prístina acepción, dicen lo mismo, pero de qué manera lo transfieren. Es como si escucharas el Nocturno de Borodín diez veces, cada una de ellas, con las misma notas, te daría emociones diferentes. He venido a contarte algunas cosas que, aunque conoces de memoria, quieres oir de nuevo, y percibir distinto. Yo soy tu río, escucha mi corriente.
Los Angeles, 20 de octubre de 2006
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Saludo
Incierta y temblorosa, la mujer. Me estrechaba la mano como quien teme herir, y con la duda sobre dónde posar los ojos blandos sin revelar la clave de su intento; y no acerté a leerlos, ni me hablaron con voz callada, firme, definida, desentrañando su sentido exacto. Hay miradas redondas, con suavidad de espuma, cuyo tacto abre puertas recónditas que nunca vimos ni sospechamos. Hay miradas que lamen superficies, como olas arrastrando crepúsculos, estrellas, distancias infinitas, y naufragios. Y las hay que se abstienen de hablar, atrincheradas en los párpados, cobardes a la luz, bebiendo miedos que navegan las venas de la mano. Y en el saludo tiembla como noche cargada de relámpagos. Esta mujer me la estrechaba leve, con más dedos que palma, y el contacto de sus ojos huía brevemente para volver de nuevo, vuelo y clavo. Decía más al apartar la vista que al mirar. Era un pájaro perdido en una habitación cerrada, buscando la salida, tropezando. Cada golpe un intento de desplazarse al exterior, un canto a su negada libertad, anhelo de romper el cristal y dar el salto. Innumerables veces los relojes a golpes de tictac fueron rodando, y despojáronse de viejas hojas otoños, calendarios. Adquirieron firmeza los ojos y la mano, transformándose en lenguas que al fin con diáfano candor hablaron. Perdió inseguridad en la mirada, el saludo inicial se ha vuelto abrazo, y liberado del pudor, divaga recalcitrante el tacto.
Los Angeles, 21 de octubre de 2006
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Andar, andar
He llegado hasta aquí. No lo esperaba. O tal vez sí. Caminos azarosos también tienen su fin, y desembocan sin opción de retorno. Tantos murieron antes de su tiempo sin saber que morían; en los ojos, clavados en el techo, no flotaban porqués, ni había fondo de sombras en que nada la zozobra, ni sonrisas había, ni sollozos. ¿Tal vez serenidad? No, inadvertencia. Morir era algo que sucede a otros. Para uno mismo sólo era dormirse, internarse en parajes nebulosos, entrar ciego en la noche, con transitoriedad, sin protocolo. Pero cuantos entraron no volvieron, ni a los balcones tibios, luminosos de la mañana, ni al agreste aroma de los eucaliptales, ni al sonoro despertar de la fronda renacida. Inmóviles quedaron, en reposo. Y los demás seguimos caminando; sin saber hacia dónde, ni tampoco con qué finalidad, sólo adelante, a veces descansando entre los olmos, combatiendo enemigos invisibles, o acariciando cúpulas de gozo. Los hubo que se fueron rezagando, quizá despedazados por los lobos; nunca se sabe quién se va perdiendo por el sendero, no se vuelve el rostro; cada cual, solitario, avanza al ritmo de sus alas de pluma o pies de plomo. Yo he llegado hasta aquí. Mi recorrido, parece a veces largo, a veces corto. Aún me queda camino, no sé cuánto. Tampoco importa mucho, pues no somos dueños del paradójico destino, ni del tiempo que impone sus antojos. Me tomaré un descanso en este oasis que no me ofrece ni porqués ni cómos, y quizá luego, al reanudar la marcha, me acompañe tu brazo sobre el hombro.
Los Angeles, 23 de octubre de 2006
Diseño: Carmen Álvarez
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