Poemas de amor, de soledad, de esperanza de
Francisco Álvarez Hidalgo
Viñetas

Índice

Sonetos:
Esa edad
Poemas:
Cuando entres a ti misma Luchaba contra Dios Me tienes. No me tienes. Balcón Voy por la noche Su derrota y la mía
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Breverías

1596
Tengo un río de sueños nacido en tu montaña, descolgando entre rocas su curso a la llanura; va sin darte la espalda, porque su flujo entraña vínculo entre fontana y desembocadura. Y aunque tú eres origen, surtidor, o venero, eres también bravía, vagabunda corriente, y eres plácido estuario donde afluyen, y espero que allí se desarrollen, y no sólo en mi mente.

1597
Tanto tiempo a la orilla de tus ojos sin verme, tanto tiempo mirándote, sin ver tu imagen clara; si hubieramos logrado fracturarte o romperme, qué hallazgo hubiera sido mirarnos cara a cara.

1598
Cada noche, de lejos, reconstruyo a martillo y escoplo tu escultura, porque entre sombra y soledad te intuyo con más exactitud, más galanura; sólo tus propias formas te atribuyo, teñidas de tu audacia y mi locura; y una vez concluída, sobre el lecho, en qué incompleta desnudez te estrecho.

1599
Para llegar a ti he despedazado sectores de mi vida; los juzgaba definitivos, como si un candado sellara su destino en mi alcazaba. Pero al llegar a ti, la perspectiva de tanto que viví sufrió un proceso de modificacion tan decisiva, que apenas quedan ya sombras de un beso.

1600
Me dueles tú, en silencio, sin quejido, como duelen la nube, el bosque, el día desde la celda de la cárcel; mido por lentos calendarios mi agonía. Me dueles en la mente que te piensa, me dueles en el alma y en la piel, en la añoranza, cada vez más densa, y en esta mi existencia de papel.

Sonetos

1601 - Esa edad
En esa edad que llaman avanzada quienes llevan retraso, nos espera el adormecimiento de la fiera, y el alma vivamente desvelada. Caminé hacia esa edad, y a mi llegada no he conseguido ver a mi pantera tendida lánguida en su madriguera, o sesteando al sol melificada. Su condición indómita, salvaje, la compele al asalto y al pillaje, aunque el tiempo ha limado ya sus garras. Cantando seguiré a mi ritmo interno con la actitud de que será mi invierno mucho más que un verano de cigarras.
Los Angeles, 18 de diciembre de 2006

