Breverías
1711
Escucha y filtra aquello que te llega,
procesa la canción, desecha el ruido;
de sobra está el oído
si la razón es ciega.
1712
No te pienso con lógica, de hacerlo
tal vez, tal vez, no lograría amarte;
Es fría la razón, propone un arte
de equilibrio, mas yo quiero perderlo.
Quiero amarte en locura y paradoja,
opuesto a vaticinios y consejos
de arcaicos sabios o caducos viejos,
hasta ver que la luna se sonroja.
1713
Ayer pensaba…¿Y qué? ¿Vive el ayer?
Pensar, querer, hacer son del presente.
Ayer es ya la horizontal yacente,
y hoy, vertical en acto de correr
1714
Asciende mi pasión a la cabeza,
y se me inflaman fieras las ideas;
turba la mente flujo de mareas
que a la opción más dormida despereza.
Y así empiezo, frenético, a pensarte,
con esa mezcla de razón y furia
que libera del freno a la lujuria
sabiendo que no tiene que rogarte.
1715
El raciocinio de la metralleta,
del tanque, el avión, la fuerza bruta,
¿quién lo puede creer?, ¿quién lo respeta?
Tan falaz como amor de prostituta.
Sonetos
1734 - Tu escritura
Bajas en mí, del cuello a la cintura,
por la espalda, como un escalofrío
transmigrador de tu contorno al mío,
estremeciéndose mi arquitectura.
Soy la tabla que acoge tu escritura,
doble punzón en duplicado río
de letras, invisibles al gentío,
sólo tú y yo obtenemos su lectura.
Sea carta de amor, sea poema,
o arte sensual, la transcripción me quema,
mas no por eso indicaré que ceses.
Bosqueja, escribe, en paralelos trazos,
hasta que, derrumbándome en pedazos,
dé la vuelta implorando que me beses.
Los Angeles, 6 de agosto de 2007
1735 - Llegará
No morirán las noches a la aurora
aunque amanezcas sola en esta cama,
ni verás abandono que derrama
distancia y frío, y tu ilusión desflora.
Tan apremiante tú, tan soñadora,
conjurarás mi sombra. Cada llama
que en temblor sobre el leño se encarama,
anunciará que a tu costado aflora.
Llegará. No sabrás por qué caminos,
ni cómo no la han visto los vecinos
entrar en casa, eso es irrelevante.
Sólo te atañe que al estar contigo
percibas que soy yo quien te prodigo
cuanto aprendí de ti siendo tu amante.
Los Angeles, 6 de agosto de 2007
1736 - Desnudez
Sigue hablando, te escucho, amada mía;
cada palabra tuya te desnuda
un poco más; al fin quedarás muda
en tu sensual, radiante mediodía,
sólo de luz vestida y de alegría,
y de este abrazo audaz que se te anuda,
huérfano de disfraz, temor y duda,
como el agua del mar te ceñiría.
Como el agua del mar, libre, desnudo,
suave unas veces, otras veces rudo,
sabré mecerte, lograré agitarte.
Desnudez absoluta, silenciosa,
sobre la mía tu esplendor reposa,
y no me canso, sin hablar, de hablarte.
Los Angeles, 6 de agosto de 2007
Poemas
Marioneta
El hombre en la torre bailaba al impulso
de tablas y cuerdas
que otro hombre siniestro de media sonrisa
movía en las sombras a ritmo de fiesta.
Muñeco de trapo, cabeza vacía,
feliz marioneta.
Vivía inconsciente de rosas y nubes,
de rostros curtidos, de lluvia y cosecha.
Cuchara de plata en su boca de infante,
altivo en el porte, mediocre en la escuela,
graduado más tarde, con altos honores,
diploma en las artes de copa y botella.
Grabadas a fuego en la frente, por dentro,
las reglas del macho, arrogancia y violencia,
ni supo de libros, virtual ignorante,
ni supo, cobarde, de frentes de guerra.
El hombre en la torre
regía su imperio como una ruleta.
Las altas palabras, y mal pronunciadas,
apenas cubrían su falta de ideas.
Seguro en sus hilos, bailaba, bailaba,
moviendo los miembros en danza grotesca,
y el hombre siniestro de media sonrisa
mecía las tablas de causas inciertas.
En otro hemisferio morían los hombres,
morían los niños, moría la tierra.
Bailaba el muñeco, corría la sangre,
palabras sin rumbo, vacías promesas.
Los hilos en torpe maraña trenzaban
confusa tarea;
el hombre siniestro seguía en su intento,
y el necio muñeco saltaba en piruetas.
La muerte, la muerte
rodaba engendrando desorden, miseria.
La torre era oasis de gala y violines,
y lejos, los muertos, al sol, en la arena.
