Sobre el polvo
Tiza roja quebrada en el asfalto,
y cuaderno de trazos inseguros
abierto a sol y viento. La mañana,
ignorante de escuelas, se detuvo
sobre el charco de sangre.
Densa columna de humo
se apresuraba a huir hacia lo alto.
El brazo, ya sin pulso,
la mano, ya sin dedos,
los ojos, ciegos, el gemido, mudo.
Este niño abandona
inacabado su último dibujo.
Este niño es un fardo
empapado de sangre, que no supo
cruzar la calle a tiempo.
Este niño, esta víctima es producto
de ambiciosos ególatras
y de estrategas de Café, de eunucos
blandiendo espadas entre bastidores,
de pregoneros de ficticios triunfos.
La muerte es el designio del soldado,
su asignatura de estudiante. Pudo
haber sido la vida, la sonrisa,
el pincel, la palabra, el contrapunto.
Pero eligió la ruina, el exterminio,
alma de hierro con razón de puño.
El soldado avanzó. Dormía el niño
indisoluble sueño de difunto.
Miró el soldado indiferentemente,
una mancha en el suelo bajo un bulto.
Como estatuas, inmóviles,
acechaban los buitres sobre el muro.
Pasó el soldado, maquinaria viva
empapada en consignas y discursos.
Y no volvió la vista.
Truncada espiga inerte sobre el surco,
quedó el niño en el polvo.
Daño colateral, clamó el verdugo.
Los Angeles, 22 de marzo de 2006