Breverías
1991
Cómo repaso el libro que escribimos
en tiempos densos de complicidad,
cuando en bandeja de oro nos rendimos
y aceptamos en mutua lealtad.
Al tacto de sus páginas rescato
tu aportación, porque jamás la mía
se diluyó en sus líneas. Qué arrebato
el tuyo al escribir, cuánta osadía.
1992
Era joven, voraz. Amé ligero,
como de día a día, con premura,
siendo más cazador que prisionero.
Ahora, en insensatez de edad madura,
amo profunda, lentamente, y quiero
hacerlo con idéntica locura;
como quien tiende a la suprema entrega,
y no sólo lo intenta, sino llega.
1993
Llevo cargado el cuerpo de retozos;
no los que disfruté, mas los soñados;
los otros, los fracasos, los sollozos,
los dejé por el campo abandonados.
¿De qué sirve avanzar con los destrozos,
cadáveres, o miembros mutilados?
No, yo voy con mis sueños por la vida.
Lleve quien quiera su rencor, su herida.
1994
Te oigo, mujer, te escucho y te interpreto.
No porque haya palabras escapadas
de tus labios. Que no. Que están sellados.
Es una melodía, es un soneto,
nadie lo escucha sino yo, pisadas
de ángeles al pasar, enamorados.
Pero emanan de ti, son tu lenguaje;
aun sin hablar me llega tu mensaje.
1995
Cruzan frente a mi puerta doncellas y guerreros
de otros siglos; se escriben, a daga y tinta roja,
nuevos Apocalipsis, más tragicos, más fieros;
y el calendario, exangüe, gasta la última hoja.
Vacías ya las casas, y las calles vacías,
no hay color ni sonido sobre el paisaje inerte;
nace una larga noche, se acabaron los días,
se inaugura el imperio lúgubre de la muerte.
Ya no importa si fuimos amados o si amantes,
ya no hay después, ni ahora, ni mucho menos antes.
Sonetos
2003 - En la sombra
Me he recostado en la oquedad oscura
adonde en tus ausencias me retiro,
y he cerrado los ojos. Sólo aspiro
a recobrar mi adarme de cordura.
Dentro de mí, la luz tiene esa pura
diafanidad radiante del zafiro,
y alrededor de mis memorias giro
sin la penumbra que te desfigura.
Un ángel, que es mi guía y mi maestro,
con método entre cándido y perverso,
te silencia y me impele hacia el olvido.
No sé si abrir los ojos y en la sombra
mi oído piense que tu voz me nombra
en la fugacidad de cada ruido.
Los Angeles, 22 de diciembre de 2008
2004 - Mi refugio
Me resbalo hacia ti cuando me llueve
nostalgia el corazón, luto la vida;
no por hacerte ya desconocida
se me achata o alisa tu relieve.
Ya no pienso en porqués. Todo se mueve
en noria inevitable: La venida,
la permanencia, el júbilo, la herida,
y el adiós con su látigo de nieve.
No sé si abrí la mente al fatalismo,
o me ha ceñido el brazo del cinismo,
mas he aprendido a mantenerme alerta.
Es verdad, me refugio en el recuerdo
porque lo que viví ya no lo pierdo,
mas sin abrir de par en par la puerta.
Los Angeles, 22 de diciembre de 2008
2005 - A piel
Se ve todo mejor desde el vacío,
sin paisajes, matices ni rumores;
¿a qué necesidad de embajadores
si el mensaje que traigo es todo mío?
Mis palabras vendrán sin atavío,
gentilmente desnudas y en temblores,
pero sin miedos, como ruiseñores
frente al clavel, o el sauce sobre el río.
Veré el mundo desde hoy como lo hiciera
si a los años que tengo renaciera,
blanca la mente, el corazón intacto.
Y si en la vida hay piedras y cuchillos,
afilen otros garras y colmillos;
yo voy a piel, hambriento de contacto.
Los Angeles, 22 de diciembre de 2008
2006 - Con esta carga
Vivo en el siglo en que te despediste;
¿nunca aprendieron a morir los años?
En torno a mí se agolpan, en rebaños,
y cada uno a la muerte se resiste.
