Breverías
1571
Murió el filósofo. Al llegar al cielo
dijo haber sido escéptico, y dudado
de cuanto había visto y escuchado,
del lirio en tierra, de la alondra en vuelo,
de la luz, las palabras, los olivos…
Y dijo Dios: Entrad, entrad, hermano,
yo he dudado también del ser humano,
y confieso que tengo mis motivos.
1572
La sombra del naranjo es mi cobijo,
y allí mi pensamiento por ti clama;
tantas estrellas de oro en cada rama
antes de anochecer, tal regocijo
de tenerte a mi lado sin tenerte,
tanto dolor de hablarte y no escucharte,
tal desesperación al esperarte,
tan suave tacto sobre ti sin verte.
1573
Oh, la nostalgia de las estaciones
donde los trenes paran un minuto,
y se apea quizá un señor de luto
que nadie espera, y pide direcciones.
Con su paraguas y ancestral maleta
se aleja en el paisaje a paso lento.
No hay prisas. Todo en calma, soñoliento.
La vida duerme inmensamente quieta.
1574
Recuerdo a veces la canción lejana
de hombres atareados en la siega;
el dalle en arcos cíclicos doblega
la alta hierba. Sonríe la mañana.
El par de bueyes bajo el yugo espera
que se abarrote el carro con la carga.
Tardo va el tiempo, la faena es larga,
y bajo el peso cruje la madera.
1575
Desnuda tú frente a la mesa. El vino
luce color de guiño descarado.
Yo soy el invitado
que al otro lado sobre ti me inclino.
Mis manos en las tuyas, entreveo
la sonrisa en tus ojos. Desvestido,
rodillas a rodillas. Se ha dormido
sobre la mesa el vino. Te poseo.
Sonetos
1574 - El nuevo caos
Antes de que la luz amaneciere,
fue el caos, lo sombrío, lo confuso;
y se hizo el orden, pero ya en desuso,
nueva anarquía nos confunde y hiere.
El mundo está podrido, se nos muere.
No tiene mal de edad, sino de abuso;
la firme ley que el Arquitecto impuso,
quebrada ya, reconstrucción requiere.
Agoniza en sus heces el planeta;
sólo la voz de algún que otro profeta
suena la alarma en angustiado grito.
Pero esta sociedad de incompetentes
perdió el oído, sólo tiene dientes
que desgarran, y un alma de granito.
Los Angeles, 24 de octubre de 2006
1575 - Cabo Sounion
Tan serenos la luz, el agua, el viento.
Recogía sus alas, cautelosa,
el ave del silencio. Misteriosa
descendía la tarde a paso lento.
El promontorio es lecho soñoliento
sobre el que el templo, en ruinas hoy, reposa;
cada columna, capitel, baldosa,
más que canto al ayer se ha hecho lamento.
Un Poseidón destridentado avanza
los ojos sobre el mar, con la esperanza
de ver la flota griega en lejanía.
Huérfano de nereidas y tritones,
huídos sacrificios y oblaciones,
vaga la sombra del ex dios sombría.
Los Angeles, 25 de octubre de 2006
1576 - Posesión
Aunque te has dado a mí, no te poseo;
amantes somos tridimensionales
cuyas interacciones corporales
son de límite a límite. Te leo
como si fueras libro abierto; veo
el cobijo ofrecido en tus umbrales,
oigo batir de trombas y atabales
al fiero despertar de tu deseo.
Y mi tacto resbala sobre el tuyo,
un vínculo tal vez; no me diluyo
en tu propia entidad, ni tú en la mía.
La posesión no es sólo acoplamiento;
sólo dos exhalando el mismo aliento
en un cuerpo y un alma lo sería.
Los Angeles, 26 de octubre de 2006
1578 - Condicionados
Van llegando las lluvias lentamente,
empujando a las hojas, en relevo
del verano al otoño. Nada es nuevo
en el ciclo del año. Ni en la mente.
Cuanto sucede no es por accidente;
si prospero, fracaso o me sublevo,
no es por mi libertad, es porque llevo
programado el panel del subconsciente.
Vástagos somos de las circunstancias,
y armonía, emoción, extravagancias
obra nuestra no son, aunque parecen.
Creemos, sí, que a voluntad obramos,
y sin embargo, hasta lo que pensamos,
nuestras ideas, no nos pertenecen.
Los Angeles, 26 de octubre de 2006
Poemas
Las mismas cosas
He venido a contarte algunas cosas
que te he dicho otras veces.
Contar no siempre significa nuevo,
lo que ayer sucedió se reverdece
como el rosal, el campo, la arboleda,
ciclos que desafían a la muerte;
no resucitan, sólo se despiertan
del sueño de su invierno. Los cipreses,
de inmóviles colores,
son las noticias únicas, perennes,
que apenas dicen nada, pues lo han dicho
de una vez para siempre.
Hoy voy a hablarte en voz de primavera,
a la vez repetida y renaciente.
