Breverías
1706
Este será el amor que nunca muere,
no lo dices, lo piensas.
¿Cómo has fortificado tus defensas
que el alma tal seguridad adquiere?
¿No era el amor ya terminado eterno?
¿No era inmortal el anterior también?
¿No será que el amor es como un tren
que sólo para en la estación de invierno?
1707
Llevo conmigo por doquier cenizas
creadas en tu hogar, restos del leño
que ardió frente a nosotros. Eternizas
en ellas los momentos de aquel sueño.
No son residuos muertos, deleznables,
sino firmes reliquias palpitantes
de actos con vocación de interminables,
como esta nuestra vocación de amantes.
1708
¿Has visto nuestras sombras paralelas,
que se niegan a serlo, al alargarse
en los crepúsculos? Aunque gemelas,
¿no debieran marchar sin enlazarse…?
1709
No semeja a la rosa en hermosura,
ella es la rosa misma, fresca y pura;
ni es en la noche tan radiante y bella
como cualquier lucero, ella es la estrella;
por eso miro al cielo, y en la mano
llevo una rosa: Por mi amor lejano.
1710
A nadie, a nada que es, se parecía,
tenía un rostro propio enteramente,
que nunca fue copiado. Se diría
que surgió de la espuma inconsistente
del oleaje, y al hacerla mía,
vi su reflejo al fondo de la mente.
Era mi creación, intransferible.
La hice sin molde y es irrepetible.
Sonetos
1730 - Mi destino
Vengo de mí, de todo, cerca y lejos,
y de nadie también, vengo oscilante
y en firmeza, de cada crepitante
fogata por ti ardiendo, por espejos
que vieron tu perfil, por lugarejos
que jamás visitara caminante,
y rasgando las olas, navegante
siguiendo augurios de profetas viejos.
Quiero decirte que no sé de dónde
ni por qué vengo; no me corresponde
ni saber ni indagar, pero me inclino
a pensar que si llego, y estoy solo,
no importan etiqueta o protocolo,.
diré, no más, que tú eres mi destino.
Los Angeles, 25 de julio de 2007
1731 - Sombras
Tal vez no ves las sombras que rodean,
en círculo fatal, tu propia vida.
Tu mente a muchas de ellas las olvida,
pero todas te asedian y moldean.
Brujas en aquelarre, taconean
negra danza macabra, y tú, dormida.
Al despertar, en cada amanecida,
sueños los ves que apenas aletean.
Pero no son ficción. A ti llegaron
por páramo y vereda, te marcaron,
se enlazan a tus pies, y te presionan.
Da un salto al sol en pleno mediodía
para librarte de esa compañía,
y verás que en el polvo se fusionan.
Los Angeles, 26 de julio de 2007
1732 - Café de pueblo
Salgo a las seis. La tarde veraniega
prolonga su contacto sofocante.
Desde la torre, cíclope distante,
la hora en disfraz de carillón me llega.
Lentamente la gente se congrega
en el Café del pueblo. Una cantante
visita cada mesa, insinuante,
y su voz de cristal ofrece y ruega.
Los hombres solos reprimidos miran,
las parejas escuchan y suspiran,
y yo no sé qué estoy haciendo aquí.
Veo tu rostro al fondo de mi copa,
a tu encuentro mi espíritu galopa,
y sólo un cuerpo gris queda de mí.
Los Angeles, 26 de julio de 2007
1733 - Viento
Muestra mil rostros sin tener facciones…
Oh, si pudiera reencarnarme en viento,
e invisible flotar, veloz o lento,
ya dócil brisa, o furia de ciclones.
Golpearía en todos los balcones,
rogando o exigiendo acogimiento;
¿quién se resistiría a mi lamento,
o arriesgaría mis devastaciones?
Pero al llegar mi soplo a tus umbrales,
miraría a través de los cristales,
y al verte en desnudez, sola en el lecho,
me filtraría audaz por cada grieta
de tus ventanas, y en quietud completa
descansaría al fin sobre tu pecho.
Los Angeles, 28 de julio de 2007
Poemas
Mujer en la noche
Tengo miedo a la noche;
son tan largas las horas y tan grande mi lecho…
sólo sueño contigo
los momentos conscientes, pero no cuando duermo.
Y al despertar, de pronto,
desperezo hacia ti la mano, y no te encuentro.
Regresas a mi mente,
y tu ausencia es temor, soledad tu silencio.
