Paracuellos del Jarama
Santiago Carrillo, responsable de las
matanzas de 1936, recientemente nombrado
Doctor honoris causa por la Universidad
Complutense de Madrid.
Vergüenza para una entidad que ignora
los antecedentes asesinos del ex Secretario
del Partido Comunista.
“Quienes no pueden recordar el pasado
están condenados a repetirlo”.
(Jorge Santayana)
Las cárceles se hicieron para el crimen,
pero han sido pobladas de sospechas;
el inocente languidece dentro,
el asesino se envanece fuera.
Tiempo de víctimas y de verdugos,
ya en aras de la paz o de la guerra,
con el tiro en la nuca, en retaguardia,
con el tiro en el pecho, en la trinchera.
Madrid tiene caminos
que nadie quiere recorrer, vergüenzas
que nadie quiere revivir, memorias
que mueren antes de dejar la lengua.
Un hombre era una línea de inventario
con derecho a disparo, una silueta
destinada a caer, a diluirse
en la fosa común, bajo la tierra.
Los nombres de la lista
tal como impactos de balazos suenan
en la sórdida cárcel. Despedidas.
No hay delito, ni culpa, ni inocencia.
De dos en dos, atados por los codos,
serenata de insultos y blasfemias
en la tiniebla de la noche helada,
la caravana de la muerte rueda.
Al brusco ronroneo
de los motores los camiones tiemblan,
y a la luz de la luna
arrastran sombras densamente negras,
anticipado luto
efímero, sin huellas.
Bajo la lona el ángel del silencio
tiende las alas. Hay una colmena
de rezos musitados
en el umbral de la última tristeza.
El rencor tiene garras afiladas,
colmillos de pantera,
la ignorancia se emboza
en el abuso y en la prepotencia,
se oculta en presunción, en atropello,
ni inquirirá ni esperará respuesta.
Y así el patán se erigirá a sí mismo
en potestad, y sin saber de reglas,
formulará patrón y directrices,
y dueño de la fuerza,
cacique de la vida y de la muerte,
podrá dictar y ejecutar sentencias.
Gargantas de fusiles y pistolas
escupen la gangrena
de oscuras mariposas
que hacen doblar las piernas,
brotar la sangre, liberar el alma,
perdiéndose los ojos en la niebla.
Ay, Paracuellos del Jarama, noches
de repetidas, trágicas escenas,
del terror de las víctimas truncadas,
del cazador de vidas, que cosecha
números, y gemidos, y orfandades,
con el afán del tirador de feria.
Ay, Paracuellos del Jarama, tumbas
bajo la prisa y el candil abiertas,
donde se hacinan en inmenso abrazo
quienes murieron de cualquier manera,
sin saber las razones,
quienes llevaban, como cruz a cuestas,
el Inri de su fe, su ideología,
los ramalazos de su adolescencia,
o sus vidas anónimas,
transcurridas sin causas, sin polémicas.
Ay, Paracuellos del Jarama, turbia,
subterránea ciudad, muda, sangrienta,
campos sembrados de hombres
que no germinarán para la siega.
Los asesinos de hoy, serán mañana
dirigentes de olvidos y promesas,
como el gángster de ayer, hoy tornadizo,
en téminos políticos se expresa.
Por mucho que revoque su fachada,
la piqueta del tiempo la detecta.
Qué fríos y qué blancos, qué dormidos,
esos huesos anónimos. La hierba
desciende sus raíces hasta el fondo,
mensaje mudo de sonrisa fresca.
El Paraninfo huele
a insultos, panegíricos y fiesta.
Los Angeles, 22 de octubre de 2005