Breverías
1721
Entré a sus cuerpos como si emprendiera
sendas por tierra o rutas por el mar,
sólo por la delicia viajera
de quien vaga sin ansias de llegar;
y a mi espalda quedaron, rastrojera
de tallos secos que otro ha de sembrar.
Pero en ti me adentré con el empeño
de hacerme tuyo y a la vez tu dueño.
1722
Quédate un poco más, aunque anochece;
¿no es bajo las estrellas titilantes
la hora preliminar de los amantes,
cuando el tul del pudor se desvanece?
Tejan tus manos sobre mí sedosas
túnica desenvuelta, transperente,
de desnudez, y junto a mi yacente
nos sorprendan auroras luminosas.
1723
Era su pie voluptuosa oferta
colgando ante mis labios, el zapato,
de alto tacón de aguja, fluctuante.
Dejándolo caer, mi mano acierta
a retrazar sus curvas. Me percato
del placer, remontándose al semblante.
Uno por uno cada dedo beso,
y se deshace al succionarle el grueso.
1724
¿Dónde estabas, mujer, cuando encerrado
entre muros de noche y aislamiento,
mi piel aullada por tu piel, y hambriento
gemía el sexo erecto en despoblado?
Todo yo era bramido, y era grito,
hombre y bestia a la vez, desafiante;
y al fin cesó la llama, y humeante
sólo un rescoldo, tulipán marchito.
1725
En las sombras la mente te convoca
como relámpago que el cielo hiende,
como trompeta que el arcángel toca,
como fulgor que la mañana enciende.
Y a mí llegas, valkiria, cabalgando
corceles de aire, cabellera al viento,
y un temblor de caricias, largo y blando,
y en mis labios el roce de tu aliento.
Sonetos
1743 - Última noche
Diluyéndose van todas las cosas,
tenues volutas de humo fugitivas,
o sombras ponderándose tan vivas
como el ser al que se atan afanosas.
Todos siguen sus vías dolorosas,
por más que puedan parecer festivas:
hombre, alondra, ciprés, qué expectativas
de vivir tan fugaz como las rosas.
Todo concluye al fin, se desvanece.
Dispersa el viento el humo, o anochece
y a cada sombra una mayor devora.
Tal vez pensamos que vendrá otro día,
pero no hay tiempo ya, sólo una orgía
de absurdas esperanzas sin aurora.
Los Angeles, 23 de agosto de 2007
1744 - Altibajos
Esa mujer, perfil de cordillera,
de formidables cimas elevadas,
y deprimentes, ásperas cañadas,
tiene fragilidad de cristalera.
En ciertas manos, moldeable cera;
para las mentes más aproximadas
roca contra las olas encrespadas;
fondo en vaivén que pierde y recupera.
Sabe de la tiniebla y de la aurora,
sonríe a veces, con frecuencia llora,
su alma balanza de platillos locos
que se elevan y se hunden casualmente,
fatal esclava de ese amor ferviente
cuyo nivel han alcanzado pocos.
Los Angeles, 24 de agosto de 2007
1745 - Amantes en proyecto
Inermes, corazón insatisfecho,
y cerebro poblado de utopías,
amantes en proyecto, sinfonías
por estrenar, audacias al acecho.
Soledad alargada sobre el lecho,
reemplazado el cantar por elegías,
malgastando las noches y los días
en clamorosa queja sin provecho.
Mas las audacias nunca dan el paso,
ni se llega a brindar alzando el vaso,
la sinfonía en el papel dormida.
Amantes en esbozo, sin efecto,
recorriendo incesantes el trayecto
que sólo aboca a la ocasión perdida.
Los Angeles, 24 de agosto de 2007
1746 - Lenta la noche va
No es esta noche liberal conmigo,
ni en sueño sumergido ni despierto;
mi entorno personal dejé entreabierto
descorriendo el cerrojo del postigo.
Si avanzara su báculo un mendigo,
nada que dar. Se irá con paso incierto.
Luego, dormido ya tal vez, advierto
rumores que ni insisten ni investigo.
Quienes llegan se van y no regresan.
Transeúntes sin plan no me interesan.
Tu nombre a voces llamo, y no respondes.
Ni te sueño ni avisto tu llegada.
Sigo a la espera. Qué glacial la almohada…
Lenta la noche va. ¿Dónde te escondes?
Los Angeles, 25 de agosto de 2007
Poemas
En el tren
En el tren hacia ti, de pueblo a pueblo.
¿Me conoce esa gente que me observa,
o sus miradas son gotas de lluvia,
resbalando el cristal, que no me llegan?