Te gustará escucharme,
como escuchas al viento entre las mieses,
mientras se balancea en las espigas,
doblegando sus tallos indolentes
a la canción serena
que viene, se va, y vuelve;
las mismas notas, casi imperceptibles,
como el beso de dos adolescentes.
Hay tantas cosas que a decirte vengo,
y de tantas maneras, que parecen
brotar entre mis labios surtidores,
como si hablara con rumor de fuentes,
destellara en mis ojos madrugadas,
temblara entre mis dedos el relieve
que tiempo atrás logré tocar. Entonces
fueron cuatro paredes
los confines del mundo, todo mío,
donde te hablé de amor, de insensateces,
de corduras, un poco de futuro,
y tanto, tanto, tanto de presente.
Tal vez acervo de palabras viejas
que de sobra conoces me precede;
mas las escucharás como si fueran
recién creadas para ti. Si pierden
algo de su color, de su armonía,
al correr de los años, se me encienden
con calores de hoguera
en este mi regreso. Se mantiene
su prístina acepción, dicen lo mismo,
pero de qué manera lo transfieren.
Es como si escucharas el Nocturno
de Borodín diez veces,
cada una de ellas, con las misma notas,
te daría emociones diferentes.
He venido a contarte algunas cosas
que, aunque conoces de memoria, quieres
oir de nuevo, y percibir distinto.
Yo soy tu río, escucha mi corriente.
Los Angeles, 20 de octubre de 2006
Saludo
Incierta y temblorosa, la mujer.
Me estrechaba la mano
como quien teme herir, y con la duda
sobre dónde posar los ojos blandos
sin revelar la clave de su intento;
y no acerté a leerlos, ni me hablaron
con voz callada, firme, definida,
desentrañando su sentido exacto.
Hay miradas redondas,
con suavidad de espuma, cuyo tacto
abre puertas recónditas que nunca
vimos ni sospechamos.
Hay miradas que lamen superficies,
como olas arrastrando
crepúsculos, estrellas,
distancias infinitas, y naufragios.
Y las hay que se abstienen
de hablar, atrincheradas en los párpados,
cobardes a la luz, bebiendo miedos
que navegan las venas de la mano.
Y en el saludo tiembla
como noche cargada de relámpagos.
Esta mujer me la estrechaba leve,
con más dedos que palma, y el contacto
de sus ojos huía brevemente
para volver de nuevo, vuelo y clavo.
Decía más al apartar la vista
que al mirar. Era un pájaro
perdido en una habitación cerrada,
buscando la salida, tropezando.
Cada golpe un intento
de desplazarse al exterior, un canto
a su negada libertad, anhelo
de romper el cristal y dar el salto.
Innumerables veces los relojes
a golpes de tictac fueron rodando,
y despojáronse de viejas hojas
otoños, calendarios.
Adquirieron firmeza
los ojos y la mano,
transformándose en lenguas
que al fin con diáfano candor hablaron.
Perdió inseguridad en la mirada,
el saludo inicial se ha vuelto abrazo,
y liberado del pudor, divaga
recalcitrante el tacto.
Los Angeles, 21 de octubre de 2006
Andar, andar
He llegado hasta aquí. No lo esperaba.
O tal vez sí. Caminos azarosos
también tienen su fin, y desembocan
sin opción de retorno.
Tantos murieron antes de su tiempo
sin saber que morían; en los ojos,
clavados en el techo,
no flotaban porqués, ni había fondo
de sombras en que nada la zozobra,
ni sonrisas había, ni sollozos.
¿Tal vez serenidad? No, inadvertencia.
Morir era algo que sucede a otros.
Para uno mismo sólo era dormirse,
internarse en parajes nebulosos,
entrar ciego en la noche,
con transitoriedad, sin protocolo.
Pero cuantos entraron no volvieron,
ni a los balcones tibios, luminosos
de la mañana, ni al agreste aroma
de los eucaliptales, ni al sonoro
despertar de la fronda renacida.
Inmóviles quedaron, en reposo.
Y los demás seguimos caminando;
sin saber hacia dónde, ni tampoco
con qué finalidad, sólo adelante,
a veces descansando entre los olmos,
combatiendo enemigos invisibles,
o acariciando cúpulas de gozo.
Los hubo que se fueron rezagando,
quizá despedazados por los lobos;
nunca se sabe quién se va perdiendo
por el sendero, no se vuelve el rostro;
cada cual, solitario, avanza al ritmo
de sus alas de pluma o pies de plomo.
Yo he llegado hasta aquí. Mi recorrido,
parece a veces largo, a veces corto.
Aún me queda camino, no sé cuánto.
Tampoco importa mucho, pues no somos
dueños del paradójico destino,
ni del tiempo que impone sus antojos.
Me tomaré un descanso en este oasis
que no me ofrece ni porqués ni cómos,
y quizá luego, al reanudar la marcha,
me acompañe tu brazo sobre el hombro.
Los Angeles, 23 de octubre de 2006