Breverías
1621
Se me ha caído el alma, yace inmóvil en tierra
como un trozo de vida que ya seguir no quiere;
me inclino a levantarla, pero no se me aferra
a la mano tendida. ¿Será que se me muere?
¿O estará insinuando que prosiga el camino
sin la esencial urgencia de su acompañamiento?
¿O esperará otro cuerpo que le ofrezca un destino
más inmune al escollo del envejecimiento?
1622
No existes ya, mi mente ha disipado
el acento final que mantenía
tu arranque de vivir en mí tatuado.
Estoy limpio de ti. Desciende el día,
y eres lluvia que el sol ha evaporado,
una ola más, sin rastro, en la bahía,
llama que el viento desvanece, adagio
que en el mar del silencio halló naufragio.
1623
Errante iba la mano por senderos
que ajenas otro tiempo recorrieran,
tren melancólico, sin viajeros,
sin detenerse en los apeaderos
que tanto gozo y ansiedad le dieran.
1624
Invéntame serenos madrigales
que nadie haya escuchado, carabelas
que nunca el mar surcaran, robledales
sin voces y sin huellas, callejuelas
de silenciosas casas medievales
que alguien plasmar pudiera en acuarelas.
Canta, navega, merodea, explora,
mi dulce amante de alma soñadora.
1625
¿Qué buscas o qué sueñas en las horas calladas,
cuando vuelan las almas de cuerpos que reposan,
tú, que no duermes, que andas con inciertas pisadas
por caminos de sombra, de espectros que te acosan?
¿Te buscas a ti mismo tal vez por no estar ella?
¿Te has encontrado y luego parece insuficiente?
Duérmete ya, pues todos perseguimos la estrella
que sólo está en los fondos oscuros de la mente.
Sonetos
1630 - Lo que preciso yo
Se han congelado el viento y la marea,
y el arroyo, y las nubes, y la vida;
la realidad ha sido suspendida,
y el tiempo es torre que se bambolea.
Esta inmovilidad que me rodea,
ser sin sentir, intimidad perdida,
sombrío laberinto sin salida,
viejo deseo es ya que no desea.
Preveo un resurgir, pero ¿a qué efecto?
Mi voz hablaba extraño dialecto
ajeno a oído familiar y extraño.
Si he de hablar otra vez, ¿con qué objetivo?
Lo que preciso yo es un explosivo
que mueva al mundo sin hacerme daño.
Los Angeles, 1 de febrero de 2007
1631 - Mirar, ver
Dame el sosiego azul de la laguna,
mirando al cielo gris sin parpadeo,
me importa más lo que yo mismo veo
que la contemplación de sol y luna.
Mirar no es ver; y aunque desde la cuna
se abre el ojo en febril revoloteo,
es sólo incierto, frívolo paseo
por tierra en sombra, sin opción alguna.
La mirada es neutral, inconsecuente,
sin imaginación Pero es la mente
crisol que las imágenes procesa.
Es la mente quien ve, quien acaricia,
quien da latido a incidental noticia,
capta el amor de lejos y lo besa.
Los Angeles, 1 de febrero de 2007
1632 - Hoy
Me he despedido de los viejos días,
más grises cada vez, y más distantes,
nubes de polvo y sal, tan asfixiantes
como para el harén las celosías.
Bloqueaban la vista; sus umbrías
tierras de promisión apasionantes
no eran ya el carnaval que fueron antes,
sino parcelas ásperas, baldías.
No procede afincarse en un desierto
que fue ubérrimo edén, pero ya ha muerto;
volver a contemplarlo es restringir
el panorama que hoy se nos ha dado;
cuanto en la mano tengo lo he ganado,
y sobre mi conquista he de vivir.
Los Angeles, 2 de febrero de 2007
1633 - Creación
Si escribo es por amar lo que no puedo;
a golpe de palabra configuro
cuerpos y almas, les tallo, les maduro,
y a blando abrazo emocional procedo.
Cada una da y a cada cual concedo
el amor más extático, más puro;
me bisbisean, y a la vez murmuro,
consentimientos, sin rubor, sin miedo.
Desconocen escrúpulos, ñoñeces,
se muestran como son, y muchas veces
como me ven a mí, su creador.
Oh, qué formas, qué espíritus tan claros, .
todo bondad, belleza, sin reparos,
pero, ay, sin piel, ni nervios, ni sudor.
Los Angeles, 3 de febrero de 2007
1634 - Mítico balcón
En la más pura noche hubo una estrella
que no parpadeó, y unas orillas
de mar en que olas, vírgenes de quillas,
entregaban su espuma a cada huella.