Poemas

Cuando entres a ti misma
Cuando entres a ti misma, no des vuelta a la llave de tu puerta; ciérrala, sí, mas sin atrincherarte, nivela ofrecimientos y defensas. Una cárcel no deja de ser cárcel por ser de oro barrotes y cadenas. Si eres inexpugnable, ¿qué has ganado? Soledad y silencio de caverna, donde serás monólogo teniendo sólo al eco por respuesta, donde gozas la calma de los muertos, donde los hilos de la luz no cuelgan. Salir de ti siempre supone riesgo, quien camina tropieza, quien se une a muchedumbres sufrirá la impaciencia de codazos, demoras, empujones, sentirá las espuelas de quienes le cabalgan a palabras que no quiere escuchar, verá sus piernas desfallecer, su corazón hundirse, crearse un remolino en su cabeza. ¿Qué hacer entonces? Empuñar la espada de las propias ideas, y a mandobles de luz abrirse paso, responder a la lija con la seda, y detenerse a recoger la rosa que ha germinado al borde de la senda; la rosa no vendrá, debe cortarla quien al pasar la admira y la desea. También hay riesgo aquí, con las espinas, mas quien sangra valora lo que encuentra. No somos islas en el mar perdidas, somos comarcas de la misma tierra, cuyas identidades se entrelazan, de acuerdo a la demanda y a la oferta; somos piezas distintas de demográfico rompecabezas en búsqueda de nuestro complemento, y pocas son las que se nos conectan. Cuando entres a ti misma, no te cierres del todo, que a tu puerta arda una lámpara, y así, en la noche, si un peregrino pasa, y logra verla, sabrá que dentro el fuego está encendido, que te hallas a la espera. Si pasara de largo, y al alejarse tus rodillas tiemblan, obedece la voz de tus impulsos, sal a la calle, el rastro de sus huellas te llevará hacia él; dile que es tarde, y que en tu hogar esperan a la mesa copas de un vino viejo en cuyo fondo bailan las estrellas.
Los Angeles, 17 de diciembre de 2006
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Luchaba contra Dios
Luchaba contra Dios en la tiniebla con todo mi rencor, toda mi furia, por haberme quitado privilegios que yo juzgué derechos. En la oscura batalla de esa noche eran mis gritos mi exclusivo arsenal. No tuve nunca opciones de victoria, mas luchaba con la esperanza absurda de hacer llegar mis quejas a un tribunal que no sé si me escucha. Donativos, regalos o limosnas, merecidos o no, se conceptúan dádivas, bienes incondicionales, cuya confiscación parece injusta. Y un Dios que se arrepiente de sus actos, y retira sus dones, se asegura no sólo el descontento de sus fieles, sino también sus dudas. Yo luché contra Dios, inútilmente, siempre Él más fuerte, y en mi desventura, sé que me oyó gritar, pero he quedado sin su respuesta, en soledad profunda.
Los Angeles, 17 de diciembre de 2006
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Me tienes. No me tienes.
Me tienes. No me tienes. Soy parte de tu alma, de tu aliento, casi te lleno toda, y me percibes tan real en la voz de mi silencio; florecida de nuevo, airosa novia, toda blanca de mí, como el almendro. Me tienes. No me tienes. Tu mano está vacía, sin mi cuerpo. Duermes sola, conmigo, pero sola, sin llegar a tocarme, estoy tan lejos… Soy la esperanza que hacia ti confluye a lo largo de cósmicos senderos y años de luz, estrella que parece inmóvil en su débil parpadeo, tan rápida y tan lenta. Y yo también te tengo y no te tengo; soy oquedad llena de ti y tan huérfana que a la vez que sin ti, contigo duermo. Avanzo a pasos de hora, ¡qué tardanza!, a ritmo de segundos andar quiero, que parezcan mis pies, no ruedas, alas, que el camino me frena, mas no el cielo. Ay, cuánto tiempo pierdo en las veredas, llévame, nube, llévame tú, viento, que la piel, inactiva, se acongoja. Únase ya el sentido al sentimiento.
Los Angeles, 18 de diciembre de 2006
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Balcón
Tuve un balcón en mi primera edad asomándome a un mundo reducido, que era todo mi mundo, mi verdad, entre pacífico y adormecido; sobre un valle bucólico, verdoso, y un aprendiz de río, rumoroso, que sólo a veces lame las riberas; y en las mansas montañas circundantes, poblando sus laderas, eucaliptos, castaños, susurrantes al viento y a la lluvia desatados bajo cielos nublados; el viento era jauría de mastines mordiendo las ventanas, y la lluvia rasgueo de violines destrenzando en la calle filigranas. A lo lejos, el viejo cementerio, tan triste y solo, y el ciprés sombrío, índice hacia la altura y su misterio, enhiesto como mastil de navío. El viejo campanario, su cruz de hierro, el gallo en la veleta, y el reloj proclamando al vecindario cada hora en punto. Avanza una carreta por el camino vecinal, pausada, tras el mozo de cuadra; su silbido acompaña al gemido de cada rueda apenas engrasada. Las vacas rumian sosegadamente tras las cercas de espino de los prados, sueños de leche tibia intermitente en sus ojos oscuros, entornados. Las vecinas del barrio, la Teresa, la Juanita, la Trini, la Angelines, cotillean en torno de la mesa, remendando calzones, calcetines. Todo está en calma, pueblo detenido al borde del silencio y del olvido. Y a las dos de la tarde, la sirena de la fábrica anuncia la salida; como al alborotarse una colmena, la paz del pueblo cobra nueva vida. Largos ríos de obreros, monos azules, charlas anodinas, se desbordan por calles y senderos, desembocan en casas o cantinas. Y una canción de amor se va escuchando, en voces graves, mientras van andando: “Adiós con el corazón que con el alma no puedo, al despedirme de ti de sentimiento me muero”. El niño en el balcón, mira y escucha, aún no entiende de amor, pero le agrada; un día aprenderá que la jornada hacia un alma gemela exige lucha. También, y pronto, ha de llegarle el día en que al romper cada mañana fría, irá con su cartera de la mano por camino de escarcha hacia la escuela; las ranas croarán en el pantano, una bandada de gorriones vuela, tal vez los gallos todavía cantan, y los niños mayores se adelantan. El niño en el balcón, cara risueña, observa su pequeño mundo, y sueña.
Los Angeles, 19 de diciembre de 2006
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Voy por la noche
Quisiera estar desnudo, pero la noche, púdica, me arropa con su túnica adusta de silencio, su máscara de sombra. Si me vieras así, no me definas por toda la tramoya acumulada sobre mí; permite que me acerque a la luz de las farolas, gendarmes de la calle, que ellas saben de sobra quien soy, de dónde vengo, y podrán darte la fiel identidad de mi persona. Voy por la noche como por un túnel, a tientas; los murciélagos se agolpan, azotándome el rostro, el empedrado me inventa tropezones, se me asoman recuerdos y propósito a los ojos, que están ciegos, y toda su visión, negra ya, se rebobina. Y ni te veo ni me ves. Las horas de la tiniebla sólo se iluminan, y sólo puedes verme, si me tocas. Si conectas tu mano a la mía, será como si adornas de luz, y manifiestas el entorno total de mi persona. Entonces me tendrás como me buscas, en desnudez total, sin ceremonias.
Los Angeles, 19 de diciembre de 2006
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Su derrota y la mía
Vino de no sé dónde. Bueno, tal vez lo sepa, mas no quiero pensarlo. En verdad, no me atañe de dónde o por qué vino. Le sangraba una herida visible solamente debajo de la carne. La escuché y parecía que era yo quien me hablaba tiempo atrás a mí mismo, cuando la voz de un ángel enemigo aturdía mis oídos, y el alma me era descuartizada a golpes de su alfanje. Su derrota, y la mía de ayer, tan paralelas… No me alegré, aunque fuera de la mía culpable. Supe encontrar la calma, recomponer mi vida, acumular mis fuerzas, y proseguir el viaje, aunque con la esperanza menguada de algún día detenerme a una puerta que invitadora se abre. Se me abrió, entré por ella, me agradó y me he quedado, ya no más peregrino de todos y de nadie. Su derrota y la mía de ayer, tan paralelas… No me alegré, aunque fuera de la mía culpable. Le di buenas palabras, del fondo de la mente, desde el fondo del alma nada podía darle.
Los Angeles, 20 de diciembre de 2006
Diseño: Carmen Álvarez
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