Breverías
1741
A veces a mi playa se remontan tus olas,
eres fuerza serena, húmeda y persistente,
eres canción de viento, rumor de caracolas;
¡qué elevación la tuya aun junto a mí yacente.
Y a veces agresiva contra mi acantilado,
rebotando el armiño de tus olas más negras;
oh, tormenta desnuda que en avance arqueado
me tomas por asalto, y al fin te desintegras.
1742
No desciendas los párpados, ni cubras el espejo,
contempla el engranaje de los cuerpos desnudos,
la geométrica gloria de formas que manejo,
de círculos, de curvas y de ángulos agudos;
la espléndida aritmética de números sensuales,
la física mecánica de émbolos en acción,
cada ciencia nos brinda sus propios recitales,
fascinémonos ambos en nuestra observación.
1743
Acurrucado en tu regazo sueño
que la noche se esconde de la aurora,
y no será encontrada; trepadora
vendrá la luz, y su esplendor risueño
embestirá el balcón y las ventanas,
y la noche, escondida
detrás de las persianas,
pretenderá permanecer dormida.
Oh noche, prolongada ya en mi mente,
prorroga tu hora indefinidamente.
1744
El alba, y el crepúsculo, y la rosa,
y el bosque, el mar, las nubes, y los ríos,
son formas muertas, ámbitos vacíos,
a la mente insensible, nebulosa.
Sólo quien sabe contemplar, percibe
la belleza flotando en el ambiente;
o tal vez al mirar atentamente
cada cual a su modo la concibe.
1745
No me digas de orillas ni de lados,
ni de proximidad, para tenerme,
que aunque contiguos, son distanciamientos.
Dime de estar por fin compenetrados,
así, si por azar fuera a romperme,
quedarían en tu alma mis fragmentos.
Sonetos
1755 - Voy a copiarte
Voy a copiarte, amor, voy a copiarte,
buril, pincel, en cada nube lenta,
blanca de sol, oscura de tormenta,
te voy a repetir parte por parte.
Sea inhábil esbozo u obra de arte,
tu imagen poblará la soñolienta
campiña, el bosque, la ciudad mugrienta;
por doquier lograré multiplicarte.
Te veré, te verán, en las colinas,
en el mar, en el río, en las encinas,
o elevando la vista al infinito.
Y se preguntarán dónde está el mundo.
Mas no yo, que perdido y vagabundo
por tus sentidos, no lo necesito.
Los Angeles, 4 de octubre de 2007
1756 - Penetración
Te penetro hasta el fondo de la mente,
donde acallas preguntas sin respuesta;
pero en ti surge un reventón de fiesta
como intuyendo todo de repente.
¿Tan clara es mi irrupción, tan convincente,
que una luz inmediata contrarresta
cada hilacha de sombra, y manifiesta
cuanto haya camuflado el subconsciente?
También penetro al fondo de tu entraña,
desgarrando la inmensa telaraña
que tejieran descuidos y orfandades.
Y al penetrar mis ojos tu mirada,
mi triple infiltración es llamarada
desanudando fieras tempestades.
Los Angeles, 5 de octubre de 2007
1757 - Noche sin ti
Es la noche, sin ti, larga y desierta,
perdidos la fragancia, los rumores,
la desnudez, los íntimos temblores,
en este insomnio, infinitud despierta.
Miro al techo sin verle, y a la puerta,
como a la espera de que te incorpores
a esta mi soledad y la devores
a mordiscos de amor, y a mano experta.
Si llamara tu voz, la luz se haría
como al grito de Dios el primer día,
desertando esta noche de mi lado.
Si escuchara el crujido en la madera
de tu paso gentil, qué primavera
podría reventar en mi costado.
Los Angeles, 5 de octubre de 2007
Poemas
Hondas, indelebles
Fluye entre tus manos tu esencia, tu espíritu,
te fluyes tú misma, te ofreces, te entregas,
qué río me acude, me absorbe, me ocupa,
tu sueño y el mío, frontal concurrencia.
Recoge mi sombra del suelo, hazla tuya,
oh sombra que sobre tu sombra se acuesta.
La luz persevere, proyectando dobles,
tiéndete a mi lado, no desaparezcas.
Huyan los recuerdos, quédese el instante,
elévense en humo por las chimeneas
las viejas improntas que la piel mantiene;
¿para qué nos sirven? Hagámoslas nuevas,
hondas, indelebles, para que algún día,
si ebrios de mentiras o henchidos de amnesia,
queremos borrarlas, no sea posible,
forjadas en bronce, talladas en piedra.
Márquenme tus manos de rosa y de fuego,
como en ti las mías imprimen sus huellas.
Los Angeles, 5 de octubre de 2007
Absurdo mausoleo
Hay una gran mentira que nos cubre
como funesta cúpula de hierro,
cerrando nuestro espacio,
aislándonos del tiempo,
y no sabemos nada de ese mundo
que al exterior puede mirar al cielo,
percibir la caricia de la brisa
y la fragancia de los limoneros;
donde maduran las ideas alas,
y vuelan libres, ángeles sin miedo.
Nuestro mundo parece
tan infantil, tan caricaturesco,
como quien sólo ve su propia imagen,
ignorando cuanto hay tras el espejo.
Nos enseñaron a pensar, con márgenes,
nos limitaron la palabra, el gesto,
nos repitieron insistentemente
rutinarias salmodias, y preceptos,
y hoy somos tumbas de almas
ocultas en ciclópeo cementerio.
Ah, si el brusco clamor de la trompeta
apocalíptica en rodar de trueno
quebrantara estas lápidas,
reordenara los huesos,
derrumbara la cúpula opresiva,
y nos resucitara con su aliento.