Y hubo un viento olvidando su querella
con álamo y nogal, y unas semillas
forzándose a brotar…, y unas rodillas
desconocidas ya de la doncella.
Todo, lejano y próximo, asomado
a mítico balcón sobre el trenzado
de miembros, y la brega, y el jadeo.
Estabas tú, y estaba yo, y había
la más íntima y amplia compañía,
y al fin un prolongado ronroneo.
Los Angeles, 3 de febrero de 2007
1635 - Puntos
Vienes de un recio ayer que ya no vive,
y miras a un mañana inexistente;
estás, siempre estarás, fija en el puente
sin que ninguna orilla te cautive.
A una no volverás, por más que avive
tu nostalgia el pasado; a la de enfrente
nunca podrás llegar, aunque insistente
tu deseo te impulse y te motive.
Condenada a vivir en el momento
no es tan dura sentencia, es movimiento
en plena libertad dentro de un punto.
¿Y que más necesitas? Sólo piensa
que la vida en un soplo se condensa.
¿Se unirá el tuyo al mío, me pregunto?
Los Angeles, 3 de febrero de 2007
Poemas
Este hombre era cobarde
Muchos murieron jóvenes; fue un tiempo
de prematura siega,
cuando las mieses, sin granar, se apagan,
y los únicos pájaros que vuelan
tienen alma de plomo,
y agrio sabor a pólvora en la lengua.
Murieron unos con el puño en alto,
otros lo hicieron con la mano abierta,
en frías cumbres, en llanuras pardas,
al fondo de barrancos y trincheras.
El hombre del fusil sabe que debe
matar o sucumbir, es su incumbencia.
Puede la guerra ser justa o injusta,
pero es al fin la guerra,
y sus muertos son bajas
causadas en ataque o en defensa.
Hubo otro tipo de hombre en retaguardia,
señor de la pistola y de la niebla,
matón de pueblo, chulo de suburbio,
jinete de camión, juez de taberna,
sin adversario en frente,
y el rencor trepidándole en las venas.
Ya fuera de la ley, como el bandido,
ya con la instigación o con la anuencia
de mandos subvertidos,
corrupción y anarquía del sistema.
Este hombre era cobarde,
con hambre de matar, por lo que fuera.
Sus campos de batalla eran las cárceles,
los barcos y las chekas,
donde languidecía
en sórdido hervidero de colmena
todo un segmento de la vieja España,
y de la España nueva.
Este fue el hombre que inventó el paseo,
sobretodo de noche. Las estrellas
se apagaron también sobre los ojos
de tantas víctimas, y la tiniebla
cerró sus párpados al borde mismo
de la fosa común, de las goyescas
tapias de cementerio,
sin más testigos que las sombras muertas.
Este hombre absurdo, con el cigarrillo
colgado de la boca, sin ideas,
o de una sola, hostil, tergiversada,
derivando el poder de su impotencia
de pensar de otro modo y la pistola
que al cinturón le cuelga,
fue el dueño de la vida y de la muerte,
y a nadie tuvo que rendirle cuentas.
Más tarde, camuflando
la carga de almas que llevaba a cuestas,
cuando en las torres ya no tremolaban
decrépitas banderas,
logró desdibujarse en el gentío,
tal vez, hipócrita, pisar iglesias
que escaparan su tea o dinamita,
y, sin pistola, carecer de fuerza.
O quizá blasonara en el exilio,
entre el humo y el vino, a sus colegas
las machadas de antaño, subrayadas
a puño y carcajadas en la mesa,
mientras un niño, lejos,
despertaba en la noche en tembladera
de soledad, con la impresión hiriente
de brutal puñetazo en la cabeza.
Y volvería un día al escenario
de sus delitos, promoviendo amnesias,
o alegando ignorancias,
o reclamando impunidad; y absueltas
sus manos de la sangre derramada,
tal vez alguna cátedra le hiciera
doctor honoris causa.
¿Pero qué honor? ¿Por qué la recompensa?
¿Tendrá el asesinato
colores aceptables? ¡Qué vergüenza!
Ya fuera Badajoz, Madrid, Euzkadi,
sea Yagüe, o Carrillo, o sea Eta,
debemos dar a cada acción su nombre,
crímenes fueron, criminales eran,
y sólo hay una forma de justicia:
que todos cuelguen de la misma cuerda.
Los Angeles, 2 de febrero de 2007