Se nace, se ama, se fracasa…, es triste
este ciclo invariable de peldaños
que se suben y bajan, desengaños,
euforia, llanto, en que el amor consiste.
Un siglo desde entonces me parece,
y a la vez un instante. Me envejece
tanto tu ausencia…, pero no me ultima.
Tengo la mano de la muerte al cuello,
sin asfixiarme, y voy como camello
con esta carga de dolor encima.
Los Angeles, 22 de diciembre de 2008
Poemas
Vienes, pero no llegas
Vienes, pero no llegas.
Avanzas hacia mí lenta. Caminas
como temiendo tropezar, tus pasos
estudiados, tu pose precavida.
Un querer sin querer, pero intentando,
un extender la mano sin caricia,
un temor a lo nuevo, a lo imprevisto,
cinco de audacia, diez de cobardía.
Si has recorrido sendas semejantes
en el complejo mapa de tu vida,
¿a qué tal precaución, tal reticencia,
al enfrentar de nuevo otras pupilas?
Los brazos son para abrazar, los labios
que no logran besar se apergaminan,
el sexo que no entrega y no recibe
como rosa abdicada se marchita.
Acelera tu paso, que las horas
se transforman en días,
y estos en meses y años, extinguiendo
los fuegos y heredando las cenizas.
Tengo un alma de versos encendidos
prestos a derramarse, llevo brisas
en mis dedos rizando los cabellos,
y me desbordan suaves osadías
enredando los pliegues de las blusas,
y en incursión de muslos. Te convidan.
También voy hacia ti, pero esperando
que te adelantes más, que, estremecida,
no retardes el paso,
que tus propios impulsos te definan.
Los Angeles, 23 de diciembre de 2008
¿Deseas escucharme?
¿Deseas escucharme?
Dentro de mí revientan, se levantan,
y pugnan por salir íntimas voces,
huérfanas todavía de palabras,
como el pozo serenas y profundas,
como el aire desnudas y diáfanas.
Imaginan espíritus sin filtros,
que sepan absorber, como fragancias,
las ideas ajenas,
sin tergiversaciones y sin máscaras.
Queden los maquillajes
para cubrir imperfecciones. Nada,
ni ambigüedades ni arabescos,
debe añadirse a lo que dice el alma.
Yo te hablaré en directo,
como lo hace la alondra cuando canta,
como lo hace la fuente cuando brota,
como la estrella que en silencio te habla.
Cuanto nace de mí, si vuela, tiene
sólo para llegar a ti las alas.
Te hablo en sangre saltando a borbotones,
te hablo a chorros de luz, te hablo en espadas
adentrándose al fondo de ti misma,
mas sin herir, y a veces te hablo en lágrimas.
No revistas jamás lo que te digo
de ropajes extraños, seda o plata,
porque hablo en desnudez, como dos cuerpos
que se hablan entre sábanas.
Siempre el camino recto,
y la expresión exacta.
¿Deseas escucharme?
Abrásete mi voz como me abrasas.
Los Angeles, 23 de diciembre de 2008
Una mujer entera
Era el caballo blanco de los sueños,
en galope hacia mí, cascos sonoros,
crines flotantes, ritmo arrebatado,
como rasgo de luz entre los olmos
al perderse la luna
en la noche de otoño.
Yo siempre la esperé, sus vestiduras
flameando en el aire, cuando absorto
en mis cavilaciones,
y entornados los ojos,
penetraba los íntimos repliegues
de mi mundo de ensueños silenciosos.
En ocasiones vino,
o así me pareció, hasta que el escombro
de conmociones, de derrumbamientos,
y de cristales rotos,
me persuadió que sólo eran imágenes
intranscendentes, de calidoscopio.
Y hasta casi borrarse,
se me desdibujaron poco a poco.
Esta vez el caballo combinaba
Pegaso y Unicornio,
cuanto la mente fabricó de mito,
de esperanza, de gozo.
Le cabalgué sobre las nubes, era
águila, estrella, rayo luminoso.
No era diosa de Olimpo,
ni princesa de cuentos; era sólo
una mujer entera
como un litoral nórdico,
y yo me hice corcel de mar, y pude
entrar a sus fiordos.
Los Angeles, 23 de diciembre de 2008