Muerte en Bagdad
Hoy en Bagdad ha habido quince muertos;
americanos, los demás no cuentan.
Quince esposos, amantes, padres, hijos,
víctimas de arbitraria, absurda guerra.
No son héroes ni mártires, ni han muerto
en acción, aunque así dirá la Prensa.
Han muerto sin hacer nada importante,
sólo volar sobre unas casas viejas.
Hubieran disparado proyectiles
sobre tejados, patios o callejas,
perdiendo alguna viuda su cocina,
muriendo algunos niños mientras juegan,
o unos padres camino del trabajo;
diseminando pánico y miseria.
Para salvar al hombre hay que matarle,
y para restaurar, talar la tierra.
En pegasos de acero arrebujados,
inmóviles, quizá en temblor de piernas,
ruda amenaza contra la amenaza
que puede ser real, o que se piensa.
Cuando se muere así, sin hacer nada,
ni el heroísmo ni el martirio cuentan;
importa la altivez politizada
de quien racionaliza la contienda.
Hacia vosotros, pies de retaguardia,
debieran extenderse las cadenas,
productores de muerte en ambos bandos
bajo ondear glorioso de banderas.
Hoy en Bagdad ha habido quince muertos,
y habrá mañana más; treinta monedas
es precio justo; lloran sangre y miedo
tantas madres y tantas Magdalenas;
Judas, Caifás, Pilatos se pronuncian,
y van dos pueblos con la cruz a cuestas.
Los Angeles, 16 de noviembre de 2003