Breverías
2046
El olvido es molino que tritura el recuerdo,
y el pan de la tristeza con su harina se amasa.
Su piedra gira y gira, y en sus vueltas me pierdo;
al fin se apaga el horno, y la cocción fracasa.
No habrá pan, ni habrá harina, ni recuerdo, pero hambre
no faltará al amante que se siente perdido;
hambre de ser pensado, funámbulo en alambre
que su equilibrio pierde, sin perder el olvido.
2047
Vengo desde su cuerpo, jadeante,
vengo desde su espíritu, sereno,
vengo entre discreción y desenfreno,
vengo, amante, repleto de mi amante.
Voy sin saber a dónde voy, no importa;
voy sin saber qué voy a hacer mañana;
voy con mi pobre condición humana
enriquecida con lo que ella aporta.
2048
En el banco del parque le di un beso,
que ella esperaba, que me hubiera dado
tal vez si no me hubiera adelantado;
en el banco del parque. Tal suceso
no suele hacer historia. ¿Quién no besa?
Pero en mi propia vida ha sido un hito.
Ni último ni primero. Favorito.
Mitad complicidad, mitad sorpresa.
2049
Te esperaba a las diez de la mañana,
en paraje discreto, cada día.
Y llegabas a golpe de campana
de la espadaña de Santa María.
Tan puntual, circunspecta, deseosa
de exprimir en placer cada minuto.
Oh, tu desenvoltura jubilosa
generándonos vértigo absoluto.
2050
Bajo el alto nogal donde esperaba
tu llegada, se sientan dos amantes.
Ya no somos tú y yo. Todo se acaba.
Los amores son nubes trashumantes.
Y un día, pronto, cambiarán las cosas,
y otros vendrán, cuando esos se hayan ido.
Pasa de largo el tren, mueren las rosas,
y nada queda de lo que haya sido.
Sonetos
2065 - Nivelando
No sé dormir contigo, tan sin sueño,
tan alerta a tus ojos y a tu boca,
tan atento a mi mano que convoca
tus más hondos impulsos. No desdeño
la calma de que soy a veces dueño,
y el silencio nocturno que sofoca
los gritos del instinto; se equivoca
quien no es lúbrico al tiempo que hogareño.
Soy el auriga que Platón dijera,
nivelando la empírea carrera
de ambos corceles en mi propia vida.
El negro, tan rebelde, tan garboso,
y el blanco, tan sereno y cauteloso.
Y tú la meta, sobre mí fundida.
Los Angeles, 6 de abril de 2009
2066 - Invierno amigo
Permanece a mi lado, invierno amigo.
¿Qué podría ofrecer la primavera
a quien todo lo ha visto? Se apodera
de mí el temor de renacer. Testigo
he sido ya de tanto, que conmigo
no hay mejor provisión que la ceguera.
Enciérrame en ti mismo, que la fiera
que aún ruge en mí no sea mi enemigo.
Pues volverá a cazar cuando el deshielo
te ahuyente de mi lado, y en revuelo
regresen ánades y golondrinas,
y al bosque, rifle en mano, cazadores
ensangrentando el lecho de las flores…
Ah, morir en las nieves cristalinas.
Los Angeles, 7 de abril de 2009
2067 - Fuimos el río
Muriendo voy tan lenta, lentamente,
arrancando una a una las raíces
que en mí arraigaste en tiempos más felices,
de los que el alma en parte se arrepiente.
Fuimos el río, tú eras la corriente,
y yo el ribazo, ambos aprendices
de estar y huir, de fondos y matices,
vital de un lado, de otro, contingente.
Siguió fluyendo el agua, hasta que un día,
enmudeció su canto, y fue elegía
en la inmóvil quietud del cauce seco.
Macilenta la fronda en cada orilla,
y entre ambas agrietándose la arcilla,
germina un llanto que repite el eco.
Los Angeles, 8 de abril de 2009
2068 - Naufragio
He naufragado en tus orillas, cuando
todo apuntaba al fin de mi viaje;
tantos años cargando mi equipaje
por los puertos del mundo, fondeando
en dársenas extrañas, y zarpando
a la primera luz en el velaje,
buque fantasma que el peregrinaje
va por los siete mares prolongando.
Alto en el litoral, brindando amparo,
me sedujo el destello de tu faro,
como a Ulises los cantos de sirenas.
Y sucumbí. Mas volveré al empeño.
Tendré nuevo bajel y nuevo sueño,
y al fin, quizá, benévolas arenas.
Los Angeles, 9 de abril de 2009
2069 - Nueva génesis
Logro escuchar en mí cantos futuros
que voces, vivas ya, no han descubierto;
acordes que las salas de concierto
aún no han hecho vibrar entre sus muros;
los versos más intensos, los más puros
que están por escribir, y me trasvierto
de formas y colores que despierto
en zonas planas, ángulos oscuros.
En esta nueva génesis del mundo,
yo soy el creador, en lo profundo
de mi obsesión, troquelador de vida.
