Breverías
2336
Huele a tierra mojada, y a jazmines,
y huele a ti, a esa sutil fragancia
que nunca va en envases;
mezcla de rosas, besos y violines,
sensual emanación de la elegancia,
más refinada que atildadas frases.
2337
Cada paso pulsando en la baldosa
es el tic tac de tu tacón de aguja,
o así en mi candidez me lo parece.
Y cada risa de cristal melosa
resonando en mi calle, me dibuja
tu rostro en un instante, y me estremece.
Si no eres tú, ¿por qué te me revelas?
Y si eres tú quien pasa, ¿con quién vuelas?
2338
De la raíz del tiempo voy surgiendo,
retoño de minutos sin historia,
en horas, meses, años, floreciendo
en persistente andanza exploratoria.
Árbol seré algún día, de cien brazos;
otros hermanos míos, bajo el suelo,
me darán consistencia y si a zarpazos
me asalta el viento, me erguiré hacia el cielo.
Si a mi lado llegaras a pasar, detente,
relajando a mi sombra cuerpo y mente.
2339
En mis alforjas de viaje llevo
todo el dolor, el hambre y la amargura
que han desangrado a cada ser humano.
Con sus padecimientos me conmuevo,
su misera se hará mi desventura,
pues cada hombre es también mi propio hermano.
2340
Tantas luces se duermen a la tarde
que no despertarán a la mañana…
¿Y a dónde va la llama que ya no arde?
Sonetos
2446 - Reactivación
Nunca supe morir. Cada fracaso,
ya me hiciera más débil o más fuerte,
caricatura se hizo de la muerte,
más que noche cerrada, tenue ocaso.
Quebróse el ritmo, entorpeció mi paso
recelo de mi técnica o mi suerte;
calló mi grito, y sólo el eco advierte,
si no mi abdicación, sí mi retraso.
Mas se fue mi actitud reconstruyendo,
y ladrillo a ladrillo, sin estruendo,
recuperó su cúpula anterior.
Tornará a fragmentarse en nuevo sismo,
y volveré a restablecer el mismo
temple de espíritu esperanzador.
Los Angeles, 2 de septiembre de 2010
2447 - Muerte
He derribado el muro de la muerte,
tras el que hostil y silenciosa acecha;
desconozco su táctica y su fecha,
mas ni pasmo o terror sobre mí vierte.
Porque he visto su rostro. Ni soy fuerte
ni me estimo por sabio. Mi cosecha
granará un día y, pródiga o maltrecha,
al tajo de la hoz yacerá inerte.
He observado su cara descarnada,
y comprendido que no puede nada
fuera del firme plan que se le ha dado.
No por más afligirme, su momento
fluctuará; lloré en mi nacimiento,
lloren mi muerte quienes me han amado.
Los Angeles, 6 de septiembre de 2010
2448 - En mí
Tú me engendras la vida cada día,
prolífica raíz en mi subsuelo,
trepando en suavidad de terciopelo
por mi tronco arterial, ya toda mía.
Crece bajo mi piel tu anatomía,
tú eres yo y yo soy tú, más que gemelo,
perfecta identidad, en que el modelo
su propia creación consumaría.
Oh, carne de mi carne, que articula
cada voz que yo emito, que deambula
cada ruta en mi vida con mis pies.
Oh, fuego y luz que al repoblar mi entraña
arde sin consumirse, y me acompaña,
zarza y columna de que habló Moisés.
Los Angeles, 6 de septiembre de 2010
2449 - Mi propio yo
Osadía será, que no descaro,
tal vez atrevimiento, no insolencia;
las actitudes visten de apariencia,
sólo el desnudo es argumento claro.
Te hablaré como soy. Ni te enmascaro
lo que nace de mí, ni en su cadencia
sonarán notas falsas; la inocencia
camina al descubierto, y sin reparo.
No te diré palabras enfundadas
en papel de regalo, o sazonadas
con especias brindando otros sabores.
Cuanto brote de mí, hiera o deleite,
será mi propio yo, libre de afeite,
sólo mi propia luz, sin deflectores.
Los Angeles, 6 de septiembre de 2010
Poemas
Isla de Ogigia (Calipso y Ulises)
El mar es lánguida desesperanza.
Más allá de su tersa lejanía
respiran los alientos que perdimos.
Un país de quietud. Pero esta isla
de guirnaldas, naranjos y cantares,
aromas de jazmines en la brisa,
luengas playas doradas,
una distante nube a la deriva,
grises acantilados
contra el cielo de añil... Tierra de ninfas.
En ella estoy, serena, silenciosa,
de vez en cuando en erupción de risas,
senos desnudos, ráfagas de pétalos,
muslos acogedores, y caricias.
Parezco haber perdido
la noción de los años. Resucitan
de forma recurrente
nostálgicas viviencias, despedidas
colmadas de promesas de retorno,
y algo dentro de mí se arremolina.
Me encaramo al rompiente,
contemplo el horizonte, se respiran
aires de libertad sobre las olas,
transparencia del agua, y la neblina
trepándome la espalda,
mano tenue, incorpórea, que improvisa
propuestas de abandono del presente,
y rescate de cuanto ayer me grita.
Me doy la vuelta, y encamino el paso
hacia la gruta de mi dulce ninfa.
Ay, Calipso, Calipso,
tan bella, tan sensual, tan exquisita
en tu inmortalidad, que desconoces
el envejecimiento, y te reclinas
en eterno presente,
primavera gentil, indefinida.
