Voy fluyendo hacia ti, y es mi corriente sosegada, lamiendo ambas riberas; no la obstruyas con diques o barreras, que en permisividad nació en la fuente. Me dejo conducir; soy dependiente de mi impulso inicial, de mis maneras, y en mis proclividades viajeras nunca renunciaría a un afluente. Confúndase tu flujo con el mío, dejándote llevar, que no porfío ni me opongo a esta mutua convergencia. Ni métodos ni reglas, sólo espero simbiosis, fusión, por derrotero de compenetración y transparencia.

Llevo dentro de mí la maquinaria capaz de fabricar sueños de cera, moldeables, inciertos, que pudiera adaptar a mi agenda visionaria. Obra de creación, cuya estatuaria jalona, tras etérea cristalera, las vitrinas del alma, y acelera mi forma de pensar imaginaria Los perfilo, los forjo, los afino, consciente de su efímero destino, mas captando su intrínseco valor. Y aun carentes de músculos, de vida, cada uno me conoce, y me convida a su mágica atmósfera interior.

La noche en torno a mí; duerme la luna, y, en vela yo, a tu litoral navego. Sin luz sobre la roca, soy el ciego confiado a su errática fortuna. Despierto el mar, en su vaivén me acuna, arrullo de abandono, de sosiego; no sé ya si adelanto o me repliego. Tu luz, mujer, la luz que nos reúna… ¿Tu faro acaso se ha extinguido y duerme? Mira que vengo extático a ofrecerme, y arriesgo naufragar en la escollera. Fije el arco de luz mi derrotero, que es como abrir la puerta al mensajero portador de una eterna primavera.

Mujer, libro, lugar… No lo analizo, ni espero que la mente lo comprenda; hay en ellos la magia de una ofrenda indeclinable, y ahí está su hechizo. Tal vez su encanto es irreal, postizo, más que certeza, lance de leyenda tramado en la quimérica trastienda del ensueño, presagio tornadizo. Pero me sobrecoge, me fascina, aunque pueda quizá no ser genuina la belleza que absorbe mi visión. Y no importa, en verdad, si es fantasía. Lo vital es hacer la travesía por ese mar de la imaginación.

Contempla las estrellas titilantes, recorriendo el sendero, ensimismado; lleva en sí mismo un mundo enmarañado de enigmas a entender, de interrogantes. Se plantea cuestiones apremiantes de causa, efecto, dimensión, estado, cómo el cosmos ha sido generado, lo que vendrá después, lo que hubo antes. Y así va prolongando su andadura, absorto en filosófica lectura de noche tan astral como elocuente. Al fin, un tropezón aparatoso lo hace rodar al lodazal de un foso. El mundo, no a sus pies, sino en su mente.

Una ruta a seguir, dos objetivos, el goce del camino y la llegada. Fluir, fluir, en rítmica escapada, de nuestra propia intensidad cautivos. Sin estancarse en dédalos pasivos, ni provocar opción precipitada; si bien la ruta ha sido ya trazada, aún nos quedan deleites fugitivos. Los contempla, al pasar, nuestra corriente; álamo, alondra, catedral o puente, reclaman deslizarse y contemplar. Fluir es placidez, recogimiento, sin premura ni urgencia, a paso lento; tiempo habrá de perdernos en el mar.

En el río, en el campo, en la chopera, acogedores todos, tan discretos que no divulgarán nuestros secretos, veremos estallar la primavera. Ven conmigo; no importan, compañera, tiempo y lugar, pues no estamos sujetos a normas o principios obsoletos que estipulan horarios de tijera. En todo tu esplendor, audaz, desnuda, frente a mi propia desnudez, anuda brazos y muslos, firme, en torno a mí. Mi sexo, erecto, al horadar tu entraña, revienta en el disparo que acompaña tu propia convulsión, mi bella hurí.

Fórjame a tu manera, en brasa o llama, a golpes de ansiedad, de cautiverio; instílame una dosis del misterio que tu piel y tu espíritu amalgama. Repuja sobre mí tu monograma, marca de propiedad. Seré el imperio que regirás de acuerdo a tu criterio, vasallo que tu régimen aclama. Mas si tu autoridad se extralimita, quizá otro forjador venga y repita, aunque en distinta forma, tu tarea. Y dejaré de ser tu propia hechura, deviniendo martillo que fractura, mientras tu majestad se tambalea.