“Alfonso Pérez”
¿Me escuchas, padre?
En el 70 aniversario de la matanza de 156 presos
en el buque-prisión “Alfonso Pérez”, Santander.
¿Me escuchas, padre? Te hablo desde lejos,
desde este absurdo mundo de los vivos.
Ignoro si te llegan mis palabras.
Casi nunca te hablé. Yo era tan niño
cuando te arrebataron de mi lado,
que no tengo recuerdos. He vivido
con la memoria de segunda mano,
ciego guiado por su lazarillo.
He intentado no odiar, pero es difícil,
se me negó lo que otros han tenido:
Cabalgar tus rodillas al galope,
volar sobre tus brazos extendidos,
tu Navidad, tus Reyes, cada noche
de la cocina al cuarto, el primer libro…
Me lo robaron todo, y me pagaron
en miseria, y en hambre, y en plañido.
Te he revivido tantas veces, tantas,
sobre las huellas de mis propios hijos…
Hombre del pueblo, recio castellano,
ajeno a enredos o interés políticos,
víctima del rencor y la ignorancia
que se repite en incesantes ciclos.
Te adscribieron tu Vía Dolorosa,
te cargaron la cruz, y como el Cristo,
sufriste tu Pasión y tu Calvario,
mientras la turba coreaba a gritos.
Fariseos y escribas, en España,
pisotean tu lápida. El recinto
del Pretorio congrega a cien Pilatos
que se lavan las manos del delito.
Y hablan con Barrabás y el Iscariote,
de indulto y treguas. ¿Me oyes, padre mío?
Hablan de rescatar de entre las sombras,
del pozo del silencio y del olvido,
sólo una parte de la Historia, padre,
no la tuya. La tuya es un postigo
que no quieren abrir, porque sois muchos,
y en el libro del tiempo sois capítulo
que rehusan leer, no se acomoda
a sus propias agendas o designios.
Yo quiero ver la Historia en la balanza,
sin manos amañando los platillos;
estoy harto de manipulaciones
que subvierten justicia y equilibrio.
Tú lo recuerdas, padre, lo viviste.
Fueron años de pólvora y cuchillo,
cuando las diferencias se zanjaban
no por la ley vigente, sino a tiros.
Se habla de una República genuina,
de un poder democrático, legítimo.
No del golpe de estado perpetrado
en el Octubre Rojo por el mismo
partido que hoy gobierna, y que lo calla,
como calla tu muerte, padre mío.
Tú no estás solo, nunca lo has estado,
sois legión, resistiéndoos al olvido.
Un tiempo pregonados, hoy ausentes,
siguiendo el péndulo sus tumbos cíclicos.
Nos dijeron: “Mirad hacia delante,
somos hermanos, hay un precipicio
a nuestra espalda; huid hacia el futuro,
hagamos un país en paz y limpio.”
Y no era mala idea. Pero ahora
resurgen las facciones, y otro exilio,
esta vez en las mentes, se provoca
polarizando a España. Son los signos
de la revancha un tiempo detenida,
y que hoy parece desatarse en río.
¿Sabes, padre? Aquel barco “Alfonso Pérez”,
donde estuviste preso sin motivo,
donde el tiro en la nuca fue tu suerte,
como la de otros tantos, en un frío
diciembre 27, yace al fondo
del Mar Cantábrico; sus entresijos,
llenos de agua, de sombra, de silencio,
sobre la arena inmóvil y dormido.
Así quieren tu nombre, y tantos nombres,
mientras escriben otros. ¿Qué testigos
hablarán por vosotros, los primeros,
antes de vencedores o vencidos?
Ah, las fosas comunes. Las conoces.
En una de ellas estuviste. Miro
a esta España infeliz, ensangrentada,
que no sabe curarse. Me resisto
a admitir que la ciega intolerancia,
el odio reprimido, el partidismo,
sean la única fórmula que todos,
en ambos bandos, hemos producido
para llamar victoria a lo que sólo
es derrota de todos. Qué ejercicio
en arbitrariedad, en ignorancia,
cuando es sobrevivir el objetivo.
Alguien quiso cerrar con siete llaves
el sepulcro de El Cid. Y es eso mismo
que debemos hacer con esa guerra
que trocó tanto hermano en enemigo.
Todos hemos sangrado, y de algún modo
todos somos la sombra de Bellido.
Tú, padre, ya con otra perspectiva,
desde un lugar menos hostil, más limpio,
triste verás, si puedes estar triste,
este país de imbéciles, de niños,
incapaces de salto hacia delante,
absortos en juguetes y caprichos.
Padre que me mataron, que no tuve,
descansa en paz, en tu dormir de siglos.
Los Angeles, 27 de diciembre de 2006