Seré león si tú has de ser gacela; me arrastraré en sigilo, silencioso, y observaré tu andar, grácil, sedoso, que apenas toca el suelo, casi vuela. Etérea en tu vagar, no es tu parcela la densidad del arbolado umbroso, mas el espacio abierto, luminoso, que a más amplia visión, más te revela. ¿Acaso temes, o lo das por hecho, que quien sigue tus pasos, al acecho, habrá de desgarrarte, si agresivo? Tales no son las leyes de mi selva; al saltar sobre ti, deja que envuelva tus miembros en mi abrazo posesivo.

Acércate a mi idea, te he creado partiendo de tu propio fundamento, y elaborando, sobre tal cimiento, la entidad de que vivo enamorado. Eres real; cuanto ha sido adosado a tu propia persona no es invento, ni dorada ilusión, golpe de viento que viene y va, u ornato deslustrado. Es un camino a recorrer al punto central entre ambos. Sólo me pregunto si has de hacer tuya tal adaptación. Yo inicié ya el camino de mi parte, porque un acercamiento se comparte, sin implicar dominio o sumisión.

Es timidez el ánimo inactivo de quien intenta hacer, mas no se atreve. Centrado entre dos puntos, si se mueve, oscila entre ambos, de los dos cautivo. Antítesis, avance compulsivo en una y otra dirección, que en breve ataca y avasalla, y no promueve ni armisticio ni paz. No es receptivo. Cada una es, como táctica amatoria, o ineficaz de cara a la victoria, o motivo de fúnebres laureles. Más se requiere de uno, de otro menos; si no exige el amor rayos y truenos, reivindica más brío y cascabeles.

No pueden encajar partes iguales; tal vez se hacinarán, a la manera de sillares, listones de madera, tubos de acero, esferas o cristales. Mas sí partes opuestas, integrales, que aun componiendo un todo, salen fuera de tal unión, recuperando entera cada una de sus marcas personales. A eso aspiro contigo, a acoplamiento; no a fusión absoluta en detrimento de nuestra propia individualidad. Tú eres tú, yo soy yo, y aun engarzados entrantes y salientes, o clavados, no abdicaremos nuestra identidad.

Acecho es percepción, acoso es acto; te observo, escucho, absorbo tu fragancia, manteniendo esa mínima distancia que llega a vecindad, mas no a contacto. Éste requiere, en cierto modo, un pacto de reciprocidad, sin arrogancia. El acoso es formal beligerancia, asedio, asalto, personal impacto. Quien acosa establece primacía, provocación, y en parte desconfía de su aptitud humana de atracción. Uno admira el primor del cuadro de arte; el otro es el bandido que departe tras saquear el lienzo; es un ladrón.

Duerme, mi niño; soy el oleaje de un invisible mar que te murmura susurros espumosos, y procura trasladarte a otro azul, a otro paisaje de canciones sutiles, de lenguaje que hablarás con gentil desenvoltura sin previa iniciación, donde perdura un mundo de ilusión tras el ramaje. Llegarás en el plácido aleteo de este sedoso, lento balanceo en que mi abrazo de cristal te mece. Jugarás entre nubes, persiguiendo las águilas caudales, no entendiendo por qué ese mundo al fin se desvanece.

Apacible es la tarde, y el ocaso pierde ya claridad; el firmamento aún no ha abierto la puerta a su portento de guiños áureos sobre fondo raso. Mas la paz ya palpita, y paso a paso la noche llegará en ofrecimiento de sueños, de quietud, de acercamiento, y hemos de alzar un brindis con tal vaso. Aproxímate a mí y entra en el nido que mis brazos amantes han tejido, acurrúcate, mínima, entregada. Deja pasar el tiempo, respirando mi propio aliento, mientras voy rozando tu piel de leche y miel, tan sosegada.

Exhausto de trivial vagabundeo, requiero calidad de permanencia. Superficial o ambigua convivencia ya no es vuelo formal, sino aleteo. He abjurado ademán y devaneo, en que no hay solidez ni transparencia; mi objetivo es recíproca adherencia, resistente a escisión; firme bloqueo. Si subscribes tan simple requisito a tu manera de vivir, te invito a incorporarte a mi resolución. No todo serán bálsamos ni rosas, pero es en las jornadas escabrosas donde ha de reforzarse nuestra unión.