Los Angeles, 7 de agosto de 2007
Biblioteca
Todos allí, los jóvenes, los viejos,
flamantes unos, como quien acaba
de volver de una cita, tan apuestos;
otros de carne herida o mutilada,
orgullosos de haber comparecido
en tan diversos campos de batalla;
otros, en fin, en ocio polvoriento,
adormecidos, pálidos fantasmas.
Todos uniformados, a la espera,
contemplativo batallón en guardia.
En su exhibicionismo en los estantes,
semejan carnaval de cortesanas
destapando sus gracias al cliente;
no son las horas de la madrugada,
cuando quietud y sueño ralentizan,
sino la medianoche, la avalancha,
cuando las colas doblan las esquinas,
y el tiempo se acelera en sus bisagras.
Se acarician los lomos, se retiran,
y se abren en las manos. Se hacen alas
a punto de volar. Pasan los dedos
por esquinas y aristas, y se entabla
breve presentación de ojos a letras,
como si una mujer nos invitara
a encender su cigarro, y sugiriera
lúbrico ofrecimiento su mirada.
Fascina, se agradece, gratifica,
pero frecuentemente se rechaza.
Y el libro vuelve al anaquel, y espera
otro día, otra mano, otra ojeada.
Pero uno al fin la seducción consuma,
surge temblor de dedos en las páginas,
se nos acopla halagador al brazo,
y sin rubor nos acompaña a casa.
Consiente, lo leemos, ya a la mesa,
ya en el vestíbulo, quizá en la cama;
y nos susurra tantas, tantas cosas,
que una amante tal vez no imaginara.
Lo cerramos al fin. Misión cumplida.
Y se acurruca al borde de la almohada,
tan satisfecho del placer rendido,
al calor de la noche, entre las sábanas.
Ah, solaz de unas horas, compartido,
aunque haya que partir de madrugada.
Al breve espacio que se le ha prescrito
ha de volver mañana,
siempre a la espera de otra mano amiga,
de otros ojos que escuchen sus palabras.
Los Angeles, 7 de agosto de 2007
A la sombra
- A la sombra del árbol sentada,
¿qué haces, niña, a la orilla del río,
a la orilla, tan de madrugada?
- Por el agua mis penas envío
hacia el mar, que se borren o mueran
en su fondo más quieto y sombrío.
- En su fondo las mías se hundieran,
mi dolor, mi ansiedad, mi locura,
las nacidas ayer, las que esperan.
- ¿Qué haces, niña, sentada en la altura,
frente al mar irritado que estrella
sus mareas en la escarpadura?
- Ruego al mar de incumplir mi querella,
devolviendo mis penas amargas.
La tristeza de amor es tan bella…
- Ay, mi niña; tan bella, tan largas…
Los Angeles, 7 de agosto de 2007
Una ráfaga de aire
Pasó ante mí como hálito levísimo,
casi perfil de sombra, tan etérea
que no se estremecieron los visillos,
ni temblaron las llamas de las velas;
sin forma física, como si un ángel
afirmara, invisible, su presencia.
Nadie la percibió; todos siguieron
sumidos en las nimias bagatelas
de sus copas, periódicos, cigarros,
razón y efecto de sus existencias.
Lo tangible se duerme en el sentido,
y también, de algún modo, lo anestesia;
lo sutil, lo incorpóreo, llega al alma,
y se le hace visible, aun en tinieblas.
Esta mujer, o espíritu, o fantasma,
pasó rozándome en su transparencia;
ciertamente la vi…; tal vez fue sólo
una ráfaga de aire su silueta;
pero la percibí; por un momento
su realidad se me hizo manifiesta.
Aunque no supe definirlo entonces,
se reveló entre súplica y ofrenda.
Miré la superficie roja, inmóvil,
de mi copa de vino, medio llena,
y le nacieron círculos concéntricos,
y como el ondear de una melena.
La mesa era quietud, ni un movimiento,
y me empezaron a temblar las piernas.
Alcé la copa, la bebí hasta el fondo,
me fui a la barra, y liquidé la cuenta.
Casi en huída hacia la tarde en llamas,
me detuve, miré sobre la puerta,
y vi un retrato de mujer, el pelo
suelto al viento, sobre un fondo de niebla,
la sonrisa extendida sobre el rostro,
y una firma enigmática, sin fecha.
Salí a la calle y me perdí en la sombra
de las casas vecinas. Las gardenias
languidecían bajo el sol de agosto;
más allá, los gorriones, y la siega.
Olvidé el incidente…, hasta que un día
llegaste a mí, y al observar de cerca
la sonrisa, el revuelo del cabello,
el aire que me roza cuando llegas,
supe que ya te había conocido,
mi pregunta de un tiempo, ya respuesta.
Los Angeles, 8 de agosto de 2007