Siempre fui forastero, vagabundo,
pedrusco a tumbos por las barranqueras,
viendo pasar rosal, árbol, roquedo,
sin percatarme que soy yo quien rueda;
otorgando a las cosas la memoria,
y anclando a las personas en la amnesia.
Evoco rostros, y recuerdo nombres,
pero sin vincularlos; se me enredan
unos con otros, y me desentiendo;
si he llegado hasta aquí, no me interesan.
Sigue el tren. Cada cual narra su historia,
contempla el horizonte, lee la prensa.
Ajeno al clima de mi entorno, escribo,
y mis dedos te piensan.
Cruzan las estaciones,
miro el paisaje, qué alta está la hierba;
pronto vendrán guadañas y cantares,
y el solemne crujir de las carretas,
que van cediendo el paso, inevitable,
al tractor y las máquinas de siega.
Los villorrios de casas blanqueadas,
bajo el rojo encendido de las tejas,
sus balcones al sur, ropa tendida,
y el humo huyendo de las chimeneas,
han ido despertando
de su ininterrumpida somnolencia.
He llegado a mi punto de destino,
una estación dilapidada, muerta.
Dos o tres pasajeros
se apean, como yo, pero se alejan.
Espero unos minutos.
Todavía me tiemblan
las rodillas, y un cierto nerviosismo
baila en mi vientre, y no es la vez primera
que espero tu llegada en este sitio,
ni soy tampoco el joven que despierta
a su primer amor, titubeante…,
o, aun a mi edad, tal vez, tal vez lo sea.
Veo llegar tu coche.
Eres sonrisa innumerable. Llevas
deseo y decisión. Vamos a casa,
que el día es corto, y la ansiedad apremia.
Los Angeles, 22 de agosto de 2007
Por cuanto
Por cuanto debí decirte, mas no supe formularte,
en años de ávidas ansias y de miradas furtivas,
cuando eras débil cercado que yo juzgaba baluarte,
y eran tus manos palomas, trémulas, pero cautivas;
por cuanto debí haber visto sobrenadando tus ojos,
parte susurro de brisa, parte doloroso grito,
clamando por la rotura de grilletes y cerrojos,
no atada a lecho de rosas, sino a suelo de granito;
por cuanto debió mi tacto, tan diestro como cobarde,
haber avanzado exento de culpas y de temores
por campo abierto que fuera reconocido más tarde
como llamada y ofrenda, signos tan reveladores;
por cuanto debí arrancarte, bajo pregunta inocente
que no hubieras soslayado; por cuanto el mínimo roce,
casi involuntario, afirma, tan sutil, tan elocuente,
que el más abstraído espíritu, aun sin prever, reconoce;
por tanto que no hice entonces mi corazón se lamenta,
por tantos besos no dados, por tanto tiempo perdido,
tanto vigor malogrado…, y el alma se me revienta
por tantos amaneceres que a tu lado no he vivido.
Los Angeles, 23 de agosto de 2007
Terminó
Terminó con el suave silencio del suspiro,
sin la ruda estridencia de la palabra amarga,
sin el portazo súbito, solamente hubo un giro,
y pronto una distancia cada día más larga.
No es así como rompen sus cuerdas los amantes,
esos lazos que dicen rendición, pertenencia,
y los años transforman en grillos agobiantes,
instaurando la lucha por la supervivencia.
Miraban a la luna desde puntos lejanos
y encontraban en ella, como en espejo terso,
el semblante alejado, que casi entre las manos
parecía sentirse, como el ala de un verso.
El reflejo fue haciéndose poco a poco impreciso,
hasta que no lograron al fin reconocerse,
a la acción espontánea sucedió el compromiso,
y la luz plateada comenzó a ensombrecerse.
Fue el diálogo muriendo, como en otoño mueren
las hojas una a una, como la noche calla,
como apagan sus roces dos que ya no se quieren,
bajel que no fondea, sino en la arena encalla.
Ambos reconocieron que el camino seguido
desembocaba en punto sin objetivo o meta,
el amor, joven antes, había envejecido,
y ocultaba su rostro detrás de una careta.
No hubo gritos de guerra, ni hubo blandir de lanzas,
hubo un acuerdo mutuo, y una leve sonrisa;
¿para qué las denuncias?, ¿a qué fin las venganzas?
Viene y se va el afecto como lo hace la brisa.
Terminó con el suave silencio del suspiro,
sin la ruda estridencia de la palabra amarga,
sin el portazo súbito, solamente hubo un giro,
y pronto una distancia cada día más larga.
Los Angeles, 25 de agosto de 2007