Breverías
1751
Amor que en vez de acariciar, golpea,
que no lame los pies, mas los araña,
que es garfio de oro anclándose en la entraña,
¿será el mejor amor? Tal vez lo sea.
1752
Desde el recuerdo los miré alejarse,
con la promesa de las golondrinas,
de regresar un día en primavera.
Y lentamente llegan a apagarse…
Ah, los amores tibios, hoy en ruinas,
débiles llamas sin llegar a hoguera.
1753
Nunca me respondió el eco al llamarla,
ni en el salón vacío, ni en el pozo,
ni en la abrupta vertiente del barranco.
Si no hubiera, quizá, llegado a amarla,
ni envolviera mi voz en el sollozo,
tal vez el eco no quedara en blanco.
1754
Las palabras no van, si intento hablarte,
se me acuestan al lado
como si decidieran esperarte.
Su tono blando, tímido, apagado,
perceptible será cuando, al tocarte,
rompa en tu piel un potro desbocado.
1755
A veces te amo en furia, a manotazos,
a golpes de pasión, látigo intenso,
a febril dentellada, y a zarpazos.
Y a veces te amo en espiral de incienso,
en placidez de tiempo suspendido,
en caricia de brisa, en aleteo
de casi inmóvil colibrí, sin ruido,
en silencio, o en leve ronroneo.
Sonetos
1762 - En ti
Me duermo en ti como se duerme el viento,
como una alondra más en la enramada;
qué placidez súbitamente hallada
en el brocal ya tibio de tu aliento.
Esta noche es minúsculo fragmento
en vida de años, marginal pisada
sobre la arcilla efímera entallada
de sendero sin fin, sólo un momento.
Pero cómo se afirma y profundiza,
y aunque es un punto aislado, se eterniza,
negando lo anterior y lo futuro.
Inmerso en ti, ni indago la salida,
ni deseo encontrarla. No hay más vida,
y a la tuya la mía configuro.
Los Angeles, 23 de octubre de 2007
Poemas
Hazte
Hazte puñal o lanza
y atraviésame lenta, lentamente,
como un rayo de luna en la ventana.
Hazte velero y súrcame la carne,
que tengo un mar alborotado, tuyo,
que en impulsos y espuma se deshace.
Hazte nervudo roble,
y que al plural abrazo de tus ramas
se desvanezca el bosque.
Hazte sombra que, atada a mis tobillos,
no alcance a desviarse, pues tu senda
será forzosamente mi camino.
Hazte corriente de agua que me lleve,
no importa hacia qué mar, pero que nunca
se estanque o se repliegue.
Hazte concepto, ocupa mi cerebro,
oscuréceme todas las ideas,
debilítame todos los recuerdos.
Hazte otro yo que vaya de la mano
con el yo que ya soy, ría si río,
y anude sus angustias a mi llanto.
Los Angeles, 22 de octubre de 2007
Mínimos placeres
Si pasas (pasarás, cierto, algún día)
frente a mi casa, al lado del camino,
détente, llama, espera…, que en mi puerta
se deslizan cordiales los pestillos
para quien busca espacio junto al fuego
y sabe honrar un vaso de buen vino.
Tanto escapamos sin saber de dónde,
o de quién, tan audaces acudimos
a donde no sabemos, meta incierta
que persistimos en llamar destino,
que pasamos de largo los cerezos
disfrazados de novias, los aullidos
dando vida a los bosques, la cigüeña
montando en lo alto de la torre el nido,
la caricia del sauce en la corriente,
las aspas del molino
gesticulando abrazos en el llano,
las mareas del trigo.
Vamos de prisa, y las pequeñas cosas,
como si carecieran de sentido,
se nos escapan, agua entre los dedos,
sin opción de cuidado y regocijo.
Hoy yo te brindo mínimos placeres
si llamas a mi puerta, peregrino.
Los Angeles, 23 de octubre de 2007
Ellas
Me han pasado los siglos, pero hay tiempo
para vivir de nuevo lo vivido;
yo sé que estuve allí, no lo he soñado;
tan diferente fui, y a un tiempo el mismo;
la vida fue una sucesión de antorchas
en transmisión de fuego inextinguido.
Nunca jurisdicción tuvo la muerte
sobre mis trashumancias o designios.
A través de períodos, países,
y trayectorias, reincidí en el ciclo
transcendental de incendio y persistencia,
viví y amé, y hoy sigo amando y vivo.
Estuve en Babilonia.
