Ovíllate a mi lado y acapara mi tiempo y mi lugar. Si huyes del frío, cálida es mi palabra; si el vacío tu entraña devoró, mi alma te ampara. Esta noche de ensueño y luna clara no se ajusta al espíritu sombrío; no es tu infortunio ya, si lo hago mío, pues, abrigada en mí, será algazara. Trastorno emocional que se comparte se transforma en alivio, y cada parte, fundiéndose en el otro, se enriquece. Quiero ser el refugio en que te abrigas, que en tu proximidad también mitigas la ansiedad que a mi propia alma estremece.

Abrir los brazos es abrir la puerta de un incondicional acoplamiento. El abrazo supone acogimiento, y éste derivará en íntima oferta. Cada brazo es un muslo en encubierta misión de entrega, en reconocimiento del campo a conquistar, y el pensamiento sólo interpone táctica inexperta. El tacto a las ideas se adelanta, abre el camino y pronto se agiganta en audacia, fervor, resolución. Es mariscal de campo, y la batalla depende de él. El pensamiento se halla rigiendo, en su despacho, la nación.

Vestimos nuestra crónica ignorancia de un léxico que apenas conocemos, usando términos que no entendemos, mas que nos atavían de elegancia. Hablamos de absoluto, altisonancia con la que referimos cuanto vemos, lo que nos comunican, lo que hacemos, creando infinitud nuestra arrogancia. Pero no hay absolutos en el mundo, hay dilatado, estrecho, alto, profundo, mas todos con carácter relativo. El necio, indefectible petulante, quedará, en tal discurso rimbombante, de su absoluta necedad cautivo.

Esta rueda sin radios que es la vida no lleva a ningún sitio, rueda y rueda, desordenadamente, sin vereda, definición o meta definida. Sin eje o cigüeñal, sólo inducida por ley de gravedad, no más le queda su errático girar por roca o greda, paradoja en eterna despedida. Su irracional sentido de destino la tornan en absurdo remolino en porfiada, ilógica moción. Como Sísifo vamos, escalando con el peñasco al hombro, y reanudando la tarea tras cada resbalón.

Qué largos son los días del hastío, dormidos los relojes, extinguida la voz que suavizaba cada herida, silenciado el murmullo del gentío. Mi universo parece estar vacío, sin una sola estrella aún encendida en torno a que girar, ya consumida la última luz, y acelerando el frío. Sin proyectos, tareas o programa, en inmovilidad, sobre la cama, naufragando los ojos en el techo. Cualquier idea que la mente abriga, antes ya de ensayarla, me fatiga, como me aburre y cansa lo aún no hecho.

Me llama la voz verde, rumorosa, de la naturaleza, que ejercita su poder seductor cuando me invita a visitar su placidez frondosa. Fui, de joven, asiduo a su gozosa convivencia, fruición que no marchita ni el galopar del tiempo, ni la cita con el quehacer diario que me acosa. Ahora quiero volver, mochila al hombro, y compartir contigo el mismo asombro, y exultación, que entonces me produjo. Huyamos la ciudad, y a campo abierto, siendo parte de su íntimo concierto, quedemos seducidos por su embrujo.

Hoy, sobre ti, con suavidad de brisa, con arte de pintor, mas sin colores, delinearán mis cálidas labores perspectivas que el júbilo improvisa. Cada rasgo un mensaje, en la pesquisa de la visión total, cuyos primores percibes ya a través de los temblores que reflejan tu piel y tu sonrisa. Por momentos me tienta la impaciencia, y advierto los impulsos de la urgencia incitándome a raudo desenlace. Mas me rebelo, y freno tal envite. Una obra de arte en creación que admite premura en su labor, no satisface.

¿Cuál es tu general punto de acceso para enlazar tu vida con la mía? No es puerta explícita el saludo, es vía que indica dirección, mas no da ingreso. ¿Tal vez requerirás cierto proceso de contacto mental, de picardía, o aprobarás un tinte de osadía desembocando en anodino beso? Desestimo estrategias iniciales, que, siendo primitivas, o banales, no apelan a mi actual forma de ser. Me hechiza lo espontáneo, lo directo, y así es que yo con los demás conecto; ¿podré a tu piel y espíritu acceder?