Vida que tú me das, que es el motivo
de ver también el universo vivo,
con la anticipación de tu acogida.
Los Angeles, 9 de abril de 2009
2070 - Sin hablar
Deja que te hable sin hablar. Si entiendes,
si llego a ti y penetro tu corteza,
si consigo extenderme a la cabeza,
y luego al corazón, y te desprendes
de pasados equívocos, si enciendes
de nuevo el viejo fuego y tu tibieza
comienza a caldearse, y la aspereza
de tu actitud se lima y la desprendes;
si al fin tus ojos tornan a los míos
con cierto arrobamiento, y los desvíos
de ayer son hielo al sol, telón de viento;
las palabras serán innecesarias;
dos concéntricas almas solidarias
dialogan en su propio acoplamiento.
Los Angeles, 10 de abril de 2009
Poemas
Ventana, de noche
Anochecía. Dormitaba el campo.
Mantenían abiertos las farolas
sus ojos pálidos, amarillentos,
como viejas marchitas que pernoctan
a un lado de la calle, en fila india,
sin ir a ningún lado. Las gaviotas,
en la playa cercana,
apagaron sus vuelos en las rocas,
y apelmazada niebla de silencio
se abrazaba a los olmos en la sombra.
Yo observaba, de lejos, tu ventana,
rectángulo de luz, con las magnolias
atisbando de cerca
tu movimiento al interior por horas.
Yo también acechaba,
viendo tu silueta misteriosa
ir y volver a largos intervalos
de un lado al otro lado de la alcoba,
como quien no acertara
a desplomarse sobre el lecho a solas.
Una vez apartaste los visillos,
mirando afuera, como quien explora
los oscuros secretos de la noche,
sin saber con certeza si se agolpan,
llamando a los cristales,
a ritmo de laureles o derrotas.
Este momento no era, ciertamente,
de trompeta y tambores de victoria.
Era tiempo de nubes
en que luna y estrellas se arrebozan,
sin más testigos que, despreocupadas,
hieráticas y tristes, las farolas.
Se ahogó por fin el marco luminoso
de tu ventana. Proseguí en la sombra,
ignorando por qué. Nada esperaba,
nada intentaba hacer, hasta el aroma
de la hierba mojada, sofocante,
daba al ambiente un aire de mazmorra.
Busqué mi libertad. Al alejarme,
no retomé el camino, mas la angosta
senda serpenteante entre los olmos,
escuchando el crujido de las hojas
bajo mis pies, y sin volver la vista.
Parecía la vida tan remota…
Los Angeles, 7 de abril de 2009
Regreso de Ulises
Yo, Ulises, u Odiseo,
vástago de Laertes y Anticlea,
y rey de Ítaca, me considero,
ante todo, guerrero y estratega.
Diez años he luchado ante los muros
de la ciudad de Troya, en ausencia
de mi esposa Penélope, diez años
de lucha y muerte, al sol y a las estrellas.
Fue por una mujer. Todos los griegos
lucharon, o murieron, por Helena;
y por ella murieron y lucharon
los troyanos también. Era tan bella…
La ciudad en derrota y destruída,
regresamos al fin a nuestras tierras.
Otros diez años por el mar perdidos.
Ah, dioses vengativos, hechiceras,
ninfas enamoradas, (sí, Calipso,
mi cuerpo y alma cómo te recuerdan…),
huracanando el mar, tridente en mano,
Poseidón virulento, las sirenas…
Nadie cantó jamás en mis oídos
como lo hicieron ellas.
Yo, tan nostálgico de mi Penélope,
fui superando prueba sobre prueba,
con la esperanza de llegar a casa,
al viejo amor, a la mansión de piedra
entre olivares, frente al mar tan nuestro,
y encaramándose al balcón la hiedra.
En tantos años de orfandad y angustia
siempre me fue tan fiel, siempre a la espera.
Ya en la lucha contra los elementos,
ya en la plácida vida, ya en la niebla
que me ocultaba el mar, el mar tan nuestro,
en la brisa apacible, o la tormenta,
iba mi pensamiento hacia su lado,
diez años de combate, y diez sin tregua.
Al fin las costas de Ítaca surgieron
frente a mis ojos. Una blanca vela
venía a nuestro encuentro.
Me lo contaron todo. Quién hubiera
muerto a los pies de Troya, como Aquiles,
como Ajax, y Patroclo. No debieran
jamás los héroes regresar a casa,
sino yacer, armados, bajo tierra.
Homero, el ciego, falseó la historia;
al fin era poeta.
Y cantó las virtudes de Penélope.
Yo supe de su olvido y mi vergüenza.
Di la vuelta al timón, y di la espalda
a mi querida patria, ya tan cerca.
No tengo nada a que volver, sigamos
a mar abierto; habrá otras islas, reinas
prestas a amar a los advenedizos,
ninfas desnudas, lúbricas, sedientas,
hechiceras cantando sus conjuros,
sobre las olas pálidas nereidas.
Tal vez olvide que sobre mi lecho
manos extrañas la revolotean.
Los Angeles, 9 de abril de 2009