Semíramis, tan bella en su atavío
de transparentes tules, transitando
los Jardines Colgantes, estallido
de primavera anclada en el desierto,
y el deseo hasta el grito,
con fondo de dulzainas, chirimías,
y cítaras, y címbalos.
Me amó y la amé entre pétalos fragantes,
al aire libre, hasta quedar dormidos.
Luego en Alejandría, Cleopatra.
Nada de amor, tan sólo sexo y vino,
en la presencia del esclavo ciego
lentamente ondeando el abanico;
las columnas, testigos enigmáticos,
voceando en silencio jeroglíficos,
y contra el muro, nuestras propias sombras,
como un inmenso, impúdico papiro,
proyectadas por lámparas de aceite
que colgaran del techo por un hilo
de humo negruzco. Sobre la amplia estera
aprendí movimientos y equilibrios,
descubrí sensaciones olvidadas,
escuché ronroneos y bramidos,
que parecían nuevos,
ya uno por uno, o todos al unísono.
Luego, al partir, sobre mi piel llevaba
roce, sudor, y espasmos, sólo instinto.
En Micenas, Helena era la novia
de todos los argivos.
Troya era todavía
una ciudad distante, sin peligro.
Llegué una tarde pálida de otoño;
el sol, muy bajo ya, pero encendido
en los bloques ciclópeos de la Puerta
de los Leones, era un regocijo
de luz, dorando la porosa,
tallada superficie de granito.
Nunca fue el adulterio tan hermoso,
tan arrebatador, tan atrevido.
Por tal mujer más tarde se embarcaron
vastos ejércitos en mil navíos,
y lucharon diez años ante Troya;
pero mi breve encuentro clandestino,
convulso y blando, agotador y quedo,
mutua conquista fue, laurel recíproco.
Era Roma un burdel cosmopolita,
de la alta sociedad del Palatino
a las bajas chabolas junto al Tibre;
se tildó al mismo César de haber sido
el marido de todas las mujeres,
y la mujer de todos los maridos.
Mesalina, tan bella como impúdica,
lanzaba a las rameras desafíos,
y su triunfo, ninfómana, en las noches
de orgía y bacanal, era inequívoco.
Fui al palacio; nobleza, centuriones,
senadores, tratantes… El recinto
rezumaba sudor, semen, establo,
y aceite de las lámparas. Un río
de sexo atravesaba el aposento,
cadena de hombres en fluir continuo.
Llegó mi turno, elemental, escueto,
sin arrullos ni mimos,
una pieza en la máquina,
un impulso animal, y acto cumplido.
Insaciable mujer, uno tras otro,
no era un torneo sólo, era un capricho,
una avidez sin límite,
y una necesidad, un laberinto
del que nunca buscara la salida,
mujer toda ansiedad, sólo orificio.
Fui un número, no más, un breve instante
en ella, en mí, temática de olvido.
En Verona redoblan las campanas,
como cada domingo.
Mas no hay iglesia que una entre sus muros
a Capuletos y Montescos. Himnos
de amor y paz resuenan en las naves,
en sordo, inútil, árido ejercicio.
En el bélico entorno, una pareja
de adolescentes, poco más que niños,
se han enfrentado a normas, tradiciones,
discordias familiares y prejuicios.
Julieta es un retoño de muchacha
no en plena floración, pero el suspiro
ya le aflora a los labios, y es consciente
de su metamorfosis del sentido.
El olor del incienso, placentero,
el sermón prolongado y aburrido,
tantos ojos flotando entre los bancos
como impartiendo avisos.
Y vi los de Julieta,
grandes, oscuros, y ella vio los míos.
Un tanto de rubor, al retirarlos,
y un tanto de osadía, al dirigírmelos.
Al fin salí, me dirigí a su casa,
y esperé en el portal. Mezcla de frío
y de calor me sacudía el cuerpo,
con el alma colgándome de un hilo.
Ella llegó, su dueña se entretuvo
en la calle, por no sé qué motivo,
y le besé los labios. No se opuso,
sonrió levemente…Fue tan limpio,
tan espontáneo, tan inagotable
que aún siento sus temblores, y sonrío.
Y tantas otras más, las ya olvidadas,
sin marcas distintivas, sin vestigios,
y aquéllas que han dejado tenue huella
en mi fondo más íntimo,
y las que, cada día, persistentes,
me muerden el recuerdo, como grito
o relámpago hundiéndose en la noche,
y entonces sé que todavía vivo.
Me han pasado los siglos, pero hay tiempo
para vivir de nuevo lo vivido.