¿De qué me sirve el ángulo
de los muslos abiertos,
de qué las dobles curvas
de caderas y senos,
si sólo te presentas como sombra en la sombra,
si sólo te aprisionan mi idea y mi deseo?
No quiero hacer yo misma
cuanto debieras tú, le falta voz y aliento
a mi mano, y el rito
de los roces sedosos, imprevistos o nuevos,
le faltan tus sudores,
tu gemido, el misterio
de lo que tantas veces has creado en mi carne,
y que parece siempre tan actual, tan inédito.
Cuando despierto y somos
yo orfandad y tú ausencia, cuando el hambre del sexo
me sacude en temblores, y me grita lujurias,
tengo miedo de hacerlo,
porque nunca es más honda, más triste, más doliente,
la soledad que luego
me atenaza, me ovilla, se desborda en mi noche,
como si sólo fueras imagen de un espejo.
Los Angeles, 25 de julio de 2007
Fue una mañana
Fue una mañana limpia…, literaria.
Su rostro era exigencia de soneto,
y yo le eslaboné, largos, carnales,
catorce besos de la frente al cuello.
Se los improvisé, sin detenerme
a recibir inspirador aliento
de las musas. Su códice temblaba
a cada ráfaga de verso inédito.
Quiso más poesía,
y le imprimí una octava en cada seno,
rimas alternas completando círculos
en torno a los pedúnculos erectos.
Y hube de repetir las trayectorias
concéntricas y mansas verso a verso.
Se le antojó la brevedad sencilla
de un pareado sobre el vientre, viendo
en ascensión la alondra del lirismo,
y en progreso la sierpe del deseo.
Y lo escribí con mano temblorosa,
y con labios de pétalos.
Y me rogó un poema interminable,
como las epopeyas que escribieron
los rapsodas de ayer, para sus muslos
súbitamente abiertos.
Y lo empecé en cronología inversa,
alargando la historia, a paso lento.
Fui recorriendo siglos y paisajes,
cada cual más distante, más espléndido,
de los ríos de luz a las cavernas,
del alto páramo al desfiladero.
Llegué por fin, febril y sudoroso,
milenio tras milenio,
al umbral palpitante de la vida,
en la cuna del tiempo,
cuando un árbol prohibía sus manzanas,
y una mujer rompía el mandamiento.
Siempre desarrollando mi poema,
siempre a golpes de verso.
Percibí sus primeras pulsaciones
y exploré sus misterios.
Seguí avanzando por su mundo oscuro,
y llegué a ver formarse el universo
en cósmica explosión. Aún en mi oído
llevo su resonancia y su recuerdo…
Fue una mañana como viera el mundo
hace tantos milenios.
Los Angeles, 27 de julio de 2007
Sin fantasmas
Los fantasmas del tiempo, los que un día
habitaron contigo
aferrándose a techos y paredes,
nunca dejaron verse si, furtivo,
me adentraba en tu casa;
tal vez entre sus juegos clandestinos
no figuraba afán de amedentrarme.
Nunca escuché el crujido
de peldaños, ni el látigo de viento,
inesperado y frío,
al cerrarse una puerta de repente,
ni oscilación de lámparas, ni el íntimo
temblor que en el abrazo me indicara
que no estábamos solos, que un testigo
incorpóreo y alerta
vigilaba tus actos, y los míos.
Al entrar en tu casa
me parecía nueva, sin vestigios
de otra vida, otras noches,
otro aliento, otra voz, otros latidos.
¿Cómo lograste blanquearlo todo
aprisionando tanto espectro vivo,
bajo una capa de pintura nueva,
paralizado ya, y enmudecido?
Parecían tu alcoba,
tu salón, tu escalera, tu pasillo,
vírgenes de palabras,
como si nada nadie hubiera dicho
antes de haberte hablado
susurrante yo mismo.
Las sábanas habían olvidado,
viejos sudores, sofocados gritos,
y en el espejo no se reflejaban,
ahogadas ya en el pozo de su vidrio,
formas arcaicas que abrazara entonces…
Un entonces que no ha sobrevivido.
A tu lado, en tu casa, soy tan nuevo,
y eres tan nueva como el primer lirio,
la primera canción del primer hombre,
o la primera lágrima del niño;
como si no hubiera tratado a nadie,
como si a nadie hubieras conocido.
Los Angeles, 28 de julio de 2007