Me llaman viejas voces,
las oigo sólo yo, son casi mías.
Ciertamente mortales,
mas con poderes de amplitud divina.
Ítaca ha despertado en mis entrañas,
clama por mí desde la lejanía.
Los Angeles, 1 de septiembre de 2010
Ríos
Me fascinan los ríos.
Todos la misma vida, y tan variada.
Nacer, correr, con más o menos prisa,
holgarse en los meandros, y en la clara,
translúcida, serena
superficie de plata,
reflejar invertida cada escena,
como llevando el mundo bajo el agua;
acariciar letárgicas ciudades
que les dieron la espalda
dejando sus corrientes extramuros,
o hender en dos, suave puñal que rasga
benigno las ciudades
receptivas al campo, hospitalarias.
Y al fin morir, o descansar dormidos,
en magnánimo mar que les abraza.
Y son tan seductores
en el silencio que les acompaña
cuando su leve paso
rueda gentil por despoblado al alba,
a lo largo de pardos robledales,
de enhiestos olmos que a los vientos hablan,
y apenas un murmullo
al reptar entre juncos y espadañas.
Son tan evocadoras las auroras
junto al río…No sé si la campana
llama a oración o anuncia la hora en punto
desde la colegiata.
Las horas pueden ser aldabonazo
sobre el portón de la miseria humana.
O pueden ser susurro, casi beso,
llovizna de sosiego sobre el alma.
Ríos guerreros, con fragor de escudos
chocando, al cabalgar, en las corazas
Ríos meditabundos, filosóficos,
sin apenas rumor, entre las hayas.
Ríos a cuya orilla, los amantes
pierden amor y encuentran añoranza.
Amplios ríos, solemnes, patriarcales,
con afán marinero en sus entrañas.
Río de mi niñez, entre castaños,
donde la piedra empequeñece al agua,
mas de canción perenne,
musgosa, siempre en marcha.
Los contemplo fluir, y me adormecen,
tanto en su estrépito como en su calma.
Parecen ascender a mi cerebro,
lustrar mi mente, sosegar mis ansias,
y arrastrarme consigo,
como una hojita, en su corriente clara.
Los Angeles, 2 de septiembre de 2010
A medias
Era tan joven…, pero lo ignoraba.
Rondando los cuarenta.
Precisamente cuando para muchas
la vida sin escrúpulos se estrena.
Precisamente cuando para tantas
la vida es el postigo que se cierra.
Tenía hambre de sueños,
adolescente casi en cien maneras:
Imágenes, anhelos, utopías,
sin intención concreta,
forjándose un mundillo artificioso
en los brazos sin brazos de la ausencia.
Era la rosa malaventurada
que elige marchitarse por inercia.
Ah, la injusticia de los muslos tersos
que en vez de bifurcarse se bloquean,
y de la espalda horizontal e inmóvil,
que ni vibra de noche ni se arquea.
Un día pude amarla,
como se ama la noche, o las estrellas,
como algo que no cabe entre las manos,
como un rosal de ideas.
Mas si era suficiente a sus designios,
se me quedaba corto. No alborean
las mañanas de abril por el portento
de deslumbrar la vista, aunque se aprecian,
mas para derramarse como lluvia
de luz sobre la piel, suave y sedienta,
por cada poro abierto,
filtrándose al subsuelo de las venas,
tornándose en locura;
era tal vez la perla
que nos fascina, mas otorga nada;
era el arpa sin música en las cuerdas.
Yo hubiera amado su alma y sus sentidos,
y ella me hubiera amado sólo a medias.
Los Angeles, 2 de septiembre de 2010
Ola
Era de agua y cristal, de alondras era;
festiva, transparente, temblorosa.
Escondida en mi abrazo
se le apagaba el mundo, tan absorta,
y erradicaba el mío de igual modo.
Entraba por mi piel como se aloja
la lluvia en el cultivo,
en compulsiva impregnación de esponja.
La amé como quien sabe introducirse
por su traslúcida fachada, y toca
con manos de ángel el terreno místico
de quien en su interior se desmorona.
Y la amé con la táctil diligencia
de quien recrea su aquiescente forma,
impúdico alfarero
de sus líneas curváceas y redondas.
No entendía el futuro,
ni siquiera el pasado. Era gaviota
revolando en las playas del presente,
era en único mar única ola,
en persistente ascenso
sobre la arena de mi piel, estrofa
de poema de amor interminable
creado en forma oral por ella sola.
Me decía: La playa no se mueve,
recibe el agua en fluidez o en tromba,
que avanza y se retira,
para volver de nuevo, hora tras hora.
Vendrá tu turno, y entrarás al agua
de este mar que te adora,
con tu braceo de hombre vigoroso,
y todos los recursos de tu alforja.
Pero éste es mi momento,
que sobre ti galopa.
Y a la inmovilidad me doblegaba,
a punto de estallido en cada gota.
Sufrí en esta quietud, yo, el hombre activo
que proyecta y dispone la tramoya
de la escena emotiva,
mas descubrí el placer de la gozosa
entrega que recibe arrebatado
tal avalancha de espontánea gloria.
Me cubrió con su espuma, se deshizo
sobre mi piel en pétalos de rosa,
nereida de mis sueños…
Aún escucho el murmullo de las olas.
Los Angeles, 5 de septiembre de 2010