Los Angeles, 25 de octubre de 2007
Mi escritura
Escribo sólo abrazos, ya no versos,
ya no cartas inútiles, formales,
que nadie lee a fondo;
escribo sensación, intimidades,
que no por ojos han de ser leídas,
sino por el circuito de la sangre.
Detesto las palabras,
son tan indiferentes, tan errantes…
No se dejan querer, son vanidosas,
creen tenerlo todo en sus vocales
claras, de tono abierto y contundente,
y en sus heterogéneas consonantes
de drásticos sonidos inflexibles,
y en realidad no saben
que son sólo apariencias, vestiduras,
y en ocasión disfraces.
Son la hojarasca seca
que han perdido los árboles,
y zarandea el viento del otoño.
Desprendidas de mí, vuelan o yacen,
pero no hay vida en ellas,
ni hay tampoco mensaje.
Mi escritura ha de ser vital, genuina,
como los actos propios del amante,
que exhala, absorbe, tiembla, y saborea
con ojos, sexo, manos trepidantes.
Quiero escribir con el punzón del alma,
hiera o solloce, ría o se desangre.
No será recital de multitudes,
pero quien sepa o pueda descifrarme,
descenderá a mi fondo más auténtico,
y allí podrá quedarse.
Los demás, que recojan mis palabras,
si las vieran rodando por la calle.
Los Angeles, 25 de octubre de 2007
Palabras
Sueños de nubes blancas, de gaviotas,
en blandos sueños se hunden mis palabras,
en sueños de albas olas espumosas,
sueños de azul, de abril y de nostalgia.
Los vagabundos, los bohemios sueñan,
los analíticos idean tácticas;
la lógica carece de visiones,
sólo razona, no imagina, habla;
su léxico es metódico, geométrico,
de pasos esquemáticos, sin alas.
Yo quiero ver mi voz alzando el vuelo,
alondra palpitante, cielo en llamas,
o estampida de negros alazanes
cruzando el río, destrozando el agua,
o la serenidad de la sonrisa,
o la fragilidad del rostro en lágrimas,
En tales cosas que jamás se miden,
que apenas se definen, pero estallan.
Las palabras no deben
ser objetiva realidad exacta,
ni tropas indolentes
que en la llanura acampan;
sino fantasmagóricos guerreros
en permanente marcha,
cargando espeso corazón de pólvora
que reviente al surgir de la garganta;
deben poner el puño en las heridas,
y ser iconoclastas.
Decir, no lo que son, mas lo que sueñan
el rapsoda, el rebelde, los que arrastran
sus pies sobre la tierra manteniendo
en el cielo estrellado la mirada.
Amasemos las frases de tal modo
que cada cual entienda lo que cantan
el silencio del mundo y sus rumores,
su colorido y el temblor del alma.
Los Angeles, 26 de octubre de 2007
Todos te ven
Me preguntan por ti, no te conocen,
pero te fantasean, te adivinan.
¿Será que te evidencias a los otros
estando sólo para mí perdida?
Te percibo sin verte,
así, como a la brisa,
que se adscribe el derecho de tocarme,
denegando a mis manos la caricia.
No sé como te ven, mas de algún modo
te escuchan, te respiran;
tal vez te llevo escrita en mi semblante
como un número arcano, y te descifran;
tal vez cuando hablo mis palabras llevan
tu inflexión, y vislumbran que no es mía;
tal vez si alguien se acerca
ven la mujer que habita mis retinas.
Todos te ven, y yo no logro verte;
soy el ciego a la orilla
del lago, que no alcanza
a ver el agua que el gentío avista.
Quizá en mi entraña te dilatas tanto
que por los poros de mi piel te filtras.
Los Angeles, 26 de octubre de 2007
Hambre
Llégate al hambre que de ti me clava
su garfio en las entrañas, que tus manos,
con suavidad de terciopelo, ahonden,
y enderecen sus púas, tan despacio
que, aunque sangrientas, logres extraerlas
sin infligir desgarros.
Tengo un hambre de siglos,
aunque bien sé que no he vivido tanto;
y lo que antes viví fue sólo un croquis,
un bosquejo que no cuajó en retrato.
Mi vida empieza en ti, tan fecundante
que germina el rosal, emerge el árbol,
ensaya el verderón su primer vuelo,
y parece al alcance de la mano
la luz de Aldebarán en cada noche,
y todavía yo sin tu contacto.
De ahí me nació el hambre,
de haberte en desnudez saboreado,
y antes de que lo hubieras extinguido,
tener que proseguir mi itinerario.
Los Angeles, 26 de octubre de 2007