Veríamos el sol, el horizonte
casi infinito, y el rosal, y el fuego,
y las verdades permanentes, puras,
merodeando en libertad, sin riesgo.
Pero aún somos cadáveres
que nos juzgamos vivos, en un templo
que entroniza quimeras
y dioses fraudulentos.
Nos golpean los ojos,
oídos y cerebro
con las falacias narcotizadoras
de intereses despóticos o electos.
Piezas somos movidas a capricho
en el retablo de Maese Pedro,
contando historias que nos son extrañas,
pero que al fin creemos;
o en el tablado de ajedrez, peones
que el Gran Hermano mangonea en juego.
No hay ya ni gladiadores ni rebeldes,
sólo servil claudicación y tedio.
Vivimos, si es vivir, bajo la cúpula
de silencioso, absurdo mausoleo.
Los Angeles, 5 de octubre de 2007
Mileto, 1971
El arqueólogo hundía sus manos en el barro
con la delicadeza de afelpada caricia,
y extraía las piezas quebradas, una a una,
en parto inverosímil de destrozadas vidas.
Las numeraba todas, esbozando un esquema
de atleta femenino, diosa sedente o ninfa,
a golpes de paciencia, como a golpes de escoplo
desentrañara el mármol desconocido artista.
Absorto yo acechaba su despliegue, ignorante
de siglos y de escuelas, de técnicas y cifras,
mi única ciencia el modo
de completar las curvas y acoplar las aristas.
Era como un regreso a la edad inocente
de los rompecabezas, creando perspectivas,
recobrando fachadas, completando figuras,
siempre al fondo el designio de resolver enigmas.
Fueron surgiendo brazos, recios torsos desnudos,
tensas manos crispadas, muslos de bailarina,
partes aún sin sentido, que tentativamente
se van organizando sobre la roja arcilla.
Nada encaja al principio, hay demasiados lapsos,
pero se van llenando los huecos, se perfila
poco a poco la imagen, se la ve despertando
de ese sueño del tiempo que transcurrió dormida.
Desordenada mezcla
de ternura y belleza, perplejidad e intriga,
como si una memoria lejana restaurara
viejo entronque de cuerpos celebrando a Afrodita.
Y al final, dos amantes en la entrega absoluta
vuelven de nuevo al punto de la acción más antigua.
O tal vez el martillo del tiempo hundió sus miembros,
truncados y revueltos, bajo tierra y ortigas,
mas no logró, vencido, desconectar las almas,
que en silencio de siglos persistieron unidas.
Aun sin saber tu nombre, voló mi pensamiento
hacia ti en el futuro, gentil desconocida,
con la total certeza de conocer, amante,
a quien en esas fechas yo imaginaba niña.
Sucédanse almanaques, mueran, nazcan imperios,
húndanse en las entrañas del suelo artes y días,
y tus huesos descansen mezclados a los míos,
como hoy, interpolados, nuestros miembros se anillan.
Los Angeles, 6 de octubre de 2007
En invierno también
En las tardes sin sol, desapacibles,
con el viento encarando sus aullidos
a tu balcón, y tú, fortificada
en el hogar que llamas tu castillo,
percibirás un cuerpo sin volumen
cerca de ti; sabrás que no es ficticio;
intangible tal vez, pero concreto,
tan real como el álamo y el río.
No dirás que soy yo quien ha llegado,
¿cómo puede venir quien no ha partido?
Bajará casi un roce por tu espalda
desde la base de la nuca, tibio
como el chorro de leche succionado
por la boca del niño.
Y me distinguirás por esa firma,
toda autenticidad, nada de ambiguo.
En Cantabria el invierno es soledoso,
casi amedrantador, como un capítulo
frío y oscuro de novela gótica,
pero sin candelabros ni cuchillos.
Ese invierno es jauría de mastines
vibrando las ventanas a ladridos,
arañando con garras de protesta
la piel de los cristales encendidos.
Al interior, tu paz huele a pan tierno,
a leño ardiendo, y a nostalgia y vino.
Cuando cierras los ojos logras verme,
y al reposar en tu regazo el libro,
tu mano hace posible mi contacto,
y oyes mi voz, mas no por el oído.
En este invierno, recio y solitario,
sigo estando contigo.
Los Angeles, 6 de octubre de 2007
Nómada del instante
Saben todos que voy por el camino,
mas nadie sabe a dónde me desplazo.
Me ven pasar, cortar algunas flores,
sonreir y cantar, alma de pájaro,
y los desocupados se preguntan:
¿A dónde irá? ¿De qué designio extraño
se ha colgado su mente?
Siempre le conocimos arraigado
a su propio terruño,
como el almendro, como el campanario.
Y así fui, sólo nómada en la mente,
peregrino de ideas, no de pasos,
vagabundo del alma, trashumante,
e inmóvil como por el ancla el barco.
Y un día reventó una campanada
en mi interior de sueños sedentarios,
y una urgencia en mis pies de dinamismo,
y una acucia en mis dedos de contacto.
Cargué mis utopías a la espalda,
calcé mis botas y encaré el atajo,
indiferente a normas y objetivo,
sin plan, sin brújula, sin calendario,
por el placer de caminar. ¿Quién dijo
que siempre hay que llegar a un sitio? ¿Acaso
no pueden ser lo mismo senda y meta?
Cada una de mis huellas en el barro,
cada canción que entono y nadie escucha,
cada verde rumor del arbolado,
cada instante que vivo es mi destino.
Y sigo caminando.
Los Angeles, 8 de octubre de 2007