Breverías
1586
El nombre que te encuadra me golpea las sienes
como el vital latido de un corazón hambriento;
como el ritmo creciente que despierta en los trenes
al iniciar las ruedas de nuevo el movimiento.
Y es que ese nombre estalla, repercute en la mente,
en el flujo continuo de la sangre me eleva,
hacia ti me propulsa, inexorablemente,
y al andén de destino de tu estación me lleva.
1587
Quisiera no llorar, pero te lloro
al no tenerte, y al tenerte al lado;
fluyen mis lágrimas cuando te añoro,
fluyen también de gozo a ti abrazado.
1588
Arde mi espíritu y mi carne canta,
canta mi espíritu, y mi carne arde;
mi espíritu en tu espíritu se guarde,
y se albergue mi carne en tu garganta.
1589
Voy subiendo hacia el borde de tu boca
desde tu fondo, desde tu llanura,
como agua clara que, al cubrirte, toca
con dedos de violín tu arquitectura.
Desnuda estás, y quiero arrebozarte
en la tibieza de mi abrazo. Deja
que te envuelva gentil, y al englobarte
surja el blando temblor, la dulce queja.
1590
He entrado en ti y perdido la salida,
nunca mejor prisión, cripta o destierro;
no tengo noche ya, ni amanecida,
no importa el río, la ciudad ni el cerro,
ni quien de mí se acuerda, o quien me olvida,
ni si es mi copa de cristal o hierro.
Me reclino en tu fondo, me adormezco,
te desbordas en mí, te pertenezco.
Sonetos
1592 - Mellizo
Mellizo de ti misma me he sentido,
como si un mismo vientre nos hubiera
guardado muchos años, a la espera
de que se desmembrara el apellido.
Persistió tu embrión adormecido
al germinar el mío en primavera;
y al fin llegó tu otoño a la carrera,
pero con más retraso del debido.
Ahora es mi invierno, nieve en el tejado;
el fuego en el hogar no se ha apagado,
pero la mano ya no está tan firme.
Y en tu verano, cálido, brioso,
estoy, amigo, amante, casi esposo,
feliz de haberte amado antes de irme.
Los Angeles, 26 de noviembre de 2006
1593 - Dios
¡Qué difícil es Dios! ¿Quién le comprende?
No ya la infinitud de su existencia
sin principio ni fin, su omnipresencia,
o ese control que al universo extiende.
La gran cuestión que resolver pretende
el hombre en este mundo, es la demencia
congénita a su especie, y la violencia
de esta Tierra feroz que de El depende.
¿Perdió ya los dominios iniciales
que regulan las fuerzas naturales,
y éstas, anárquicas, se le desbordan?
¿No ve que multitudes inocentes
mueren hambrientas, mientras otras gentes
en el escándalo del lujo engordan?
Los Angeles, 26 de noviembre de 2006
1594 - Adiós
Debo decirte adiós, pero te llevo
como a la luz que anida en la retina;
si otros adioses cierran la cortina
del ayer, yo de golpe la remuevo.
Es adiós sin ruptura; me sublevo
ante la opacidad de la neblina
que bloquea la forma, o difumina
semblantes y perfiles. No me atrevo
a formular partidas vitalicias;
tienen mis manos aún muchas caricias,
y he de volver para anegarte en ellas.
Se extiende entre tú y yo largo camino,
que, no obstante su signo clandestino,
marcado está de permanentes huellas.
Los Angeles, 26 de noviembre de 2006
1595 - Cirujano
Cansado estoy. Cansado de esta vida.
Del fracaso que escurre por mi mano
su negro zumo, que procuro en vano
detener al brocal de cada herida.
De tanta savia juvenil perdida
en roquedales donde muere el grano;
de mi incapacidad de cirujano
de ganar a la muerte su partida.
Tanto desequilibrio en la balanza,
pesando el dolor más que la esperanza,
exiguo el triunfo, la derrota extensa.
Pisoteadas tantas amapolas
antes de haberse abierto sus corolas,
tanta inocente víctima indefensa.
Los Angeles, 28 de noviembre de 2006
Poemas
Nombres
Tengo la vida en blanco, porque nadie
ha escrito en ella su apellido y fecha;
hay muchos nombres, de colores neutros,
perdido el ritmo, en tibia somnolencia,
desposeídos de fervor, de acento,
donde un olvido sepulcral se acuesta;
demasiado genéricos, carecen
de magia, de embriaguez, de sutileza.
Me falta ese específico, genuino,
vestido de preguntas y respuestas,
que lleva el mundo a rastras,
sin volver la mirada hacia sus huellas,
que ha hecho brotar dos alas a la vida,
y no la lleva a cuestas.
Los nombres son etéreos, como nubes,
como vuelo de alondras, como estelas,
que vemos, y se van, y no perduran,
y sólo vagamente se recuerdan.
Nos encogemos de hombros
al escucharlos, son como luciérnagas
en la noche, puntitos luminosos
que no alumbran el paso en la tiniebla.
El nombre que yo busco no es un nombre
escueto, recortado, ni silueta
sin rasgos ni expresiones,
ni siquiera el candil o la linterna,
que apenas iluminan,
y, más que luz, generan
sombras en las paredes
de una estancia que más parece muerta.
Yo quiero un roble, firme, junto al río,
que aunque lo ve pasar, siempre se queda;
de ramas en abrazo permanente,
con raíces hincándose en la tierra,
y audaz aspiración hacia la altura,
como una torre de Babel completa.
Cuando escribas tal nombre y apellido,
puntualizados con lugar y fecha,
un estallido de color y acentos
colmará el fondo blanco, será fiesta
sobre los cuerpos mustios de los nombres,
y mi vida vacía estará llena.
Los Angeles, 21 de noviembre de 2006
Te observo en la cocina,
absorta en tus tareas, nimiedades
exigiendo atención desmesurada,
mientras la mente oscila por el aire;
la cebolla, los huevos, las patatas,
prosaicos homenajes
a la zona inferior del individuo,
nutriendo, lubricando su engranaje.
Te mueves con la gracia
del Lago de los Cisnes, como el ángel
que ha perdido las alas
sin perder el donaire,
y hay ritmo de ballet en tus quehaceres
más simples y triviales.
No sabes que te miro,
pero sonríes como si un mensaje
de mis dedos lograra
en tu mata de pelo enmarañarse.
Fuera, la lluvia, el viento,
retozan y atormentan a los árboles.
La luz declina, es un ocaso triste
de hojas secas flotando en el estanque.
Ladra un perro a lo lejos,
y hay paraguas trotando por la calle.
Otoño, quizá invierno,
trepando lentamente en el paisaje,
y contra el cielo gris un rezagado
grupo de golondrinas emigrantes.
Fuera está la nostalgia,
y dentro está el contraste
de una serena soledad que vierte
luz matinal sobre la oscura tarde.
Roces en la mejilla
casi, casi palpables;
como plumas de seda o terciopelo,
sobre el oído, cálidas y suaves,
palabras mudas que tú sola escuchas,
y hacen temblar tu espíritu y tu carne.
A veces se detiene
el movimiento de tus manos; lamen
la oquedad de tu mente los recuerdos,
como espiral de sangre;
y los ojos no ven sino hacia dentro,
lo que tú sola ves, no lo ve nadie.
Pero es como si un sol de mediodía
reventara su luz por un instante
en ese alma que no te pertenece,
aunque grita y añora, tiembla y late.
Las cosas cotidianas
no pueden ser banales,
ni mediocres, neutrales o cansinas,
si cumplidas a ritmos entrañables.
Te observo en la cocina,
absorta en tantas cosas…, ay, mi amante.
Los Angeles, 22 de noviembre de 2006
Él, ella
Cuando él entraba en el salón, fluía
glacial corriente entre sofá y armario,
cual si la casa, al borde de la nieve,
abriera las ventanas, o los párpados
incrédulos se alzaran descubriendo
sobre la mesa panteón macabro,
y un rancio olor a muerte, penetrante,
flotara como el eco de un disparo.
Sobre la piel el frío era cuchillo
desgarrador, calando
lentamente hasta el alma
sensible, cercenándola en pedazos.
Sólo en su ausencia era la luz templada,
como caricia de invisible mano.
Atracador de sueños,
fuera cuervo de haber nacido pájaro.
Ella, la danza, la ilusión, la hoguera,
pero también la decepción y el llanto;
se le apagaba el fuego,
entre sus pies se congelaba el paso,
tornábase el ensueño en utopía,
y en escayola su visión de mármol.
La multitud, superficial, miope,
les miraba con ojos de palacio,
ajenos a infortunio,
júbilo de jardín bajo los astros.
Y el frío humedecía las paredes,
y el sentimiento era un infante escuálido,
y era oscuro silencio,
o incompatibles voces el diálogo.
Él llegaba, la escarcha sobre el rostro,
roja llama pintada sobre el manto,
y bajo el mismo, rígido bagaje
crujiente de carámbanos.
Su entrada se anunciaba calcinante,
como las altas horas del verano,
pero era portador de crudo invierno,
y ella, aterida, en su rincón, llorando.
Los Angeles, 23 de noviembre de 2006